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Critica Literaria PDF

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Leonardo Castellani Crítica Literaria Notas a caballo de un paia en crisis Ediciones Dictio Estudio preliminar “Triste cota es na tener amiga*; pero aaa más tráte debe ser no tener enemigos. Por­ que quim enemigo» na tiene, señal es que na tiene »i talento que haga sombra, ni carác­ ter que abulte, ni valor que le temtín, ni hon­ ra que le murmuren, ni bientt que le codi­ cien, ni coso alguna buena que le «fteufi*»” GuciAh .—¿Leonardo Castellani? —Es género único. No voy a convertir este estudio en un requiebro ten» dido, que no estoy amartelado ni cosa que ge parezca. Pero tampoco dejaré de decir con la claridad que pueda lo que siento, y ciertamente con un poco de fervora primero, porque a esta hora Leonardo Caatellani eit¿ de turno para ser blanco de denuestos, sobre los cua­ je*, claro está, pasa él con toda xol>rf*nai»raii(]¡jfU se­ gundo, porque no conozco en nuestro país un pensador tan original ni una cabeza que sepa reducir cási al lia- no de la broma los problemas más intrincados de la fi­ losofía. ¿Que tiene hendeduras? Si lo sabré, yo y.-8* ÍQ sabrá él. Para que nos entendamos téngase a la vista que ha ido llamándose literariamente: Juan. Jerónimo del Rey, Joan Palmeta. Juan Ramón, Cide Hamete (h.l, Militis Militorum, en cnanto de sus seudónimos se no» alcanza y podemos revelar aquí. ■ ■ ■ Se parece en mucho a León Bloy por los aurdanos que a diestra y siniestra despacha cuando hace de Cide Hamete y de Militis en El nuevo Gobierno de Sancho, ea L&s ideas dk mi no el Cuba, en Las Canciones de Mi- UTIS y por lo general en sus colaboraciones periodísti­ cas; y también por la exquisita delicadeza prodigada a raudales cuando bace de Jerónimo del Rey en Histoíias 11 del Norte Bravo, en Mahtita Ofelia t otros Cuentos de Fantasmas y en Camperas. Bloy andaba así por los antípodas y anclaba bien. Lean sino El Desesperado de una parte y Le symbo­ lisme de l’appabition de la otra. Toca con Chesterton por otros lados y no sólo en el manejo del cuento policial sino en el sobredominio de la paradoja. Hace algún tiempo escribí, comentando Las nueve muertes del Padre Metki, que Leonardo Castellani había acriollado al héroe cliestertoniano, no sólo —que sería lo de menos—, trasponiéndolo a un escenario argentino, sino metiéndole dentro el alma gaucha, piadosa y emotiva, que es en puridad de verdad la propia alma del Padre Castellani. Sólo él era capaz de acometer la empresa arriesgada de asaltar las psicologías del Padre Brown y argentini- zarlo, dándonos un carácter típico mezcla de Brown y de Metri, de Chesterton y Castellani. A mi juicio es el publicista argentino más original y consiguientemente más personal. Personal en cada uno de los diversos escritores antes nombrados, y especies únicas, que lleva metidos dentro del alma y que ge agru­ pan bajo el género, también único, llamado Leonardo Castellani. —¿Discutido? —Sí. Pero no cuenta can «n solo amigo ni enemigo, que los tiene cordialísimos, él cual no diga de él “es gemal”, sin reservas. LAS SALIDAS “Claro está que sin ellas no sería el Padre Castellani —me decía el doctor Juan P. Ramos, perogrullescamen­ te—, pero es el caso que hasta a mí mismo me ha hecho a veces rabiar.” La anécdota, la chunga, la quisicosa, la salida exorbi­ tante que a otros les nacería de un fondo de resentimien­ to y de malicia, le salen a él de los hondos del candor. Presumir reducirle y contenerle con politiquerías, en­ gañifas y razones turbias, es tan inútil como pretender 15 imponerle tapaderas al viento, Saldrá con más ímpetu por otra hender!tira arrasando cuanto 1c obstruya el paso. “Pero, es que no respeta nada ni nadie, apoatmf» a León XIII, maltrata a los Cardenales, agrede a Venillot, a HeJlo, a Barbey d’AnreYÍlIy”, decían de León Bloy escandalizados 3oí redactores del periódico El. üntíeBSO. A lo que contestaba él: “Aquí, c» esta montaña helada y melancólica, siento a cada instante pesando «obre mi corazón una carga agobiadora; siento las puntas aceradas de un irreparable desencanto de la vida. Fui un tiempo comunero, como resultado de un hambre interior de ideas absolutas. Entré después en la Iglesia Romana llevado por la esperanza de escapar en ella a la asfixiante estupidez de los saltimbanquis de la gloria. He encontrado en la Iglesia, junto con anhelos colma - dos, el resabio de una incalificable necedad humana superpuesta a Jai magnificencias divinas que venia yo a adorar.” Pobre Bloy, qué duro le fue comprobar cómo lit Igle­ sia, la Santa Iglesia, en el decurso de los siglos ha sido a veces como un alma hermosa en un cuerpo pestoso. Los quijotes de lo absoluto viven envenenados, pues no se resignan a contemplar sin gritos y sin protestas esa constelación de fango sobre el manto cándido de la obra de Dios. No llevan en paciencia que la canalla, como decía Bloy furibundo, vaya gozosa escalando los astros, arbolando sus personalidades ridiculas sobre el pedestal formado por los cadáveres de los hombres de genio que sacrifican. Estos seres tormentosos, a lo Bloy, a lo Chesterton, padecen también la desgracia de aprisionar en el interior un alma demasiado buena, como el fruto del tunal esconde su dulzura en áspera epidermis erizada de espi­ nas. Además, la vida moderna con esa amalgama de diletantismo victorioso de una parte, de la parte pre­ cisamente que ocupan las potestades del mal, y de abur­ guesamiento pachorrudo de la otra, de la siempre tar­ día reacción católica, se diría hecha para ser la deses­ peración de las grandes almas. Si no se tiene esto en cuenta no entenderemos jamás 15 lo« desplantes y las altanerías de los hombres de genio, iflcomp rendí dos de ordinario y arrojados como barre- dpra de en medio de las sociedades que han vivido pre- ( cipamente succionando «us jugos vitales. Los mediocres suelen ser dechados de perfecta moderación y equili­ brio. También se emparientan —nos dice el Padre Cas­ tellani estudiando el buen sentido de Chesterton (pági­ na 154 y siguientes)— la locura con el sentido común y la metafísica. Las bodas del sentido común y la locu­ ra se realizaron en aquel lugar de la Mancha donde nació nuestro señor Don Quijote, como decía Unamu­ no, el loco. Con la poesía unióse la locura en Hamlet, el loco; con la santidad en Don Bosco y San Felipe Neri y los santos todos del santoral, los locos; con el buen humor en el gordo don Gilberto Keith Chester- tan," el loco; y con la divinidad se hipostasió también nada menos que en el Yerbo del Padre a quien llamaron durante su vida a cada rato el loco, porque con razón San Pablo dijo: Verbum e.nim crucis pereuntíbus qui- dem stulticia est, sólo decir cruz es ya locura para los condenados {1 Cor,, I, 18). Pero, me había distraído pensando en Blov. Vol­ viendo a lo de las salidas de ese Militis que el Padre Castellani echó al mundo para universal escándalo. En primer lugar, cierto es que a esta hora no faltan algunos que ponen el grito en el cielo fingiendo no sé qué escandaletes y culpándole de entrometerse en poli- ticas y politiquerías, hasta cuando Militis escribe Padre nuestro o cosas más inocentes. Son muehos los que le acusan de nazi y totalitario. Empero, así Dios nos perdone a él y a mí, que también a mí me metieron en el fandango, estos nuestros pe­ cados de nazismo; que seres más inofensivos no sé don­ de los haya, y menos metidos en politiquerías. Una parte de culpa diré la tenía él, y ésa nace pre­ cisamente de su falla de política y de politiquería, de la llaneza gaucha de llamar las cosas por sus nombres, de esa necesidad de detonar con cuchufletas que tienen los periodistas del izquierdismo derechista, un poco así como los sermoneadores precisan gastar hipérboles para 14 hacerse oír, y de ese maldito don poético de ver con­ cretado en un fulano y en na mengano todo el espíritu atorbellinado, falso y anticristiano de nuestro tiempo. Fulano y mengano que quizás ni ello« miemos se dan cuenta que dentro de sus vestidos se agazapa e] espíritu del siglo y que son »us inconscientes representante, y a quienes les cae por supuesto el tiro como al transeúnte tras del cual ha corrido a ampararse el pistolero en las tremolinas callejera«. Este oficio de polizonte que desempeña con innega­ ble gallardía —¡y no crean que le juzgo por la suela que calza a la cintura!—, ésta su misión de denunciar en un artículo breve, luminoso, sin esfuerzo y repleto de humorismo las tropelías que se cometen a diario, acongoja y depara horas de malestar, de Insomnio, ade- m¿s de reclamar oración continua. ~ Los mistificadores de la piedad o de la ciencia, que on ahilos y perendengues presumen metemos el ma­ ulé y vendernos sus chucherías por hondad o sabidu­ ría legítimas, los mediocres en y a mediocridad les cnca- ¿ 3rita sea denunciada, los sendos de la literatura y del " mando, los aspamentosoe de la política, los engreídos y ios haraganes —¡oh, jobre todo éstos, Dios mío!—, ton enemigos natos e irreconciliables del hombre listo, borqtie saben que le basta a éste posar en ellos los ojos ¡para calar muy hondo sus personas. De uu vistazo se da perfecta cuenta que aquel escri­ tor no tiene erudición de ley; que ese orador dice fa­ tuidades, que esotro profesor a las claras no sabe su ofido y la erudición de que alardea es de tercera clase, que aquel contertulio vistoso, a la hora del té, en am­ bientes mujeriles se recome de envidia las tripas, y que el mandria de más allá es pelafustán de cuenta. Y a los fatuos les enfurece verse calados hasta la médula. De aquí que este género único, como todo pensador, como aquél su gran hermano de Orden el jesuíta Bal­ tasar Gracián, a quien también se le parece y aquel otro no meo os célebre Lnís Coloma, constituya una mo­ lestia sorda y una especie de dolor de oídos para los parroquianos de la diletancia y del vistosismo, de la HUngaez y de la mandríedad ambiental. En cambio, le 1S aman apasionadamente los hombres de inteligencia de cualquier catadora ideológica que sean. Bien lo dijo Gde Haniete en este Proverbio que se halla en F.l nue­ vo Gobikíno de Sancho: Si das perfume ponte espina, aromo. Abeja, si das miel el pincho advierte. Tener talento es un pecado, como sobresalir es un peligro fuerte. La envidia no es inerte, no es inerte. Aguila quiere el áspid no palomo. La necedad, si ve enemigo a muerte en ti —¡pobre de ti!— prepara el lomo. No hay ningún majadero que sea bueno. Patada de asno es zurda, y es taimada. La rana hinchada reventó veneno... Así decía —yo no dije nada— el que guardó la víbora en el seno y después se quejó de La picada. Ser mesurado y dejar en paz a los beneficiarios de) dolce far niente y del laisAer aller no caza con el e»* pírim de Don Quijote. No por nada Ciáe Hámete en El nuíío Gobierno de Sancho nos dio camuflado en Sancho el ímpetu de Don Quijote. Para el manchego ver un desmán y de seguido no arremeter contra él cuando oficiaba de desfacedor de entuertos, tarea si bien se la mira de periodista, es como contener loe gatos en la carneada, cosa de estar achurando con una mano y con la otra dando moquetes al michino. Sólo Dios sabe la presión que precisa uno hacerse al alma para no dejar estallar Ja indignación a recea. Que si he de decir lo que siento, para terminar de una vez con el asunto de las imprudencias, en medio de este mundo, según va* de zurdo, no sé cómo Militis no s$ ha impru denla do más. En el fondo lo que quiero decir a« resume así: es lógico que quien predica cris­ tianismo cristianice. Y cristianizar a lo Jesucristo es sen* cil]ámente ganarse la inquina de los fariseos, escribas y falsos cristos; o so me sé nn Jerónimo del Evangelio. ¿Qae no lo entienden así los doctrinos del pro bono pacis? Allá ellos. Por otra parte si hay oficio duro eg el de molestar de oficio. Y los que quieren que se embistan los vicios y errores en abstracto y en general no saben lo que se dicen. Nos invitan a tirar tiros al viento. Un golpe no tiene eficacia si no cae en los cuadriles del que se lo merece. Quizás, quizás dentro de medio siglo sea nombrado más de uno de nuestros notables coetáneos únicamente porque fue blanco de las punzadas de Cide Hámete o de Militis. Dentro de medio siglo, digo, cuando la historia literaria haciéndole justicia advierta que Leo­ nardo Castellani con sus humoradas oxigenó el perio­ dismo argentino que tenía las ventanas herméticas abri­ gando olor a Sarmiento y a Mitre. Porque recién ahora comienza aquí a confeccionarse periodismo sin frasea hechas. Estamos, sin embarga, a varios siglos de distancia del periodismo inglés. Pues todavía parece aventurado escribir sobre temas serios con soltura, con gracejo, con picardía. Ante cualquier asunto de monta es de etiqueta' adoptar postura de dómine y hacer del serio. Vamos, que es el nuestro un periodismo de pompas fúnebres. Leonardo Castellani ha tenido la audacia de urgarle eficazmente las cosquillas y de aflojarle un poco lo» vencejos, ENTRE JITANJ AFORAS Y RINGORRANGOS ¡A ver cómo lo digo con mansedumbre! En aquellos años, que corren de 1920 a 1935, sin insistir demasiado en la precisión de las fechas, no sé si por reflejo fran­ cés, o por contagio universal, o por aborrecimiento al : pasado, o “por esa voluptuosidad de agredir las normas : prestigiosas que sintomaban el arte antiguo” —como solía decir cotnmado Ortega y Gnss-et—, o- por obra 17 y gracia de la euforia económica porten a, ei no fue , por majadería, por purísima y quintaesenciada maja- , dería, salieron a campar aquí con. rara de aparecidos • . y en nutrido grupo unos ma chachos, que decían bus cuitas literarias en el Suplemento de La Nación, en el j de La Prensa, en Sus, en Criterio de la primera épo- i ca, en Numeio y en otro* parnasos y antologías eiusdem ■ furfuris. i De esos muchachos, Jos unos (recuerdo a Anzoátegni, i Zía, Ponferrada, GiÜraldes, Bernárdez, Borges, sin ago­ tar la cuenta), daban pruebas de talento que coufir- j marón después en obras de madurez; los otros (no nom- ' hraremos por profilaxis antinázical daban las primeras manifestaciones de tilinguez, que confirmaron luego ro­ tundamente desde sus libros o desde los puestos públi­ cos, a loa que lograron encaramarse merced a ese infal­ tahle tino struggleforlifero con que dota Dios a los ion­ ios para que se instalen vitaliciamente en el presupuesto. Unos y otros decían aprender en La POESIE puse de H. Bretnond, en Art PO etique de Max Jacob, en La deshumanización del arte de Ortega y Gasset, en Ast ET Scolastique de Maritain. Eran cotizadísimas las en­ señanzas de S. Fumet, de H. Massis, de J, Cocteau. Se estaba a la última entrega con Nouvelle Revue Fran­ çaise, con Revista de Occidente, con Iæs Nouvelles Littéraires, hambreándose sus páginas como exqui­ sita nourriture spirituelle. Se pedanteaba de lo lindo. A Lugones le sacaba de casillas el snobismo y arre­ metía indignado contra los muchachos “sibilinos y pa­ ranoides”, desde sus editoriales en La Nación, en los cuales como en un horizonte encendido iba poniéndose poco a poco, pero siempre deslumbrador, su sol. Le volvía bilioso la falta de ritmo interior de los nuevos poetas, y ese furor iconoclasta de que alardeaban con­ tra todo el posado. Sin duda le mortificaba también el olvido a que le condenaba “la pedantería victoriosa”, como el la llamaba. M. Gálv^s apoyaba a los de la cas­ ta nueva, aunque la casta nueva nunca lo apoyara a éL Fneron años revueltos aquéllos. Se tundió a Sarmien­ to, ae desagravió a Rosas, se contempló a Picasso, se escuchó a Debussy, se leyó a Lubíck Mitos?, se exaltó 18

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