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Cervantes Clave Española PDF

111 Pages·1990·2.952 MB·Spanish
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Julián Marías Cervantes clave española Alianza Editorial Primera edición en el «Libro de bolsillo»: 1990 Primera edición en «Libros Singulares»: 2003 Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la Ley, que establece penas de prisión y/o multas, además de las correspondientes indemnizaciones por daños y perjuicios, para quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o comunicaren públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin la preceptiva autorización. © Julián Marías © Alianza Editorial, S. A., Madrid, 1990, 2003 Calle Juan Ignacio Luca de Tena, 15; 28027Madrid; teléf. 913938888 www.alianzaeditorial.es ISBN: 84-206-6875-0 Depósito legal: M. 14.552-2003 Impreso en Fernández Ciudad, S. L. Printed in Spain Ex libris Armauirumque ¿Quién fue Cervantes? ¿Cómo fue su vida y su España de su tiempo? ¿Cuáles fueron sus trayectorias, su vocación o, acaso, sus vocaciones? ¿Cómo era aquella España del siglo XVI para que en ella fuera posible un escritor distinto de todos los demás? ¿Qué ha significado Cervantes para la realidad española? ¿Cuál ha sido la discontinua España cervantina? Julián Marías se formula todas estas preguntas y busca su respuesta en un examen de Cervantes en sus libros —en todos sus libros— y en su vida, en una indagación de lo que ha sido España a lo largo de su historia. Marías reflexiona sobre las condiciones que explican la aparición de este creador único que, con sus obras y su periplo vital, ha dado una nueva dimensión tanto a la España en la que nació como a la que contribuyó a crear, que es la nuestra. «Cervantes —señala Julián Marías en el prólogo de este libro— ha sido considerado en cada época de una manera peculiar; mejor dicho, de muchas maneras dentro de cada nivel histórico; desde cada país, desde cada individuo que lo ha leído y meditado, ha presentado un aspecto distinto. Siempre cabe ensayar una perspectiva personal, poniendo a Cervantes en conexión con aquello sin lo cual no es comprensible, haciéndolo funcionar igualmente en la intelección de eso que es necesario para entenderlo». Julián Marías nació en Valladolid, en 1914. Es doctor en Filosofía por la Universidad de Madrid, hoy Universidad Complutense, y catedrático de Filosofía Española, Cátedra Ortega y Gasset, de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED). Fue senador, por designación real, en las primeras Cortes de la Monarquía. Es académico de número de la Real Academia Española y de la de Bellas Artes de San Fernando. Asimismo es miembro del Colegio Libre de Eméritos, del Instituto Internacional de Filosofía, de la Hispanic Society of America, de la Society for the History of Ideas de Nueva York y del Consejo Pontificio de Roma. Es presidente de la Fundación de Estudios Sociológicos (FUNDES) y del consejo de redacción de la revista Cuenta y Razón. Entre los numerosos galardones recibidos, cabe destacar el premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, en 1996, y la medalla de oro del Mérito al Trabajo, en 2001. Índice Prólogo 1. La posibilidad de Cervantes 2. La génesis de la nación España 3. La España de Felipe II y la de Felipe III 4. Las generaciones de la España cervantina 5. Las trayectorias de Cervantes 6. «Español sois sin duda» 7 «Tú mismo te has forjado tu ventura» 8. «Yo sé quién soy» 9. Soldado y escritor: la evasión y el recuerdo 10. La novela: vidas imaginarias 11. Don Quijote y Sancho 12. Los dos Quijotes: de las cosas al mundo 13. Reabsorción de la circunstancia 14. La memoria y el sueño: El Persiles como recapitulación de la vida 15. Cervantes para lectores 16. El desenlace histórico del mundo cervantino 17. Cervantes y la realidad: sueño, ficción y vida 18. La discontinua España cervantina 19. La expresión de España Epílogo Prólogo Un libro más sobre Cervantes. Parece dudoso que tenga sentido escribirlo en 1990, añadirlo a la serie interminable de libros, sin contar los ensayos y artículos, que sobre él se han escrito. Podría buscar una justificación en el deseo que he tenido durante muchos años —creo que el deseo, cuando es auténtico, es una poderosa justificación con la cual no se suele contar—. He dado cursos en torno a su figura y su obra: el primero, en Wellesley College, en 1951; el último, en el Instituto de España, entre octubre de 1989 y mayo de 1990, que ha sido el más fuerte impulso para que este libro llegue a escribirse. No parece fácil decir nada sobre Cervantes que no se haya dicho ya, que tenga alguna novedad, que verdaderamente ayude a su comprensión. Pero pienso que siempre se puede hacer algo que no esté hecho, incluso sobre asuntos tratados de un modo que parece exhaustivo. Nada es exhaustivo, porque nada real se puede agotar. Todas las ideas, teorías, interpretaciones, aun siendo verdaderas, dejan fuera una enorme porción de la realidad, que va más allá de todas ellas. En definitiva, se trata de algo muy sencillo, que es elegir una perspectiva propia. Si se mira la realidad desde un punto de vista personal, desde la situación de cada uno, automáticamente resulta que se ve algo nuevo, porque las perspectivas no son intercambiables ni equivalentes, sino, por el contrario, irreductibles; y a la vez comunicables, y esta es la justificación de que se hable o se escriba. Cervantes ha sido considerado en cada época de una manera peculiar; mejor dicho, de muchas maneras dentro de cada nivel histórico; desde cada país, desde cada individuo que lo ha leído y meditado ha presentado un aspecto distinto. Siempre cabe ensayar una perspectiva personal, poniendo a Cervantes en conexión con aquello sin lo cual no es comprensible, haciéndolo funcionar igualmente en la intelección de eso que es necesario para entenderlo. Si a esto se añade lo que uno encuentra realmente en Cervantes, lo que necesita de él para realizar su propia vida, cierta dosis de originalidad no solo es posible: es inevitable. En 1966 hice lo que podría llamarse un primer intento de esta visión: un ensayo titulado: «El español Cervantes y la España cervantina»; creo que nunca se ha hecho sobre él ningún comentario. En algún sentido puede considerárselo como el germen de este libro, en el cual se intenta ver en qué medida Cervantes permite comprender España y, a la vez, el intento de entenderlo obliga a poner en juego la comprensión de nuestro país. Es una relación doble y, como veremos, bastante compleja. Quiero advertir algunas de las cosas que no voy a hacer aquí. No está a mi alcance descubrir «fuentes» nuevas de la obra de Cervantes; aunque pudiera, no lo haría, porque es grande mi desconfianza de las fuentes y lo que se extrae de su investigación. Hay una tendencia muy difundida a explicar a los autores por sus «fuentes», sin advertir que esas fuentes han estado manando desde su momento respectivo y de ellas han salido —si es que han salido— cosas enteramente diferentes. Las obras que suelen interesar son casi siempre enteramente irreductibles a sus fuentes, y si no se tiene esto presente la investigación conduce a la pérdida de la obra así estudiada. Tampoco se trata de algo que evidentemente es tentador: analizar los textos. Es lo que en la actualidad se hace con más frecuencia y detenimiento, pero muchas veces al hacerlo se desvanece la realidad de la obra y quedan solo sus ingredientes. Hay una tendencia casi imperativa —por lo menos muy imperiosa— a desmenuzar los componentes de una obra literaria —o no literaria—, con el riesgo de que el conjunto —es decir, la obra misma— se evapore y desvanezca. Hay otra posibilidad, una empresa muy atractiva y tentadora: hacer una biografía de Cervantes. Esto se ha hecho muchas veces, quizá demasiadas, pero a última hora hay que confesar que sabemos poco de Cervantes. No es extraño, porque no se sabe mucho de casi nadie. Tengo la arraigada convicción de que en toda biografía el número de cosas que se desconocen es inmenso. Estoy seguro de que en innumerables biografías de diversas personas no figuran ni siquiera en el índice alfabético nombres que han sido decisivos en esas vidas. Un ejemplo para mí particularmente claro es Ortega. Lo he conocido mucho tiempo, veintitrés años, y muy de cerca, con mucha intimidad, compartiendo muchas cosas personales e importantes. Nunca me atrevería a escribir una biografía suya. Mis libros sobre él tienen evidentemente un elemento biográfico, porque no se puede escribir sin él acerca de una persona, sobre todo si se trata de un pensador y escritor; pero no son en modo alguno biografías. En el caso de Cervantes, en definitiva tan secreto, tan poco manifiesto, de quien se saben relativamente pocas cosas y, sobre todo, se ignoran las que serían más importantes, lo único que se puede hacer —y se debe hacer— es una obra de ficción. Se entiende, cum fundamento in re, apoyada en hechos y datos conocidos y que no se pueden contradecir. Una vida de Cervantes tiene que ser una construcción imaginaria, ficticia, verosímil. Se podría decir: «Este hombre cuya figura presento pudo haber escrito el Quijote y las Novelas ejemplares y el Persiles y el teatro y las poesías». Pudo, porque la mayor parte de los Cervantes que circulan no hubieran podido. Hay muchas cosas que no se pueden hacer, o por lo menos que yo no sé hacer y no voy a intentar. Voy a hacer una cosa bastante distinta. Me interesa un Cervantes para lectores. Los libros son para leerlos. La tendencia dominante hoy entre los estudiosos es analizar los libros, hacer papeletas de ellos (mejor, perforadas y destinadas a un computador) y, si es posible, no leerlos. Este ideal no es el mío. Cervantes es un escritor, su obra aparece en unos cuantos libros; creo que lo más discreto es leerlo y ver qué nos dice, qué nos dicen sus libros. Finalmente, ahí están las obras de Cervantes; quiero decir todas las obras de Cervantes. La atención se ha concentrado de manera abrumadora sobre el Quijote. No digo que esto no se justifique: es el libro capital de Cervantes, algo absolutamente extraordinario, más importante que los demás; pero no el único. Cervantes escribió otras muchas cosas, sin las cuales no se lo entiende y, en definitiva, tampoco se entiende el Quijote. Es la parte esencial y más importante de su obra y por consiguiente no hay que excluir el resto. Cervantes nos interesa primariamente por haber escrito el Quijote —si no lo hubiera hecho no es probable que estuviera yo ahora escribiendo este libro—, pero no nos basta. Propondría una fórmula: en torno al Quijote, todo lo demás. Parece la manera más accesible y más justa de hacerse las preguntas que nos plantea Cervantes. J. M. Madrid, 25 de julio de 1990 1 La posibilidad de Cervantes La pregunta decisiva que hay que hacerse es: ¿quién fue Cervantes? He dicho que en rigor no se puede hacer una biografía suya; solo se puede conocer su vida fragmentariamente, con grandes zonas de sombra, con ignorancias enormes y que afectan a aspectos esenciales. Pero esto no quiere decir que no podamos saber quién fue. Nunca podemos conocer una vida humana íntegra, ni siquiera la propia, pero podemos conocer la vida misma. Cervantes nos permite saber quién fue. Yo creo que el lector de Cervantes, el lector íntegro y además ingenuo —sin una dosis de ingenuidad no se entiende nada—, sabe quién fue Cervantes y se siente amigo suyo. Personalmente me gustaría haber conocido a muchas personas ilustres de la historia; no a todas, ciertamente; hay algunas, ilustrísimas, a las que me interesa leer y estudiar, pero, no siento demasiado no haberlas conocido; en algunos casos, por ejemplo Descartes o Cervantes —sin contar algunas mujeres—, siento no haberlos conocido y no poderlos conocer (tal vez en el otro mundo: siempre hay una esperanza). Pero esta pregunta ¿quién fue Cervantes? no es en verdad primaria; si pensamos un poco en serio, nos remite a otra anterior: ¿cómo fue posible? Tenemos que indagar algo sobre lo que no se puede resbalar: la posibilidad de Cervantes. La razón de ello es que Cervantes no se parece nada a los demás escritores españoles. Se puede estudiar la literatura española del Siglo de Oro —o en su conjunto— y se encuentran multitud de escritores de diferentes géneros a los cuales se puede ordenar cronológicamente y comparar: novelistas, poetas, dramaturgos, ascéticos y místicos, ensayistas; hay entre ellos cierta homogeneidad que no excluye las grandes diferencias personales o de valor. Pero Cervantes no se parece a ninguno, no lo podemos poner en fila con los demás, y no primariamente porque nos parezca superior. Se trata de una unicidad cualitativa. Se puede comparar a Lope de Vega con Tirso de Molina o Calderón, al autor del Lazarillo con Mateo Alemán o con Espinel, a Garcilaso con Fray Luis de León, Góngora o Quevedo; pero, ¿qué hacemos con Cervantes? En algún sentido es inexplicable. Creo que esta es la primera impresión que debemos retener. Pero al mismo tiempo encontramos que Cervantes no es un escritor ajeno a la tradición literaria española; al contrario, no puede ser más español. No se parece a nadie pero es absoluta, radicalmente español; todavía más: no podría ser más que español. Sería imposible imaginar a Cervantes italiano, francés o inglés. Ahí es donde está la dificultad, lo que resulta extraño y en alguna medida anómalo: no podemos agruparlo con los demás escritores, pero al mismo tiempo es radicalmente español y no puede ser otra cosa, está definido intrínsecamente por esa condición. ¿No es sorprendente? Yo propondría esta fórmula: es inverosímil pero absolutamente real. No solamente es así, sino que no podemos concebir España sin Cervantes. Si se habla de España es inevitable pensar en él. Tengo un recuerdo ya lejano que evoco con simpatía. Estaba en la India, en Agrá, en el Taj Mahal; un señor acompañado de su mujer y una hija vio que yo llevaba una cámara y me pidió el favor de hacerles una fotografía con la suya. Hablamos un momento y me preguntó: «¿De dónde es usted?». Le contesté: «De España». Y dijo: «¡Ah! Don Quijote». Me agradó que el nombre de España evocara para aquel ingeniero indio, inmediatamente, a Don Quijote y, por tanto, a Cervantes. Si eliminamos a Cervantes de España queda un hueco que no se puede llenar: nos parece que es clave de España. Y quizá la manera más eficaz de penetrar en lo que es España sea verla en la perspectiva de Cervantes. Esto nos llevaría a lo que un matemático llamaría «condiciones de existencia»; pero aquí no se trata de matemáticas, sino de algo más complejo: de historia. Y los problemas son bastante difíciles. En efecto, no podemos inferir a Cervantes de la realidad española. Antes de Cervantes estaba ahí España; no había Cervantes, y pudo no haberlo; no se olvide esto. No hay ninguna necesidad de que hubiese Cervantes. Nos parece evidente que no podemos entender España sin Cervantes, pero antes de mediados del siglo XVI no existía Cervantes, y pudo no existir nunca. Rodrigo Cervantes y Doña Leonor de Cortinas pudieron no tener hijos, o todos los demás, que eran Cervantes solo de apellido. Miguel no era «necesario». Esto quiere decir que Cervantes representa una innovación radical en España. Ciertamente, condicionada por la realidad española, dentro de la cual vino a alojarse en cierto momento una figura irreductible que era una entera novedad. Hay que tener presentes estas dificultades si se quiere entender algo. Recordemos los términos del problema. Cervantes resulta único, distinto de todos los demás autores, no comparable con ellos. En cierto modo aparece como una discrepancia respecto de las múltiples formas de la literatura española del Siglo de Oro y de todos los tiempos. Estos atributos de profunda radicación en la realidad española y a la vez cierta unicidad que ronda con lo inexplicable se encuentran acaso en otros momentos de la historia. Hay dos figuras que muestran, junto a enormes diferencias, alguna analogía con el caso de Cervantes: Velázquez y Ortega. Con distancia cronológica, escasa en Velázquez, muy grande en Ortega, con gran diversidad en el contenido, la situación que caracteriza a Cervantes reaparece en ambos casos. No voy a entrar en este asunto: basta con tenerlo presente en el fondo de la mente por si puede ayudar a entender algunas cosas. Pero —y esta es la conclusión a que es forzoso llegar— una vez dado Cervantes es imposible entender España sin él. Este tipo de razonamiento no suele hacerse. Hay realidades contingentes, que pueden ser azarosas, que no son necesarias, pero que si se producen, una vez dadas, modifican la si- tuación y obligan a enfrentarse de otro modo con ella. Un ejemplo que está a mil leguas de nuestro asunto es la guerra civil española. Creo que pudo no ocurrir —por supuesto no debió ocurrir—, los españoles podían sentirse totalmente ajenos a la guerra, a su espíritu y a sus beligerantes, pero una vez dada, evidentemente no tenían más remedio que tomar posición frente a ella. Era un factor de sus vidas absolutamente condicionante. Es decir, hay realidades que, una vez dadas, condicionan una situación; pero pueden no darse. Cervantes pudo no nacer, o dedicarse a otras cosas; pudo morir en la batalla de Lepanto, aquellos arcabuzazos que lo dejaron manco y malherido pudieron matarlo, o pudo morir en el cautiverio; es decir, pudo no existir como escritor. Ahora bien, una vez existente, resulta que no solo la literatura española, sino la realidad entera de España nos aparece condicionada por él. * Conviene seguir pensando. El pensamiento consiste fundamentalmente en eso, en seguir pensando; cuando uno se detiene está perdido: parece que se ha alcanzado cierta claridad, y si nos paramos y no seguimos adelante se desvanece. Hemos visto que Cervantes no existía hasta que en cier- to momento apareció en España, y hasta tal punto condicionado por ella, que no podemos concebir que fuese otra cosa que español. Pues bien, esto nos lleva a pensar que acaso la idea dominante de España no sea adecuada o suficiente. ¿Por qué? Porque la idea que usualmente se tiene de ella no parece apta para alojar a Cervantes, para explicar su posibilidad. He dicho que tenemos que entender España desde él; pero esto no es posible sin más, porque España preexistía a Cervantes; surgió en ella, en la España efectiva y real; y esto no parece posible en la que existe normalmente en la mente de los españoles —y por supuesto en la de los extranjeros—; por eso nos parece Cervantes inexplicable y nos sorprende. Esta dificultad, lo que un griego hubiese llamado una aporía, obliga a dar un paso atrás, a ver cómo era España antes de Cervantes; no vaya a resultar que Cervantes respondía más a lo que España verdaderamente era que a la idea que nos forjamos de ella; el hecho es que en esa España, tal como era a mediados del siglo XVI, fue posible. Sería inconcebible un Cervantes italiano, francés, alemán o inglés; nos parece que no hubiera sido posible en esos países; pero en España fue posible, luego esta era una realidad conciliable con lo que él significó. Y acaso necesitemos a Cervantes para ver cómo era esa España que efectivamente existía antes de que viniera al mundo. Vamos descubriendo una vinculación múltiple y problemática entre la realidad de Cervantes y la de España; y al decir España tenemos ahora que entender, por una parte, la que preexistía y, por otra, la que queda condicionada por él; Cervantes, clave de ella y clave para su comprensión. Cervantes nació en Alcalá de Henares el año 1547 y vivió en la segunda mitad del siglo XVI y una parte menor pero decisiva del siglo XVII; en esa España se alojan sus diversas trayectorias. Hace ya mucho tiempo que considero que el concepto capital para entender una biografía es el de trayectorias, en plural; en singular no acaba de tener sentido, porque la vida humana no es una línea, sino más bien una arborescencia, una pluralidad de caminos que se inician, se siguen o no, se interrumpen, se frustran, se abandonan. La vida humana no consiste solo en lo que hacemos, sino tanto como eso en lo que no hacemos pero podríamos hacer, o queremos hacer, o deseamos hacer, o acaso empezamos a hacer y no nos dejan. Esto es así respecto de la vida individual, donde tiene su sentido primario, pero también es cierto de la vida colectiva, de una sociedad o un país. No se entiende la historia más que usando a fondo el concepto de trayectorias. Cervantes es un ejemplo admirable porque en su biografía la pluralidad de trayectorias se nos impone desde el primer momento y con particular fuerza, y se alojan en la España en que vive, medio siglo del XVI y dieciséis años del XVII. No perdamos de vista que, dado todo esto —la España anterior y la de su tiempo—, no apareció en ella nadie parecido a Cervantes. Y esto nos obliga a preguntarnos por su originalidad. No ya en el sentido de que su obra sea original, de que escribiera unos libros que nadie había escrito, sino que se trata de la originalidad de su persona. Esto es lo que nos parece absolutamente original, irreductible; no la biografía de Cervantes, sino Cervantes mismo, esa persona de la que nos preguntamos quién fue. Lo que sucede es que esa figura nos es conocida por sus obras, y tenemos que descubrirla viéndolo como escritor. Tuvo, como veremos, diversas vocaciones, pero la radical fue la del escritor, y hay que ver en qué sentido lo fixe. Antes de encontrar la originalidad de cada libro hay la de la actitud de Cervantes como escritor; y hay que ver cómo se articula esta vocación personal con la realidad española. * Nos encontramos con un problema teórico: el de la posibilidad de Cervantes. Para plantear esta cuestión con algún fundamento hay que tomar posesión de lo que sabemos de Cervantes, de lo más elemental y seguro. Nacido en 1547, vive cincuenta y tres años en el siglo XVI. Primariamente es un hombre de este siglo, súbdito de Felipe II; nace en el tiempo del Emperador Carlos V, pero cuando abdica y luego muere, Cervantes es un niño; Felipe II muere en 1598, de modo que la mayor parte de la vida de Cervantes corresponde a su reinado. Pero aquí surge una primera sorpresa, una anomalía. Cervantes publica un solo libro en el siglo XVI, La Galatea, en 1585; y ningún otro hasta veinte años después. La primera parte del Quijote aparece en 1605, y entre este año y 1617 —el Persiles, como todos saben, fue póstumo— se publican todos sus libros menos el primero. Es decir, es un hombre del siglo XVI, pero casi exclusivamente un escritor del XVII, del tiempo de Felipe III. Fue, claro es, un escritor; pero ¿fue un escritor profesional? Parece dudoso. Si se mira la figura social de Cervantes, se encuentra que tuvo poca importancia. Incluso cuando publicó la primera parte del Quijote y tuvo enorme éxito —fama, ediciones legales o fraudulentas, pronto traducciones—, no se le dio gran importancia. Esta es un concepto social que tiene poco que ver con la calidad, ni siquiera con el éxito. Cervantes no fue una figura importante, y esto es absolutamente esencial si queremos entender qué clase de persona fue y cómo ejerció el menester literario. Cervantes dice muchas cosas reveladoras de sí mismo y de su vida; las dice desgranadas, en diferentes lugares, sin insistencia, en prosa o en verso. Hay que tomarlas en serio y, sobre todo, pensar qué quieren decir, porque es necesaria la hermenéutica, la interpretación del sentido de los dichos. Esas cosas, a veces las dice Cervantes en su propio nombre; otras, las dice un personaje, porque tienen en ocasiones una función vicaria de su propia realidad, habla por boca de ellos, muchas veces de un modo transparente —cuando un personaje se llama Saavedra tenemos que pensar que no anda lejos el autor. En un libro que pocos leen, el Viaje del Parnaso, hay largas enumeraciones de poetas —casi todo el mundo lo era a principios del siglo XVII—; de muchos no sabemos nada y los eruditos intentan investigarlos y documentarlos. Pero además dice cosas muy interesantes, al desgaire, ciertas confesiones extraordinarias —con la única condición de que reparemos en ellas. Estamos hablando de Cervantes porque fue un escritor; pero ¿solamente eso? Fue un soldado, estuvo en el ejército de Italia, combatió en Lepanto, siguió luchando cuando curó de sus heridas y luego fue cautivo en Argel, cinco años, que son muchos años. Y cuando al fin es rescatado y vuelve a España, publica un libro y se pasa veinte años sin que siga otro, haciendo otras cosas, por ejemplo recaudar contribuciones o requisar trigo, vino, aceite para la Armada Invencible. Este simple enunciado de hechos elementales y conocidos de todo el mundo muestra una pluralidad de trayectorias. Y por otra parte se sabe que tuvo una hija, que luego se casó con una muchacha muy joven, de diecinueve años, con la cual no tuvo hijos. No sabemos casi nada de la vida amorosa de Cervantes, pero es evidente, por su obra, que estuvo toda su vida preocupado por el amor, que nada le parecía tan interesante. Sabemos poquísimo; casi solo que para él fue algo decisivo, capital. Es decir, sabemos que no sabemos respecto a algo decisivo en la perspectiva total de su vida. La simple enumeración de los hechos más elementales y que se encuentran en el más modesto manual de literatura de bachillerato, si la tomamos en serio, resulta reveladora y plantea multitud de problemas. ¿Insolubles? Acaso no, si leemos a Cervantes en serio, enterándonos de lo que dice, y hacemos el esfuerzo de comprenderlo, de ver las conexiones, las dificultades, los nudos de esa biografía, si nos preguntamos cuáles son las trayectorias que se presentan ante él y en qué medida se realizan o se frustran o se aplazan. La vida de Cervantes ofrece un ejemplo de laboratorio para entender el mecanismo de las trayectorias. Este hombre, después de su vida militar, va a volver a España; aparece una nave corsaria y lo lleva cautivo a Argel durante cinco años. Una trayectoria iba a empezar; no sabemos todavía cuál iba a ser. Llevaba unas cartas de recomendación que sirvieron para retardar su rescate, porque sus elogios hacían creer que era alguien importante. Va a seguir cierto camino, probablemente se hace la pregunta de Ausonio, que repetirá Descartes en 1619: Quod vitae sectabor iter? (¿Qué camino de la vida seguiré?). Los argelinos se encargan de que siga otro totalmente distinto: el de cautivo en el terrible Argel, Unas trayectorias, probablemente todavía no decididas, presentadas, ofrecidas a la elección, brutalmente cortadas como por un hachazo. Y va a tener que elegir Cervantes cómo va a vivir su cautiverio, porque había muchas maneras posibles. Y luego tendrá que volver a plantearse la cuestión en circunstancias bien distintas, después de cinco años. ¿Cinco? No, once. Había salido de España once años antes; vuelve a España, a otra España, de la cual ha estado enteramente incomunicado. Tendrá que empezar por ver España, por enterarse de ella y ver qué caminos son posibles. Tendrá que elegir entre varias trayectorias. Será otra vez soldado, y luego escritor, y marido de Catalina de Palacios, y en seguida otras cosas que no resultan muy claras. Van a pasar veinte años de vida bastante extraña y en que no publica ni un solo libro, no es un escritor profesional; y de repente, en 1605, aparece con algo imperdonable: una obra maestra. Algo que nunca se perdona es la genialidad, y menos aún cuando todo el mundo cree que sabe a qué atenerse. El simple planteamiento de los datos más elementales y conocidos presenta problemas de posibilidad. Hay que preguntarse quién fue Cervantes y en qué medida es clave de España. Pero antes de eso hay que hacer otra pregunta: no si fue posible, porque posible fue, sino cómo fue posible. En la Crítica de la razón pura, Kant se hace tres preguntas: ¿Cómo es posible la matemática pura? ¿Cómo es posible la física pura? ¿Es posible la metafísica? Da por supuesto que la matemática y la física están ahí; que sea posible la metafísica le parece dudoso. En nuestro caso, la posibilidad de Cervantes parece asegurada, puesto que está ahí, fue real. Lo que hay que preguntarse es cómo fue posible. Habrá que analizar la realidad española y descubrir los caminos, las trayectorias, las encrucijadas, los éxitos, los fracasos, las renuncias, los sueños de Cervantes. Todo esto, claro es, en sus libros, teniendo en cuenta lo que dice y, sobre todo, lo que quiere decir.

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