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Construcción y sentido de la realidad simbólica: Cervantes, Rulfo y García Márquez / José Pascual PDF

240 Pages·2016·52.35 MB·Spanish
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J osé Pascual Buxó CONSTRUCCIÓN Y SENTIDO DE LA REALIDAD SIMBÓLICA CERVANTES, RULFO Y GARCÍA MÁRQUEZ UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO DIRECCIÓN DE LITERATURA DGE EQUILIBRISTA MÉXICO, MMXV DR © Universidad Nacional Autónoma de México Ciudad Universitaria, Delegación Coyoacán, 04510, México, D. F. Coordinación de Difusión Cultural/Dirección de Literatura www.literatura.unam.mx DR © DGE I Equilibrista Yucatán 190, Col. Tizapán San Angel, 01090, México, D. F. www.dgeequilibrista.com © del texto: José Pascual Buxó © de la fotografía de la portada: DGE, Ruinas romanas de Gerasa, Jordania (2014) Diseño de la colección: Daniela Rocha Portada: Adriana Sánchez Corrección: Amira Webster Formación, coordinación y cuidado editorial: Angelika Plettner Producción: Universidad Nacional Autónoma de México ISBN: 978-607-02-6733-8 (UNAM) ISBN: 978-607-7874-52-2 (DGE EQUILIBRISTA) Esta edición v sus características son propiedad de la Universidad Nacional Autóno­ ma de México y de DGE Equilibrista. Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio, sin la autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales. Impreso y hecho en México / Printedand made in México CONTENIDO Introducción: Verdad histórica y ficción literaria 11 Cervantes La soledad de don Quijote 41 Estructura y lección de Rinconetey Cortadillo 65 En defensa de los libros de caballerías 109 Ruleo Los laberintos de la memoria 145 Construcción y sentido de lo “real imaginario” 169 Pedro Páramo-, el presente absoluto de la conciencia narrativa 193 García Márquez García Márquez o la crisis de la realidad 211 Crónica de una muerte anunciada-. el espejo roto de la memoria 223 A Myrna: ...cria d’amor, penseri, atti e parole. Petrarca INTRODUCCIÓN: VERDAD HISTÓRICA Y FICCIÓN LITERARIA El novelista, más que recurrir a lo históricamente exacto, debe pensar en lo simbólicamente verdadero. J. L. Borges I Es evidente para todos que las disciplinas históricas están naturalmente ligadas al discurso; quiero decir con esto que la rememoración de los hechos humanos, en tanto que se inserten en una secuencia temporal considerada dentro de un determinado espacio político y geográfico (es decir, en un estado o nación), no puede desvincularse de su última y más permanente realidad textual. De modo, pues, que ya como testimonio de ciertos “hechos” o como examen de sus causas y consecuencias, para no morir en la memoria de los pos­ treros, aquellas acciones y pasiones humanas han de entrar en los dominios de la escritura, es decir, han de pasar de su evanescente realidad fàctica a las representaciones más o menos permanentes de un discurso social. Lingüistas y semiólogos suelen establecer una lata dife­ rencia entre relato y discurso. Para algunos, el “relato históri­ co” se caracterizaría por la intención impersonal y objetiva de sus enunciados, en tanto que el “discurso” propiamente literario estaría fuertemente marcado estilística e ideoló­ gicamente por las circunstancias e intenciones semánticas de los sujetos involucrados en el proceso de comunicación. A la exposición histórica o, por mejor decir, historiogrà­ fica, correspondería la categoría retórica del “relato” en este caso, presumiblemente objetivo y comprobablemente verdadero de ciertas acciones humanas, en tanto que en el discurso literario prevalecerá el intercambio dialógico, siempre teñido de matices individuales y de secretas irrup­ ciones del sentimiento y la imaginación Con todo, es un hecho bien establecido que tanto la “narratividad” como el “dialogismo” aparecen en la práctica como “auténticos prin­ cipios de la organización de todo discurso, narrativo o no narrativo” (cfr. s. v. “narración” y “diálogo”, Greimas, 1979), y que, por lo tanto, no son precisamente las contrapuestas categorías de narración y diálogo las que puedan determinar por sí mismas la naturaleza semiótica de los relatos históri­ cos y de las ficciones literarias. A este propósito, conviene recordar que los historiadores clásicos, al introducir la peroración, la prosopopeya o el mo­ nólogo manifiesto como parte de un intercambio virtual del enunciador con sus destinatarios, asignaban a tales recursos de la argumentación retórica una función claramente per­ suasiva, y que en la historiografía moderna dicha función puede verse generalmente asumida por las reflexiones teóri­ cas o las apostillas críticas con las que pretende el historiador concederle mayor credibilidad a los hechos narrados o, al menos, a su particular manera de exponerlos e interpretar­ los. Siendo esto así, conviene indagar por medio de otras ca­ tegorías semióticas la especificidad de los "relatos históricos” por oposición a otro tipo de procesos verbales a los que suele darse el nombre de “discursos literarios” o, más exactamente, poéticos. Haciéndolo así, quizá también podamos percatar­ nos con mayor precisión de las deudas que entre sí contraen los discursos historiográficos y los propiamente artísticos o, dicho de otro modo, del carácter “retórico-literario” que en no pocas ocasiones afecta la escritura de la historia, no menos que de la “historicidad” que permea inevitablemente toda obra literaria. Tales comunidades o coincidencias en el plano del discurso no son, sin embargo, determinantes para el propósito de homologar como tienden a hacerlo algunos críticos de antaño y de hogaño las obras de arte literario con las narraciones históricas y que, en cambio, son sus distintas intenciones semánticas las que determinan su diferente entidad textual. Tratando justamente de tales deudas o “contaminacio­ nes” entre las obras historiográficas y las poético-literarias, recordaba Alfonso Reyes la costumbre de los antiguos, y también de algunos modernos historiadores, de recurrir a las ficciones artísticas con el ánimo de representar o describir más al vivo lugares y personajes; éstas decía “prestan servicios eficaces” a la evocación de “atmósferas sociales”, “facilitan la exégesis” y son un “artificio no censurable si se lo reconoce como tal artificio”, esto es, como “ficciones lite­ rarias internas, entrañadas en el flujo mental de la historia”, la cual, una vez desprendida de tales galas o atavíos, deberá “seguir siendo historia” (Reyes, 1983: 83-85). Por su lado, las obras literarias aprovechan en su favor sigue pensando Reyes— toda la ‘realidad que llega a nuestra mente”, si bien con el aprovechamiento de las “semánticas” ajenas, es decir de los modos de significar propios de la historia y de la cien­ cia, “no se desvirtúa con tal integración” la obra literaria. Siendo, pues, que en la práctica de la escritura, los “tipos” histórico y literario “aparecen muchas veces mezclados”, es recomendable distinguirlos teóricamente antes de entrar a la consideración de la naturaleza específica de unos y otros. Y de tales semejanzas discursivas y oposiciones semánticas entre ambas “agencias del espíritu - como Reyes las llama­ ba—, nos proponemos discurrir ahora. La historiografía en breve, la narración circunstancia­ da de ciertas acciones humanas que resultaron significativas o determinantes para la consolidación o transformación de un estado de cosas — tiene pretensiones de verdad: aspira al registro de los hechos ocurridos de conformidad con los estatutos de la realidad experimentada por los actores y tes­ tigos de un cierto suceso, y susceptibles de ser reconstruidos después profesionalmente desde los presupuestos de una de­ seable objetividad científica. (Dejo de lado - por el hecho de inscribirse en otros tipos de producción discursiva— los numerosos casos en que la tarea historiogràfica queda puesta al servicio de la prédica doctrinaria o la parcialidad ideo­ lógica, así como ciertas digresiones vagamente “filosóficas” fundadas en las libres “convergencias” disciplinarias o en la facundia inagotable de sus autores). La pretensión de ser un registro verdadero de ciertas ac­ ciones humanas ya sean individuales o colectivas , no menos que de sus causas y de los efectos producidos por ellas en las comunidades en que ocurrieron, obliga al dis­ curso historiográfico a manifestarse primordialmente por medio de una función lingüística precisa, la que designamos como denotativa o referencial. Los relatos del historiador y sus asertos han de ser plenamente autorizados no sólo por la fidelidad de la memoria, la garantía documental y el juicio ponderado de los hechos tomados en consideración, sino además y principalmente por el recurso a una función dis­ cursiva centrada en la exacta denotación de sus referentes extratextuales, vale decir, orientada a evitar la presencia de aquel tipo de “ambigüedades semánticas” que caracterizan grosso modo al discurso literario a causa del entramado cúmulo de significaciones que se manifiesta en una misma secuencia enunciativa. De esta suerte, la narración histórica ha de estar orientada a la manifestación objetiva de ciertos acontecimientos “verdaderos” y, por su parte, el discurso literario se centra en la representación figurada de ciertas “verdades” esencialmente humanas que trascienden el mero registro fenomenológico de los sucesos contingentes. El re­ lato del historiador exige documentar los hechos en que se sustenta su presunción de ser exactos y verdaderos; la ‘Tabu­ lación” literaria, en cambio, exige la transmutación de cier­ tas experiencias humanas naturalmente entrañadas a las realidades históricas— en “visiones” o “figuraciones” escla- recedoras, no ya de unos sucesos materiales y contingentes, sino de una “condición” humana permanente y esencial, la cual sin embargo no se manifiesta de manera abstracta o puramente filosófica, sino a través de la imitación o repre­ sentación artística de ciertos comportamientos humanos que, aun sin remitirse inmediatamente a determinadas realidades concretas, bien pudo haber encontrado en ellas el primer sustento para la construcción de su universo imaginario. Como se comprenderá, me refiero aquí a las dos formas extremas del discurso: una, científica, propensa a dar razón cumplida y comprobable de hechos ciertos o recibidos como

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a este fenómeno de sustitución y, al propio tiempo, de ane xión de nuevos .. crónica militar y evangélica, la historiografía y la erudición, la filosofía y la crítica, tes y negros como la pez, poblados de animales espantables; los campos agujero de la arena del patio” donde se ubica l
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