San Francisco, 1969. Libby se presenta en la casa de la señora Tuson, se acordó, a mitad de la tarde. La mujer abrió la puerta con su expresión arisca y un cigarrillo entre los dedos. Una vez subieron al estudio, le ordenó, sin más, que se desnudara y ocupara una silla de elegante acabado que estaba junto a la ventana frontal. Ella dudó. Estuvo a punto de vomitar y desfallecer. Sabía cuánto necesitaban el dinero en casa; no podía negarse. Estuvo cerca. Tuson, que debió leer sus pensamientos en su expresión, le aseguró, en pocas palabras, que no pintaría su rostro. «La mujer misteriosa», dijo que se llamaría la colección. Al final, aceptó.
Así empieza Damas Pintadas, una historia profundamente conmovedora, entre una artista consagrada y su musa, que le demuestra que el amor puede llegar en el momento menos esperado, aun cuando se ha perdido la esperanza.