J O R G E SIMMEL CULTURA FEMENINA Y O T R O S E N S A Y O S TRADUCCIÓN DEL ALEMÁN POR E U G E N I O I M A Z . JOSÉ R. PÉREZ BANCES, M. G . M O R E N T E y F E R N A N D O VELA ^Revista^ d&> Occidentes Avenida Je P¡ y Margall, 7 Madrid C opyiígkt b y ¡Revista <3c Occidente M &¿ti¿ / 1934 Imprenta de Galo Séez, Mesón de Paños, 6, Teléfono 11944. INTRODUCCION CUANDO se ofrecen en un haz trabajos diversos que, como en el caso presente, no poseen unidad alguna por su materia, la justificación tendrá que venir de la unidad de in tención que domine en tos mismos. Esta intención totaliza dora es aquí la que se deriva del concepto de filosofía; lo esen cial en ella no es-^-o no es exclusivamente— el contenido que se elabora, sino una especial actitud frente al mando y a la vida, una forma y modo funcionales de abordar las cosas y de proceder con ellas. Como tas diversas posiciones filosóficas se encuentran a irreconciliable distancia y ninguna de ellas po see un valor incontrovertible, como, sin embargo, algo co mún encontramos en todas ellas que sobrevive a la reputa ción de cada una y es lo que alimenta indefinidamente el pro ceso filosófico, no cabe duda que esto que es común no po drá residir en un contenido cualquiera, sino en el proceso mis mo. Motivo suficiente, sin duda, para aplicar el nombre de filosofía a toda la variedad antitética de sus dogmas; pero no es tan evidente que lo esencial y significativo de la filosofía tenga que radicar en esta actitud funcional, en esta movilidad formal del espíritu filosófico, o que, por lo menos, tenga que radicar en ellas a la par que en los contenidos dogmáticos y resultados, sin los cuales tampoco sería posible la marcha del proceso filosófico. Semejante separación entre la función y el contenido, entre la actividad viva y su resultado conceptual, representa nada menos que ana dirección general del espíritu moderno. Cuando la teoría del conocimiento declara a este único objeto permanente del conocimiento filosófico, desli gando el puro proceso cognoscitivo de todos sus objetos y so metiéndolo, en esta forma, al análisis; cuando la ética kan- . tiana coloca la esencia de toda moral en la forma de la buena voluntad o voluntad pura, cuyo valor es independiente de toda determinación por contenidos de fines; cuando para Nietzsche y Bergson la vida, en cuanto tal, significa la au téntica realidad y el vator supremo, y ella es la que crea y or dena los contenidos sustanciales en lagar de estar condiciona da por ellos, en todos estos casos se lleva a cabo la separación entre proceso y contenido, subrayando el primero. Podemos, pues, considerar el afán metafísico, el proceso o actitud espiritual a que da origen, como un valor que para nada es afectado por tas contradicciones o insuficiencias de sus resultados. De este modo, aligerado de la carga que su vincu lación a estos contenidos representa, cobra una flexibilidad, una envergadura, una serenidad frente a todos los contenidos posibles, como no se podía imaginar en los tiempos en que se trataba de determinar la esencia de la filosofía o de la meta física a base de sus problemas reales. Si concebimos lo funcio nal, la actitud, la profundidad y ritmo del proceso mental como siendo lo que caracteriza a este proceso de filosófico, resultará que se ampliará enormemente el número de sus ob jetos, y se obtendrá con la forma mental común y específica la unidad de las investigaciones más heterogéneas por su con tenido, unidad que es la que pretendemos ofrecer aquí. Enseña la experiencia histórica que todo acampamiento de la investigación metafísica en los terrenos de un contenido sistemático, sustrae enormes dominios del cosmos y del alma a la consideración filosófica. Lo cual no es debido, únicamen te, a la limitada fecundidad de todo principio absoluto, sino a su fijeza y falta de flexibilidad, que excluye de antemano la posibilidad de encuadrar los trozos en apariencia insignifican tes de la existencia dentro de las profundidades metafísicas. Y ningún fenómeno periférico, ni el más fugitivo y aislado, debiera sustraerse a la consideración metafísica; pero de nin guno de esos fenómenos parte una línea única a uno de los con ceptos metafísicas fundamentales. Si el proceso filosófico debe arrancar de toda la amplitud universal de la existencia, ten drá que desenvolverse, a lo que parece, en una infinitud de direcciones. Muchas modalidades, tonos, conexiones del pensa miento orientan la reflexión filosófica por una línea que, perseguida en absoluto, nos conduciría al panteísmo, otras nos orientan por el lado del individualismo; a veces, la reflexión parece que abocará definitivamente en algo idealista, o realis ta, racional o voluntarista. Se ve, pues, que existe una íntima relación entre la plenitud de la existencia, que se trata de con ducir a las honduras metafímcas, y la plenitud de todos tos absolutos metafísicas posibles. La flexible articulación entre los dos planos, su posible comunicación, de modo que poda mos llegar de cada punto del primero a cada punto del se gundo, nos lo ofrece la pura movilidad del espíritu, que no se adhiere a ningún absoluto inconmovible, y que es en sí rriis- rrta metafísica. Nada le impide recorrer todos los caminos po sibles, plegándose en la tendón de la entrega metafísica a to dos los síntomas y llamadas de las cosas con más libertad de lo que podría permitirle el celo de una dirección determinada. No hay que creer que el afán metafísico queda satisfecho al final del camino recorrido; en general, hablar de camino y meta, como si existiese un punto final unificador, no es otra cosa que un abuso de analogías espaciales; los principios ab solutos podrán ser considerados como metas ideales con el objeto de asignar un nombre determinado a las diversas cua lidades que afecta esta movilidad. Una contradicción entre tos mismos no se da más que en sus cristalizaciones dogmáticas, pero no dentro de la movilidad de la vida filosófica rrrisrm, cuyo camino puede ser característicamente individual y uni tario, a pesar de todas las inflexiones y retorcimientos que ex perimente. Este punto de vista se aleja infinitamente de todo eclecticismo y de toda prudencia compromisaria. Porque estas dos actitudes se hallan vinculadas a tos resultados dogmáticos del pensamiento no menos que tas posturas exclusivistas, sólo que, en lugar de manejar una idea fundamental, Construyen un mosaico con trozos de tas mismas o reducen sus incompa tibilidades hasta la conciliación. Aquí se trata de abandonar el tipo de metafísica como dogma para abordar el de la meta física como vida o como función, ocupándose, no del conte nido, sino de la forma de la filosofía; no de las diversidades entre los dogmas, sino de la unidad del movimiento del pen sar que es común a esas diversidades hasta el momento de cua jar en dogmas, que es cuando han cortado toda posible reti rada hacia el punto de cruce de todas las vías filosóficas, al centro de todas las posibilidades de movimiento y Capta ción. Ninguno de tos creadores geniales dentro de la filosofía ha realizado esta traslación de acento del terminus ad quem al ter- minus a quo del afán filosófico. La personalidad espiritual es en ellos tan fuerte que no puede proyectarse más que en una imagen del mundo llena y unívoca, fundiéndose en un haz in extricable el radicalismo de la actitud vital, filosófico-forrml, con el contenido en que forma cuerpo; del mismo modo que la religiosidad de tos hombres realmente religiosos significa siempre un mismo ser y una misma conducta íntima, pero en el individuo, y especialmente en el individuo religiosamente creador, ese ser y conducta forman tal unidad orgánica con el contenido de fe propio de ese individuo, que sólo este conte nido, este dogma, puede ser religión en él. No importa, pues, que la individualidad del filósofo se decante siempre en una concepción del mundo absoluta y excluyeme— lo cual, por otra parte, puede tener lugar junto con el reconocimiento de aquel desplazamiento del acento metafísico de que hablamos— ; creo que esto último constituye la condición de ana “cultura filosófica” en un sentido más amplio y moderno. Porque esta cultura no consiste en el conocimiento de mstemas metafísicos o la profesión de determinadas teorías, sino en una especial actitud espiritual frente a toda la existencia, en una movili dad intelectual en ese terreno en que se deslizan todas las tí- neas posibles de la filosofía a profundidades muy diversas y enlazadas con las más variadas realidades; como tampoco la cultura religiosa consiste en el reconocimiento de un dogma, sino en la comprensión y conformación de la vida con la mí- rada puesta siempre en el destino eterno del alma, ni la cul tura artística en la suma de obras artísticas, sino en que la materia que nos ofrece la vida sea sentida y conformada con arreglo a tas normas de los valores artísticos. La filosofía, con su marcha interna, atraviesa la disconti nuidad de las divisiones dogmáticas, y por encima y por de bajo de ellas nos ofrece dos unidades: la funcional, de la que he hablado, y la teleológica, de la que estoy hablando, según la cual la filosofía es un elemento, una forma, un soporte de la cultura en general. Ambas unidades se enlazan subterrá mámente; la cultura filosófica tiene que conservar su libertad de movimientos, dispuesta mempre a retroceder de cualquier teoría singular a la comunidad funcional de todas ellas. Puede ser que tos resultados del esfuerzo sean fragmentarios, pero el esfuerzo no lo será. Esta actitud es la que domina en el tratamiento de los pro blemas abarcados por este volumen. Demostrar cómo en su aislamiento y heterogeneidad llevan o son llevados por este concepto fundamental de la cultura filosófica no es cosa ya de programa, sino de su elaboración. €ada trabajo se apoya en el supuesto, o lo demuestra, que no es sino un prejuicio ése que cree poder afirmar que, ahondando la superficie de la vida, la capa primera de ideas que sostiene a todo fenómeno — lo que podríamos llamar su sentido—, llegamos necesaria mente a un último punto definitivo, y que, de lo contrario, de no recibir de él su dirección, quedaría como flotando en el aire. En una fábula se cuenta que un labriego, en trance de muerte, dice a sus hijos que en su tierra hay un tesoro escon dido. Ahondan y revuelven sin encontrar nada. Pero la co secha siguiente se triplica con la tierra así removida. Buen símbolo de la línea que nosotros marcamos a la metafísica. No daremos con el tesoro, pero el mando, removido por nosotros, será tres veces más fecundo para el espíritu. Aunque no se tra tara, en realidad, de buscar un tesoro, sino que esta remoción constituyera una necesidad y un íntimo destino de nuestro espíritu. CULTURA FEMENINA CULTURA FEMENINA CULTURA OBJETIVA Y CULTURA SUBJETIVA PUEDE considerarse la cultura como el perfeccionamiento de los individuos merced a la provisión de espirituali dad objetivada por la especie humana en el curso de la his toria. Decimos que un individuo es culto cuando su esencia personal se ha completado asimilándose los valores objetivos; costumbres, moral» conocimiento» arte, religión, formas so ciales, formas de la expresión. Es, pues, la cultura una síntesis singularísima del espíritu subjetivo con el espíritu objetivo. El último sentido de esta síntesis reside, sin duda» en el perfeccio namiento individual. Mas para que ese perfeccionamiento se verifique es preciso que los contenidos del espíritu objetivo existan como realidades propias, independientes de quien las creó y de quien las recibe, de manera que constituyan a modo de elementos o estaciones en el proceso de perfeccionamiento. Y así, esos contenidos, esto es, el conjunto de lo que ha sido expresado y hecho, de lo que tiene existencia ideal y eficacia real» el complejo de los tesoros culturales de una época, puede llamarse la “cultura objetiva de dicha época". Ahora bien, una vez determinada la cultura objetiva» plan téase el siguiente problema, bien distinto y peculiar; ¿con qué amplitud, con qué intensidad se apropian los diferentes indi viduos esos contenidos de la cultura objetiva? Este es el pro blema de la cultura subjetiva. Tanto desde el punto de vísí^1