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Cuitlahuac. Entre la viruela y la pólvora PDF

2014·0.38 MB·spanish
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Cuitláhuac, entre la viruela y la pólvora Primera edición, septiembre de 2014 D.R. © 2014, Antonio GUADARRAMA COLLADO D.R. © 2014, Ediciones B México, S.A. de C.V. Bradley 52, Col. Anzures, 11590, México, D.F. D.R. © 2015, EDICIONES B MÉXICO, S.A. de C.V., por el libro electrónico [email protected] www.edicionesb.com Conversión de Books and Chips, S.A. de C.V. www.booksandchips.com ISBN: 978-607-480-778-3 Hecho en México | Made in Mexico Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en las leyes, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo público. Por ti y para ti, Mariana Luego que los mexicas tomaron posesión del lugar, edificaron una capilla a su dios Huitzilopochtli… En contorno de este santuario fabricaron sus humildes chozas de carrizo y enea por carecer de otros materiales. Éste fue el principio de la gran ciudad de Tenochtitlan, que un día llegó a ser la capital de un grande imperio y la mayor y más bella ciudad de todo el nuevo mundo. FRANCISCO JAVIER CLAVIJERO Sobre esta colección LA HISTORIA DE MÉXICO TENOCHTITLAN se divide en tres periodos. El primero consiste en la peregrinación de las siete tribus nahuatlacas —mexicas, tlatelolcas, tepanecas, xochimilcas, chalcas, tlaxcaltecas y tlahuicas—, su llegada al valle del Anáhuac, la sujeción de los mexicas, entre otros pueblos, al señorío tepaneca y su liberación. En el segundo periodo se lleva a cabo la creación de la Triple Alianza entre Texcoco, Tlacopan y México Tenochtitlan, el surgimiento del imperio mexica, su crecimiento, conquistas y esplendor. El tercer periodo trata sobre la llegada de los españoles al continente americano, su trayecto desde Yucatán hasta el valle del Anáhuac y la caída del imperio mexica. El objetivo de esta colección, Grandes Tlatoanis del Imperio, es novelar ampliamente la vida de los tlatoque, plural de tlatoani, que significa “el que habla”. Acamapichtli, Huitzilíhuitl y Chimalpopoca, pertenecen al primer periodo; Izcóatl, Motecuzoma Ilhuicamina, Axayácatl, Tízoc y Ahuízotl, pertenecen al segundo periodo; y Motecuzoma Xocoyotzin, Cuitláhuac y Cuauhtémoc al tercer periodo. Esta colección está dividida en esos tres periodos, de los cuales ya se han publicado Tezozómoc, el tirano olvidado (2009), Nezahualcóyotl, el despertar del coyote (2012), Moctezuma Xocoyotzin, entre la espada y la cruz (2013) y Cuitláhuac, entre la viruela y la pólvora (2014). Cabe aclarar que Tezozómoc y Nezahualcóyotl no fueron tlatoque de México Tenochtitlan —el primero era de Azcapotzalco y el segundo de Texcoco—, pero era imprescindible narrar sus vidas para comprender el surgimiento del gran imperio mexica. La publicación de las entregas de esta colección no es por orden cronológico sino por orden de importancia. Por ello, no se publicará una novela por cada uno de los tlatoque, ya que en el caso de Acamapichtli y Huitzilíhuitl sus vidas ya fueron narradas en Tezozómoc, el tirano olvidado; y la de Chimalpopoca en Nezahualcóyotl, el despertar del coyote. La vida de Tízoc —debido a lo poco que se sabe de ella y lo corto que fue su reinado— será narrada en la novela de Ahuízotl. Aunque el lector no necesita leer las entregas anteriores para comprender ésta que tiene en las manos, pues son independientes, se sugiere leer, debido a que pertenecen al mismo periodo, Moctezuma Xocoyotzin, entre la espada y la cruz (antes o después, como el lector lo desee) para complementar la información que encontrará en Cuitláhuac, entre la viruela y la pólvora. 1 Año Dos Pedernal (30 de junio de 1520) e oye un lamento… S Es la agonía de mi pueblo. La voz desahuciada de un canto que se apaga. Cae la noche y los sonidos ya no son los mismos. Se escuchan detonaciones, trotes, relinchos, y ese ruido inconfundible de los trajes de metal y los largos cuchillos de plata. Se respira el hedor de la tortura: tripas podridas, mierda, pólvora, humo, leña ardiente, carne quemada, sangre chamuscada. Los templos han perdido su esplendor. Las casas ya no tienen calor. Las flores que adornaban la ciudad ahora están marchitas. Del canto de las aves ya poco se escucha. Han buscado otros lugares para anidar. Las sonrisas de los niños se han desvanecido. ¡Basta! ¿En qué nos equivocamos? En todo… … y en nada. Era inevitable. No se puede detener o desviar el curso de la vida. Este encuentro entre los hombres blancos y nosotros tenía que ocurrir algún día. Maldita la hora en que encontraron el camino. Malditos aquellos que nos traicionaron. Malditos todos. Maldita, palabra que vine a aprender de esta lengua. Se oye un lamento… Hemos permanecido toda la noche, en absoluto silencio, frente a la entrada principal de Las casas viejas, «El Palacio de Axayácatl». Somos alrededor de cinco mil soldados, todos con macahuitles —garrote de madera con cuchillas de obsidiana—, lanzas, arcos y flechas en mano. Cientos de mujeres caminan entre nosotros y nos entregan alimentos y bebidas, que muy pocos reciben. Llevamos más de doce horas sin atacar a los extranjeros. Ha lloviznado desde ayer en la tarde, por lo cual resulta casi imposible mantener encendidas las antorchas y las fogatas. En la penumbra surge una silueta. La sombra de la muerte se extiende sobre el piso. Sale de Las casas viejas un hombre con la cabeza soslayada. No carga penacho, ni joyas, ni macahuitl; tan sólo un calzoncillo. Desde lejos se nota su tristeza. El motivo de su desconsuelo es el mismo por el que hemos estado llorando todos los pobladores de Meshíco Tenochtítlan* desde el atardecer. Viene a anunciarnos que mi hermano Motecuzoma Shocoyotzin ha muerto. Sabíamos que hoy —después de permanecer preso doscientos veintiséis días — moriría… porque así lo decidió. Así me lo ordenó antes de que Malinche, el dueño de Malintzin, me liberara. Motecuzoma sabía que jamás saldría con vida de esa prisión, irónicamente, la casa donde vivimos nuestra infancia, el palacio de mi padre, el huey tlatoani Ashayacatl. Mi hermano llegó al final de su vida como un esqueleto. Desde que vinieron los barbudos disminuyó su alimentación a porciones mínimas, hubo días que únicamente bebía agua. Su preocupación era tanta que casi no dormía. Siempre fue un hombre delgado, fuerte y ágil, pero nunca el debilucho que acabó siendo. Jamás encontré tanta amargura en su rostro, ni vi su aspecto tan deplorable, como en los últimos meses. Motecuzoma iba a morir tarde o temprano. Él lo sabía, el tecutli1 Malinche lo sabía, yo lo sabía… * Aunque estrictamente estas palabras no deberían llevar tilde al ser castellanizadas, hemos tomado esta decisión para auxiliar al lector en su pronunciación. [N. del E.]

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