El 31 de febrero de mil novecientos cuarenta y tantos murió la mujer de un tal Anderson, en circunstancias que, sin ser mayormente notables, eran curiosas. la señora ya había preparado la cena y discutió con su marido sobre el vino que debía acompañar al pescado. Finalmente coincidieron en la elección de una botella de Chablis. la señora Anderson bajó al sótano y, como tardaba en regresar, Anderson fue a buscarla. El sótano estaba a oscuras, Anderson encendió un fósforo y vio que al pie de la angosta y empinada escalera yacía su nujer. Cuando bajó, comprobó que estaba muerta. Anderson lo declaró así ante el jurado. El veredicto fue muerte accidental. Sin embargo, en la policía había un inspector que no estaba de acuerdo. Julian Symons, autor de esta angustiosa y admirable novela, es uno de los indiscutibles maestros de la literatura policial contemporanea.