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Disciplina de la vanidad PDF

370 Pages·121.509 MB·Spanish
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Iván Thays (Lima, 1968) estudió Literatura y Lingüística en la Pontificia Universidad Católica del Perú. Publicó en 1992 el conjunto de cuentos Las fotografías de Frances Farmer. Luego, en 1995, la novela Escenas de Caza y, en 1999, su segunda novela El viaje interior. Cuentos suyos han aparecido en diversas antologías de la nueva narrativa latinoamericana. Serie Ficciones NARRATIVA La disciplina de la vanidad Serie Ficciones NARRATIVA IVÁN THAYS La disciplina de la vanidad Pontificia Universidad Católica del Perú -FONDO EDITORIAL 2000 La disciplina de la vanidad Primera edición: noviembre de 2000 2000 ejemplares Dirección editorial: Dante Antonioli D. Responsable de la Serie Ficciones: Estrella Guerra C. Diseño de cubierta: Edgard Thays V © Iván Thays, 2000 Derechos exclusivos en Perú © 2000 de esta edición: Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú Av. Universitaria cuadra 18, San Miguel, Lima Perú Teléfonos: 460-0872, 460-2870 anexos 220 y 356 Email: < [email protected]. pe> Derechos reservados. Prohibida la reproducción de este libro por cualquier medio, total o parcialmente, sin permiso expreso de los editores. ISBN: 9972-42-365-4 Hecho el Depósito Legal: 1501032000-4148 Impreso en Perú - Printed in Peru «Hablo en el umbral de este libro porque he sido el ú]timo que ha conocido las ceremonias. Hablo asimismo, como siempre, para engañar. Ni a mí ni a ningún otro está dedicado este libro. Este libro está dedicado al dedicar». TALLEYRAND EL RINOCERONTE LAS HERRUMBROSAS CADENAS sostenían una plataforma. Su chirrido era espantoso. Se balanceaba. Era increíble cómo todos, en ese momento, estábamos tan pendientes de aquellas cadenas, sin percatarnos del milagro o del absurdo: un rinoceronte que des cendía desde el cielo, recostado sobre aquella plataforma mecáni ca. Sus patas colgaban de una manera triste. Tenía los ojos entornados, no completamente dormidos; un destello oscuro re lucía desde el fondo de esos ojos negrísimos. Era un ser mons truoso y sucio. Un humus verde forraba el lomo como una greba. Cuando estuvo a dos metros de nosotros, los obreros detuvieron Ja maquinaria. Bajo la plataforma se observaba un agujero profun do y ancho que era su celda. Apenas podía verse un poco de hier ba y un espejo de agua. Los trabajadores mantuvieron al rinoceronte balanceándose sobre nuestras cabezas unos minutos. Luego, le vantaron unas mangl!eras, conectadas a un camión cisterna, y abrie ron el caño. El chorro fue violento, pero el animal no se inmutó. Los encargados del aseo, haciendo eco de nuestras miradas y pre guntas, dirigieron el chorro de agua al cuerno feroz. Ni aun así despertó. El espectácUlo se volvió degradante cuando un líquido marrón rojizo y espeso empezó a salir del ano del animal y a unirse con los chorros de agua. Parecía herrumbre, pero era mierda. Al fin depositaron al animal en su bóveda y los obreros se fueron. Nosotros, los escritores jóvenes, nos quedamos observando un rato al rinoceronte, como si nos costara aceptar que no desperta- ría. Uno a uno nos fuimos separando de la fosa, hasta que no quedó casi nadie. Un solitario hombre gordo, tan sucio y grasiento como el animal, vestido con mameluco y mal afeitado, esperó a que todos nos fuéramos para internarse con un rastrillo dentro del agujero y empezar a cepillar las escasas púas que eran el pelo del rinoceronte. EL VELO UN HILO DE DIARREA ESPESA: curioso comienzo de un ensayo sobre un asunto tan delicado y transparente como la vanidad. Sin em bargo, no es una ironía ni una paradoja. Menos aún una parodia. Significa solo que los extremos de la Tierra están siempre íntima mente ligados. Una moneda girando, que muestra al mismo tiem po ambos lados. Una peca de luz que se mueve por el contorno de ·una naranja. Así es la vida: un velo que desfallece y deja desnuda a una bailarina. Y es el velo, y es la bailarina. UN LORO FLAUBERT COMPARÓ LA VANIDAD con un loro que pasea su plumaje entre los árboles y el orgullo con un oso que se esconde en su cueva. Y el maligno Onetti, ofendiendo injustamente la vanidad de los jóvenes escritores, dijo que hay quienes nacieron para escri bir y quienes nacieron para ser escritores. ¡Ah, bueno! También está aquel Vanitas vanitatum, et omnia vanitas con que denuesta el Eclesiastés a quienes ni siquiera conoce (aunque más bello es el griego: Mataiotes mataioteton, kai panta mataiotes); pero basta, deje mos eso para Tune, Aut, Nunquam, esos tres jóvenes turcos, ese círculo de mafiosos, esos viles jueces, fiscales del buen gusto, in cansables perseguidores de los gestos de vanidad de los escritores jóvenes desde las páginas de sus diarios, semanarios y revistas. Tune, 10

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