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Crítica de la modernidad PDF

388 Pages·1994·16.975 MB·Spanish
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Traducción de Alberto Luis Bdüo CRÍTICA DELA MODERNIDAD ALAIN TOURAINE Fondo de Cultura Económica México - Argentina - Brasil - Colombia - Chile - España Estados Unidos de América - Perú - Venezuela Primera edición en francés, 1992 Primera edición en español, 1994 Primera edición, marzo 1994 Primera reimpresión, septiembre 1994 Título original; Critique de la modernité © 1992, Librairie Artheme Fayard ISBN de la edición original: 2-213-03005-7 D.R. © 1994, FONDO DE CULTURA ECONÓMICA DE ARGENTINA, S. A. Suipacha 617; 1008 Buenos Aires ISBN: 950-557-204-2 Impreso en Argentina Hecho el depósito que previene la ley 11.723 Para ADRIANA, este libro que su vida ha inspirado PRÓLOGO ¿Qué es la modernidad, cuya presencia es tan central en nuestras ideas y nues­ tras prácticas desde Lace más de tres siglos y que hoy es puesta en tela de jui­ cio, repudiada o redefinida? La idea de modernidad, en su forma más ambiciosa, fue la afirmación de que el hombre es lo que hace y que, por lo tanto, debe existir una corresponden­ cia cada vez más estrecha entre la producción —cada vez más eficaz por la ciencia, la tecnología o la administración—, la organización de la sociedad me­ diante la ley y la vida personal, animada por el interés, pero también por la vo­ luntad de liberarse de todas las coacciones. ¿En qué se basa esta corresponden­ cia de una cultura científica, de una sociedad ordenada y de individuos libres si no es en el triunfo de la razón} Sólo la razón establece una correspondencia en­ tre la acción humana y el orden del mundo, que era lo que buscaban ya no po­ cos pensamientos religiosos que habían quedado, sin embargo, paralizados por el finalismo propio de las religiones monoteístas fundadas en una revelación. Es la razón la que anima la ciencia y sus aplicaciones; es también la que dispo­ ne la adaptación de la vida social a las necesidades individuales o colectivas; y es la razón, finalmente, la que reemplaza la arbitrariedad y la violencia por el es­ tado de derecho y por el mercado. La humanidad, al obrar según las leyes de la razón, avanza a la vez hacia la abundancia, la libertad y la felicidad. Las críticas de la modernidad cuestionan o repudian precisamente esta afirmación central. ¿En qué medida la libertad, la felicidad personal o ia satisfacción de las necesidades son racionales? Admitamos que la arbitrariedad del príncipe y el respeto de las costumbres locales y profesionales se opongan a la racionaliza­ ción de la producción y que ésta exija que caigan las barreras, que retroceda la violencia y que se instaure un estado de derecho. Pero esto nada tiene que ver con la libertad, la democracia y la felicidad individual, como bien lo saben los franceses, cuyo Estado de derecho se constituyó con la monarquía absolu­ ta. Que la autoridad racional legal esté asociada con ía economía del mercado en la construcción de la sociedad moderna no basta —ni mucho menos— pa­ ra demostrar que el crecimiento y la democracia están ligados entre sí por ía fuerza de la razón. Lo están por su lucha común contra la tradición y la arbi­ trariedad, es decir, están ligados de una manera negativa pero no positiva. La misma crítica es válida —y con mayor fuerza aún— contra el supuesto víncu­ lo de la racionalización y la felicidad. La liberación de los controles y de las formas tradicionales de autoridad permite la felicidad pero no la asegura; ape- 9 10 CRITICA DE LA MODERNIDAD la a la libertad, pero al mismo tiempo la somete a la organización centralizada de la producción y deí consumo. La afirmación de que el progreso es la mar­ cha hacia la abundancia, la libertad y la felicidad, y de que estos tres objetivos están fuertemente ligados entre sí no es más que una ideología constantemente desmentida por la historia. Más aún, sostienen los críticos más radicales, lo que se llama el reinado de la razón, ¿no es acaso la creciente dominación del sistema sobre ios acto­ res, no son la normalización y la estandarización las que, después de haber destruido la economía de los trabajadores, se extienden al mundo del consu­ mo y de la comunicación? A veces, esta dominación se extiende liberalmente, otras, de manera autoritaria, pero en todos los casos esta modernidad, sobre todo cuando apela a la libertad del sujeto, tiene la finalidad de someter a ca­ da uno a los intereses del todo, ya se trate de la empresa, ya se trate de la na­ ción o de la sociedad, o de la razón misma. ¿Y no es acaso en nombre de la razón y de su universalismo como se extendió la dominación del hombre oc­ cidental varón, adulto y educado sobre el mundo entero, desde los trabajado­ res a los pueblos colonizados y desde las mujeres a los niños? ¿Cómo pueden semejantes críticas no ser convincentes a fines de un siglo dominado por el movimiento comunista, que impuso a la tercera parte del mundo regímenes totalitarios fundados en la razón, la ciencia y la técnica? Pero el Occidente responde que desde hace mucho tiempo, desde el Terror en que se transformó la Revolución Francesa, desconfía de ese racionalismo volumarista, de ese despotismo ilustrado. En efecto, Occidente reemplazó po­ co a poco una visión racionalista del universo y de la acción humana por una concepción más modesta, puramente instrumental, de la racionalidad, al po­ ner ésta cada vez más al servicio de demandas y de necesidades que de manera creciente se escapan (a medida que se avanza en una sociedad de consumo de masas) a las reglas obligadas de un racionalismo que sólo correspondía a una sociedad de producción centrada en la acumulación, antes que en el consumo del mayor número de personas. En efecto, esa sociedad, dominada por el con­ sumo y más recientemente por las comunicaciones masivas, está tan alejada del capitalismo puritano al que se refería Weber como de la apelación de tipo soviético a las leyes de ia historia. Pero otras críticas se levantan contra esta concepción suave de la moderni­ dad. ¿No se pierde esta concepción en la insignificancia? ¿No asigna la mayor importancia a las demandas mercantiles más inmediatas y, por lo tanto, me­ nos importantes? ¿No está ciega al reducir la sociedad a un mercado y al no preocuparse por las desigualdades que ella acrecienta ni por la destrucción acelerada de su ambiente natural y social? Para escapar a la fuerza de estos dos tipos de críticas, muchos se conten­ tan con una concepción aún más modesta de'la modernidad. Para ellos, ape­ lar a la razón no funda ningún tipo de sociedad; hay una fuerza crítica que disuelve los monopolios así como los corporativismos, las clases o las ideolo* PRÓLOGO 11 gías. Gran Bretaña, ios Países Bajos, Estados Unidos y Francia entraron en la modernidad mediante una revolución y el repudio al absolutismo. Hoy, cuando ía palabra revolución es portadora de más connotaciones negativas que positivas, se habla más bien de liberación, ya sea de la liberación de una cíase oprimida, ya sea de una nación colonizada, o de las mujeres domina­ das, o de las minorías perseguidas. Pero la libertad política, ¿no es acaso sólo negativa al reducir a la imposibilidad a quien pretenda llegar al poder o man­ tenerse contra ía voluntad de la mayoría, según la definición de Isaiah Ber­ lín? ¿No es la felicidad más que ía libertad de seguir los dictados de su pro­ pia voluntad o de sus deseos? En una palabra, ¿tiende la sociedad moderna a eliminar todas las formas de sistema y todos los principios de organiza­ ción para ser sólo un fluir múltiple de cambios y, por lo tanto, de estrate­ gias personales o políticas, fluir regulado por la ley y los contratos? Un liberalismo tan consecuente ya no define ningún principio de gobier­ no, de gestión o de educación. Ya no asegura la correspondencia entre ei sis­ tema y el actor, que fue el objetivo supremo de los racionalistas de la Ilustra­ ción, y se reduce a una tolerancia que sólo es respetada en ausencia de una crisis social grave y en provecho, sobre todo, de aquellos que disponen de los recursos más abundantes y diversos. Pero, ¿no se anuía a sí misma una concepción tan suave de la moderni­ dad? Éste es el punto de partida de las críticas posmodernas- Baudelaire veía en la vida moderna, en su moda y en su arte, la presencia de lo eterno en el instante. Pero, ¿no se trataba de una simple transición entre las “visiones del mundo” fundadas en principios religiosos o políticos estables y una sociedad poshistórica compuesta de diversidad, donde el aquí y la otra parte, lo anti­ guo y lo nuevo coexisten sin aspirar a ía hegemonía? Y esa cultura posmoder­ na, ¿no es acaso incapaz de crear? ¿No se ve reducida a reflejar las creaciones de otras culturas, ésas que se consideraban portadoras de una verdad? Desde su forma más dura a su forma más suave, más modesta, la idea de modernidad, cuando es definida por la destruction de los órdenes antiguos y por el triunfo de la racionalidad, objetiva o instrumental, ha perdido su fuerza de liberación y creación. Ofrece poca resistencia tanto a las fuerzas adversas como a ía apelación generosa a los derechos del hombre o al crecimiento del diferencialismo y del racismo. Pero, ¿habrá que pasar al otro campo y adherir al gran retorno de los na­ cionalismos, de los particularismos, de los integrismos religiosos o no religio­ sos que parecen progresar casi en todas partes, tanto en los países más moder­ nizados como en aquellos que se ven más brutalmente perturbados por una modernización forzada? Comprender la formación de semejantes movimien­ tos exige por cierto una interrogación crítica sobre la idea de modernidad tal como se desarrolló en Occidente, pero de ninguna manera puede justificar el abandono de ía eficacia de la razón instrumental, de la fuerza liberadora del pensamiento crítico y del individualismo. 12 CRÍTICA DE LA MODERNIDAD Y así hemos llegado al punto de partida de este libro. Si nos negamos a re­ tornar a la tradición y a la comunidad, debemos buscar una nueva definición de la modernidad y una nueva interpretación de nuestra historia “moderna” tan a menudo reducida al auge, a la vez necesario y liberador, de la razón y de la se­ cularización. Si no puede definirse la modernidad sólo por la racionalización y si, inversamente, una visión de la modernidad como flujo incesante de cam­ bios hace caso omiso de ia lógica del poder y de la resistencia de las identi­ dades culturales, ¿no resulta claro que la modernidad se define precisamente por esa separación creciente del mundo objetivo (creada por la razón de acuerdo con las leyes de la naturaleza) y del mundo de la subjetividad, que es ante todo el mundo del individualismo o, más precisamente, el de una in­ vocación a la libertad personal? La modernidad ha quebrado el mundo sa­ grado, que era a la vez natural y divino, creado y transparente a la razón. La modernidad no lo reemplazó por el mundo de la razón y de la seculariza­ ción al remitir los fines últimos a un mundo que el hombre ya no podría al­ canzar; ha impuesto la separación de un sujeto descendido del cielo a la tie­ rra, humanizado, y del mundo de los objetos manipulados por las técnicas. La modernidad ha reemplazado la unidad de un mundo creado por la vo­ luntad divina, la Razón o la Historia, por la dualidad de la racionalización y de la subjetivación. Ése será el movimiento de este libro. En primer lugar, recordará el triunfo de las concepciones racionalistas de la modernidad, a pesar de la resistencia del dualismo cristiano que animó el pensamiento de Descartes, a pesar de las teorías del derecho natural y de la Declaración de los derechos del hombre. Luego seguirá la destrucción —en el pensamiento y en las prácticas sociales— de esa idea de la modernidad, hasta llegar a la separación completa de una imagen de la sociedad como fluir de cambios incontrolables, en medio de los cuales los actores elaboran las estrategias de supervivencia o de conquista, y un imaginario cultural posmoderno. Finalmente, el libro propondrá redefinir la modernidad pomo la relación, cargada de tensiones, de la Razón y el sujeto, de la racionalización y de la subjetivación, del espíritu del Renacimiento y del espíritu de la Reforma, de la ciencia y la libertad. Se trata de una posición igualmente alejada del modernismo, hoy en decadencia, y del posmodernismo, cuyo fantasma ronda por todas partes. ¿De qué lado hay que librar la principal batalla? ¿Contra el orgullo de la ideología modernista o contra la destrucción de la idea misma de moder­ nidad? Los intelectuales han escogido con mayor frecuencia la primera res­ puesta. Si nuestro siglo se manifiesta a los tecnólogos y a los economistas como el siglo de la modernidad triunfante, lo cierto es que ha estado domi­ nado intelectualmente por el discurso antimodernista. Hoy, sin embargo, —y éste es el otro peligro que me parece más real—, se trata de la disocia­ ción del sistema y de los actores, de la separación del mundo técnico o eco­ nómico y del mundo de la subjetividad. PRÓLOGO 13 A medida que nuestra sociedad parece reducirse a una empresa que lucha por sobrevivir en un mercado internacional, más se difunde simultáneamente en todas partes la obsesión de una identidad que ya no se define atendiendo a lo social, se trate del nuevo com unitarismo de los países pobres o del indivi­ dualismo narcisista de los países ricos. La separación completa de la vida pú­ blica y de la vida privada determinaría el triunfo de poderes que ya sólo se de­ finirían en términos de gestión y de estrategia y frente a los cuales la mayor parte de la gente se replegaría a un espacio privado, lo cual no dejaría de crear un abismo sin fondo donde antes se encontraba el espacio público, social y político y donde habían nacido las democracias modernas. ¿Cómo no ver en semejante situación una regresión hacia las sociedades en las que los podero­ sos y el pueblo vivían universos separados, el universo de los guerreros con­ quistadores, por un lado, y el de la gente ordinaria encerrada en una sociedad local, por otro? Sobre todo, ¿cómo no ver que el mundo está más dividido que nunca entre el Norte, donde reinan el instrumentalismo y el poder, y el Sur, que se encierra en la angustia de su perdida identidad? Pero esta representación no corresponde a toda la realidad. No vivimos enteramente en una situación posmoderna, en una situación de disociación completa del sistema y del actor, sino que por lo menos vivimos en una socie­ dad posindustrial que prefiero llamar programada, definida por la importan­ cia primordial de las industrias culturales —cuidados médicos, educación, in­ formación—, en la que un conflicto central opone los aparatos de producción cultural a la defensa del sujeto personal. Esta sociedad posindustrial constitu­ ye un campo de acción cultural y social aún más vigorosamente constituido de lo que lo estuvo la sociedad industrial hoy en decadencia. El sujeto no puede disolverse en la posmodernidad, porque se afirma en la lucha contra ios pode­ res que imponen su dominación en nombre de la razón. Es la extensión sin lí­ mites de las intervenciones de los poderes lo que desliga al sujeto de la identi­ ficación con sus obras y de las filosofías demasiado optimistas de la historia. ¿Cómo volver a crear mediaciones entre economía y cultura? ¿Cómo rein­ ventar la vida social y en particular la vida política, cuya descomposición ac­ tual en casi todo el mundo es e] producto de esa disociación de los instrumen­ tos y el sentido, de los medios y los fines? Ésa será la prolongación política de esta reflexión, que procura salvar la idea de modernidad, tanto de la forma conquistadora y brutal que le dio el Occidente como de la crisis que esa idea sufre desde hace un siglo. La crítica de la modernidad presentada aquí quiere desligar la modernidad de una tradición histórica que la ha reducido a la ra­ cionalización e introducir el tema del sujeto personal y de la subjetivación. La modernidad no descansa en un principio único, y menos aún en la simple des­ trucción de ios obstáculos que se oponen al reinado de la razón; la moderni­ dad es diálogo de la Razón y del sujeto. Sin la Razón, el sujeto se encierra en la obsesión de su identidad; sin el sujeto, la Razón se convierte en el instru­ mento del poder. En este siglo hemos conocido a la vez la dictadura de la ra­

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