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Durkheim y las representaciones colectivas PDF

34 Pages·2007·0.264 MB·Spanish
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Durkheim y las representaciones colectivas Jorge Ramírez Plascencia3 Introducción El interés de este trabajo es reconstruir de manera histórica y sistemática el concepto de representaciones colectivas en Durkheim. Para los lectores informados del debate en la psicología social, esto parecerá un regreso inne- cesario. Al fin que hace más de un siglo que Durkheim adoptó el concepto y hace casi cincuenta años que Moscovici, “modernizándolo” (Farr, 1998), lo introdujo a la psicología social. Pero no sólo hay una enorme distancia tem- poral: también nuestro horizonte intelectual es muy distinto al de Durkheim y la discusión de las representaciones colectivas/sociales ha alcanzado un nivel de sofisticación que tal vez él ni siquiera habría podido imaginar. A pesar de esto, creo que existen buenas razones para llevar a cabo esta especie de regreso. La primera de ellas es que se inscribe en una ten- dencia actual de la propia teoría de las representaciones sociales a revalorar su relación con la teoría de Durkheim. Como parte de esta tendencia se ha transitado de una valoración ritualizada de su figura, en la que se le atri- buía casi exclusivamente la invención del término (Jodelet, 1986), a otra en la que incluso se trata de recuperar parcialmente su legado (Jodelet, 2002; Farr, 1998). Adicionalmente, diversos escritos algo recientes sobre la his- toria y los antecedentes del concepto (Moscovici, 1997; 2001; Marková, 3 Departamento de Sociología, Universidad de Guadalajara. 17 2003), así como sobre el pensamiento de Durkheim (Moscovici, 1993), han ofrecido una apreciación más equilibrada y minuciosa de sus contri- buciones en la historia de la idea. La segunda razón es que, a pesar de que se visualice la aportación de Durkheim como parte de un pasado remoto, sería difícil negar que su enfoque sigue estructurando de modo tácito el campo de trabajo de las representaciones sociales. Revisar a Durkheim es una manera de traer a la re- flexión el conjunto de premisas y nociones que subyacen a la interpreta- ción contemporánea de las representaciones sociales, tales como la re- lación entre el pensamiento y la realidad, el vínculo entre la representación y la acción, el carácter social de las representaciones, su relación con lo simbólico, entre otras. Además es evidente que la exploración de la idea en Durkheim po- dría ser aún teóricamente fecunda. Farr (1998) insistió ya en la necesidad de retornar a su pensamiento para recuperar la dimensión cultural de la teoría de las representaciones sociales. En realidad hay que agregar que este regreso podría ayudar a reconsiderar el lugar del concepto dentro de una teoría general de las sociedades modernas, nexo que en mi opinión se ha perdido dentro de la psicología social. Significa repensar un marco de orientaciones generales en el que el concepto de representaciones co- lectivas, como fue elaborado por Durkheim, adquiría sentido con relación a la democracia, lo sagrado, el ritual, la ciencia y la moral. Se debe agregar, por último, el hecho de que la discusión de esta idea en Durkheim abre el acceso a la comprensión y discusión de otros es- fuerzos intelectuales que han trabajado con ella. Aunque Moscovici (2002) tiene razón en señalar que en la sociología no ha prosperado el concepto de representaciones colectivas, al menos al nivel en que sí lo ha hecho en la psicología social, no se puede negar que han existido esfuerzos impor- tantes. Los trabajos de Fleck (1986), Bloor (2003) y Beriain (1990) indican esta utilidad del concepto, pero lo mismo se puede señalar respecto a los de Chartier (1992) y Douglas (1996) para terrenos distintos a la sociología. Estos casos demuestran que el contenido de la idea de representaciones colectivas no se agota con su apropiación en el campo de la psicología 18 social y, más importante, que la teoría social aún puede ser estimulada por las ideas de Durkheim en torno a este concepto. Aunque es de utilidad, discutir esta idea en Durkheim tiene cierto grado de complejidad. Hay que tener en cuenta que Durkheim trabajó con el concepto con el apoyo de un conjunto muy amplio de referencias filo- sóficas y psicológicas. Pero no sólo eso, sino que, como era común en la época, apenas indica la procedencia de muchas de ellas. Otro problema es que, contra lo que suele pensarse, la noción de representaciones colectivas no aparece en forma algo tardía en su pensamiento, ni está localizada en algunos de sus trabajos, sino que recorre casi todo el corpus textual de su obra. Adicionalmente, se debe observar que la idea de representaciones colectivas no tiene un rango similar a cualquier otro de sus conceptos. Ocupa en realidad el centro de su teoría sociológica, en la medida en que gradualmente las consideró como el objeto propio y exclusivo de la so- ciología. Esto impide restringir su discusión a un sector de su pensamien- to; es necesario considerar el conjunto de sus razonamientos. Habría que agregar, finalmente, que Durkheim utiliza la idea no sólo para dar vida a la naciente disciplina sociológica, sino para tratar de resolver intrincados debates filosóficos, psicológicos, pedagógicos y hasta morales. Dar cuenta de todos estos aspectos rebasaría las proporciones razo- nables de un capítulo de libro. Sin embargo, he tratado de considerarlos en alguna medida. La exposición que sigue está articulada a la vez con criterios históricos y sistemáticos, aunque el peso del primero es más vi- sible en las primeras secciones. Rastreo la adopción de la idea por parte de Durkheim, me detengo brevemente en sus antecedentes intelectuales y trato de precisar los contornos y alcances que tuvo en su pensamien- to. Para la parte propiamente histórica me he apoyado en información conocida en alguna medida, aunque sorprendentemente ignorada en los trabajos contemporáneos, especializados o no. Es el caso del papel que desempeñó Alfred Espinas y Wilhelm Wundt en la génesis y difusión de la idea. Para la parte más sistemática he explorado el concepto como aparece en sus libros publicados en vida, pero también en sus múltiples artículos y lecciones de cursos, estos últimos publicados póstumamente. 19 Las representaciones: entre la filosofía y la psicología Para un observador contemporáneo, la expresión representaciones colecti- vas no tiene un significado del todo evidente. En algún grado, tampoco lo era en el tiempo de Durkheim. Por eso trató en distintos momentos de precisar qué designaba (Durkheim, 1893/1994; 1896; 1898/2000; 1912/1993), espe- cialmente cuando, a partir de 1894, con la publicación en artículos de lo que sería después Las reglas del método sociológico comenzó a precisar con ella el ob- jeto propio y exclusivo de la sociología (Durkheim, 1895/1989). En efecto, como afirmó poco después, si “la vida social… está compuesta esencialmen- te de representaciones” (Durkheim, 1897/2003: 342), la viabilidad de una ciencia consagrada a su estudio dependía de que éstas fueran perfectamente definidas y se demostrara que eran reales. A pesar de su intento de definición, Durkheim no creyó necesario en ningún momento precisar a fondo uno de los términos: las representaciones. Sus análisis sobre las representaciones colectivas están enfocados en diseñar los argumentos para que se acepte la existencia de tipos colectivos de repre- sentaciones, distintos a los individuales (Durkheim, 1898/2000), pero deja sin esclarecer qué son exactamente las representaciones. Evidentemente, su sig- nificado se puede deducir de algunas menciones que le dedica en algunos de sus escritos (Durkheim, 1893/1994; 1913-1914/2003), pero no deja de ser sorprendente que el término recorra prácticamente la totalidad de su obra y no haya aportado ninguna definición explícita, más todavía cuando la necesidad de definir los conceptos usados había sido erigida por él como un imperativo metodológico ineludible (Durkheim, 1895/1989). El hecho de que Durkheim no introdujera esta precisión puede ser explicado porque el significado de esta palabra se sobreentendía (Picke- ring, 2000). En efecto, su educación y su trabajo transcurrieron en un medio intelectual donde la palabra era un término de uso común. Brooks ha señalado que hacia 1890 el término représentation se había tornado equi- valente de la palabra inglesa idea (en Romani, 2002: 285). Pero no sólo era común: en la filosofía y la psicología de la época, fuertemente influidas 20 por Kant, la palabra se había tornado fundamental para estudiar la cons- titución psicológica de la mente y abordar complejos problemas relativos al conocimiento. Sería sumamente complejo tratar de esbozar siquiera un perfil de la importancia que adquirió el concepto. Se le encuentra no sólo en Kant, sino en Hegel y Schopenhauer. En la filosofía francesa adquirió relevancia en la obra de Charles Renouvier y Emile Boutrox, profunda- mente influidos por Kant, lo mismo que en Octave Hamelin, discípulo del primero. En Alemania el término es fundamental también en los precur- sores y fundadores de la psicología experimental. Al parecer su incorpo- ración aquí se debe a Herbart, quien en su juventud fue influido por Kant y al que terminó sucediendo en su cátedra (Boring, 1988). Más tarde se encuentra, de modo inequívoco, en Wundt y Brentano. En la psicología francesa, muy influida por la psicología alemana de la época, se observa su presencia en la obra de Théodule Ribot y Espinas. Ahora bien, es sabido que Durkheim estudió en algún grado a casi todos estos autores, algu- nos de los cuales fueron además sus maestros (Renouvier, Boutrox, Ribot, Wundt en Alemania) o tuvieron algún vínculo personal con él (como Es- pinas, que fue su colega; o Hamelin, que fue amigo). Evidentemente Durkheim no tenía necesidad de aclarar qué signi- ficaban las representaciones ante una circulación tan generalizada. Se ha- bría atenido a la significación convencional que procedía de estos trabajos. Stedman ha argumentado detalladamente que la noción procedía de Kant y de la lectura que de su obra hizo Renouvier. Durkheim habría coincidido con ellos, entre otros puntos, en que representar significaba “traer cosas delante de la mente” (Stedman, 2000: 57). Ciertamente es correcta esta apreciación, pero en mi opinión es muy restrictiva. Es más prudente ad- mitir que Durkheim pudo recurrir a diversas fuentes para hacerse de una noción general de representación. Así, por ejemplo, en el documento más antiguo que se conoce de él, en realidad apuntes de clase de uno de sus alumnos del liceo y que no fue descubierto sino hasta 1993, la noción de representación aparece ligada a la noción empirista de idea, algo que no se ajusta mucho a una visión estrictamente kantiana del asunto. Después de establecer que las facultades psíquicas no pueden ser confundidas entre 21 sí, Durkheim aclara que “la actividad está caracterizada por la acción, la sensibilidad por la pasividad y la inteligencia por la representación” (Dur- kheim, 1883-1884/2004: 58). La inteligencia, o facultad de conocer, tiene un acto propio que es la idea y lo característico de la idea es ser represen- tativa. De ahí que “toda idea represente un objeto” (ibidem: 56). Durkheim está usando idée en el sentido de un “estado de conciencia”, pero su par- ticularidad es que está referida a un objeto. Esto es lo característico de la noción de idea en su curso: su remisión a algo que no es ella misma. Así, Durkheim considerará más adelante que “la idea es un acto del espíritu que representa un objeto; toda idea es una representación” (ibidem: 185). Más significativa me parece, no obstante, la acepción del término que Durkheim introduce, subrepticiamente, en uno de los pocos pasajes en los que aparece dentro de La División del Trabajo Social (1893), su primer libro. Ahí el sentido del término acusa en mi opinión una fuerte impronta de los escritos psicológicos de Wundt4: Una representación no es, en efecto, una simple imagen de la realidad, una sombra inerte proyectada en nosotros por las cosas; es una fuerza que suscita en su alrededor [dentro del organismo] un torbellino de fenómenos orgánicos y físicos (Durkheim, 1893/1994: 124). Durkheim cita casi literalmente, al menos para la primera frase5, un postulado fundamental del psicólogo alemán, cuya enseñanza siguió en Alemania y cuyas obras conocía de sobra, como atestigua en varios puntos de sus escritos (Durkheim, 1883-1884/2004; 1893/1994; 1898/2000): 4 Wundt fue una influencia importante en el pensamiento de Durkheim. Se sabe de ella a propósito de varias ideas relevantes (véase Lukes, 1973/1984). Sin embargo, en mi opinión no se ha profundizado demasiado en esta influencia. Generalmente se ha observado las relaciones entre ambos pensadores a partir de dos obras de Wundt. Los historiadores de la sociología han dado prioridad a la Ethiks, que reseñó Durkheim (1887), (así Deploige, 1911/1927; Jones, 1999); los psicólogos, en cambio, han dado más énfasis a la muy posterior psicología de los pueblos (Farr, 1998; Fernández, 1994). Poca atención se ha prestado a los escritos de psicología general de Wundt, los cuales eran del conoci- miento de Durkheim. 5 Stedman pasa por alto esta relación con Wundt, pero explica que la idea de fuerza asociada a la representación proviene de Renouvier (véase Stedman, 2000: 56). 22 Nosotros entendemos por representación (vorstellung) la imagen, que un objeto engendra dentro de nuestra consciencia. El mundo –en tanto que lo conoce- mos– se compone únicamente de nuestras representaciones6 (Wundt, 1886: 5; énfasis en el original). Pero debemos aclarar que la imagen por la que se definen las repre- sentaciones no sólo es un estado determinado de la mente a la manera de un proceso figurativo que sucede en el cerebro humano. Es más bien la manifestación dentro de la conciencia de cualquier objeto capaz de afectar- la. Para Wundt y Durkheim, las representaciones designan todo contenido mental, en el que caben las sensaciones, las percepciones, las imágenes y los conceptos. Así, para Wundt, las sensaciones son en última instancia representaciones simples (ibidem: 6). Durkheim, por su cuenta, recono- ció claramente tres grandes clases de representaciones: las sensaciones, las imágenes y los conceptos (Durkheim, 1913-1914/2003; 1914/1976). Aunque cada uno puede describirse por su desigual nivel de complejidad y, en el caso de los conceptos, por su origen colectivo, todos ellos tienen las características de implicar una relación de la mente con un objeto interno o externo al sujeto, es decir, son elementos representativos. La representa- ción es, entonces, el atributo más general de los estados mentales. Pero Durkheim no sólo es fiel a la idea de representación de Wundt, sino que adopta la tesis que la complementa: todo conocimiento del mun- do se compone únicamente de representaciones, afirmación análoga a la de que la vida social está hecha esencialmente de representaciones (Dur- kheim, 1897/2003; 1901/1989). Sin embargo, mientras que Wundt intro- duce una afirmación condicional “en tanto lo conocemos”, en Durkheim la idea ya no está limitada a un yo que conoce, sino que pretende ser una afirmación realista sobre la sociedad. Pero para llegar a este punto, Dur- kheim tuvo que sacar la noción de representaciones del campo de la con- 6 Observemos que la última frase de la cita remite inequívocamente a Schopenhauer y su obra El mundo como voluntad y representación, que inicia con la famosa sentencia “el mundo es mi representa- ción” (Schopenhauer, 2005: 85). La influencia de Schopenhauer a la vez sobre Wundt y Durkheim es conocida (véase Mestrovic, 1989; 1992). 23 ciencia individual y de su asociación estrecha con los problemas del co- nocimiento, y por ende de la psicología y la filosofía, para hacerla una enti- dad que, sin dejar de ser psíquica, iba a convertirse en el objeto de estudio propio de la sociología. Esta transformación no fue sencilla. Implicó, al menos, postular la hipótesis de una conciencia colectiva que, al igual que la conciencia individual, sirviera de marco de estructuración de las representaciones. También supuso postular el substrato sui generis que, como en el caso del sistema nervioso para la conciencia individual, evitara la idea inverosímil de representaciones flotando en el aire. Aunque fuera una labor complica- da, Durkheim creía del todo necesario llevarla a término para asegurarse de un ámbito de la realidad específico que hiciera justificable la existencia de la sociología. Si no era posible postular una realidad emergente, que no fuese explicable por las leyes psicológicas que gobiernan la conducta del individuo, entonces resultaban vanos los intentos de fundar una ciencia independiente. Este especie de dogma epistemológico, que Durkheim he- redó de Comte y Espinas, lo llevó a esforzarse por encontrar esa realidad emergente en la conciencia y las representaciones colectivas. En la conse- cución de esta empresa, sin embargo, Durkheim no trabajó solo. Descubriendo el objeto de la sociología: las representaciones colectivas Se ha querido ver la aparición de la idea de representaciones colectivas en el famoso ensayo de 1898, Representaciones individuales y representaciones colectivas (Farr, 1998; Bellah, 1965: 1697), en virtud de que el concepto de representaciones colectivas es tratado ahí por primera vez de manera pre- cisa. Otros autores la han establecido un año antes, en 1897, cuando Dur- kheim publica su estudio sobre el suicidio (Lukes, 1984: 7; Thompson, 2002: 61) y explica a detalle el tipo de realidad que estudia la sociología. 7 Aunque Bellah agrega que la idea también aparece en el artículo “La prohibición del incesto”, publi- cado por Durkheim ese mismo año. 24 Ambas fechas, en efecto, pueden tomarse como indicativas para datar el uso recurrente que hará de la idea a partir de entonces. Sin embargo, no pueden tomarse en sentido estricto como puntos de partida. Es necesario ir más atrás en los escritos de Durkheim y reconocer, además, la influencia de otros pensadores. El término de représentations collectives está presente ya, por ejemplo, en La división del trabajo social. Su presencia ahí es marginal. Durkheim in- troduce la expresión solo en dos ocasiones8 y como parte de un único argumento: las representaciones colectivas, propias de sociedades que lla- ma “segmentarias”, desaparecen conforme avanza la división del trabajo. Esta gradual desaparición se hace patente a partir del debilitamiento de la sabiduría popular: La disminución del número de proverbios, de adagios, de refranes, etc., a me- dida que las sociedades se desarrollan, es otra prueba de que las representacio- nes colectivas también se van indeterminando (Durkheim, 1893/1994: 212). Y líneas más adelante añadirá en la misma dirección que “hay menos representaciones colectivas bien definidas para encerrarse en una forma determinada” [justamente la forma proporcionada por el proverbio o el adagio] (ibidem: 214). Estas dos menciones, sin embargo, no pueden con- siderarse sin relación con la noción de conciencia colectiva, frente a la cual cobran sentido. Debemos considerar a las representaciones colectivas como estados constitutivos de la conciencia colectiva9. 8 En realidad en tres ocasiones si consideramos una en el que distingue entre representaciones “exclu- sivamente personales” y representaciones que no tienen este carácter, distinción que luego se expre- sará en su pensamiento con la contraposición entre representaciones individuales y representaciones colectivas. Ambas son constitutivas de la conciencia humana: “…no puede haber (conciencias) que no reflejen, a la vez, las cosas que se refieren al individuo solo y las cosas que no le son personales” (Durkheim, 1893/1994: 245). 9 Al afirmar esto me alejo de la opinión convencional, establecida por Lukes (1973/1984), según la cual Durkheim habría “abandonado” el concepto de conciencia colectiva por el de representacio- nes colectivas. No es el caso. El mismo Lukes da ejemplos de la pervivencia de ambas nociones. Esta pervivencia llega incluso a uno de sus últimos cursos (Durkheim, 1913/1914). Es cierto, no obstante, que su utilización se va haciendo cada vez más esporádica. Lukes da razones válidas para explicar este cambio, pero creo que la más importante que no menciona es que Durkheim empezó a 25 Durkheim busca expresar con esta noción un conjunto relativamente preciso, circunscrito y organizado de fenómenos mentales que, en su opi- nión, son compartidos por el promedio de miembros de una sociedad: El conjunto de las creencias y de los sentimientos comunes al término medio de los miembros de una misma sociedad, constituye un sistema determinado que tiene su vida propia, se le puede llamar la conciencia colectiva o común […] Es el tipo psíquico de la sociedad, tipo que tiene sus propiedades, sus condiciones de exis- tencia, su manera de desenvolverse, como todos los tipos individuales, aunque de otra manera (Durkheim, 1893/1994: 104, subrayado en el original). Es por estas características que le interesa aclarar que la conciencia colectiva no es toda la conciencia social, menos tratándose de sociedades organizadas. En estas sociedades ocuparía sólo un espacio (limitado, en opinión de Durkheim, al moderno culto al individuo). Pero tampoco la conciencia colectiva debe interpretarse como una prolongación de las con- ciencias individuales. Es una entidad aparte. Sería, en una fórmula muchas veces repetida por Durkheim a propósito de las representaciones colec- tivas, una realidad sui generis, distinta de las conciencias de los individuos, pero que sólo podría existir y manifestarse a través de ellas. El argumento principal de ese libro de Durkheim, sin embargo, se diri- ge a demostrar que la forma de integración de las sociedades modernas ya no deriva de la conciencia colectiva y sus contenidos (las representaciones co- lectivas). La unidad social por semejanzas que producen ha sido remplazada por una unidad creada a partir de las interdependencias funcionales, a su vez sostenidas por el desarrollo de la división del trabajo. Por ello, la explicación que ofrece la hipótesis de lo colectivo sólo tiene un valor limitado. En cuanto se introduce se le deja de lado como algo sólo referido a sociedades extin- interesarse más por la forma en que las representaciones colectivas se interiorizan y articulan la na- turaleza social del ser humano, que por especificar cómo estructuran la conciencia colectiva conside- rada en sí misma. Además, Durkheim habría recurrido más al vocablo sociedad como equivalente al de conciencia colectiva, con lo cual evitaba las polémicas resonancias metafísicas del primer término (aunque heredó toda su carga realista). 26

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