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Cinco Caras De La Modernidad: Modernismo, Vanguardia, Decadencia, Kitsch, Posmodernismo (Filosofia) PDF

39 Pages·2005·1.557 MB·Spanish
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Matei Calinescu Cinco caras de la lTIodernidad Modernismo Vanguardia Decadencia Kitsch Posmodernismo Traducción de María Teresa Beguiristain Diseiío de colección: Rafael Celda y Joaquín Gallego Impresión de cubierta: (,rMicas Molina Título original: Fil'c Faccs of Modemitr. Modernism. A vallt-Garde. Dccadcncc, Kitsch. I'ostmodemism Reservados todos los derechos. De conformidad con lo dispuesto en los ar tinlios 534 bis a) y siguientcs del Código Penal vigente. podr(lI\ ,cr castigados con penas de multa y privación de libcrtad quienes sin la preceptiva autoriza ción reproduj<:ren o plagiaren. en todo o en parte. una obra literaria. artística o científica fijada en cualquier tipo dc soporte. (f) Duke University Press. 19~7 l<l EDITORIAL TECNOS. S. A . 1991 Telémaco. 43 -21'027 Madrid ISBN: 1'4-309-2105-2 Depósito Legal: M-4310X-I<)'!1 ¡'rinte" iJl Sl'llill. Impreso en Lsp;ula por Mapesa. ('j Villahlino. JI'. FuenlabI ada. Kitsch Donde existe una vanguardia, generalmente, también encontramos una retaguardia. Cosa cierta -(:()fl la entrada de la vanguardia-, aparecío un segundo fenómeno cultural nuevo en el Occidente industrial: aquella cosa a la que los alemanes dieron el maravilloso nombre de Kitsch ... Kitsch es experiencia sustitutiva y falsa sensación. Lo kitsch cambia según cl esti lo, pero siempre permanece igual. Lo kitsch no pretende requerir nada de sus clientes excepto su dinero -ni siquiera su tiempo--. Clement Greenberg, Avant-Garde and Kitsch (1936) 1. KITSCH Y MODERNIDAD En una nota a su inacabada obra teatral kitsch, escrita entre fe brero y mayo de 1917 y publicada póstumamente, el dramaturgo y poeta alemán Frank Wedekind señaló que «Io,kitsch es la forma con temporánea de lo gótico, rococó, barroco» l. Esta fue quizá la prime ra vez que la esencia de la modernidad se identificaba específicamen te como kitsch; a causa de todas sus connotaciones fuertemente derogativas, se veía como un amplio estilo histórico, como una incor poración distintiva del moderno Zeitgeist. Que Wedekind quisiera que su afirmación se tomara irónica o literalmente es cuestión de de bate. Puede que quisiera que se tomara ambiguamente. Las otras notas y las escenas reales que logró escribir antes de su muerte, en marzo de 1918, fundamentan tanto la interpretación irónica como la literal. No obstante, lo que queda irrefutable es que Wedekind esta blece una ecuación intelectualmente perturbadora entre modernidad y kitsch. El espectacular crecimiento y diversificación del pseudoarte en el período de entreguerras y tras la Segunda Guerra Mundial ha confir mado las sombrías observaciones de Wedekind, y la mayor parte de los críticos contemporáneos estarían de acuerdo, aunque a regaña dientes, con la afirmación de Harold Rosenberg de la cultura popular 1 Frank Wcdekind. Gesammelte Werke (Munich: Georg Müller. 1(24). vol. 9, p.21O. [221] 222 CINCO CARAS DE LA MODERNIDAD (y la crítica kitsch) en un artículo publicado al final de los años cin cuenta y recogido en The Tradition of the New: Lo kitsch ha capturado todas las artes ... Cuando el pintor X o el dra maturgo Y comienzan a producir Xs e Ys para su instruida audiencia: kits ch. Uno de los mejores poetas americanos apenas ha producido otro easo durante años ... En cada caso no hay cuestión de deshonestidad. de «ven ';.% der». sino de flojera muscular asociada con encontrarse con un público sensible a ciertas normas ... En la actual organización de la sociedau sólo lo kitsch puede tener una razón social de ser 2. La modernidad y lo kitsch -nociones que pueden parecer mu tuamente excluyentes, al menos mientras la modernidad implique el presente antitradicional, el experimento, la novedad del Make it new de Pound, el compromiso con el cambio--, mientras kitsch -a pesar de su diversidad-sugiere repetición, banalidad, vulgaridad. Pero de hecho no es difícil darse cuenta de que el kitsch, tanto tecnológica como estéticamente, es uno de los productos más típicos de la mor dernidad. La relación entre el kitsch (cuya dependencia de la moda y el rápido desuso lo convierte en la principal forma de «arte» de con sumo) y el desarrollo económico es tan estrecho que se puede decir '1 que la presencia de lo kitsch en países del «segundo» o «tercer» '~ mundo es un signo indiscutible de «modernización». Una vez que lo "(~ kitsch es técnicamente posible y económicamente rentable, la proli ~ feración de imitaciones baratas o no-tan-baratas de todo tipo :'~. -desde el arte primitivo o folclórico, hasta la última vanguardia .~ sólo se ven limitadas por el mercado. El valor se mide directamente por la demanda de réplicas espurias o reproducciones de objetos '1 cuyo significado estético original consistía, o debería consistir, en ser únicos y, por tanto, inimitables. Nadie se so~prende hoy día de que J cualquier obra maestra, el Moisés de Miguel Angel, por ejemplo, sea j adquirible para «uso domestico» en copias de diferentes tamaños y materiales (desde escayola, plástico y porcelana hasta de auténtico ~ mármol). Ahora se puede comprar una obra maestra y, tras colocarla '~ cerca de la chimenea, disfrutarla confortablemente cada noche. ~) Alcxis de Tocqueville, en su famoso libro Democracy in America, i~ fue quizá el primer historiador y sociólogo intelectual que anilizá los ~ efectos de la democracia moderna sobre las artes y explicó por qué la democracia conduce necesariamente a un descenso de los estándares tanto en la creación, como en el consumo. En una democracia mo derna «el número de consumidores aumenta, pero los consumidores ';; ;: opulentos y escrupulosos empiezan a escasear». Esta regla general j explica por qué los artesanos y los artistas son «inducidos a producir •.1 ~ ,0' Harold Ro,enbcrg. File FraditioJl oftile Jll'W, 2.' ell. (Ncw York: McGraw-Hill, .~ 1",,,. p. 2«'. KITSCI/ 223 con gran rapidez un (gran) número de comodidades imperfectas» u objetos de arte. Tocqueville describe en 1830 uno de los caminos de la modernidad, «la hipocresía del lujo»: En la confusión de todas las categorías todo el mundo espera parecer lo que no es. y hace grandes esfuerzos para lograr este objetivo ... Cualquier edad imita la virtud; pero la hipocresía de la lujuria pertenece más particu larmente a la era de la democracia ... Las producciones de los artistas son más numerosas. pero el mérito de cada producción disminuye. Incapaces ya de aspirar a lo que es grande. los artistas cultivan lo quc es bonito y elegante; y se atiende más a la apariencia que a la realidad '. Los interesantes pasajes siguientes se refieren a una experiencia que hoy describiríamos probablemente en términos de kitsch: Cuando llegué a Nueva York por primera vez ... Me sorprendió percibir a lo largo de la orilla. a cierta distancia de la ciudad. un número considera ble de pequeños palacios de mármol blanco. muchos de los cuales eran mo delos de la arquitectura antigua. Cuando fui al día siguiente a inspeccionar más detenidamente los edificios que atrajeron particularmente mi aten ción. descubrí que sus pareces eran de ladrillo blanqueado y sus columnas de madera pintada. Todo los edificios que había admirado la noche ante rior eran del mismo tipo ". Desde Tocqueville muchos críticos sociales y culturales, conser vadores y revolucionarios por igual, estaban de acuerdo en que los estándares artísticos se estaban deteriorando rápidamente y atri buían la causa principal de la amplia corrupción del gusto a la bús queda de status y a la exhibición. Primero los plutócratas y los nou veaux riches, después la pequeña burguesía y ciertos segmentos de la población se veían como imitadores de la vieja aristocracia y sus pa trones de consumo, incluyendo el consumo de belleza. El arte que les gustaba, creado y comprado principalmente como signo de status so cial, ya no tenía por qué ejecutar su difícil función estética, yauténti cos artistas se vieron forzados a volver la espalda a un público que aplicaua criterios exclusivamente pecuniarios en cuestiones de estéti ca. Algunos críticos sociales radicales se vieron conducidos a genera lizar la situación de la mitad y el final del siglo XIX para abarcar la totalidad de la historia cultural. Así, para Thorstein Veblen, toda la cultura no era sino la consecuencia del progresivo exhibicionismo manifestado en lo que en su Theory ofthe Leisure Class (1899) llamó «el ocio conspicuo» y «el consumo conspicuo». Reaccionando contra la hipocresía cultural contemporánea, Veblcn se abandonó a la som- , Alexis dc Toquevillc. Demacracy in America, trad. Hcnry Recve (Ncw York: Schocken Books. IlJól). vol. 11. pp. )9-60 . .¡ Ibíd .. pp. 60-61. 224 CINCO CARAS DE LA MODERNIDAD bría ilusión de que toda la cultura era reducible a las engañosas estra tegias de la moderna pseudocultura. Consumo por mor de la ostenta ción, pensó, es la característica distintiva incluso de las primeras culturas, promovida por las castas de guerreros en las sociedades bár baras en las que todos los valores (incluyendo aquellos denominados estéticos) eran simples símbolos y medios de diferenciación económi ca. A pesar de sus relaciones más complejas, pensó Veblen, la socie dad moderna ha preservado la característica básica de la «cultura rapaz». Con seguridad el arte e incluso la moderna comercialización de pseudoarte no puede explicarse meramente por la búsqueda del sta tus. Aunque las auténticas experiencias estéticas fueran escasas, hasta el punto de resultar estadísticamente irrelevantes, y aunque va rios factores sociales pueden ayudarlo o impedirlo, la necesidad de arte y el deseo de prestigio son entidades psicológicas diferentes. Esta distinción se puede verificar indirectamente por el hecho de que, incluso el consumo de pseudoarte, no coincide con el consumo con propósitos únicamente de ostentación. Los amantes de lo kitsch pueden buscar el prestigio -{) la agradable ilusión de prestigi(}- pero sus placeres no acaban ahí. Lo que constituye la esencia de lo kitsch probablemente es su abierta indeterminación, su vago poder «alucinógeno», su espuria ensoñación, su promesa de una fácil catar sis * . En muchos casos, igual que el auténtico arte al que imita, el kitsch tiene poco que ver con el «consumo conspicuo» vebleniano. Haciendo hincapié en la básica modernidad del kitsch, T. W. Adorno correctamente observa que: La necesidad histórica del kitsch ha sido mal interpretada por veblen. Para él, el falso castillo no es sino una reversión. No sabe nada de su intrín seca modernidad y visualiza las imágenes ilusorias de la unicidad en la era de la producción en masas como meros \estigios en lugar de como «res puestas» a la mecanización capitalista que traiciona algo de la esencia de está. El ambito de los objetos que funcionan en el consumo conspicuo de Ve bIen es realmente un ámbito de imaginería artificial. Está creado por la pulsión desesperada de escapar de la abstracta mismidad de las cosas por una especie de autoconstruida y fútil promesse du honhellr '. Aceptamos la teoría de la «búsqueda de status» o prefiramos ver lo kitsch como una agradable escapada de la monotonía de la moder na vida cotidiana; todo el concepto de lo kitsch se centra claramente en cuestiones tales como la imitación, la falsificación, la copia y lo que podemos denominar la estética de la decepción y el autoengaño. * La perpectiva definición de Adorno de lo kitsch corno «parodia de catarsis» se discute más adelante. T. W. Adorno, «Veblen 's A ttack on Culture», Stlldie.\ in I'hiloso!,h.\' 111/(/ Socilll Sciencc 9 ( 1941 ): 40 I . , ,1 J KITSCII 225 El kitsch puede definirse, convenientemente, como una forma es pecíficamente estética de mentir. Como tal, tiene obviamente mucho que ver con la moderna ilusión de que la belleza puede comprarse y venderse. Lo kitsch, pues, es un fenómeno reciente. Aparece en la historia en el momento en que la belleza en sus diversas formas es distribuida socialmente igual que cualquier otra comodidad sujeta a la esencial ley del mercado, de la oferta y la demanda. Una vez perdi da la meta elitisca de la unicidad y regulada su difusión por estánda res pecuniarios (o por estándares políticos en países totalitarios), la «belleza» se convierte en algo bastante fácil de fabricar. Este hecho puede explicar la ubicuidad de la espuria belleza del mundo de hoy, en el que, incluso la naturaleza (explotada y comercializada por la in dustria turística), ha acabado por parecerse al arte barato. Hace menos de un siglo, la naturaleza solía imitar el arte, como dijo Oscar Wilde en su famoso «Decay of Lying». Ciertas puestas de sol llegaron a parecer pintadas por Corot. Hoy en día la naturaleza no le queda otra elección que la de imitar las reproducciones en color producidas en masa, ser tan bella como una postal. 11. KITSCH, CAMP, y ARTE ELEVADO No hace mucho, cuando la victoria modernista sobre el academi cismo pompier (una de las formas más espléndidas y autoequetativas de lo kitsch) y otras corrupciones del gusto similares parecía irrever dible, el mundo del arte se abandonó a la ilusión optimista de que el monstruo siniestro y benevolente del kitsch nunca volvería a rondar sus recintos. Tras un período medio triunfal del «arte elevado», se creía que lo kitsch estaba seguramente confinado al mercado de la pulga o a la oscura -aunque floreciente- industria de las imitacio nes baratas, a los humildes objetos de arte religioso, souvenirs vulga res y retorcidas antigüedades. Pero el monstruo polimorfo del pseu doarte tenía un poder secreto y afianzado del que pocos modernistas eran conscientes --el poder de agradar-, de satisfacer, no sólo las nostalgias populares más fáciles y extendidas, sino también la vaga idea de belleza de la clase media, que es todavía, a pesar de las aira das reacciones de diversas vanguardias, el principal factor en cuestio . nes de consumo estético y, por tanto, de producción. Otros factores e influencias han apoyado la reciente reaparición de lo kitsch en el dominio del arte elevado. Una ventaja «estratégica» de máxima importancia ha sido la tendencia del kitsch a prestarse a la ironía. Desde la alabanza de Rimbaud de la «poética del azar» y la «pintura estúpida» () a través del Dada y el surrealismo, las vanguar- l. En su muy discutida «Al4uilllia de la palaora» Rimoaud declara: «Me gustan 224 CINCO CARAS DE LA MODERNIDAD bría ilusión de que toda la cultura era reducible a las engañosas estra tegias de la moderna pseudocultura. Consumo por mor de la ostenta ción, pensó, es la característica distintiva incluso de las primeras culturas, promovida por las castas de guerreros en las sociedades bár baras en las que todos los valores (incluyendo aquellos denominados estéticos) eran simples símbolos y medios de diferenciación económi ca. A pesar de sus relaciones más complejas, pensó Veblen, la socie dad moderna ha preservado la característica básica de la «cultura. rapaz». Con seguridad el arte e incluso la moderna comercialización de pseudoarte no puede explicarse meramente por la búsqueda del sta tus. Aunque las auténticas experiencias estéticas fueran escasas, hasta el punto de resultar estadísticamente irrelevantes, y aunque va rios factores sociales pueden ayudarlo o impedirlo, la necesidad de arte y el deseo de prestigio son entidades psicológicas diferentes. Esta distinción se puede verificar indirectamente por el hecho de que, incluso el consumo de pseudoarte, no coincide con el consumo con propósitos únicamente de ostentación. Los amantes de lo kitsch pueden buscar el prestigio -{) la agradable ilusión de prestigio- pero sus placeres no acaban ahí. Lo que constituye la esencia de lo kitsch probablemente es su abierta indeterminación, su vago poder «alucinógeno», su espuria ensoñación, su promesa de una fácil catar sis * . En muchos casos, igual que el auténtico arte al que imita, el kitsch tiene poco que ver con el ('consumo conspicuo» vebleniano. Haciendo hincapié en la básica modernidad del kitsch, T. W. Adorno correctamente observa que: La necesidad histórica del kitsch ha sido mal interpretada por veblen. Para él, el falso castillo no es sino una reversión. No sabe nada de su intrín seca modernidad y visualiza las imágenes ilusorias de la unicidad en la era de la producción en masas como meros vestigios en lugar de como «res puestas» a la mecanización capitalista que traiciona algo de la esencia de está. El ambito de los objetos ljue funcionan en el consumo conspicuo de Ve bien es realmente un ámbito de imaginería artificial. Está creado por la pulsión desesperada de escapar de la abstracta mismidad de las cosas por una especie de autoconstruida y fútil promesse dll honhclIr '. Aceptamos la teoría de la «búsqueda de statllS» o prefiramos ver lo kitsch como una agradable escapada de la monotonía de la moder na vida cotidiana; todo el concepto de lo kitsch se centra claramente en cuestiones tales como la imitación, la falsificación, la copia y lo que podemos denominar la estética de la decepción y el autoengaño. * La perpectiva definición de Adorno de lo kitsch mmo "parodia de catarsis» se discute más adelante. T. W. Adorno, «veblen's Attack on Cultun», S/lIIfies inl'hilosophv (/1/(1 Social Science '! ( 1' !41 ): 401 . KITSCH 225 El kitsch puede definirse, convenientemente, como una forma es pecíficamente estética de mentir. Como tal, tiene obviamente mucho que ver con la moderna ilusión de que la belleza puede comprarse y venderse. Lo kitsch, pues, es un fenómeno reciente. Aparece en la historia en el momento en que la belleza en sus diversas formas es distribuida socialmente igual que cualquier otra comodidad sujeta a la esencial ley del mercado, de la oferta y la demanda. Una vez perdi da la meta elitisca de la unicidad y regulada su difusión por estánda res pecuniarios (o por estándares políticos en países totalitarios), la «belleza» se convierte en algo bastante fácil de fabricar. Este hecho puede explicar la ubicuidad de la espuria belleza del mundo de hoy, en el que, incluso la naturaleza (explotada y comercializada por la in dustria turística), ha acabado por parecerse al arte barato. Hace menos de un siglo, la naturaleza solía imitar el arte, como dijo Oscar Wilde en su famoso «Decay of Lying». Ciertas puestas de sol llegaron a parecer pintadas por CoroL Hoy en día la naturaleza no le queda otra elección que la de imitar las reproducciones en color producidas en masa, ser tan bella como una postal. 11. KITSCH, CAMP, y ARTE ELEVADO No hace mucho, cuando la victoria modernista sobre el academi cismo pompier (una de las formas más espléndidas y autoequetativas de lo kitsch) y otras corrupciones del gusto similares parecía irrever dible, el mundo del arte se abandonó a la ilusión optimista de que el monstruo siniestro y benevolente del kitsch nunca volvería a rondar sus recintos. Tras un período medio triunfal del «arte elevado», se creía que lo kitsch estaba seguramente confinado al mercado de la pulga o a la oscura -aunque floreciente- industria de las imitacio nes baratas, a los humildes objetos de arte religioso, souvenirs vulga res y retorcidas antigüedades. Pero el monstruo polimorfo del pseu doarte tenía un poder secreto y afianzado del que pocos modernistas eran conscientes --el poder de agradar-, de satisfacer, no sólo las nostalgias populares más fáciles y extendidas, sino también la vaga idea de belleza de la clase media, que es todavía, a pesar de las aira das reacciones de diversas vanguardias, el principal factor en cuestio nes de consumo estético y, por tanto, de producción. Otros factores e influencias han apoyado la reciente reaparición de lo kitsch en el dominio del arte elevado. Una ventaja «estratégica» de máxima importancia ha sido la tendencia del kitsch a prestarse a la ironía. Desde la alabanza de Rimbaud de la «poética del azar» y la «pintura estúpida» (, a través del Dada y el surrealismo, las vanguar- (, En su muy discutida «Alquimia de la palahra» Rimhaud declara: «Me gustan 226 CINCO CARAS DE LA MODERNIDAD dias rebeldes han hecho uso de una variedad de técnicas y elementos directamente prestados del kitsch para sus irónicamente destructivos propósitos. Así, cuando la vanguardia se puso de moda, especial mente tras la Segunda Guerra Mundial, lo kitsch comenzó a disfrutar de una extraña clase de prestigio negativo, incluso en alguno de los círculos intelectuales más sofisticados. Este parece ser uno de los principales factores en el surgimiento de la curiosa sensibilidad camp, que, bajo la guisa del conocimiento irónico, puede abando-. narse libremente a los placeres ofrecidos por el más horrendo kitsch. El camp cultiva el mal gusto -generalmente el mal gusto de ayer como forma de refinamiento superior. Es como si el mal gusto, reco nocido y perseguido conscientemente, pudiera realmente superarse y convertirse en su opuesto. Esto es al menos lo que sugiere Susan Sontag en su «última» afirmación sobre lo camp, es decir, «es bello 1 porque es horrible»7. No obstante, externamente lo camp, es a me- I nudo difícil, si no imposible, de distinguir de lo kitsch. '1 La nueva moda camp, nacida no hace mucho en círculos intelec- . tuales (originalmente homosexuales) de la ciudad de Nueva York, •• barrió rápidamente todos los Estados Unidos y ha contribuido sus tancialmente al renacimiento de lo kitsch en el mundo del arte eleva- do. Aun así, se tiene razón al sorprenderse cuando se sabe que un museo unánime estimado -{;on una de las mejores colecciones de arte moderno del mundo--puede albergar una muestra consistente principalmente en magníficos kitsch, como redimidos por la sensibili dad campo En su artículo del New York Times sobre todo la gran ex hibición de arte norteamericano contemporáneo organizado por el Art Institute of Chicago, en el verano de 1974, Hilton Kramer agrupa sugestivamente los numerosos pintores representativos del espíritu camp (siendo el «gran maestro» Andy Warhol) bajo la etiqueta de «Escuela del Mercado de la Pulga». Escribe con amargura « ... he pa sado muchas horas en auténticos mercados de la pulga donde la re compensa visual era mucho mayor»!'. Tales ejemplos de la prolifera ción e intrusión de lo kitsch en el dominio del arte elevado justifica la reflexión, más bien melancólica, de Kramer de que «ya no hay bolsi- llos de mal gusto o de vulgar exhibición, enterrados antaño, que no estén dispuestos para su exhumación». los cuadros estúpidos, los entrepaiios, los decorados, los trapccios para los acróbata" las señales, los grabados populares, la literatura pasada de moda, el latín eclesiástico, los libros erlÍticos mal escritos, las noveJas dc nuestras abuelas, los cuentos de hadas, los pequeños libros para niños. las óperas antiguas, los refranes ridículos, las rimas ingenuas.» (Complete Works. trad. Wallace Fowlie IChicago: The University 01' Chi cago Press, 1970]. p. 1(3). 7 Susan Sontag. Againstlnterprctations (New York: Dell, 1(69), p. 293. Hilton Kramcr. «New Art 01' the 70's in Chicago: Visual Bluster and Camp Sen sibility». New York Times. 14 jul. 1974. Sección 2. p. 19.

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