ebook img

Cuerpo Y Espiritu PDF

255 Pages·1.429 MB·Spanish
Save to my drive
Quick download
Download
Most books are stored in the elastic cloud where traffic is expensive. For this reason, we have a limit on daily download.

Preview Cuerpo Y Espiritu

Cuerpo y Espíritu – Página 1 PRIMERA PARTE LOS ORÍGENES DE LA FRAGMENTACIÓN Yo no soy yo. Soy este que va a mi lado sin yo verlo, que, a veces, voy a ver, y que a veces olvido; el que calla, sereno, cuando hablo, El que perdona, dulce, cuando odio, El que pasea por donde no estoy, El que quedará en pie, cuando yo muera. Juan Ramón Jiménez Antología Poética El problema de la realidad del cuerpo demuestra ser el problema básico, y de su solución depende todo lo demás. Gabriel Marcel, Diario metafísica El valiente nuevo mundo que deberá ser explorado en el siglo XXI es el inmenso laberinto del soma, del vivir, la experiencia corporal de los individuos humanos. Y nosotros los del último tercio del siglo XX hemos sido designados descubridores y cartógrafos de este continente somático. Thomas Hanna, Bodies in Revolt Cuerpo y Espíritu – Página 2 CAPÍTULO 1 LA FALLA BÁSICA Lo que sucede cuando miro en mi [espejo] es que yo, que nada soy aquí, me pongo allí donde soy un hombre y lo proyecto de vuelta sobre su centro. Ahora éste es un caso de especial lucidez de observación propia en general; mi espejo hace para mí lo mismo que hacen mis amigos, sólo que con menos complicaciones... Lo que por doquier ocurre oscuramente, aquí sucede en forma abierta... Entre nosotros, el espejo y yo, completamos un hombre... D. E. Harding, The Hierarchy of Heaven and Earth Todo mi vacío fulguró ante mis ojos. John Lennon ALGUNOS DE LOS RECUERDOS MAS TEMPRANOS DE MI NIÑEZ se relacionan con reuniones familiares, cuando miembros de la larga parentela se juntaban para alguna fiesta o celebración especial, o cuando algunos familiares venían a casa simplemente con el propósito de estar juntos. De niño, a menudo gozaba con estas reuniones; generalmente había mucha calidez y sensación de seguridad en ellas. Sin embargo, mirando hacia atrás, me llama la atención que mucho de este visiteo se caracterizara por la ausencia de silencio. Como sucede frecuentemente en tales encuentros, la conversación era casi constante. Estoy seguro qué había excepciones, pero éstas no resaltan en mi memoria. Como familia nosotros raramente, si es que alguna vez, nos sentamos sólo para "estar" uno con el otro; eso parece no haber sucedido jamás. La regla tácita parecía ser que ese espacio de vacío era incómodo, y que era necesario llenarlo. El silencio -no el de naturaleza hostil, sino más bien el que simplemente expresa presencia- era apariencia, y creo que inconscientemente, visto como algo amenazador. Era como si algo potencialmente peligroso pudiera surgir si es que la conversación se detenía por más de medio minuto. Supongo que esta situación es típica en la mayoría de las reuniones, no tan sólo en las de familia. Los encuentros para cenar son el ejemplo más obvio. Es como si el silencio pudiera revelar alguna suerte de espeluznante vacío. Y lo que se está evitando son las preguntas de quiénes somos y qué estamos en realidad haciendo unos con otros. Estas interrogantes viven en nuestros cuerpos, y el silencio las hace aflorar. Si llegan alguna vez a formularse en forma abierta, la familia literalmente se disgrega y la reunión acaba en forma tirante y embarazosa. Es este tipo de situaciones el que más profundamente deja al desnudo la naturaleza de una cultura, ya que descienden a la raíz misma nuestra existencia. Ellas hacen eco en las lecciones aprendidas por nuestros cuerpos desde 'la infancia, en forma cotidiana y repetitiva, y son un microcosmos de toda nuestra civilización. Mi experiencia familiar, de una u otra forma, probablemente no difiere mucho de la suya propia; y ello a pesar del hecho que existen muchas culturas en este planeta para las cuales el silencio, más que una dificultad, es reconfortante. La diferencia puede ser finalmente una de incorporación, pues si uno está incorporado, si uno está en su cuerpo la mayoría del tiempo, el Vacío (Void) no es tan amenazante. Por otra parte, si uno está fuera de su cuerpo, necesita un sustituto para sentirse aterrizado. Mucho de lo que pasa como "cultura" y "personalidad" en nuestra sociedad, tiende a caer dentro de esta categoría sustitutiva, y es en efecto el resultado de huir del silencio y de la experiencia somática genuina. Entonces, el problema de la vacuidad, del no-Vacío (a-Voidance), es una de las satisfacciones secundarias, el intento de encontrar sustitutos para una satisfacción primaria de totalidad que de alguna manera perdimos, y que dejó en su lugar una gran laguna. El novelista británico John Fowles llama a este vacío el "nemo" y lo describe como un anti-ego, un estado de ser nadie. "Nadie quiere ser un nadie", escribe Fowles. Cuerpo y Espíritu – Página 3 "Todos nuestros actos están parcialmente concebidos para llenar o para marcar el vacío que sentimos en el fondo"1. Cuando miramos alrededor en nuestra sociedad actual, se hace difícil escapar a la verdad de esta declaración. Es en especial por medio las experiencias del alcohol, drogas y sexo que la mayoría de nosotros puede re-crear un estado de conciencia indivisa, de la satisfacción primaria que constituye la unidad con nuestro medio ambiente Alimentos, amor romántico, éxtasis religioso e incluso pantallas de video (televisores o computadoras caseras) también sirven para producir igual efecto. En cierto sentido, estas cosas no son tan secundarias como podrían parecer, dado que el efecto es tan dramático en su capacidad para conseguir que el nemo se aleje (por algún tiempo). El conflicto, el no-Vacío, queda fundido en corto tiempo y, por razones que creo están arraigadas en nuestros cuerpos, buscamos desesperadamente esa experiencia. Por cierto, muchos nos retacamos de emprender la ruta de la droga o el alcohol, o al menos de hacerlo de lleno, y como resultado nuestras vidas se repletan de actividades proyectadas para cubrir el vacío a que se refiere Fowles. Criamos hijos, seguimos carreras, vamos a partidos de fútbol o escribimos libros (lo que no implica que estas mismas cosas no puedan hacerse en forma no- neurótica). Especialmente nos desvivimos tratando de que los demás nos amen, para que de alguna manera seamos capaces de amarnos nosotros mismos. Pero al final esto es "buscar el amor en todos los lugares equivocados", como dice una canción popular. Sándor Ferenczi, el sicoanalista húngaro, escribió que nuestra verdadera meta en la vida es ser amado, y que cualquier otra actividad observable es un desvío, un sendero indirecto hacia ese objetivo2. Todo esto surge de un vacío en el fondo. Sin embargo, yo no intento sugerir que la búsqueda de la satisfacción primaria sea algo privado o aun privado-colectivo. El espectro de todo esto es mucho más amplio que la angustia personal o los dilemas individuales. Nuestra vida social y política es también una charada, que nos pide tomar en serio las actividades supletorias. Esto es especialmente cierto en el caso de las ideologías dominantes en el mundo que son candidatas evidentes para un "relleno de nemos". En las naciones capitalistas, la búsqueda del amor toma con frecuencia la forma de la compulsión por lograr el éxito, el que pensamos conseguirá que los demás nos quieran (generalmente tiene un efecto contrario). Esta ideología de logro y productividad se extiende virtualmente a todas las actividades, aun a la de escribir poesía. La ambición es, para nosotros, incuestionablemente "buena". El poeta que "no está produciendo" es invariablemente inferior, ante nuestros ojos, a aquél que tiene un "rendimiento literario prodigioso". El problema con esta ideología, igual que con el socialismo o cualquier otra, es que finalmente no funciona. Si el verdadero objetivo es recuperar una experiencia primaria perdida, entonces el éxito mundano, financiero o artístico-literario está fuera del caso. Lograr, con el objeto de sentirse completo, tiene tanto sentido como suspender un crucifijo en la pared de la sala de estar a fin de desencadenar una experiencia de éxtasis (tal como nos lo han dicho personas como San Francisco a través de los siglos). Nuestras ideas son tan huecas como nuestras religiones organizadas. El millonario muere solitario y amargado; el atleta famoso se encuentra con que a nadie conmueven sus récords de hace varias décadas. El éxito, como lo demuestra tan vigorosamente la terapeuta Suiza Alice Miller en "El drama del niño dotado" es una de las ideologías más falsas en circulación3. Las ideologías surgen cuando la gente siente que carece de un anclaje somático. La persona que está realmente basada en sí misma como un organismo biológico puede abrazar una causa, pero no por la necesidad de sentir validada su existencia. Dios y patria, feminismo y sexismo, judaismo y antisemitismo, el fundamentalismo religioso de los bautistas-Biblia-al-cinto y el intelectualismo autoconsciente de "The NY Review of Books" -en realidad, cualquier ismo que uno quiera-, todos son intentos de crear significados a los seres humanos que, si no hubiesen sufrido alguna suerte de pérdida primaría en una etapa más temprana, no necesitarían de ellos. Para la extremadamente escasa persona sana, la vida tiene su propio significado; ella no necesita de ningún ismo para Cuerpo y Espíritu – Página 4 rellenar la brecha, para sentirse bien. No obstante, en nuestra sociedad, los ismos e ideolgías están tan extendidos como cualquier droga o adictivo que uno pueda imaginar. A cierto nivel, todos lo sabemos; es la herencia somática que todos compartimos. Pero la cultura moderna occidental, en particular, es una conspiración para no hacer mención del mundo de la satisfacción primaria, o siquiera del cuerpo mismo. Ya que ello está excluido de discusión, se nos exige tomar en serio el mundo de la satisfacción secundaria. Tocar el silbato en el juego, rehusando tomarlo en serio, afirmando que el emperador no tiene ropas -tal conducta amerita graves penalidades en las sociedades cerebrales de la cultura industrial occidental. (Ensaye hacerlo en su trabajo, si no me cree). La devoción a la satisfacción secundaria es intensa, precisamente porque al final no entrega satisfacción, y el hacerlo notar genera una terrible cantidad de ira. Si uno no calla e insiste en discutir este punto en público, va a terminar metiéndose en un serio problema, del cual quizás la forma más benigna sea la pérdida del empleo. "Éxito", carrera, reputación, dinero y la acumulación de bienes materiales son las formas más claras de satisfacción secundaria, aunque hay muchas otras igualmente inanes e igualmente "sagradas": deportes-espectáculo, patriotismo y guerra, religión organizada e incluso muchas de las actividades artísticas o creativas. Como ya hemos notado, nada de esto surte efecto finalmente porque fracasa en penetrar a fondo el estrato somático primario. Pero dado que ese estrato ha sido largamente abandonado, nuestra actitud secreta es: ¿qué más hay? Y nuestra derrota se refleja en nuestros cuerpos: o nos "apuntalamos", por así decirlo, o nos aplastamos en una postura de colapso; y esto tiene un efecto profundo en la naturaleza de la cultura que creamos. Por consiguiente, es un problema de civilización, no tan sólo un problema personal o individual, aunque éstas sean dos caras del mismo sello. Como señalaba Wilhelm Reich, el siquiatra austriaco, la caracterología y la cultura van de la mano. Lo que aparece en el cuerpo del infante está creado por la cultura ambiente y a su vez crea (reproduce) esa cultura. Hay, pues, una dimensión cultural e histórica más vasta para todo esto, una que discutiré extensamente (en realidad, de eso trata el libro). A la fecha, sin embargo, el problema del nemo y su existencia como un factor somático de la vida humana no ha sido, al menos en términos teóricos, territorio de historiadores (una importante omisión, según mi criterio), sino principalmente de sicólogos. En particular, el análisis de la ontología y ontogenia humanas en términos de una brecha, o quiebre psíquico fundamental, es la principal contribución de varios sabios franceses tales como Jacques Lacan, Maurice Merleau-Ponty y Henri Wallon (que trataremos más adelante), al igual que la llamada "escuela de relaciones objetales" británica, la cual incluye a analistas como Michael Balint y Donald Winnicott (profesor y terapeuta de Ronald Laing). Este enfoque "nemológico" fue también adoptado por el antropólogo húngaro Géza Róheim, cuyo libro "The Origin and Function of Cultura" (Origen y función de la cultura) fue un intento pionero para interpretar en estos términos la cultura humana4. También es mi preferencia; y estoy convencido de que ni una interpretación somática del pasado ni la construcción de un saludable futuro somático (que sería el objetivo de este ejercicio) son posibles sin una comprensión total de los orígenes precoces de este fenómeno del nemo y la forma en que la dinámica resultante impregna, de manera inconsciente, toda nuestra vida adulta. En todas las culturas, en todas las épocas, la identidad humana está fuertemente condicionada por lo que sucede al cuerpo del niño; aquí es donde comienza todo. Yo les pido, entonces, que se sienten cómodamente y se dejen llevar en un viaje, un viaje al tiempo pasado, tanto personal como cultural, al corazón mismo de la existencia humana. Y si en el curso de este viaje, vuelven a ustedes recuerdos de su propia niñez e infancia, tanto mejor. Si tal sucede, dejen el libro, cierren los ojos e intenten rememorar cuanto sea posible de aquellos tempranos sucesos. Pues Reich estaba en lo cierto: nuestra historia cultural está codificada en nuestros cuerpos, y a medida que uno empieza a descifrar una clave, descifra otra también. ¡Entonces déjense llevar atrás y adelante entre su propia historia corporal y un examen de más amplios procesos culturales y suposiciones! Es en ese movimiento atrás-adelante, estoy convencido, que se produce la verdadera comprensión. Cuerpo y Espíritu – Página 5 Uno de los aportes más importantes a toda esta discusión ha sido el libro publicado por Michael Balint, La falta básica (The Basic Fault), el título del cual, creía él, captaba la esencia de la condición humana. Hay un doble significado aquí: por "falta", Balint no quiso hablar sólo de error; hizo una analogía con una imperfección geológica, una grieta o hendidura en la tierra que, bajo condiciones de presión suficientes, provoca sismos. La falla es también una falta; en términos de la condición humana hay alguna forma en la cual, durante la niñez de muchos (si es que no de todos), la persona más cercana a nosotros (generalmente nuestra madre) fallaba en moverse armónicamente con nuestras necesidades. A menudo estaba ausente cuando la necesitábamos, o se entremetía cuando necesitábamos estar solos. En ambos casos se producía un desajuste, lo que el sicoanalista austriaco Otto Rank llamaba un caso de reflectación defectuosa, que es más la regla que la excepción. El "ajuste" entre nosotros mismos y nuestro primer entorno humano estaba desconectado, y de allí en adelante las relaciones entre nosotros y el mundo, Uno Mismo y Otro, estaban perturbadas. Esto afloraba en nuestra psiquis como el sentimiento de que algo no estaba enteramente bien, algo faltaba. Una grieta, una especie de abismo (el nemo de John Fowles) se había abierto irrevocablemente en nuestra alma, y nos pasaríamos el resto de nuestra vida, usualmente en forma inconsciente y compulsiva, tratando de rellenarla5. El enorme poder de esta sensación de oquedad, como señalaba anteriormente, deriva del hecho de que la falla básica tiene un fundamento biológico. Está emplazada en los tejidos del cuerpo a un nivel primario, y de ahí que nunca pueda ser totalmente erradicada. Para llegar a "nivel de piso" tenemos que retroceder los pasos de la ontogenia humana y ver qué sucede al infante en el curso de su desarrollo temprano. La aparición efectiva del nemo -la percepción vaga de que algo falta, de que se está dividido o vacío- parecería datar del tercer año de vida. ¿Puede uno recordar su primer momento consciente? ¿Puede recordar qué edad tenía cuando esto ocurría? (Este es un valioso ejercicio; quizás usted desee detenerse y hacerlo durante algunos minutos antes de proseguir la lectura. Intente recordar tal momento con cuanto detalle le sea posible). Yo he descubierto, al trabajar con personas a través de los años, que lan datación puede variar desde los cuatro meses hasta los cuatro años de edad, pero que generalmente el primer recuerdo que tenemos se remonta a algún punto entre los dos y tres años de edad. También he encontrado que aunque varíe el contenido -lo que se percibió en aquel momento puede ser, literalmente, cualquier cosa- la manera es siempre la misma. Es así que mi primer momento consciente fue la percepción de unas puertas corredizas de vidrio con palillaje de madera, en la casa de mis padres, cuando tenía exactamente treinta meses de edad. Para una de mis alumnas era un retrato de John Lennon, y para otra consistía en el estreno de un vestido nuevo y en bailar sobre el césped bajo el sol de la tarde. Cuándo llegamos exactamente a la conciencia, es totalmente arbitrario; lo que permanece constante es el darse cuenta de que "Yo" estoy "aquí" y que "eso" (sea lo que sea que estemos mirando) está "allí". Para usar un poco de jerga técnica, el ego brota cristalizado desde una matriz amorfa e indiferenciada. Hasta este punto, todos nos sentimos más o menos en continuidad con el entorno exterior. Llegar a la conciencia de sí mismo implica un rompimiento de esa continuidad, el surgimiento de una divisoria entre Uno Mismo y Otro. Con el pensamiento "Yo soy Yo", se nos abre un nuevo nivel de existencia. Hay un rasgón en la tela, como quien dice, y Uno Mismo vs. Otro será la posición de la que tendremos que valernos durante el resto de nuestra existencia. La unidad preconsciente con el entorno, un estado de "simbiosis" que ha sido llamada por numerosos nombres -"anonimato cósmico" (Erich Neumann), "unidad niño-mundo" (Kurt Goldstein)- ha sido tomada por la teoría sicoanalista como un supuesto de la vida humana temprana6. Sin embargo, el asunto es: ¿cuan temprana? La investigación en recién nacidos durante los últimos veinte años, ha llevado más y más atrás la etapa "simbiótica"; parece ahora que los bebés pueden imitar gestos de sus progenitores aun dentro de sus primeros días de vida y pueden, si escucharon la voz del padre in útero, reconocer esa Cuerpo y Espíritu – Página 6 voz dentro de su primera o segunda hora de existencia7. Hay por cierto la interrogante de si tal conducta alcanza a ser autoconsciente (asunto del cual me ocuparé más adelante); pero, en cualquier caso, ello sugiere que si deseamos argumentar a favor de la existencia de una memoria somática o integridad primaria o unidad, quizás tengamos que perseguir nuestro tema retrocediendo hasta la matriz, y posiblemente hasta las primeras semanas de vida fetal. Mucho de lo que hoy llamamos misticismo puede no ser más que un tipo de memoria corporal que la ciencia contemporánea mira como un imposible; no obstante, ciertos tipos de prácticas parecen desalojar estos muy tempranos recuerdos. La investigación con LSD, el trabajo corporal reichiano y las técnicas de re- nacimiento*(* rebirthing en el original (N. del T.)). (una especie de método yoga de respiración) son las principales fuentes de información "directa" al respecto. ("[S]i consideramos la carne neurológicamente", escribe Charles Brooks, "... ¡con seguridad representa el aspecto más 'espiritual' del cosmos!")8. El médico alemán Kurt Goldstein sugería, en 1957, que la vida embrional misma sobrelleva experiencias síquicas, que registra las condiciones de orden y desorden (shock, ansiedad)9 -sugerencia que hace treinta años tenía sabor a cuentos de viejas comadres (asiste a conciertos durante tu embarazo y tu hijo llegará a ser concertista en piano, etc.). Hoy no es tan ligeramente despachado; tenemos un buen poco de información sobre el asunto de memoria prenatal. Por lo tanto, se imponen algunas palabras sobre esta materia. Desde un punto de vista somático, la existencia realmente indiferenciada es brevísima. Tan pronto como el feto empieza a formarse del zigoto y la blástula, "confronta" a su primer Otro -la placenta. Sin embargo, dado el rol armonioso de la placenta vis-á-vis al feto, especialmente durante el primer trimestre, ésta es apenas percibida como el Otro, si es que se llega a ello. El feto es nutrido y alimentado por la placenta que lo provee de oxígeno, y su sangre es limpiada de impurezas y dióxido de carbono. El vive en su ambiente como un pez en el agua, o un adulto en aire. "Feto, líquido amniótico y placenta son... una complicada e interpenetrante mezcla de feto y entorno materno", escribió Michael Balint10. Siguiendo a otros sicólogos como Otto Rank (El trauma del nacimiento), Phyllis Greenacre (Trauma, Growth and Personality [Trauma, crecimiento y personalidad]) y Nándor Fodor (The Search for the Beloved: A Clinical Investigation of the Trauma of Birth and Prenatal Conditioning [La búsqueda del amado: una investigación clínica del trauma del nacimiento y del acondicionamiento prenatal]), Balint creía que la vida intrauterina era pura felicidad y que el nacimiento era traumático, la separación arquetípica, la pérdida del Paraíso. Sin duda, nacer es traumático, pero recientes investigaciones fetales parecieran sugerir que el útero no está exento de incomodidades. La evidencia reunida por el siquiatra Thomas Verny, de Toronto (The Secret Life of the Unborn Child [La vida secreta del feto]), deja entrever que el patrón de simbiosis-a-diferenciación es genuino, pero que Neumann, Goldstein y otros (incluyendo a Freud) estaban equivocados respecto a la datación11. Cualquier tensión experimentada por la madre embarazada se comunica al feto, y esto (alega Verny) contribuye a los primeros estremecimientos del percatamiento del Otro. (Uno se pregunta por qué esta conciencia del Otro no puede ocurrir a través de situaciones placenteras). Alrededor de la octava semana, el feto pateará con vigor si se considera molestado, y los latidos de su corazón aumentarán si la madre tiene un momento de ansiedad. Pero, dice Verny, no debería necesariamente considerarse toda tensión como negativa; de algún modo, arguye él, la tensión posibilita en primer término la toma de conciencia de la Otridad (Otherness). Experimentos realizados con tensión han establecido el surgimiento del Percatarse del Uno Mismo y del Otro en el feto entre el cuarto y sexto mes. La ansiedad maternal, escribe Verny, puede resultar beneficiosa. Comunicada al feto, "intranquiliza su sentido de unicidad con su entorno y lo hace darse cuenta de su propio estado de separación y diversidad". Todo esto sobresalta la serenidad fetal y le imprime una memoria somática; el anonimato cósmico es interrumpido por un crítico momento de darse cuenta. Nuevamente, esto no es "malo"; la cuestión real es si esta primigenia ego- cristalización ocurre en un contexto amoroso u hostil. Hay, dice Verny, algo como una vinculación intrauterina; una buena vinculación postparto (una rareza en nuestros días) puede simplemente ser Cuerpo y Espíritu – Página 7 una continuación organísmica de una experiencia de buen vínculo intrauterino. Sin embargo, hay una dualidad de experiencia en este caso; el drama del buen Uno Mismo y el no-estoy-muy-seguro- sobre-el-Otro, de fusión vs separación, comienza probablemente en una etapa muy temprana. En cuanto al trauma de nacer, parecería que a pesar de la experiencia de diferenciación prenatal y de los posibles aspectos liberadores del proceso del nacimiento prevalece, no obstante, la discontinuidad más fundamental de nuestras vidas. Revienta la bolsa de agua; comienza un mundo nuevo. Verny lo llama "el primer shock físico y emocional prolongado que sufre la criatura", y agrega que el niño jamás lo olvida. "Aun en las circunstancias más favorables", continúa, "el nacimiento reverbera a través del cuerpo del niño como un choque sísmico con características de terremoto"12. Las "circunstancias más favorables" son las correspondientes al auténtico parto natural practicado en las culturas tribales y tradicionales, y revividas recientemente por médicos como Frederick Leboyer y Michel Odent13. La meta de estas prácticas de parto "blando", que pueden incluir el alumbramiento en agua tibia, en una sala débilmente iluminada, sin uso de anestésicos ni fórceps, y sin dar palmadas al bebé para que haga su primera respiración, es para preservar la continuidad del vínculo intrauterino y minimizar cuanto sea posible la experiencia de la separación. Desde el punto de vista de la conexión humana, la práctica hospitalaria del siglo XX en las sociedades industriales es la más barbárica; el acto de la separación es marcado a fuego en el cuerpo de la criatura en forma inolvidable. El terapeuta estadounidense Arthur Janov ha alegado que los traumas que rodean al parto actual son tan grandes que ellos sientan las bases de algunas conductas excesivas que duran toda la vida, como la sobrealimentación, el tabaquismo, el alcoholismo y toda otra forma de desdoblamiento neurótico y de dependencia, dado que el sentimiento de unidad que ofrece la matriz es roto en forma tan brutal14. Como dice Michael Balint, "[e]n mi experiencia, el anhelo por este sentimiento de 'armonía' es la causa más importante del alcoholismo o, en realidad, de cualquier forma de adicción"15. Si la falla básica se inició lentamente durante la interacción feto- placenta (lo que por cierto es discutible), queda definitivamente establecida en el caso de las condiciones modernas del parto. Las observaciones de Janov hacen eco a las de Ferenczi cuando éste escribe que el producto neurótico de este nacimiento nunca podrá ser suficientemente amado: "Todo lo que resta de la vida no es más que un pobre sustituto; una escapada simbólica al inconsciente para tratar de 'simular' que la realización se ha producido"16. Por supuesto, no podemos estar seguros de lo que ocurre en la vida fetal a nivel síquico; pero si algo de la leve diferenciación Uno Mismo/ Otro ha comenzado, seguramente el nacimiento es el climax de ella. Una vez que sucede, el neonato, idealmente, se estabiliza en un ajuste a su entorno y el ciclo de creciente diferenciación y climax recomienza. El siguiente gran climax o "puntuación" es el surgimiento definitivo de la conciencia del ego durante el tercer año de vida. En este sentido, la ego-cristalizadón es el reconocimiento intelectual de un acontecimiento somático temprano. La percepción de que uno es una entidad aparte, un Uno Mismo en un mundo de Otros, no es más que un reconocimiento posterior de un darse cuenta que ha estado presente en el cuerpo desde hace largo tiempo. Este es el punto en el cual el niño empieza a elaborar en forma consciente lo que se imprimió en su diminuto cuerpo en un tiempo anterior: que es un ser aparte. Desde alrededor de los dos años este percatamiento consciente se acompaña de una creciente comprensión de que este hecho tiene ciertos efectos emocionales. La educación dentro del mundo del Uno Mismo vs. Otro es un proceso qué depende por completo de los cuerpos de otra gente. Si éste ocurre dentro del seno materno, ello dependerá entonces de la madre por la vía de su "representante", la placenta. Pero desde el momento del parto, en todo caso, uno está involucrado con los cuerpos de otros en términos de gestos, miradas y tacto. La experiencia medular de este proceso de diferenciación es el fenómeno de reflectación (mirroring), es decir, el crecimiento del reconocimiento de uno mismo a través de otras personas. La reflectación incluye el fenómeno de observarse uno mismo en una superficie reflectante, como agua o vidrio plateado, pero ése es un caso especial dentro de un proceso más vasto. Es este proceso Cuerpo y Espíritu – Página 8 mayor el que yace en la médula de la formación dé identidad. Un importante precursor en la investigación clínica del fenómeno de reflectación fue el sicoanalista y pediatra británico Donald Winnicott. Más aún qué Balint, Winnicott puso marcado énfasis en el "encaje" entre el niño y la madre. Lo que él llamó la "madre suficientemente buena" era, en su opinión, esencial para una sana experiencia de reflectación; y la experiencia de reflectación era para él el prototipo de la total experiencia humana. De allí su famoso comentario, "No existe tal cosa como un niño", con lo que quiso significar que la unidad primaria es niño-y- madre o niño-másambiente. Para Winnicott, las relaciones objétales comenzaban al nacer, y era esta interacción, creía él, la que debía estudiarse en la situación clínica17. ¿Qué es, exactamente, lo que se observa en la situación clínica? El bebé ve el rostro de la madre, y lo que esa cara retrata está relacionado con lo que ella ve en su (del bebé) cara. De tal modo, para el niño, el rostro materno actúa como un espejo; ella devuelve al pequeño su propia esencia. "[E]n el desarrollo individual", escribió Winnicott, "el precursor del espejo es el rostro materno"18. La reflectación materna del bebé es un factor crucial en el desarrollo del sentido de sí mismo; el Uno Mismo resultante porta la huella de la experiencia de reflectación19. El efecto de una "madreno-bastante-buena" se puede ver en un reciente experimento con niños de pocos días a cuyas madres se las instruyó para que miraran las caras de sus hijos sin manifestar ninguna emoción. Las expresiones y gestos de las criaturas se hicieron agitados y desorganizados; los niños se sumieron rápidamente en una situación de angustia20. Uno puede imaginar cómo serían los Yo resultantes si tal experimento fuera corriente. Tanto el sociólogo estadounidense C. H. Cooley (Human Nature and the Social Order [La naturaleza humana y el orden social]) cómo el filósofo-sicólogo George Mead (Mind, Self and Society [Mente, ego y sociedad]) argüyeron que este tipo de reflectación es el crisol donde se forma el Yo. Cooley introdujo el concepto del "yoespejo", que se refiere a un individuo viéndose a sí mismo tal como lo ven los otros. Mead argumentó en forma similar que el concepto-de-uno-mismo es resultado de la preocupación de la persona sobre cómo estarán los otros reaccionando hacia ella21. Como lo expusiera una vez R. D. Laing, no hay Uno Mismo sin un Otro. El fenómeno de reflectación y el de la identidad humana parecen estar estrechamente atados. ¿Hasta qué punto la presencia de un espejo físico, real, constituye un factor en todo esto? Para Jacques Lacan, la "escuela francesa" y numerosos sicólogos y escritores, el hecho de una presencia reflectada -la "imagen especular", como se la llama- constituye un factor crítico en la formación de la identidad humana y la conciencia de sí mismo. La cuestión de cómo sortea el niño el significado de su reflejo físico, y la importancia de ese proceso para el desarrollo síquico es, para estos investigadores, absolutamente crucial, y la investigación de este planteamiento se retrotrae en efecto a Charles Darwin, quien en 1877 estudió a su propio hijo con miras a este asunto. Correcta o erradamente, el espejo fue tomado como un arquetipo, un caso puro de lo que en forma más difusa y generalizada sucedía en el escenario social. De aquí que un sicólogo estadounidense escriba que "aun antes de la experiencia con un espejo real, se ha estado experimentando una larga experiencia de 'reflectación' emocional"22; y Paul Guillaume, un precursor (años 20) estudioso francés del tema, argüía que la presencia de un espejo puede acelerar el autorreconocimiento, pero que dada la interacción social/ los niños inevitablemente advienen al autorreconocimiento con o sin espejo23. Más adelante tendré otras cosas que decir sobre la historia del espejo como artefacto de la civilización occidental, porque su significación arquetípica queda probablemente abierta a cuestionamientos si es que no se logra demostrar su omnipresencia. Sin embargo, por ahora quiero pasar revista a los estudios especulares de desarrollo infantil que se han hecho desde aquella primera investigación realizada por Darwin sobre el tema. La observación de Darwin fue bastante elemental. El descubrió que cuando su hijo llegó a los Cuerpo y Espíritu – Página 9 nueve meses de edad, si se le llamaba por su nombre en presencia de un espejo, él se volvía al espejo y decía "ah". Darwin especuló que esto era un signo de autorreconocimiento por parte del niño. Algunos años después, el sicólogo William Preyer sacó la conclusión de que su propio hijo alcanzó él autorreconocimiento a los catorce meses de edad cuando reconoció a su madre en el espejo -dado que presumiblemente implicaría una distinción Uno Mismo/Otro. Estos tempranos estudios eran puras conjeturas pero, no obstante, de importancia vital, dado que Darwin y Preyer no sólo buscaban señales de autorreconocimiento, sino también descifrar en qué debían consistir los criterios bajo los cuales se producen tales hechos24. El primer estudio sistemático de autorreconocimiento en infantes lo hizo Paul Guillaume en los años 20, en forma de una serie de observaciones en su hijita Louise25. Las primeras semanas de vida encontraron a Louise haciendo muecas en el espejo o simplemente mirando de fijo a su imagen. La siguiente etapa involucró reconocer en el espejo objetos que estaban situados cerca de ella (incitada por sensaciones táctiles o auditivas). A los cinco meses y diecisiete días, según Guillaume, ella empezó a volverse para ver la persona real cuya imagen veía en el espejo. A los once meses y dieciocho días, Louise vio su propia imagen en el espejo llevando un sombrero de paja (que había tenido puesto desde la mañana) y se llevó la mano a la cabeza para tocarlo. Guillaume interpretó esto como un momento obvio de autorreconocimiento, pero el cual no se estabilizó: seis semanas después Louise no podía efectuar en sí misma, frente al espejo, actos que realizaba en otros (por ejemplo, pellizcarles la nariz). Fue recién a los dos años que Louise, luciendo un abrigo nuevo, fue al espejo a darse el visto bueno. A los dos años y ocho meses le mostraron la foto de un grupo de niños en la cual estaba ella; supo quien era cada uno con la excepción de ella misma. Guillaume le dijo que era ella; al día siguiente sucedió exactamente lo mismo. "Podemos ver entonces", escribió Guillaume, "cuan tenue es la noción exacta de nuestra propia forma visual, a pesar de lo que el niño aprenda mirándose en el espejo". Finalmente, el primer estudio científico de esta especie, es decir, hecho con los hijos de otras personas y no "en forma anecdótica" con los hijos propios, fue dirigido por otro sicólogo francés, Henri Wallon, por un lapso de varios años desde los inicios de los años 30 (26). Durante los primeros seis meses de vida descubrió que la relación del niño con la imagen especular es de "sociabilidad" -mira a su reflejo como a una especie de compañero de juegos, y tan avanzado como las treinta y cinco semanas de edad, demuestra sorpresa cuando intenta tocar a su "camarada" y su mano toca vidrio. Alrededor del primer año de edad aparecen señas evidentes de autorreconocimiento - como Louise con el sombrero de paja-, pero (como en el caso de Louise) esta conciencia momentánea no se estabiliza. De manera general, los hallazgos de Wallon no diferían mucho de los de Guillaume. En particular, él confirmó la calidad tenue y nolineal del proceso completo. Desde los doce hasta los quince meses de edad, encontró, los niños practicarán ciertos movimientos frente al espejo (experimentos con la imagen, en realidad), explorando y comprobando lo que ese ojro yo representa. Esta suerte de juego y experimento, descubrió, puede continuar hasta los treinta y un meses de edad. Hay algo en nuestra imagen corporal, y la distinción Yo/Otro, que nunca se completa. En este caso, las cuentas jamás se cierran -una realidad que tiene serias consecuencias para la vida adulta. Como puede anticipar el lector, las investigaciones de esta naturaleza se han expandido en forma dramática desde los días de Guillaume y Wallon y han tomado (como es predecible) una dirección marcadamente científica, especialmente en Estados Unidos. Laboratorios de conducta infantil afectos a las principales universidades efectúan ahora experimentos en gran escala y a largo plazo empleando un sólido aparato tecnológico: monitores de video, fotografías yuxtapuestas y, por supuesto, análisis computacional27. En los cuatro estudios principales llevados a cabo en Estados Unidos en los años 70, los criterios adoptados para autorreconocimiento incluyeron a cualquiera o todos de los siguientes experimentos: (a) con una marca (por ejemplo, de lápiz labial) aplicada a la nariz del niño, el infante se miraba en el espejo y tocaba la marca roja; (b) el infante decía su nombre en respuesta a la madre quien apuntando a su reflejo decía: "¿Quién es ése?"; (c) la criatura Cuerpo y Espíritu – Página 10 exhibía una conducta avergonzada o de autoadmiración frente al espejo, incluyendo actitudes tontas o tímidas. Aunque ocasionalmente algunos niños de nueve meses cumplieron con los criterios para el autorreconocimiento, la avasalladora mayoría de las criaturas comenzaron a exhibir tales signos sólo después de los dieciocho meses de edad, sobrepasando así el umbral Guillaume-Wallon en cerca de seis meses. Pero fuera de eso, no queda muy claro que estos estudios científicos modernos hayan alterado en forma significativa el mapa conceptual de los dos sicólogos franceses. Más allá de la precisión de la data, las conclusiones son bastante similares: movimiento y "práctica" frente al espejo (que actualmente se denominan "claves de contingencia") aceleran el proceso de autorreconocimiento; toma bastante tiempo el que tal reconocimiento se estabilice; todo parece ocurrir en forma no-lineal, es decir, en etapas (aunque hay debates al respecto)28; y el proceso en realidad no tiene final. Por lo tanto, la secuencia permanece como la fijó Wallon: "sociabilidad" (tratar como compañero de juegos a la imagen especular); momentos de autorreconocimiento seguidos (más adelante) por experimentos con la imagen; estabilización del conocimiento de que la imagen es un reflejo; y (cerca de los treinta meses de edad) sólo un interés ocasional en la imagen o en jugar con ella. Los investigadores modernos también han pasado mucho tiempo investigando el proceso por el cual el infante refleja su propio entorno (incluyendo a su madre), y como resultado, han empujado más y más atrás la fase de "anonimato cósmico". Como lo expresa Daniel Stern, un distinguido estudioso de este tema, "[n]uevas capacidades infantiles se están revelando a una velocidad asombrosa"29. Un recién nacido puede imitar a su madre dentro de los seis días de su nacimiento; si ella saca la lengua, el bebé hará lo mismo -acción que requiere una sofisticada correlación visual- táctil. A las dos o tres semanas, los bebés reconocen un objeto externo (por ejemplo, un cubo) que sólo habían experimentado a través del tacto (por ejemplo, en la boca, con la vista vendada). A los tres meses pueden diferenciar entre las categorías de color. A los cuatro meses, si se les muestran dos filmes distintos y con la misma banda de sonido, ellos mirarán el filme con el sonido adecuado. Claramente el recién nacido no es la amorfa burbuja de Id postulada por el sicoanálisis clásico. Esta investigación reciente revela una criatura curiosa y exploradora. El niño no "despierta" a las relaciones objétales, sino que más bien ha nacido para un diálogo perceptivo-motriz-afectivo con la madre, o quien sea que actúe como el cuidador básico de su vida. "Los bebés", concluye Daniel Stern, parecen estar prediseñados por la naturaleza, en la forma de preorganización perceptiva y cognitiva, de modo que esas descollantes categorías naturales como sí mismo y otro no tengan que ser aprendidas lenta y penosamente "desde la nada"; más bien, ellos son entidades preestructuradas que resultan de la interacción entre un organismo perceptivo y cognitivo preestruc-turado y los eventos naturales de un mundo exterior predecible. Lo que estos estudios no tratan es lo que Wallon, en sus párrafos más filosóficos, trató de aprehender, es decir, ¿cuál es la importancia sicológica y ontológica de todo esto? En todos los estudios mencionados no se llegó a ninguna relación concertada entre autorreconocimiento, imitación conductual y conciencia interior (identidad existencial). El que un niño de seis días pueda sacar la lengua cuando su madre lo hace, no demuestra la existencia de una diferenciación Sí Mismo/Otro. Ello puede ser parte del proceso biosíquico de tal diferenciación -en vías de, por así decirlo -, pero más que eso, no podemos decir. Aun Daniel Stern restringe su discusión sobre capacidades infantiles tempranas diciendo que la investigación del caso sólo trata con los esquemas sensorimotores, no con "representaciones capaces de transformaciones simbólicas". En otras palabras, con esta evidencia no es posible afirmar que los infantes posean categorías preestructuradas de Sí Mismo y Otro, las que "son categorías y experiencias de enorme complejidad, que exigen una redefinición en cada punto de su desarrollo"30.

See more

The list of books you might like

Most books are stored in the elastic cloud where traffic is expensive. For this reason, we have a limit on daily download.