Departamento de Proyectos Arquitectónicos Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid TIERRA ESPACIADA El árbol, el camino, el estanque: ante la casa. Luis Martínez Santa-María. Arquitecto Director: Javier Frechilla Camoiras. Doctor Arquitecto D.1 2 Tribunal nombrado por el Mgfco. y Excmo. Sr. Rector do la Universidad Politécnica do Madrid, el día do do 19 Presidente D. Vocal D. Vocal D. Vocal D. Secretario D. ' Realizado el acto de defensa y lectura de la Tesis el día. de de 19 en Calificación: ; EL PRESIDENTE LOSVOCAl-ES EL SECRETARIO tr> c ^i t '-'%»• ^^ t TIERRA ESPACIADA El árbol, el camino, el estanque: ante la casa. ÍNDICE I VOLUMEN Prólogo 4 Agradecimientos 9 Introducción. 12 Registro de imágenes 31 El árbol ante la casa Prologo al árbol. 32 El alejado 47 Notas finales 56 El último 60 Notas finales 70 El pequeño 75 Notas finales 81 El ausente 93 Notas finales 100 El raro 107 El unido 119 Notas finales 128 Registro de imágenes 131 11 VOLUMEN £1 camino ante la casa Prologo al camino 2 El camino que no acaba 23 Notas finales 38 El que no retoma 44 Notas finales 58 El que retoma al mar 62 Notas finales 76 El que se evade 79 Notas finales 97 Registro de imágenes 101 f/v4^ III VOLUMEN El estanque ante la casa Prólogo al estanque 2 El agua en calma 25 Notas finales 40 El agua expuesta 52 Notas finales 65 El agua vertida 71 Notas finales 86 Registro de imágenes. 99 Epílogo 102 Registro de imagen 106 Bibliografía. 107 PROLOGO I Los trabajos desarrollados en la presente tesis están indudablemente relacionados con las clases a las que he atendido como profesor de proyectos en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid desde el año 1990. Una de las primeras clases teóricas que pude dar trataba sobre el agua de lluvia y comenzaba con el Panteón. Allí la lluvia entra por el inmenso óculo y no llega al suelo porque desaparece y se deshace antes en el aire del edificio, en el mágico espacio introducido por la obra. Cuando llueve en Roma, la lluvia que cae sobre la ciudad no es la misma que entra en el edificio mandado erigir por Adriano. Es una lluvia que ya dentro, corta transversalmente el único chorro de luz y cae más despacio que la luz misma, como si la luz fuese menos libre, más pesada, más material que la propia lluvia. De esa nueva lluvia, que no cae, inaugurada en esa oposición entre la luz y la sombra de la obra, no hay noticia en el afiíera. Otro ejemplo: en las catedrales góticas la altura insensata lograda por los constructores medievales se transforma merced al aparato de la gárgola en im chorro y en su consecuente sonido estrepitoso al caer con toda su fuerza sobre el barrizal de la calle. La altura, ese bien increíble para una ciudad del Medievo, pasa por la gárgola a ser sonido. La catedral transforma la lluvia en algo tremendo y no extraña, por ello, las imágenes teramórficas que ocupan los cabezales de estas bocas de agua donde ella nace. En aquella primera clase sobre el agua de lluvia hacia también referencia a los estanques de Le Corbusier en Chandigar que invocan con la fuerza de su agua plana y rehundida a los monzones y a las montañas; o al agua oscura del estanque que rodea la capilla del cementerio Brion, de Cario Scarpa, y me atrevía, y es algo que mis alumnos espero que hayan sabido disculpar, a seguir con algunas proyectos míos donde expresaba mi entusiasmo y mi candor por estos mismos temas. Continué preparando a lo largo de estos últimos años clases que de una u otra manera siempre se acercaban a ceñir esta relación entre las obras de algunos arquitectos y la tierra. Una tierra que, a pesar de su senectud, siempre podía resultar nueva al ser mirada y medida por un trabajo ingenuo, es decir: por un trabajo nacido libre. Una de estas clases trataba sobre las casas de la pradera de Frank Lloyd Wright, casas que hablan de una tierra con la que el joven arquitecto de Chicago sueña -especialmente a través de algunos de sus dibujos- y que no existen en el suburbio donde trabaja. Y aunque se llaman casas de la pradera hoy sabemos bien que no las rodea pradera ninguna sino sólo el interés del arquitecto por encontrarles una y no la encontrará verdaderamente hasta treinta años más tarde, en otro lugar, en un bosque del suroeste de Pennsylvania donde constniiráfallingwater: la llamada casa de la cascada. Hay que reconocer que hasta tal punto tal casa es buena que la tierra ha sustituido, con su topónimo cascada, el nombre del propietario. Las fotografías del lugar y de su río, el Bear Run, antes de la llegada de la construcción, revelan la poca ihiportancia de aquello que ésta ha vuelto sin embargo tan significativo. Es la casa la que ha hecho a una cascada ser la cascada. La que ha revelado el poder del bosque, de la vaguada y de las fuerzas del agua. Y ese es el don, el valor, que yo le imagino a la casa que hace a la tierra ser una tierra. A la arquitectura. Estas inquietudes hacia el estudio de algunas relaciones entre la obra y la tierra, son sin duda anteriores a mi etapa de profesor. Si miro hacia atrás me parece, más bien, que forman un espacio que ha acompañado una vida. Si esta tesis pudiese tener algo autobiográfico aceptaría que se alimenta de mi propia infancia pasada en dos polos opuestos de la geografía de España: en un pueblecito del pirineo aragonés junto al Aneto y en Málaga. Debido al trabajo de mi padre viví, pues, los primeros años entre la nieve y el mar y creo que siempre he querido volver, de xma u otra forma, a aquellas primeras imágenes de mis días infantiles que intervinieron de una manera honda en mi fidelidad hacia la tierra. Sin duda es verdad que en la visión infantil hay más entrega que en la contemplación del hombre razonable'. Pero junto a aquella infancia que transcurrió lentamente al aire libre debo también estar agradecido, a quienes me trasmitieron, siendo estudiante de arquitectura, el interés por los aspectos sencillos y claros con los que ésta se hace. Porque la arquitectura supuso para mí la posibilidad cautivadora de volver a la tierra, de regresar armado con una suma de conocimientos y asegurado por una disciplina profundamente hermanada con ella. Gracias a algunas aportaciones volví entonces con herramientas muy particulares: con lo claro, con lo sencillo. Como estudiante confié sin entender del todo en esta apología de lo honesto, pero ahora sé lo que me decían mis profesores: que ' CERNUDA, Luis. Ocms la profundidad es clara, clarísima. Como estudiante no se puede entender todo, pero sí se puede confiar. Es, me parece, el primer entendimiento; la confianza. En este sentido, recuerdo a D. Francisco Javier Sáenz de Oíza, que una mañana de otoño en que nos hablaba, se volvió de repente hacia la ventana, y al ver unos álamos dijo: "vaya luz bonita que tiene eso, y yo... hablando" Fue una ñ'ase muy clara y muy sencilla que apimté sin embargo en mi cuaderno de notas de estudiante y que está fechada el 8 de noviembre de 1983. Sí, la proñmdidad es clara. Este interés por la tierra como origen, como mi principio, unido a la época concreta en la que me ha tocado vivir, ha hecho que me vea forzado a enlazar la arquitectura llamada moderna, con cuyo legado directo mi generación está comprometida, con estas preocupaciones esenciales sobre la tierra y la casa. El enlace estaba garantizado toda vez que la misma pasión crítica de la modernidad, que interrumpió la continuidad con el pasado reciente, le hizo celebrar lo antiquísimo no como pasado sino como comienzo^. A algunas de aquellas obras modernas, realizadas entre 1925 y 1950, hace por tanto más de cincuenta años, me atrevo a seguir llamando contemporáneas cuando detecto en ellas que fueron realizadas, tal y como Le Corbusier quería, con amor. Sólo con eso. Y aunque la palabra amor pueda no resultar bien en el prólogo a un trabajo académico la escribo confiado en que los arquitectos sí entienden de qué hablo. Con amor, repito. No son puestas en escena, son actos de amor. Creo que gran parte de la continuación del movimiento moderno repite las fórmulas, y excesivamente confiada en la teoría programática y en sus primeros resultados plásticos, ha acabado amanerando un estilo de arquitectura que nació precisamente para librarse de los excesos de forma o de los '' PAZ, Octavio. Los hijos del limo. minimalismos de forma. Han sustituido el amor que está a punto de fracasar, por la manera que está a punto de tener éxito. Me gustan los primeros autores por sus obras regularmente logradas, por el esplendor que a pesar de los defectos habita en los contenidos, por la fe que tienen en las fiíerzas interiores de los proyectos, en lo menos visible, en el elogio profundo y sentido a la tierra y en la consideración del hombre como algo enorme y enormemente delicado. Creo que hay una relación en aquellas obras entre la originalidad y la autenticidad, un compromiso que hoy sin embargo aparece un poco olvidado. A través de trece de estas obras podrá seguirse esa lucha encendida y ese hallazgo: la obra que trae una tierra donde un dios se deja ver. La obra que hace a la tierra ser una tierra. -<''-
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