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El acontecimiento de la autoridad PDF

312 Pages·2011·1.5 MB·Spanish
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Universidad Carlos III de Madrid Facultad de Humanidades, Comunicación y Documentación Departamento de Humanidades: Filosofía, Lenguaje y Literatura Doctorado en Humanidades Tesis El acontecimiento de la autoridad Por Facundo Ponce de León Director: Dr. Carlos Thiebaut Luis-André Madrid, agosto de 2011 Agradecimientos Presento esta tesis doctoral gracias a la beca que la Fundación Carolina me otorgó como docente de la Universidad Católica del Uruguay. A ambas instituciones mi agradecimiento. Especialmente a Pablo da Silveira, Antonio Ocaña, Eduardo Casarotti, Mónica Arzuaga, José Seoane, Virginia Álvarez, Adriana Aristimuño, Marcelo Coppetti, Paola Papa, Francisca Sanguinetti y Rosana Machi. Este trabajo tampoco hubiera sido posible sin el apoyo y consejo del equipo de profesores que conforman el Departamento de Filosofía de la Universidad Carlos III de Madrid. Agradezco a todos ellos dejarme pasar un rato en sus despachos. En particular a Guido Cappelli, Antonio Gómez Ramos y Carlos Thiebaut. Entre 2006 y 2009 viví en Madrid y tuve la suerte de ser parte de un grupo de amigos que me abrió las puertas de sus casas. Gracias a todos ellos y en especial a Sergio Fernández. En los últimos dos años estuve radicado en Suiza, donde intenté conciliar el proyecto de esta tesis con otras actividades. Conté con el ánimo y las facilidades para que el estudio no se viera interumpido. Agradezco por ello a Julie Hamelin, Maria Bonzanigo, Geneviève Dupéré, Antonio Vergamini, Hugo Gargiulo, y especialmente a Daniele Finzi Pasca por haber dado el puntapié inicial. Desde Uruguay el apoyo ha sido, como siempre, determinante. Mis padres, hermanos, sobrinos, y amigos hicieron que todo fuera más fácil. Mi padre ha sido el primer lector de todas estas líneas. Sin el apoyo, la compañía, el humor y el cariño de Chiqui Barbé esta tesis nunca se habría terminado. * * * * * 3 Índice general Agradecimientos -------- página 3 Introducción 1- Generaciones -------- página 5 2- ¿Por qué Hannah Arendt? ------- página 21 Parte I Para una historia del concepto de autoridad 3- El artículo de Arendt de 1955: -------- página 31 un ejercicio de reflexión política 4- Etimología e historia: palabra y práctica -------- página 85 política en la antigua Roma Parte II Para una antropología política de la autoridad 5- Los actividades humanas y la trama del tiempo -------- página 98 6- El dolor bajos los focos -------- página 132 7- La acción o el tiempo iniciático -------- página 161 8- El trabajo del artista y la autoridad -------- página 173 9- Entusiasmo y advertencia -------- página 194 Parte III Figuras y dimensiones de la autoridad 10- Mandar y saber -------- página 219 11- El experto y la autoridad -------- página 251 Conclusiones 12- Pliegues conceptuales de la autoridad -------- página 274 13- Arte y política: el caso de clown -------- página 286 Bibliografía -------- página 297 4 Introducción 1. Generaciones Una ciudad despierta: abren los bares, se encienden las cafeteras y reciben el pan que traen los que prendieron los hornos más temprano. Los hospitales, que no descansan, reciben las jeringas, las ampollas, los guantes y los remedios que llegan en un camión que hizo doce horas por autopistas que estaban en buenas condiciones, gracias a que la semana pasada una cuadrilla las había pintado porque el informe de un periódico reveló que buena parte de los accidentes eran por mala señalización. Estrategias ideadas por empresarios perspicaces marcan las ofertas del día. Se prenden las computadoras y se conectan unas con otras. Los transportes llevan gente de aquí para allá y de allá para aquí. En barcos llegan contenedores con electrodomésticos que esa misma tarde estarán a la venta, luego de completar el papeleo en la Aduana y que unos inmigrantes descarguen cajas y cajas y ordenen la mercadería. Se alzan las persianas. La ciudad ya es un murmullo de gente que conversa, comenta el clima, escucha las noticias y realiza sus actividades: lleva, trae, vende, compra, enseña, informa, convence, cura, reflexiona, explica, limpia, produce, roba, estudia, finge, entierra, crea, reza, emociona, juega, ordena. Todo marcado por el ritmo que impone la generación adulta. Por supuesto que hay niños y ancianos que trabajan mucho e injustamente. Pero no dejan de ser una minoría y no influyen en que la realidad sea así y no de otra manera. Son los adultos quienes hacen andar la ciudad aunque para ello algunos utilicen niños, jóvenes o viejos. ¿Cómo se ordena una comunidad? ¿Quién dice que es mejor organizarla de una determinada manera y no de otra? ¿Por qué debemos respetar las reglas que nos vienen dadas? Para responder hay que entrar a saco en lo que dicen los conceptos y la manera en que juegan al interior de las prácticas. Cuando se comienza esta tarea la primera impresión es la distancia, la conciencia de que ese mundo en el que ingresamos no es, todavía, el nuestro. Corresponde a otra generación, que usó los conceptos de determinada manera para organizar la realidad y que hizo a su vez su proceso de apropiación de la generación anterior y así sucesivamente. Claro que las fronteras entre el joven y el adulto, y entre una 5 generación y otra son, como la mayoría de los límites, difusos. No obstante se puede establecer que nuestra constitución antropológica tiene un rasgo preciso: cuando comenzamos a ser conscientes de que tenemos conciencia, lo que Hegel llamaba la conciencia para si, aún no depende de nosotros que el mundo funcione. Niños y adolescentes son aquellos que tienen la capacidad de pensar y darse cuenta que lo hacen pero todavía no tienen que hacerse cargo: las instituciones (centros de enseñanza, hospitales, clubes, asociaciones, academias, partidos políticos, museos, ferias, medios de comunicación) están en manos de los adultos, aquellos que viven una etapa en la que, además de tener conciencia para sí, tienen que regentear el funcionamiento del mundo. La obviedad de esto puede ocultar su relevancia. Entrar en la edad adulta, es ingresar en esa brecha generacional en la que algunos se hacen cargo de un mundo que le entregan y planifican un mundo que quieren legar. Ese proceso se extiende en el tiempo, no tiene fecha, es borroso, pero decisivo. Es un hecho inevitable, hay un momento donde una generación se retira y otra entra. Donde el padre o madre deja la empresa al hijo; el catedrático abandona el cargo y los ayudantes preparan el concurso; el director se jubila y se discute quién ocupa la vacante; paulatinamente los cargos gerenciales, los que hacen andar al mundo en todos los ámbitos, comienzan a ser tomados por los jóvenes, que ya son viejos para quienes vienen detrás. Los infantes y los longevos son los dos límites del proceso, en medio de ellos dos o tres generaciones cohabitan el ámbito donde se resuelve la vida en comunidad. Dicho de otra manera: son los jóvenes y adultos quienes deciden y llevan a cabo lo decidido. Montar una Universidad, derribarla, realizar un concurso para emprendimientos turísticos, reglamentar el carnaval, torcer una injusticia, desinfectar un río, abrir una escuela de circo, emprender, emprender y emprender. Niños y abuelos podrán ayudar o ser explotados para concretar algunos de estos cambios, pero el punto es que el mundo no depende de ellos. Ya no para los viejos, todavía no para los pequeños. Los niveles de complejidad de este fenómeno generacional son varios: ¿qué respetar y qué desechar de lo que heredamos? ¿Cómo hace una nueva generación para pensar si no es desde la tradición que porta la anterior? La evidencia muestra que la mejor manera de romper con una tradición es nadar 6 cómodamente en ella: sin conocer como los conocía a los griegos, Nietzsche no podría haber minado los pilares de la filosofía occidental; a Descartes lo educaron los jesuitas y sabía muy bien los dogmas de fe contra los que se enfrentó en nombre de la duda racional (que se terminó convirtiendo también en dogma, pero esa es otra historia). Arendt se peleaba con la filosofía porque se había formado con Heidegger y Jaspers. Los ejemplos podrían seguir y no solo en el ámbito de la filosofía: Piazzolla revolucionó el tango porque lo conocía como la palma de su mano; Gaudí fue delineante antes de inventar una nueva arquitectura; Einstein tuvo que aprender la física de Newton para revolucionar la física; Jung se formó con Freud antes de ser uno de sus mayores críticos. Pero si esto es así, ¿el acto que creemos de quiebre no es en realidad de continuidad? ¿Cambiamos mucho cuando creemos que cambiamos? ¿Y cómo decidir qué cambiar y cómo implementarlo, convencernos de que ese cambio es necesario? ¿Cómo juzgamos estos procesos de continuidad y quiebre? ¿Algunos los juzgan mejor que otros? ¿Quiénes? Buscando respuestas en el proceso de comprensión de la generación que nos entrega el mundo la historia se nos aparece indefectiblemente y en un doble sentido: el de comprender la línea de tiempo que nos lleva hacia el pasado y el de comprender a los contemporáneos, la historia de esas personas que no son yo pero que tampoco sería yo sin ellas; la distancia temporal no es sólo con los antiguos griegos y romanos, es también la distancia con los coetáneos. Al hablar de mi generación en este trabajo, referiré vagamente a las personas nacidas entre 1973 y 1983, aclarando por supuesto que la cronología no es determinante. Personas nacidas antes de estas fechas pueden compartir la preocupación y el enfoque generacional mientras que muchos jóvenes pueden pensar acríticamente con categorías heredadas que ya no fluyen. Un ejemplo de éstas sería catalogar políticamente de progresistas o conservadores a los humanos que se dedican a la cosa pública. Hannah Arendt, quien perteneció a otra generación y cuyo pensamiento inspira este trabajo, lo expresaba así en 1970: Difícilmente podría decirse que el apetito de cambio que el hombre experimenta haya cancelado su necesidad de estabilidad. Es bien sabido que el más radical de los revolucionarios se tornará conservador al día siguiente de la revolución. Es obvio que ni la capacidad del hombre para el cambio ni su capacidad para la preservación son ilimitadas, la primera está limitada por la extensión del pasado en el presente –nadie comienza ab ovo- y la segunda por la 7 imprevisibilidad del futuro. El ansia del hombre por el cambio y su necesidad de estabilidad se han equilibrado y refrenado siempre y nuestro lenguaje actual, que distingue entre dos facciones, los progresistas y los conservadores, denota una situación en la que este equilibro se ha descompuesto 1 En los últimos 65 años una cierta actitud llamada “progresista” se lamenta por el funcionamiento del mundo, donde suele ver injusticias e imposiciones. Por su parte la actitud contraria, llamada “conservadora”, se lamenta por este funcionamiento, donde suele ver una degradación de un tiempo pasado que, siempre, fue mejor. El error fundamental de la dicotomía está en el punto de partida de ambas posturas: ni las reglas fueron ideadas por los poderosos sólo para ser obedecidas y perpetuar su poder (hipótesis progresista), ni las reglas se obedecían más y mejor en el pasado (hipótesis conservadora). Quienes intenten comprender e incidir hoy en el ámbito público será mejor que abandonen la idea de progresistas y conservadores. Si alguna vez fueron conceptos iluminadores, ya no lo son. Desafío generacional. Éramos niños cuando caía el muro de Berlín; en Latinoamérica entrábamos en democracia sin tener mucha idea ni en qué entrábamos ni de dónde salíamos. Hitler, la Segunda Guerra Mundial, Stalin, la Guerra Fría, Vietnam, los misiles en Cuba, la llegada a la luna, Franco y Perón, el mayo francés, la Perestroika,… son relatos que están lejos para nosotros aunque históricamente forman parte del presente. Para resolver el rompecabezas de la identidad uno entra en el laberinto de la comprensión de otras personas y otras épocas. Al realizar este viaje, se relativizan las fronteras; tiempos lejanos se vuelven cercanos; pensadores antiguos hablan de la actualidad; el ayer se llena de pistas, como si la novedad viniese de los muertos. «Las generaciones nacen unas de otras, de suerte que la nueva se encuentra ya con las formas que a la existencia ha dado la anterior. Para cada generación, vivir es, pues, una faena de dos dimensiones, una de las cuales consiste en recibir lo vivido -ideas, valoraciones, instituciones, etc.- por la antecedente; la otra, dejar fluir su propia espontaneidad»2. Repito que una generación no es un puñado de personas que nacieron más o menos en los mismos años. Justamente, lo que hace a una generación es la dualidad de la faena 1 Arendt, Hannah; “La desobediencia civil” en Crisis de la República, Madrid ,Taurus, 1973, pág. 86. 2 Ortega y Gasset, José.; El tema de nuestro tiempo, Madrid, Tecnos, 2002, pág. 52. 8 a la que apunta Ortega; recibir, evaluar y rehacer nuevamente. Es posible encontrar viejos que mantienen la espontaneidad y jóvenes vetustos en su actitud para con el mundo, todos conviviendo en una actualidad entretejida de tiempos distintos. La contemporaneidad del nacimiento, de hacerse joven, adulto, viejo, no es constitutiva de la situación común en el espacio social; es por el contrario en primer lugar la posibilidad que se sigue de participar en los mismos acontecimientos, en la misma vida, etc. y, más aún, de hacerlo a partir de una misma forma de estratificación de la conciencia. Es fácil demostrar que la contemporaneidad cronológica no basta para constituir situaciones de generación análogas. (..) No se puede hablar de una situación de generación idéntica más que en la medida en que los que entren simultáneamente en la vida participen potencialmente en acontecimientos y experiencias que crean lazos. Sólo un mismo cuadro de vida histórico-social permite que la situación definida por el nacimiento en el tiempo cronológico se convierta en una situación sociológicamente pertinente.3 Ingresamos a participar en la vida social cuando chocamos con las generaciones anteriores, ese momento marca el hacerse cargo del mundo, recuperando y desechando el legado. Creando lazo, con distintos grados de armonía y conflicto, pero siempre en tensión. «Es, pues, en principio indiferente que una generación nueva aplauda o silbe a la anterior, haga lo uno o haga la otro la lleva dentro de sí. Si no fuera tan barroca la imagen deberíamos representarnos las generaciones no horizontalmente, sino en vertical, unas sobre otras, como los acróbatas de circo cuando hacen la torre humana. Unos sobre los hombros del otro, el que está en lo alto goza la impresión de dominar a los demás, pero debería admitir al mismo tiempo que es su prisionero»4. La imagen que plantea Ortega, si bien correcta desde el punto de la vista del historiador, no contempla dos posibilidades inherentes al conflicto generacional: la posibilidad de recomenzar la torre, como si los de abajo terminaran literalmente sepultados en el olvido, o el hecho de no ver la torre en sí, olvidando que se está sostenido sobre los hombros de otros. Esta segunda posibilidad emerge en las épocas de presentismo, donde todo se maneja en un único plano espacial presente, imbuido sólo de actualidad, sin historia, o lo que es lo mismo, sin memoria. La primera en 3 Cita de Karl Mannheim en el artículo “Generaciones, clases de edad”, de Martín Criado, Enrique, en Román Reyes (Dir): Diccionario Crítico de Ciencias Sociales, Madrid Publicación electrónica, Universidad Complutense, 2002, http://www.ucm.es/info/eurotheo/diccionario/G/generaciones.htm (subrayado mío). 4 Ortega y Gasset, José; En torno a Galileo, en Obras completas, Madrid, Taurus, 2005-2009, Tomo XI, pág.394. 9 cambio, implica explícitamente una rotura con el tiempo, como los revolucionarios franceses que invitaban a romper todos los relojes y empezar el calendario desde cero. En el mismo texto, pocas páginas más adelante, el filósofo español regala otra imagen más sugerente para plantear el tema de las generaciones. Alguna vez he representado a la generación como una caravana dentro de la cual va el hombre prisionero pero a la vez secretamente voluntario y satisfecho. Va en ella fiel a los poetas de su edad, a las ideas políticas de su tiempo, al tipo de mujer triunfante en su mocedad y hasta al modo de andar usado a los veinticinco años. De cuando en cuando se ve pasar otra caravana con su raro perfil extranjero: es la otra generación. Tal vez en un día festival la orgía mezcla a ambas, pero a la hora de vivir la existencia normal, la caótica fusión se disgrega en los dos grupos verdaderamente orgánicos. Cada individuo reconoce misteriosamente a los demás de su colectividad, como las hormigas de cada hormiguero se distinguen por una peculiar odoración. El descubrimiento de que estamos fatalmente adscritos a un cierto grupo de edad y a un estilo de vida, es una de las experiencias melancólicas que, antes o después, todo hombre sensible llega a hacer. 5 Quisiera detenerme en dos momentos precisos de la cita. El primero de ellos refiere a la experiencia melancólica de estar irremediablemente adscritos a un espíritu generacional. La melancolía comienza en los albores de la adolescencia y desde ahí nos acompaña por el resto de la vida. Sucede que empezamos a desarrollar la capacidad del recuerdo y, en solitario o en compañía, nuestra vida se hincha de relatos. Dejar la infancia es convertirse en seres melancólicos, adquirir plena conciencia del paso del tiempo a la par que crecen los recuerdos. Pero la melancolía tiene una íntima amiga que es la nostalgia. Y es una amistad muy peligrosa, porque nos hace cruzar una frontera que lleva al precipicio. La nostalgia no es el recuerdo, no es el aroma de las calles del barrio, o de las primeras picardías, o del primer trabajo conseguido, no. La nostalgia es la íntima convicción de que todo tiempo pasado fue mejor, de que “antes se vivía mejor”, de que “fiestas eran las de antes”, “jugadores de fútbol eran los de antes”, “barrios eran los de antes”, “política era la de antes y no este mamarracho”. Cuando cruzamos la sutil frontera de seres melancólicos a seres nostálgicos, el tiempo quedó paralizado en el ayer. Y es imposible aprender de la nostalgia 5 Ibídem, pág 400. 10

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Arendt se peleaba con la filosofía porque se había formado con consumo (Arendt) o del espectáculo (Debord) como motor de la vida humana.
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