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Dilthey Comprender la historia implica comprender la vida de las personas que la hacen APRENDER A PENSAR Dilthey hizo de la vida el centro de su filosofía que concibió como un enig­ ma que precisa de comprensión, y no como algo cerrado en leyes universales y principios absolutos. Las ciencias del espíritu, esto es, las de la cultura y la sociedad, son las encargadas de estudiar esa vida, no tanto para explicar la verdad de los asuntos humanos como para comprender los motivos que conducen a la creación de ciertos valores y la elección de determinados fines. En este sentido, comprender la realidad histórica implica comprender la vida de las personas que la hacen. APRENDER A PENSAR Dilthey Comprender la historia implica comprender la vida de las personas que la hacen RBA © Rodolfo Rezóla Amelivia por el texto. © RBA Contenidos Editoriales y Audiovisuales, S.A.U. © 2016, RBA Coleccionables, S.A. Realización: EDITEC Diseño cubierta: Liorenç Marti Diseño interior e ¡Biografías: tactilestudio Fotografías: Album Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o transmitida por ningún medio sin permiso del editor. ISBN (O.C.): 978-84-473-8198-2 ISBN: 978-84-473-8966-0 Depósito legal: B-15692-2017 Impreso en Unigraf Impreso en España - Printed in Spain Sumario Introducción.................................................................................................................7 Capitulo 1 El problema de la validez del conocimiento histórico............................19 Capítulo 2 La autonomía de las ciencias del espíritu ... 49 Capítulo 3 El proyecto de una filosofía de la vida.........81 Capítulo 4 El poder de las ideas sobre el mundo........113 Glosario ...................................................................147 Lecturas recomendadas............................................................................153 Índice .......................................................................................................155 Introducción En su ensayo Guillermo Dilthey y la idea de la vida, el filó­ sofo español José Ortega y Gasset (1883-1955) ponía nom­ bre al que consideraba «el filósofo más importante de la segunda mitad del siglo xix». Sin embargo, la obra y las ideas de Dilthey no tuvieron mucha resonancia fuera de Alemania y de un círculo próximo de discípulos de su cáte­ dra en la Universidad de Berlín. Fue así hasta que algunos pensadores del siglo XX reivindicaron su aportación a la filosofía de la vida (centrada en las condiciones concretas de la existencia humana), a la corriente filosófica de la her­ menéutica (método de análisis basado en la interpretación de las relaciones entre el ser humano y las características específicas de su tiempo) y a las ciencias sociales. En cuan­ to filósofo, Dilthey fue, como Friedrich Nietzsche (1844- 1900), más bien un pensador para el siglo en el que murió, y no del siglo en el que vivió. Ambos intelectuales alema­ nes dejaron de construir grandes sistemas filosóficos de la realidad como totalidad, a diferencia de los metafísicos an­ teriores. Esta circunstancia no se debía solo a su narrativa 7 abierta y ajena a enunciados absolutos y definitivos, sino también a su voluntad de arriesgarse a afirmar que «la vida ha de ser entendida a partir de sí misma». Además de por su pensamiento anticipador, ¿a qué se debió entonces el silencio que envolvió su trabajo en vida? Por un lado, es cierto que le tocó convivir con filósofos más reconocidos que él, como Karl Marx (1818-1883) y el pro­ pio Nietzsche. Pero también su personalidad de romántico tardío, heredera de los creadores alemanes del siglo xix, se enfrentó al triunfante pensamiento de los autores positivis­ tas. Dilthey se posicionó frente a la especulación filosófica metafísica (según la cual la realidad se rige por una serie de principios básicos inmateriales) contra la que los autores po­ sitivistas luchaban, pero lo hizo de una manera diferente, más humana. El filósofo alemán quiso enseñar a ver la auténtica reali­ dad de la vida entre personas, disipando, con el temple vital producido por la vivencia de la propia conciencia histórica, las nieblas y los fantasmas acumulados al concebir como en­ tidades abstractas el arte, la ciencia, el Estado, la sociedad y la religión. Para poder comprender la forma de actuar de las personas concretas, llamó la atención sobre la historia real de una inteligencia que no existe como una facultad aislada, dedicada a la representación de los fenómenos, sino que sur­ ge de la totalidad de fuerzas anímicas del hombre. Puso su espíritu en conflicto con las antinomias de su época. Y esta fue la actividad fundamental de su pensamiento: hizo filoso­ fía positiva de verdad, radical, desde su raíz, filosofía desde la vida. Dilthey jugó a que la inteligencia humana construye­ ra el mundo real bajo las condiciones de una conciencia his­ tórica que estaba, por fin, viva, cambiando, relacionándose y reescribiéndose en sus vínculos sociales e históricos. Investi­ gó, de una manera nueva, cómo fundamentar las ciencias del 8 espíritu rastreando la experiencia de la vida psíquica com­ pleta con una crítica de la razón histórica. En 1883, a los cincuenta años de edad y cuando ya ocupa­ ba una cátedra de filosofía en la Universidad de Berlín, pu­ blicó el primer y único volumen de su famosa Introducción a las ciencias del espíritu. Allí escribió sobre la necesidad de remontar la génesis de la razón histórica hasta la revolución intelectual de los sofistas, maestros de cultura y de la técnica del lenguaje en la Atenas del siglo de Pericles (v a.C.). Cuan­ do el sofista griego Protágoras (485 a.C.-411 a.C.), estable­ ció el enunciado «el hombre es la medida de todas las cosas» como fundamento relativista de todas las relaciones con la realidad, los griegos descubrieron el mundo espiritual junto al de la naturaleza. Sin embargo, aquella línea de investigación sobre las cien­ cias humanas no tuvo prácticamente continuidad hasta la modernidad. En la filosofía occidental triunfó Platón, con su propuesta de búsqueda del conocimiento de la naturaleza y de los asuntos humanos más allá de los fenómenos cambian­ tes, en las Ideas; y también lo hizo Aristóteles, quien, a pesar de centrar la investigación en la experiencia directa a través de los sentidos, mantuvo el modelo teleológico y dualista de su maestro con su idea de un perfecto primer motor inmó­ vil. Para ambos, lo que ponía la medida del saber auténtico y del conocimiento verdadero de todas las cosas era qué se llegaba a conocer y no quiénes lo hacían. Para que hubiera ciencia, esa realidad natural debía poder decirse en términos abstractos, universales y necesarios, independientes de cual­ quier situación concreta; es decir, la ciencia pasó a hablarse en términos metafísicos (remitiendo, en última instancia, a una realidad diferente, no física y ajena a todo cambio). En este sentido, la historia de las interacciones entre las personas no podía ser ciencia, sino mera acumulación de Introducción datos. Las narraciones de los acontecimientos humanos considerados más importantes se circunscribieron a los mo­ delos de interpretación del mito (que divinizaba a sus prota­ gonistas) y de la historia sagrada (donde se ponía como pro­ tagonista a la propia divinidad en los relatos del judaismo y el cristianismo). Fue entre los filósofos modernos del siglo xvni cuando se inició el proyecto epistemológico de una nueva ciencia de la historia, bajo el supuesto de que el conocimiento y la ciencia en general dependen de la acción y de la técnica. Así, el italiano Giambattista Vico (1668-1774) quiso hacer ciencia de la historia tal como Galileo lo había hecho de la naturaleza. Después del impulso historicista de pensadores ilustra­ dos franceses como Voltaire (1694-1178), fue el prusiano Immanuel Kant (1724-1804) quien, con las condiciones a priori del sujeto en su filosofía trascendental (la aportación activa del sujeto de condiciones que hacen posible el cono­ cimiento, como las coordenadas del espacio y el tiempo y las categorías que sirven para la elaboración de conceptos), quiso fundamentar el conocimiento de la naturaleza en un giro copemicano similar al que Newton había llevado a cabo en las ciencias de la naturaleza cuando impuso el punto de vista de la fuerza de la gravedad sobre los hechos natura­ les. Aquí es donde se encuentra situado el quehacer filosó­ fico de Dilthey: en la tradición cultural humanista de la filo­ sofía de Kant, el idealismo alemán (que pensaron la realidad como un sistema de relaciones lógicas, explicable mediante ideas) y la escuela histórica alemana (que hacía hincapié en las condiciones históricas que habían dado lugar a las dife­ rentes sociedades) de la segunda mitad del siglo xix. Su me­ ditación y contemplación de la vida universal respondía a un proyecto burgués de pensamiento liberal y reaccionaba ante la crisis de la nueva Alemania unida desde 1871 y gobernada por el canciller Otto von Bismarck, con su industrialización, militarización, burocratización y reducción de la educación a formación técnica. Como propuesta para mantener la con­ tinuidad histórica, Dilthey intentó ampliar a la experiencia total de la vida humana el proyecto ilustrado de la crítica de la razón pura con el que Kant había querido legitimar las ciencias de la naturaleza, vinculando sensibilidad (empiris­ mo) e intelecto (racionalismo). Este libro describe en cuatro grandes áreas el recorrido del pensamiento de Dilthey por las ciencias del espíritu, de­ dicadas al estudio de las relaciones humanas. Como punto de partida aparece su sentimiento ante el escepticismo (esa «sombra de la metafísica») que alimentó la crisis de los sis­ temas filosóficos en el siglo xix. Cuando Dilthey juzgó con su conciencia histórica la pretensión de validez universal de las afirmaciones metafísicas en los sistemas filosóficos, lo que encontró —en el transcurso de un sueño— fue el escenario de «un inmenso campo de ruinas». Ante la conciencia des­ garrada por «la perplejidad del espíritu acerca de sí mismo» y el reinado del pensamiento científico, se distanció tanto del romanticismo metafísico como del inhumano positivis­ mo y decidió dedicarse a fundamentar filosóficamente la es­ cuela histórica. Debido a ese «dolor del vacío» de la conciencia histórica, buscó la otra fundamentación, no la de las ciencias de la na­ turaleza y su explicación de las causas eficientes, sino la de las ciencias del espíritu. Dilthey penetró en el juego de los motivos para comprender la experiencia interna a partir de la vivencia: la conexión de las acciones y hechos de los hom­ bres concretos «sometidos al poder del lugar y de la hora». Para él, la vida humana aparecía ante las personas como algo enigmático que precisa de nuestra comprensión, y no como Introducción

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