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Cartas De Una Antropologa PDF

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MARGARET MEAD CARTASD E UNA ANTROPOLOGA Traducción LUCRE'CIMAO RENO DE S.AENZ DE LA MISMA AUTORA por ##lllro s.llo •'ilorilll LA FE EN EL SIGLO XX MARGARET MEAD CARTAS DE UNA , ANTROPOLOGA 1 E M E CÉ E D I T O R E S Tituloor igiinnagll �s LE1TERS FROM THB FIBLD 1925 • 1975 Copyrigh1 © 1977 by Margarel Mead IMPRESO EN ARGENTINA - PRINTED IN ARGENTINA Quedah echeol d epósiqtuoe p revielnael eyn úmeron .72� © EMECÉ EDITORIAL, s. A . • BuenoAsi esr, 1981 y A parientes amigos, . ara qmenes p escrib1 estas cartas llO ... ... - ... . .. ,,. - •• I0-1 HAWAl�ho l-'9 (7 OCÉANO "'\) ••-4 ..... ·PACIFICO / C) - nO ISLAS DEL ALMIRANTAZGO ECUADOR o 1Aigü•s •• ak � Rabaul ..•· �'. ·. ARCHIPIÉL�o ..... ...... - _,.,. SMARCK ,, , 1-IO ' a., \ •IS,LA•.•TSa uS AMOA 1 AUSTRALIA "J ilO1 .1.. ..1 1190 ,J; ··- ,.,. .'41 M. Introducción Estas cartas, enviadas desde los diferentes lugares donde realicé mis investigaciones, son una historia íntegra y enteramente per.ional de lo que significó en mi vida ser antropóloga de campo durante los últimos cincuenta años. El trabajo de campo es tan sólo un aspecto de la experiencia del antropólogo. Las circunstancias en que se desarrolla, circunstancias peculiares a cada investigac�ón, nunca son idénticas, así como tampo­ co pueden ser idénticos dos antropólogos abocados al estudio de un mismo. problema. Asimismo, el trabajo de campo, experiencia única, pero a la vez acumulativa, de sumergirse en la vida cotidiana de otra cultura, con la consiguiente suspensión temporaria de las propias opi­ niones, o de la falta de ellas, sumado al intento simultáneo de captar mental y físicamente otra versión de la realidad, resulta decisivo para lll. formación de cualquier antropólogo y para el desarrollo de un sistema de teoría antropológica. El trabajo de campo ha proporcionado la materia vital de la que surgió la Antropología como ciencia y que la distingut; de todas las demás. Sin 'duda, ·desde hl más remota antigüedad, ya existía el trabajo de campo, dado que los viajeros, los exploradores y los naturalistas, movidos por la curiosidad, se internarou en lugares desconocidos con el fin de buscar y llevar a sus países de origen la descripción de formas de flora y de fauna poco familiares, y de costumbres de pue­ blos exóticos. Los anales más antiguos aluden a la conducta inusual . de los extranjeros. Durante milenios los artistas trataron de captar algún aspecto vivo de los pueblos y de los seres evocados en los re·- 11 latos de vtaJeros, o bien de la mitología sagrada de algún puebla lejano y poco conocido. Hace una generación, los estudiosos consuli taban textos gr eg�s y latinos, y a. t��vés. de ellos adquirían .no solaj mente el conoc1�m1ento sobre las c1vd1zac1ones del pasado, sino tam� bién la visión de pueblos exóticos descriptos por los griegos y lo romanos en sus respectivas épocas. De hecho, en cada generación los fü� lósofos y los educadores, los historiadores y los naturalistas, los lemistas y los revolucionarios, así como también los poetas, artisPtao1� y narradores se han nutrido de los relatos sobre pueblos cuya vida vieron como más idílica, más salvaje o más civilizada que la propia; No obstante, sólo en este siglo, hemos intentado en forma sis· temática explorar y comprender la naturaleza de la relación estable· cida entre el observador y aquello que observa, se trate de un astro, una partícula microscópica, un hormiguero, un animal que se adies· tra, un experimento de física o un grupo humano que, durante cientoE o tal vez miles de años, ha permanecido aislado de la corriente his· tórica del mundo, tal como la conocemos. Durante toda mi vida la1 implicaciones que como observador me incluyeron dentro del circule estudiado adquirieron cada vez mayor amplitud y profundidad. Eins­ tein dictaba conferencias en la Universidad de Columbia cuando ye era estudiante en la facultad femenina de Barnard, en dicha Univer· sidad. Leí La ciencia y el temperamento humano de Schrodinge1 cuando se publicó en inglés en 1935. Como cabe suponer, ertenezco además, a la generación que aprendió de Freud que los obpservadoreE de la conducta humana deben adquirir la conciencia de cómo llegaror a ser personas, para responder frente a aquellos a quienes observar o tratan. Este tipo de conciencia se sistematizó en la teoría y la prác· tica psicoanalíticas como transferencia positiva y transferencia nega· tiva. Los analistas, al prestar máxima atención .al menor cambio er el ritmo del discurso o en los movimientos del analizado, aprendieror al mismo tiempo a escuchar el propio fluir de imágenes y a compren der la relación entre analista y analizado. A medida que estos conocimientos adquirieron mayor difusiór y se incorporaron al pensamiento y la práctica científicos, se desarro lló en forma concomitante una tendencia opuesta. Una vez estable cido hasta qué punto el observador se deja atrapar por lo que estl observando, se realizaron renovados esfuerzos para asegurar una ma yor objetividad y para sistematizar métodos de observación que redu jesen a µn mínimo la actitud preconcebida. Se perfeccionaron méto dos de estadística más complejos, que eliminan eficazmente la ob servación individual, así como el observador individual. Se realizaro1 12 experimentos basados en métodos de doble control y se proporcionó a los observadores listas formales de control en las cuales podían con­ signar, por ejemplo, la conducta de los lactantes, de tal manera que el menor .asomo de reacción intuitiva no figurase en los resultados finalmente obtenidos. Se formó con esmero a los estudiantes de ciencias naturales para que planteasen cada experimento dentro de un rígido marco de refe­ rencia que controlase el desarrollo de las hipótesis; para que usasen " métodos para registrar y analizar datos y para que fijasen los alcances de las conclusiones. Durante largo tiempo esta forma de registrar las investigaciones logró ocultar casi completamente la verdadera com­ plejidad del progreso científico bajo una máscara de orden y unifor­ midad. Siguiendo este precedente, los especialistas en ciencias sociaies elaboraron una estructura aplicable a las ciencias sociales objetivas. Sus métodos, identificados como "ciencia" fueron contrapuestos a lo que se denominaba "impresionismo". Según esto, los datos registra­ dos por el observador carecían de un proceso de depuración, y en consecuencia el observador parecía estar fuera de la escena. En este conflicto entre quienes pretendían mecanizar la inteli­ gencia y las aptitudes del observador, y quienes intentaban obtener el máximo provecho, ampliando y profundizando el conocimiento de sí mismo, el antropólogo tomó una posición equidistante. En forma gradual logramos crear procedimientos para aumentar la objetividad de nuestros informes sobre la cultura de un pueblo pri­ mitivo, al punto que otro antropólogo con una formación equivalente pudiese obtener el mismo género de datos entre los miembros de la misma cultura. Tal fue el caso, en particular, en la lingüística, ya que los métodos para el registro fonético uniforme permiten reproducir las irregularidades de un idioma carente de escritura de tal manera que sea posible a otros lingüistas analizar y utilizar los datos obteni­ dos, con fines de comparación. En esta tarea se recurre a la sensibi­ lidad del oído humano individual, tanto en el caso del hablante nati­ vo, al que el lingüista de campo debe ofrecer series fonológicas alter­ nativas, como en el del investigador, que registra el idioma. Hoy en día es posible suplementar este material con cintas magnetofónicas, que permiten a un tercer observador oír y comparar. Con menos precisión en los comienzos -ya que una lengua tiene la ventaja especial de ser codificada de idéntico modo por el hablante y el observador, los antropólogos culturales aprendieron a registrar los usos en el sistema de parentesco de un pueblo, adaptando los términos a los fenómenos biológicos de la reproducción, de modo que 13

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