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Conversaciones con Buñuel : seguidas de 45 entrevistas con familiares, amigos y colaboradores del cineasta aragonés PDF

535 Pages·1985·9.915 MB·Spanish
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seguidas de 45 entrevistas con familiares, amigos y colaboradores del cineasta aragonés MAX AUB (Pan's, 1903/México, 1972). In­ quietud ideológica y diversidad creacional son dos notas que destacan en la recia per­ sonalidad de Max Aub, uno de nuestros últimos y más ilustres "trasterrados”. Hijo de padre alemán y madre francesa, Aub em­ pieza a ser español a los once años,cuando, deseando esquivar la Gran Guerra, su fami­ lia se instala en Valencia. Y seguirá siéndolo ya durante su asenderada vida a través de los “campos” cóncentracionarios del "Midi” francés y de Argelia, y en su largo y fructí­ fero exilio mexicano. Dramaturgo, poeta y ensayista, la fama de Aub se cimenta sobre todo en su producción novelesca: antes que nada, es el creador de “campos" abiertos y cerrados, entre los que destaca el mágico juego de Jusep Torres Campalans, ese apó­ crifo prodigioso, muestra del hondo humo­ rismo, la sólida cultura y el extraordinario ingenio del escritor. LUIS BUÑUEL (Calanda, Teruel, 1900/ México, 1983). Hijo de prósperos terrate­ nientes, fue educado por los jesuítas y pos­ teriormente enviado a la Universidad de Madrid, donde se vinculaba intelectualmen- te con la generación del 27. Funda un cine- club en la Universidad. En 1925 va a París como estudiante de la “Académie du Cine­ ma”. Después de tres días intercambiando sueños y fantasías, Buñuel y Dalí escribie­ ron un guión para un filme surrealista que el primero filmó en dos semanas y del que resultó una película de 24 minutos: Un perro andaluz, serie de imágenes inconexas e incomprensibles, cuyo único elemento común era su poder de shock. En 1930 Buñuel dirigió su obra maestra surrealista La edad de oro, en la que puso los cimien­ tos ideológicos de lo que sería su futuro trabajo. El resto es conocido. jnversaciones mantenidas, a corazón abierto, idéntica categoría intelectual y humana, con ;idas y con una trayectoria artística en cierto el libro. En ellas, Max Aub dialoga con per- res (sus hermanos, etc.), por relaciones pro- ¡tein, Alatriste, etc.), por amistad o inquie- el Alberti, Louis Aragon, José Gaos, Fran- ntacto humano. a un mejor y más íntimo conocimiento del también genial Max Aub. Luis Buñuel expresa a Catherine Deneuve su criterio sobre una escena de Tristana (1970). MAX AUB CONVERSACIONES CON BUÑUEL SEGUIDAS DE 45 ENTREVISTAS CON FAMILIARES, AMIGOS Y COLABORADORES DEL CINEASTA ARAGONES Prólogo de FEDERICO ALVAREZ AGUILAR colección literaria cubierta y cuidado de la edición TIRSO ECHEANDIA © herederos de max aub 1984 aguilar s a de ediciones 1985 juan bravo 38 madrid depósito legal m 2414/1985 primera edición 1985 ISBN 84-03-09195-8 printed in spain impreso en españa por gráficas ema miguel yuste 31 madrid AL LECTOR Cuando Max Aub murió, el 22 de julio de 1972, en la ciudad de México, dejó sobre su gran mesa de trabajo, ordenadas en más de un centenar de carpetas, alrededor de cinco mil hojas escritas a máquina en torno a un proyecto de «novela» sobre el gran cineasta y viejo amigo suyo Luis Buñuel. La idea de escribir un libro sobre Buñuel le fue sugerida, con todas las libertades ima­ ginables, por Agustín Caballero, Enrique Montoya y Antonio Ruano, de la Editorial Aguilar, en 1967, y fue acogida por Max Aub con enorme interés. Puede decirse que desde entonces, hasta su muerte, todas sus fuerzas, día a día debilitadas, y todo su tiem­ po, multiplicado por su asombrosa laboriosidad, fueron dedica­ dos a este proyecto. , Alrededor de una tercera parte de todo ese material que dejó escrito estaba compuesta por transcripciones literales de conver­ saciones que, grabadora en mano, Max Aub mantuvo con Luis Buñuel y con muchos de sus parientes, amigos y colaboradores, en México, Madrid, París, Roma... Otra tercera parte la compo­ nía una nutrida colección de textos ajenos, documentos de la época, materiales surrealistas, citas, cronologías, viejas críticas de cine, recortes de prensa... También recopiló exhaustivamente toda la obra escrita por Luis Buñuel desde sus primeras poesías y reseñas de cine hasta los guiones de películas que nunca llegaron a filmarse. Por último, en una veintena de carpetas, Max Aub había reunido notas para el prólogo previsible, sus propias reflexiones sobre el surrealismo, sobre su generación y sobre el libro mismo del que aquella balumba de papeles era tan sólo el material primario. En algunas de esas anotaciones, que tienen a veces un tono es­ pecialmente subjetivo, como si de un diario íntimo se tratase, se transparentó la creciente angustia que la acumulación de todo ese material escrito le iba creando. De la idea original (una semblan- 9 za de Buñuel, una biografía, una reflexión sobre su obra) surgió en seguida la mucho más ambiciosa de escribir, a partir de la vida y la obra de Buñuel, un gran testimonio novelesco generacional que retratara la realidad cultural y social de los años veinte en Es­ paña y sus secuelas en París y, tras la derrota de la República, en el exilio. Max Aub acababa de publicar un libro y estaba prepa­ rando la publicación de otro, que le parecieron, de repente, lógi­ cos predecesores de éste que acabaría resultando su obra postuma. El primero de estos dos libros, la «biografía» del pintor apócrifo Jusep Torres Campalans, le brindaba un modelo formal que ansia­ ba volver a experimentar y que le parecía sumamente eficaz para esta «novela» del muy real—y surreal—cineasta aragonés. Ese modelo consistía en el destrenzamiento de los elementos estruc­ turales básicos de toda narración—acontecimientos, personajes, ambiente, ideas—y su presentación consecutiva, deslizando en cada uno de ellos una ironía en torno al género—¿narración?, ¿ensayo?, ¿historia?, ¿biografía?—que «programaba» de hecho el sentido del nuevo libro que empezaba a fraguarse. El segundo de estos libros, La gallina ciega, balance apasionado, profuso, exuberante de su primer viaje a España desde la pérdida de la guerra—y, para muchos, su mejor obra—, empezaba a funcionar en su cabe­ za como la contraparte vivencial de este otro sobre la generación «de la República» que se le convertía a posteriori en tesis ideal. Por último, la sola noticia de la existencia de un tercer libro, no leído, de Louis Aragon, titulado Matisse: novela, redondeó el proyecto imaginado. Buñuel: novela. En esas dos palabras, y en la experiencia previa, formal e ideal de Jusep Torres Campalans y La gallina ciega, se empezaba a plasmar un proyecto transparente. Max Aub se lanzó, pues, a reconstruir la vida de Buñuel y la de su generación no a la manera del biógrafo o del historiador, sino a la del novelista. A primera vista, podría parecer más bien la del antropólogo fiel al método de la «historia oral», pero por dentro circulaba avasallante la concepción del narrador: el deta­ lle, la frase, el gesto verdaderos, aniquilados y preservados en la creación literaria. Al morir, Max Aub dejó la tarea inacabada e inacabable. Quien, a la muerte del autor, leyó todos los papeles, pudo pensar por un instante—editor, al fin—que el libro ideado estaba ya vivo en aquellas hojas y que sólo exigía paciencia y montaje. Pero des­ de el primer momento hicieron falta palabras, nuevas palabras que no estaban todavía escritas en aquellas hojas, y que nadie en su sano juicio se hubiera atrevido a añadir. La única alternativa posible era, pues, partir de aquellos papeles y, sin salir de ellos, reducirlos a las dimensiones de un libro normal mediante el pro­ cedimiento único de elegir y desechar, respectivamente, lo visible­ 10 mente óptimo y lo obviamente prescindible (o, comparativamen­ te, menos válido); hubo luego que eliminar repeticiones, «peinar» la retórica de la grabación y establecer soluciones de continuidad inevitables manteniendo un orden cronológico que no rompiera la fluidez de los diálogos. Otro aspecto hubo también que cuidar: el de las referencias vi­ driosas hacia terceras personas o hacia el propio Buñuel. Más de una vez le oí decir a Max Aub—al leer los textos que iban salien­ do de las transcripciones—que habría que prescindir, aquí y allá, de opiniones ligeras o infundadas que pudieran herir susceptibi­ lidades legítimas. «Al final-—decía con frecuencia—, todo deberá leerlo Luis antes de entregar el libro a la imprenta. Y no apare­ cerá nada en él que no le guste. » Cuando hablé con don Luis de todo esto, hecha ya la selección final, tuve que hacer esfuerzos para que leyera por lo menos algunas partes. «Ponlo todo, no te preocupes. Si alguien dice que estaba enamorado de mi madre, déjalo. Si alguien me toma por homosexual, déjalo. Ponlo todo, todo.» Me resistía en algunos casos, le ponía ejemplos. Sólo le hice vacilar cuando de terceras personas se trataba. «Bueno, en esos casos no pongas nombres, pon sólo iniciales..,,» Nos reía­ mos. Las iniciales resultaban transparentes. Al segundo martini soltaba su honda generosidad: «Mira, haz lo que te parezca me­ jor. Cuando pasa el tiempo, todo queüa reducido a la mitad de la mitad. De verdad. Decide tú mismo. Tienes toda mi confian­ za. » Luego, cuando pasaba por Madrid, me llamó alguna vez por teléfono. «¿Cómo va eso?» Y sé que, al cabo de algún tiempo, per­ dió las esperanzas de que el libro viera la luz. Era doloroso imaginar lo que hubiera hecho Max Aub con todo ese material, y repasar los originales que yo iba entregando a la imprenta. Y,. sin embargo, ahora, al terminar de releer por enésima vez las páginas que a continuación se inician, me parece encontrar entre sus líneas la «novela» de Max Aub; por lo menos su sustancia. Al vaivén de las conversaciones entre esos dos viejos amigos, de su sencilla sabiduría, de su humor socarrón y de su innata bondad va surgiendo la novela. Y cuando, ya terciado el libro, entran en escena los amigos de la infancia, los compañeros de la Residencia de Estudiantes, las novias, los camaradas de Pa­ rís, los de la guerra, los colegas cineastas, etc., todo se multiplica y adquiere la riqueza vital concreta que surge de toda gran nove­ la. El lector decidirá si éstos son los Papeles sobre Buñuel que dejó inéditos Max Aub o si la labor intensa que se encierra en ellos alcanzó ese cambio de calidad que pueda permitirnos lla­ marlos Buñuel: novela. Federico ALVAREZ PROLOGO PERSONAL

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