SECCIÓN DE OBRAS DE SOCIOLOGÍA CRÍTICA DE LA MODERNIDAD 2 Traducción de ALBERTO LUIS BIXIO 3 ALAIN TOURAINE 4 CRÍTICA DE LA MODERNIDAD 5 Primera edición en francés, 1992 Primera edición en español, 1994 Quinta reimpresión, 1999 Segunda edición en español, 2000 Segunda reimpresión, 2006 Primera edición electrónica, 2015 Título original: Critique de la modernité D. R. © 1992, Librairie Arthème Fayard ISBN 2-213-03005-7 D. R. © 1994, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F. Empresa certificada ISO 9001:2008 Comentarios: [email protected] Tel. (55) 5227-4672 Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc. son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor. ISBN 978-607-16-2919-7 (mobi) Hecho en México - Made in Mexico 6 Para ADRIANA, este libro que su vida ha inspirado 7 8 PRÓLOGO ¿Qué es la modernidad, cuya presencia es tan central en nuestras ideas y nuestras prácticas desde hace más de tres siglos y que hoy es puesta en tela de juicio, repudiada o redefinida? La idea de modernidad, en su forma más ambiciosa, fue la afirmación de que el hombre es lo que hace y que, por lo tanto, debe existir una correspondencia cada vez más estrecha entre la producción —cada vez más eficaz por la ciencia, la tecnología o la administración—, la organización de la sociedad mediante la ley y la vida personal, animada por el interés, pero también por la voluntad de liberarse de todas las coacciones. ¿En qué se basa esta correspondencia de una cultura científica, de una sociedad ordenada y de individuos libres si no es en el triunfo de la razón? Sólo la razón establece una correspondencia entre la acción humana y el orden del mundo, que era lo que buscaban ya no pocos pensamientos religiosos que habían quedado, sin embargo, paralizados por el finalismo propio de las religiones monoteístas fundadas en una revelación. Es la razón la que anima la ciencia y sus aplicaciones; es también la que dispone la adaptación de la vida social a las necesidades individuales o colectivas; y es la razón, finalmente, la que reemplaza la arbitrariedad y la violencia por el Estado de derecho y por el mercado. La humanidad, al obrar según las leyes de la razón, avanza a la vez hacia la abundancia, la libertad y la felicidad. Las críticas de la modernidad cuestionan o repudian precisamente esta afirmación central. ¿En qué medida la libertad, la felicidad personal o la satisfacción de las necesidades son racionales? Admitamos que la arbitrariedad del príncipe y el respeto de las costumbres locales y profesionales se opongan a la racionalización de la producción y que ésta exija que caigan las barreras, que retroceda la violencia y que se instaure un Estado de derecho. Pero esto nada tiene que ver con la libertad, la democracia y la felicidad individual, como bien lo saben los franceses, cuyo Estado de derecho se constituyó con la monarquía absoluta. Que la autoridad racional legal esté asociada con la economía del mercado en la construcción de la sociedad moderna no basta —ni mucho menos— para demostrar que el crecimiento y la democracia están ligados entre sí por la fuerza de la razón. Lo están por su lucha común contra la tradición y la arbitrariedad, es decir, están ligados de una manera negativa y no positiva. La misma crítica es válida —y con mayor fuerza aún— contra el supuesto vínculo de la racionalización y la felicidad. La liberación de los controles y de las formas tradicionales de autoridad permite la felicidad pero no la asegura; apela a la libertad, pero al mismo tiempo la somete a la organización centralizada de la producción y del consumo. La afirmación de que el progreso es la marcha hacia la abundancia, la libertad y la felicidad, y de que estos tres objetivos están fuertemente ligados entre sí, no es más que una ideología constantemente desmentida por la historia. 9 Más aún, sostienen los críticos más radicales, lo que se llama el reinado de la razón, ¿no es acaso la creciente dominación del sistema sobre los actores, no son la normalización y la estandarización las que, después de haber destruido la economía de los trabajadores, se extienden al mundo del consumo y de la comunicación? A veces, esta dominación se extiende liberalmente; otras, de manera autoritaria, pero en todos los casos esta modernidad, sobre todo cuando apela a la libertad del sujeto, tiene la finalidad de someter a cada uno a los intereses del todo, ya se trate de la empresa, ya de la nación o de la sociedad, o de la razón misma. ¿Y no es acaso en nombre de la razón y de su universalismo como se extendió la dominación del hombre occidental varón, adulto y educado sobre el mundo entero, desde los trabajadores a los pueblos colonizados y desde las mujeres a los niños? ¿Cómo pueden semejantes críticas no ser convincentes a fines de un siglo dominado por el movimiento comunista, que impuso a la tercera parte del mundo regímenes totalitarios fundados en la razón, la ciencia y la técnica? Pero el Occidente responde que desde hace mucho tiempo, desde el Terror en que se transformó la Revolución francesa, desconfía de ese racionalismo voluntarista, de ese despotismo ilustrado. En efecto, Occidente reemplazó poco a poco una visión racionalista del universo y de la acción humana por una concepción más modesta, puramente instrumental, de la racionalidad, al poner ésta cada vez más al servicio de demandas y de necesidades que de manera creciente se escapan (a medida que se avanza en una sociedad de consumo de masas) a las reglas obligadas de un racionalismo que sólo correspondía a una sociedad de producción centrada en la acumulación, antes que en el consumo del mayor número de personas. En efecto, esa sociedad, dominada por el consumo y más recientemente por las comunicaciones masivas, está tan alejada del capitalismo puritano al que se refería Weber como de la apelación de tipo soviético a las leyes de la historia. Pero otras críticas se levantan contra esta concepción suave de la modernidad. ¿No se pierde esta concepción en la insignificancia? ¿No asigna la mayor importancia a las demandas mercantiles más inmediatas y, por lo tanto, menos importantes? ¿No está ciega al reducir la sociedad a un mercado y al no preocuparse por las desigualdades que ella acrecienta ni por la destrucción acelerada de su ambiente natural y social? Para escapar a la fuerza de estos dos tipos de críticas, muchos se contentan con una concepción aún más modesta de la modernidad. Para ellos, apelar a la razón no funda ningún tipo de sociedad; hay una fuerza crítica que disuelve los monopolios así como los corporativismos, las clases o las ideologías. Gran Bretaña, los Países Bajos, los Estados Unidos y Francia entraron en la modernidad mediante una revolución y el repudio al absolutismo. Hoy, cuando la palabra revolución es portadora de más connotaciones negativas que positivas, se habla más bien de liberación, ya sea de la liberación de una clase oprimida, ya sea de una nación colonizada, o de las mujeres dominadas, o de las minorías perseguidas. Pero la libertad política, ¿no es acaso sólo negativa al reducir a la imposibilidad a quien pretenda llegar al poder o mantenerse contra la voluntad de la mayoría, según la definición de Isaiah Berlin? ¿No es la felicidad más que la libertad de 10