CORRIENTES EN ANTROPOLOGIA CONTEMPORANEA Carlos Reynoso UBA / CONICET 1 SUMARIO • La antropología cognitiva, 3 • Las antropologías fenomenológicas, 89 • Etnometodología: Conceptos y alcances, 124 • El estructuralismo de Lévi-Strauss: observaciones metodológicas, 159 • Momentos de la antropología simbólica, 178 • La antropología y las teorías de sistemas, 237-304 2 INTRODUCCION No existen muchas obras de síntesis referidas a las teorías antropológicas contempo- ráneas, con la excepción de unos pocos artículos de foco temporal breve y temática angosta desparramados en los Annual Reviews. Tampoco se obtienen con facilidad tratados analíticos que se refieran a varias teorías bien conocidas para el autor, y hasta el proyecto de historia que venía armando Stocking da la impresión de haberse cancelado después de sólo siete volú- menes que apenas se refieren, de todos modos, a momentos arcaicos de la disciplina. Los ca- pítulos que siguen no pretenden compensar esas faltas, sino apenas seguir unas cuantas co- rrientes por separado, en algunos casos las principales, en otros las más interesantes. Es obvio que un libro como el que sigue parece necesario, aunque su carácter no es exactamente el de una historia diseñada para bajar línea, el de una puesta al día o el de una visión de conjunto. Si tuviéramos que definir su objetivo, éste es el de presentar chunks de unas seis teorías representativas de la antropología reciente y algunas de sus derivaciones, examinando críticamente sus respectivos programas. He procurado siempre trabajar con textos que conozco intensivamente, sea por haberlos traducido, discutido con sus propios autores, formalizado en sistemas de programación con- ceptual o trabajado durante años en cátedras de grado y seminarios de especialización, estu- viera de acuerdo o no con ellos. En lo que a sus críticas concierne, ésta ha sido las más de las veces interna, antes que un emergente de una postura peculiar. Lo que se les pide aquí a las teorías es que lo sean realmente, que expongan con claridad sus programas, que los lleven a cabo con consistencia y productividad, que no mientan acerca de las estrategias alternativas y que promuevan resultados dignos de la inversión de esfuerzo y tiempo que su asimilación nos demanda. En todos estos sentidos, este estudio sale al cruce de reseñas proliferantes algo más deshonestas, a tenor del canon expuesto, en las que los autores hacen gala de no haber en- tendido a satisfacción ya sea los contextos pragmáticos que trazan, las formas sintácticas que manipulan o los argumentos semánticos que analizan. Este libro es algo así como el torso de una obra futura, más profunda, más completa; tal como está se origina en clases, conferencias y seminarios de distintos niveles y de diferentes momentos de mi historia profesional. Eso explica ciertos didactismos que, aunque esporádi- cos, pueden ser inusuales en un texto pensado desde el vamos para ser leído por lectores de experiencia similar a la de quien escribe. Como la ciencia de la que hablo no es tan conocida como se debiera, he preferido sin embargo no extirpar esas excursiones por la pedagogía. En ocasiones hasta las he ampliado, tras algunas comprobaciones alarmantes en el terreno de lo que un Bateson llamaría “lo que todo escolar sabe”. Tampoco realicé ningún esfuerzo para homogeneizar el conjunto o suavizar las transicio- nes entre capítulos: primero porque la naturaleza de los movimientos teóricos indagados re- chaza semejante violencia, y luego porque los contrastes de estilo se adaptan razonablemente bien al tratamiento de contenidos que ningún empeño estilístico tornará en convergentes. A diferencia de lo que podría ser el texto de un Marvin Harris, quien siempre conserva el tono propio de una sola teoría desde la cual se juzga a las otras, este libro se caracteriza por una 3 cierta mímesis literaria con la modalidad expositiva de cada discurso reseñado, una adquisi- ción previa de sus aparatos conceptuales, aunque en la mayoría de los casos no se compartan sus lineamientos. Considérese entonces que estamos ante una especie de compilación de tra- bajos inéditos sobre líneas en desencuentro, antes que frente a una obra monolítica y orgánica sobre una disciplina que (como se verá) no es ni lo uno ni lo otro. Aunque como ya he dicho me he impuesto la obligación de conocer a fondo las doctrinas que discuto, de ningún modo estoy dispuesto a implicar que el libro que está comenzando a leerse es una fuente de primera mano o un resumen que puede suplir la lectura de los libros originales. Ni modo. Esta es una obra crítica, y el verdadero sabor de la sopa está en otro lado. En el mapa de las antropologías contemporáneas que queda aquí trazado hay algunos te- rritorios que faltan, y no precisamente los más minúsculos. Como ya he revisado las tenden- cias más actuales en mi introducción a El Surgimiento de la Antropología Posmoderna (Rey- noso 1994) y ni ella ni yo hemos cambiado mucho desde entonces, consideraré que ese capí- tulo también forma parte de este libro. 4 LA ANTROPOLOGIA COGNITIVA Introducción. En este capítulo he tratado de reunir todo el campo de la ciencia cognitiva, abarcando a la lingüística y a la antropología pero yendo también bastante más allá. Ciertamente, hay una base lingüística en gran parte de los estudios que habrán de revisarse, pero una vez más los límites entre disciplinas resultan aquí bastante imprecisos. Lo que comúnmente se llama antropología cognitiva, etnosemántica, etnociencia, Nueva Etnografía, análisis componencial o análisis formal es un movimiento colectivo que impregnó a la disciplina en los Estados Unidos entre aproximadamente 1956 y 1969. El surgimiento, la gloria y la decadencia de esta corriente constituyen momentos tan bien deli- mitados y tan estrechamente relacionados con importantes cuestiones teóricas, que el estudio de su trayectoria se transforma en un análisis aleccionador. El problema con este tipo de lecciones es que en general no son morales, sino metodo- lógicas, y no todo el mundo está de acuerdo en sacar de ellas las mismas conclusiones. Mis conclusiones podemos anticiparlas ahora y justificarlas después: las más importantes tienen que ver con la convicción de que la antropología cognitiva acarreó por una parte un profundo esclarecimiento de los dilemas del significado y por la otra produjo, a pesar suyo, una demos- tración formal y sustantiva de la imposibilidad de una ciencia emic tal como Pike la había propuesto. Y sin duda se trata de cuestiones importantes: a mediados de los años 60 (yo diría más bien entre 1964 y 1966), cuando el movimiento disfrutó la edad de oro de su prestigio, la an- tropología cognitiva se pensaba a sí misma como la vanguardia disciplinar; sus partidarios se encontraban entonces en los puestos directivos de numerosas universidades y a la cabeza de todas las publicaciones de alguna influencia, sobre todo American Anthropologist. Muchos cognitivistas acariciaban entonces la idea de que toda la antropología anterior, y en especial la etnografía que servía de materia prima a los murdockianos, representaba un estado superado del desarrollo científico de la disciplina. La Nueva Etnografía fue (y para muchos es todavía) el arquetipo de una antropología formal, ocupando el lugar que en otros países estuvo reservado sólo para el estructuralismo. El fracaso del estructuralismo en los Estados Unidos puede entenderse, en parte, por el hecho de que la alianza que Lévi-Strauss vino a proponer entre la etnología y la lingüística estructu- ral ya había sido propuesta por los cognitivistas, aunque en un sentido y en una dimensión metodológica diferente. Y ya que hablamos de él, podría decir (después tendré que justificar- lo mejor) que el estructuralismo no penetró demasiado en Estados Unidos porque el cogniti- vismo ya había ocupado su sitio, aunque en un sentido estricto se le pareciera bastante poco. En lo que sigue propondré incursionar por algunos rudimentos genéricos de la antropología 5 cognitiva clásica, confiando en que los aspectos faltantes sean cubiertos por una lectura de mi texto Teoría, Historia y Crítica de la Antropología Cognitiva (Buenos Aires, Búsqueda, 1986). ¿Cómo comenzó todo esto? A grandes rasgos, a mediados de la década del 50 la antro- pología norteamericana se dividía entre una concepción que podríamos llamar científica, sustentada por los ecologistas culturales (Steward), los neo-evolucionistas (Leslie White, Robert Carneiro) y los comparativistas (Murdock), y otra vertiente radicalmente distinta inclinada hacia las humanidades, identificada en parte con el culturalismo de los sucesores de Boas. En algunas universidades norteamericanas, la tensión máxima se suscitaba entre los par- tidarios de un estudio comparativo de las culturas a través de un análisis de correlaciones en- tre rasgos o categorías culturales y los que pensaban que el mejor servicio que se podía pres- tar a la antropología consistía en un intento de comprender cualitativamente las culturas, una a una y desde dentro, y, si fuera posible, en sus propios términos. Comparativistas Particularistas Ideal de las ciencias naturales Ideal de las humanidades Búsqueda de la explicación Búsqueda de la comprensión Síntesis comparativa Análisis de lo peculiar Búsqueda de leyes generales Registro de casos únicos Tendencia al materialismo Tendencia al idealismo Abundante reflexión metodológica Actitud anti-teórica Etnología Etnografía Elaboración tipológica de los rasgos comparables Expresión de la cultura en sí misma Desarrollo de la cuantificación Exaltación de lo cualitativo Enfasis en las correlaciones impersonales Recuperación del individualismo metodológico Formalismo Sustantivismo La primera era la modalidad de Murdock en Yale; la segunda, la de los boasianos en Columbia. Más adelante (por lo menos desde 1954, aunque el término se popularizó después) la primera variante se identificaría con las concepciones etic, en tanto que la segunda, ligera- mente aderezada, encarnaría el ideal de la ciencia emic. La dicotomía, que luego analizaremos más en detalle, se corresponde aproximadamente con la que opone a los científicos explicativos por una parte y a los humanistas comprensivos por la otra, dialéctica que luego veremos en acción en otros capítulos a propósito del surgimiento de la hermenéutica aplicada a la sociedad. Emic y etic Quizá no sea impropio conjeturar que la antropología cognitiva no hubiera sido como fue si en 1954 el lingüista y misionero Kenneth Pike, ligado al idealismo boasiano en un principio (vía Sapir-Whorf) y más tarde destacado representante del Instituto Lingüístico de Verano, no hubiera formulado sus ideas en torno a la necesidad de fundar una ciencia emic para dar cuenta de los fenómenos de la cultura, lenguaje incluido. 6 Continuando la obra de Boas y Sapir, Pike fue quien trató de darle contenidos al idealis- mo y al relativismo lingüístico norteamericano, trabajando inicialmente dentro de la linguística. Sus obras más importantes son de principios y mediados de la década del 50. Tengamos en cuenta que Whorf, por ejemplo, muere en 1941; Sapir había muerto en 1939. A Pike, todavía activo a la fecha (1997), se debe también una de las distinciones más polémicas de la antropología reciente. En Pike se originan algunas de las discusiones más violentas y to- davía no acabadas, no solamente en la antropología norteamericana, sino también en el resto del mundo, como las que giran en torno a la alternativa entre las estrategias emic y las etic. Tengamos también en cuenta que Pike no es solamente lingüista o antropólogo, sino que está relacionado estrechamente con el trabajo misionero del Instituto Lingüístico de Verano (ILV). Esta institución se dedica primordialmente a la difusión de la Biblia entre pueblos ágrafos, mediante un trabajo que tiene su culminación anual durante el verano en el hemis- ferio norte, es decir, en la época de las vacaciones académicas. Es en ésta época cuando todos los allegados al Instituto realizan su aproximación más intensa a las distintas culturas, y al mismo tiempo que van documentando las sociedades y lenguas y van componiendo mejor las articulaciones de estos lenguajes para llegar a traducir la Biblia mediante los mismos, van practicando una enseñanza bilingüe que versa casi exclusivamente en asuntos bíblicos. Se trata de una organización pastoral y editorial sumamente poderosa, que tiene acceso a varios centenares de grupos aborígenes, y que se caracteriza por elegir los enclaves más apar- tados y más difíciles de estudiar del mundo etnográfico. El Instituto Linguistico de Verano tiene sus avanzadas, por ejemplo, en Nueva Guinea o en la Amazonia peruana. Si un etnó- logo pretende tener acceso a un grupo étnico bajo la tutela del ILV (como por ejemplo los bora de la Amazonia Peruana) lo más probable es que tenga que negociar su ingreso con la delegación del instituto1. Kenneth Pike es uno de los que formulan los fundamentos metodo- lógicos del Instituto Linguistico de Verano. Estos tienen que ver con la idea del relativismo lingüístico y con la necesidad de estudiar las culturas desde dentro, que después vamos a caracterizar. Pike define dos modalidades contrapuestas de ciencia (él dice "dos puntos de vista dis- tintos") para abordar los fenómenos culturales: el punto de vista etic estudia desde fuera la conducta de un sistema particular; el punto de vista emic, en cambio, lo hace desde dentro. Ambos términos se derivan de la lingüística, donde la fonética constituye el estudio "objeti- vo" de los sonidos del lenguaje, mientras que la fonémica (el apelativo americano de la fonología) analiza más bien la forma en que los sonidos se usan, subjetivamente, para dife- renciar significaciones. Pike presenta las características de ambos enfoques en un cuadro de oposiciones: 1. Intercultural / específico. En enfoque etic considera varias lenguas o culturas a la vez; el enfoque emic aborda típicamente una sola lengua o cultura. Esta es una 1 No es mi intención analizar aquí las denuncias que cada tanto reviven a propósito de los nexos entre el ILV, los intereses de Rockefeller y las líneas más duras de la política exterior norteamericana, CIA incluida. Quien desee profundizar en la cuestión puede consultar Gerald Colby y Charlotte Denner, They will be done: The conquest of the Amazon - Nelson Rockefeller and Evangelism in the Age of Oil, HarperCollins, 1995, o la presentación de Marc Edelman en Anthropology Newsletter, enero de 1997, pp.36-37. 7 reformulación del principio del particularismo cultural, fuertemente opuesto a las comparaciones interculturales. 2. Unidades disponibles de antemano / unidades determinadas durante el aná- lisis. Las unidades y clasificaciones etic, basadas en muestreos o en investigacio- nes previas, existen antes de que se realicen los estudios particulares. Las unida- des emic, en cambio, se deben establecer una vez iniciada la investigación; es preciso descubrirlas y no es posible predecirlas. Esta afirmación denota la in- clinación empirista del idealismo, el cual supone que las categorías válidas para el análisis de un fenómeno son inherentes a él y no se pueden ni se deben construir. 3. Creación de un sistema / descubrimiento de un sistema. La organización etic de un esquema intercultural puede ser creada por el analista; la estructura emic de un determinado sistema debe ser descubierta. Esta oposición es la misma que los lin- güistas conceptualizaron como el contraste entre el abracadabra (hocus pocus) y la verdad de Dios (God's Truth). En el abracadabra el estudioso saca de la galera el orden que describe, o lo construye, aún sin darse cuenta que lo hace. En la verdad de Dios no hace más que descubrir lo que está verdaderamente en la rea- lidad. El contraste se asemeja al que media entre racionalismo y empirismo: en el primero "la realidad" es construida conforme a una teoría y un punto de vista; en el segundo, descubierta "tal cual es". 4. Concepción externa / concepción interna. El punto de vista etic presupone una mirada exterior, extraña a la naturaleza de lo que se estudia; las descripciones emic brindan una concepción interior, con criterios escogidos dentro del sistema. 5. Plan externo / plan interno. Un sistema etic puede ser establecido por criterios o planes lógicos cuya pertinencia es ajena al sistema que se está estudiando. El des- cubrimiento del sistema emic requiere la inclusión de criterios pertinentes al fun- cionamiento interno del sistema mismo. 6. Criterios absolutos / criterios relativos. Los criterios etic se consideran a menudo absolutos, directa y objetivamente mensurables; los criterios emic se relacionan con las características peculiares al sistema, son relativos a él. 7. No integración / integración. La concepción etic no requiere que se conciba cada unidad como parte de un conjunto más amplio. La visión emic considera que cada unidad funciona dentro de un conjunto estructural más amplio, en una jerarquía de unidades y conjuntos. 8. Igualdad y diferencia como medido / Igualdad y diferencia como sistemático. Dos unidades son éticamente distintas cuando las mediciones instrumentales así lo demuestran. Las unidades son émicamente distintas cuando provocan respuestas diferentes de la gente que actúa dentro del sistema. 8. Datos parciales / datos totales. Los datos etic se obtienen en un primer momento en base a información parcial. En principio, los criterios emic requieren que se conozca el sistema total con el cual se relacionan y del cual toman su signifi- cación. 8 9. Presentación preliminar / presentación final. Los datos etic permiten tener acceso inicial al sistema, y dan resultados provisionales y tentativos. El análisis o presentación final, sin embargo (y siempre según Pike), debe darse en unidades emic. La caracterización de Pike, evidentemente, hace agua por todas partes. Muchas veces no se sabe con certeza si la distinción se refiere a "puntos de vistas" diferenciales (el de la cultura nativa versus el del etnógrafo), a "criterios" contrapuestos (y en tal caso, ¿criterios de qué?), al origen de los datos (Pike habla de datos emic y etic) o al de los conceptos que se utilizan en su análisis. Esta ambigüedad ha causado que etnólogos muy sutiles en otros respectos, utilizaran la distinción equivocadamente. Lévi-Strauss, por ejemplo, remite la distinción a niveles perceptivos u ontológicos, llegando a decir cosas tales como que "la naturaleza de las cosas es de origen emic, y no etic" (cf. La Mirada Distante, ed. Argos- Vergara, 1984, pp.140-141). Cuando no se tiene ni la menor idea habitualmente se nota. Como sea, todo el proyecto de Pike es intrínsecamente ambiguo y de una inquietante su- perficialidad. Los problemas fundamentales no han sido siquiera insinuados; él no aclara, por ejemplo, si los datos emic han de estar integrados a un marco de hipótesis etic, o si por el contrario corresponde construir un diseño investigativo íntegramente emic. En ambos casos sería preciso que alguien especificara cómo hacerlo, ya que resulta por lo menos dudoso que una ciencia diseñada para satisfacer inquietudes intelectuales siempre necesariamente etic pueda ser resuelta mediante conceptos (o procedimientos, o datos, o lo que fuere) emic. Muchas veces se pretende salvar la idea de una ciencia emic haciéndole decir a Pike cosas que él no ha dicho, dado que lo que ha escrito es, desde el punto de vista epistemológico, más bien deplorable. Pero la semblanza de Pike es la que acabamos de ver. La mayor parte de sus juicios son idealizaciones a priori que no se basan en ninguna de- mostración; cuando él dice, por ejemplo, que los estudios emic conducen a una comprensión del modo como se construye una lengua o cultura, "no como una serie de partes separadas, sino como un todo compacto", confía implícitamente en que los hablantes de una lengua o los actores de una cultura dispongan de los elementos conceptuales necesarios como para dar cuenta de esa globalidad, como para ordenar o articular la comprensión de su lengua o su cultura desde dentro. Es ostensible que ese no es el caso, y la exploración cognitivista lo demostró hasta el hartazgo. Cuando a fines de los 60 se trató de fundamentar émicamente la descripción de las culturas, los resultados variaron entre lo desastroso y lo trivial. Recordemos a Casagrande, Hale, Perchonok… Como veremos luego, los conceptos nativos necesarios para integrar los diversos dominios culturales o lingüísticos "en un todo com- pacto" brillaron por su ausencia, por la sencilla razón de que los nativos no son ni lingüistas ni antropólogos, ni tienen por qué poseer de antemano en su conciencia las respuestas a las preguntas contingentes que nuestras ciencias formulan. Para apreciar mejor las arbitrariedades de Pike, propongo pensar por un instante que us- tedes, los lectores, son informantes caracterizados de su propia lengua o cultura. Es obvio que, antes de adquirir formación académica específica, ninguno de ustedes (ninguno de noso- tros) posee una visión conexa y global de la lengua o la cultura, capaz de poner al descubierto sus resortes esenciales. Eso ya lo han documentado el marxismo, el psicoanálisis y el estruc- turalismo (más allá de sus shortcomings respectivos), que acabaron con la perspectiva 9 ingenua de considerar que las claves de lo real se hallaban al alcance de la conciencia y del sentido común. El psicoanálisis pone en crisis la suficiencia de la conciencia como vehículo de la com- prensión. La conciencia no es suficiente para comprender algo que se diría está incorporado al hombre y que es fácil de comprender como es su propio pensamiento, sus propios procesos psíquicos. Freud puso de manifiesto que lo más importante de los fenómenos de la mente humana está más allá del alcance de la conciencia, y que es incluso necesario romper lo que se percibe fenomenológicamente para poder llegar a lo esencial. Cualesquiera sean los aspectos cuestionables del psicoanálisis (y yo creo que son muchos), la concepción psico- analítica del inconsciente permanece como una de sus contribuciones valederas. El marxismo afirmaba aproximadamente lo mismo con respecto a lo que podríamos ca- racterizar como la ideología. La concepción que un miembro de una sociedad tiene de las relaciones sociales, por de pronto, y de las relaciones de producción más específicamente, no son las de estas relaciones tal como son en la vida real, sino tal como son a través de un reflejo, de una elaboración que no necesariamente corresponde a los hechos. Es decir, existe toda una tradición de crítica del conocimiento, que está dada por el marxismo y el psi- coanálisis, independientes entre sí pero en alguna medida coincidiendo en lo esencial, que tendríamos que dejar de lado si quisiéramos adoptar con alguna mínima consistencia el esquema de Pike. La postura emic tiene que ver muchísimo con lo que ha sido la fenomenología antropo- lógica en este país, y con lo que es la antropología fenomenológica en buena parte del mundo. Todas estas tendencias, opuestas en general a la teorización, parten de una base que es, más o menos explícitamente, mero empirismo. Para Kenneth Pike existe un sistema dentro de una cultura o de una lengua que debe ser descubierto. Ese sistema no puede ser construido por un estudioso o por una persona exterior a ese sistema, sino que se descubre viéndolo desde den- tro. Eso es entonces la "verdad de Dios": consiste en evitar imponer un patrón desde fuera, y encontrar ese patrón o ese orden en los hechos que se están examinando. El papel del estudio- so es ínfimo, si no nulo: encontrar lo que ya está allí. Casi todos los idealistas norteame- ricanos son partidarios, en antropología y en lingüística, de lo que se ha dado a conocer entonces como "verdad de Dios", y que en ciertas manifestaciones de la fenomenología norte- americana, sobre todo de la antropología, se ha revelado como una especie de empirismo trascendental, ligado explícitamente a la fenomenología como corriente filosófica. Su desprecio por todas las formas de racionalismo es tan dominante, que prefieren cualquier forma de objetivación (Dios incluido) bajo pretexto de conocimiento directo y no mediado. A este esquema hay que verlo en el contexto en el que se origina. En lo antropológico, Pike estaba batallando contra la escuela comparativista de Murdock, y desde el punto de vista lingüístico contra la escuela de Bloomfield. Podríamos decir que estas escuelas, en sus respectivas disciplinas, eran los enfoques dominantes en el momento en que Pike establece esa distinción entre emic y etic a mediados de los 50. Y Pike concede a estos principios de distinción entre emic y etic la suficiente dimensión como para presentarlos no solamente como una técnica o una metodología lingüística o antro- pológica, sino como una visión capaz de brindar una especie de ciencia unificada, o la posi- bilidad de la unificación de la ciencias, por lo menos de las ciencias sociales. Las ciencias hu- 10
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