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Cartas de Felipe II a sus hijas PDF

222 Pages·2008·4.004 MB·Spanish
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FERNANDO BOUZA (ED.) Cartas de Felipe II a sus hijas AKALUNIVERSITARIA Serie Historia Moderna Director de la serie: Fernando Bouza Diseño interior y cubierta: RAG Reservados todos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto en el art. 270 del Código Penal, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes reproduzcan sin la preceptiva autorización o plagien, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica fijada en cualquier tipo de soporte. ©Fernando Bouza, 1998 ©Ediciones Akal, S. A., 1998, 2005, 2008 Sector Foresta, 1 28760 Tres Cantos Madrid - España Tel.: 918 061 996 Fax: 918 044 028 www.akal.com ISBN: 978-84-460-0991-7 Depósito legal: M-30351-2008 Impreso en Fer Fotocomposición (Madrid) CARTAS DE FELIPE II A SUS HIJAS Edición de: Fernando Bouza La presente edición de las Cartas de Felipe II a sus hijas se ha hecho sobre la nueva lectura y transcripción de los originales autógrafos del rey que se conservan en el Archivio di Stato de Turín y que sirvió de base a nuestra edición de Turner de 1988, que ahora se reproduce corregida y aumentada. La Editorial Akal desea agradecer públicamente al Archivo di Stato su amable cola- boración. La investigación de la que ha resultado la fijación del texto de las cartas portuguesas que componen esta corresponden- cia ha sido posible gracias a la ayuda de la Comissão Nacional para as Comemorações dos Descobrimentos Portugueses. SIGLAS AC: Arquivo Cadaval, Muge (Portugal) ACEDAL: Archivo de la Casa y Estados de los Duques de Abrantes y de Linares, Jérez de la Frontera. ADA: Archivo de los Duques de Alba, Madrid. AGS: Archivo General, Simancas. AHN: Archivo Histórico Nacional, Madrid. AHN-SN: Archivo Histórico Nacional, Sección Nobleza, Toledo. AHPM: Archivo Histórico de Protocolos, Madrid. AMAE-SS: Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores, Embajada de España ante la Santa Sede, Madrid. AP: Archivo de Palacio, Madrid. AST: Archivio di Stato, Turín. BA: Biblioteca da Ajuda, Lisboa. BES: Biblioteca de San Lorenzo de El Escorial. BNL: Biblioteca Nacional, Lisboa. BNM: Biblioteca Nacional, Madrid. BNP: Bibliothèque Nationale, París. BPDE: Biblioteca Pública Distrital, Évora. BUSA: Biblioteca de la Universidad, Salamanca. CODOIN : Colección de Documentos Inéditos para la Historia de España. DHE: Depósito Histórico del Ejército, Madrid. FZ: Fundación Francisco de Zabálburu y Basabe, Madrid. IVDJ: Instituto Valencia de Don Juan, Madrid. RAH: Real Academia de la Historia, Madrid. RB: Real Biblioteca, Madrid. UW: Universitätsbibliothek, Viena. INTRODUCCIÓN EL TIEMPO DEL PRÍNCIPE EN LAS CARTAS DE FELIPE II A SUS HIJAS «Giannozzo: ... Adunque queste due, l´animo e il corpo, sono nostre. Lionardo: La terza quale sará? Giannozzo: Ha! Cosa preziosissima. Non tanto sono mie queste mani e questi occhi. Lionardo: Maraviglia! Che cosa sia questa? Giannozzo: Non si può legare, non diminuirla; non in modo alcu- no può quella essere non tua, pure che tu la voglia essere tua. Lionardo: E mia posta sarà d´altrui? Giannozzo: E quando vorrai sarà non tua. Il tempo, Lionardo mio, il tempo figliuoli miei». Leon Battista Alberti, I libri della famiglia, III. «A las demás cartas vuestras, por ser ya viejas, acuerdo de no responder, sino quemarlas, por no cargar más de papeles...» (Carta XXIII, Lisboa, 3 de julio de 1582) Las más de las veces alcanzado de hacienda, Felipe II confiesa, además, que en bastantes ocasiones también andaba «alcançado de tiempo»1. Muy a su pesar, conoció el rey cuánto suponía el paso de éste como dimensión medida en horas o en distancias y a sus urgencias hubo de enfrentarse con premuras y, otras veces, con todo ingenio puesto en la dilación. Pero, además, pocos como él parecen haber sabido que ocu- paban un determinado lugar en el secular paso del tiempo y que, siéndo- se capaz, era posible actuar sobre él creando memoria, y también olvido, de sus hechos, de sus decisiones, de su espíritu o de su propia majestad. 1 Anotación hológrafa del rey a carta de Antonio Mauriño de Pazos, Madrid, 8/7/1581, AGS, Patronato Eclesiástico, 12, «...que agora ando tan alcançado de tiempo que no puedo lo que quería». 5 En diciembre de 1581, cuando se encontraba en Lisboa, Antonio Mauriño de Pazos le insistía lastimero en la falta de leña para benefi- ciar las minas y en lo urgente de encontrar madera suficiente para poder seguir manteniéndolas en explotación. Con su habitual minucia de glosador, Felipe II anotaba de su propio puño y letra los márgenes de la carta del Presidente de Castilla y al llegar a ese párrafo se lamentó con Mauriño de la preocupante escasez de madera. Pero, además, añadió: «Y no tanto lo digo por esto de las minas, quanto por escusar las maldiçiones que los que vinieren después de nosotros nos han de hechar porque no avemos acudido a remedio del daño que por esto les ha de venir, y aun creo que muchos de los que ya biben lo han de alcançar a ver y aun creo que se alcança ya en muchas partes»2. Subyace aquí, en estas palabras del rey escritas casi al azar, una clara conciencia de la existencia de un tiempo que no tiene nada que ver con ése del que Felipe II andaba tan alcanzado, ése que regía implacable en el apresto de una armada, la perentoria paga de una guarnición amotinada o el común envío, y a su hora, de un correo ordi- nario. Es éste otro un tiempo que cuenta con la opinión de los coetá- neos, pero, repárese, que no ignora el futuro juicio de otras generacio- nes. Porque, en suma, el rey sabía ya que había de ser pasado. No hay duda de que Felipe II pretendió determinar bien cómo ser conocido, bien cómo iba a ser recordado. Ésa es la inequívoca inten- ción que cabe descubrir, por ejemplo, tras una imponente empresa de mecenazgo librario como fue la edición de la Biblia Regia o la que podemos intuir tras la arquitectura del monasterio de San Lorenzo de El Escorial, tan emblemática de su monarquía y forma perenne del propio rey. Sin embargo, resulta paradójico que haya una parte nada desdeñable de su memoria que no ha tenido que ver, digamos, con piedras o con libros hechos programáticamente para durar. A la pos- tre y por el contrario, tanto como esos simulacros de su grandeza y en algunos momentos incluso más, en el recuerdo del rey han pesado lo que podríamos calificar de testimonios de lo efímero. Cuéntense en este efímero del rey las numerosas agudezas de cortesano circunspecto que nutren la inagotable tradición de sus dichos y que, aunque empezaron a ser recogidos ya por sus mismos contemporáneos, tiene en Baltasar Porreño su primer gran divulga- dor. Cuéntense aquí también las Cartas a sus hijas, en especial las cartas portuguesas de 1581 a 1583 que el rey no imaginó siquiera pre- 2 AGS, Patronato Eclesiástico, 12, nota hológrafa del rey a carta de Mauriño de Pazos desde Madrid, 30/12/1581. 6 servar, cuanto menos que llegarían a convertirse en una parte funda- mental de su mejor memoria desde que fueron dadas a conocer en 1884. Así, la historia particular de esas cartas pensadas para no durar se entremezcla de forma decisiva con la forja de la imagen histo- riográfica del rey en este suúltimo siglo. Los biógrafos decimonónicos debían sospechar que los sujetos sobre quienes escribían sufrían alguna forma de indefensión histó- rica ante su pluma, teniendo en cuenta lo vehementes que eran las quejas cuando sus biografiados no habían dejado su propia verdad por escrito y lo alborozado de sus felicitaciones cuando, por el con- trario, así lo habían hecho. El comentario autógrafo, los epistola- rios, el diario personal y las memorias se encontraron entonces, sin duda, entre las fuentes de mayor fortuna crítica, ya que parecían satisfacer los imperativos de objetividad que requería el positivismo histórico, así como el dramatismo propio de la llamada historia filosófica. A mediados de este siglo, el historiador y crítico literario Philarète Euphémon Chasles, buen conocedor de las relaciones entre la escena francesa y la literatura dramática española, se lamentaba de que se supiera tan poco de las vidas de los grandes escritores de nuestro Siglo de Oro, relacionando esta carencia biográfica –que a él le impedía conocer como se merecía a su admirado Calderón– con una suerte de malentendido orgullo nacional que habría obligado a los españoles a guardar férreo silencio sobre sí mismos durante cientos de años. Philarète Euphémon suponía, asimismo, que la endémica falta de memorias particulares era una muestra de la fierté silencieuse del español clásico; por ello, el crítico sentenciaba que «les Espag- nols ont écrit peu de mémoires; la grandeur et l'éclat de l'histoire nationale ont absorbé les prétentions individuelles»3. Semejante falta de vanidad personal –tan lejana a la tópica bravuconería hispana que había sido difundida por las rodomonta- des– no sería en modo alguno exclusiva de los escritores, sino que también afectaría a todos los personajes históricos; también ellos habrían sido esclavos del duro principio del «obras y no palabras» en el que, tópicamente, Philarète E. Chasles pretendía ver cifrado uno de los rasgos esenciales de lo hispánico. En España no habría habido casi nadie que, como Cellini o Rousseau –dice Philarète Euphémon–, hubiese querido invitar al mundo a oír su confesión personal; por desgracia, no lo habían hecho 3 Philarète Euphémon Chasles, La France, l´Espagne et l´Italie au XVII siècle, París, 1877, pág. 213. Cuando fue publicada esta edición de su obra, el antiguo bibliotecario de la Mazarine ya habia fallecido (Venecia, † 1873). Sobre la forma de historiar en el XIX, véase Georg P. Gooch,Historia e historiadores en el siglo XIX,Méjico, 1977, e Yvonne Kniebhler, Naissance des sciences humaines: Mignet et l´histoire philosophique au XIX siècle, París, 1973. 7 ni Calderón ni Cervantes, ni tampoco habían dejado su testimonio personal Pizarro o Cortés, ni, con ellos, la inmensa mayoría de las figuras de la historia política y militar, de modo que su estudio se veía privado, en consecuencia, de una fuente directa y personal a través de la cual ellos mismos hubieran podido justificar y exaltar sus acciones. Entre estos altaneros personajes, que por voluntad propia «ne se sont ni justifiés ni vantés», nuestro autor quiere que ocupe un lugar desta- cado Felipe II, monarca a quien, por otra parte, no dudará en calificar con los severos términos de infame Tiberio4. Dejando a un lado las reflexiones de Philarète E. Chasles sobre el mutismocomo rasgo de la particular idiosincrasia española y la secu- lar permanencia de ésta, es en la paradoja apuntada donde precisa- mente se encuentra el que, creemos, es el mayor valor del testimonio del crítico, pues alguien que para retratar a Felipe II no dudaba en recurrir a algunos de los lugares comunes más característicos de la Leyenda Negra (infamia, cobardía, ruindad, perversión, etcétera) parece desear, sin embargo, que el llamado Demonio del Mediodía hubiera escrito algún tipo de memoria vindicativa y personal para, a través de ella, rastrear su ejecutoria y penetrar en lo que él mismo no dudó en llamar «l'âme d'un lâche»5. Sin duda, con todo ello, la obra de Chasles, como tantas otras escritas sobre el Rey Prudente, y esto desde los lejanos tiempos de la Apologia de Guillermo de Orange, pone claramente de manifiesto que la Leyenda Negra se basaba en la descripción de la fisonomía moral del monarca y que el contenido preferente de la misma era la condenación de sus vicios, faltas que llegarían a su máxima deprava- ción en el ambiente familiar, escenario en el que se alzaba indiscuti- ble el leitmotivde Don Carlos6. Siendo esto así, es comprensible que 4 Hablando de Antonio Pérez –uno de los pocos españoles que, con sus Relaciones, y según el autor, sí habría dejado escritos dignos de ser considerados memorias–, Chasles dice que fue el Tácito del segundo Tiberio; op. cit., pág. 217. Sobre el paralelismo moral establecido entre Felipe II y el emperador Tiberio, véase Grimur Thomsen, Tiberius og Philip II. En historisk sammeligning, Kjoebehavn, 1852. 5 Ph. E. Chasles, op. cit., pág. 217. 6 La bibliografía sobre la Leyenda Negra es muy extensa; baste recordar aquí las obras de Julián Juderías, La leyenda negra. Estudios acerca del concepto de España en el extran- jero, Madrid, 1960; Henry Kamen y Joseph Pérez, La imagen internacional de la España de Felipe II, Valladolid, 1980; William S. Maltby, La leyenda negra en Inglaterra. Desarrollo del sentimiento antihispánico, 1558-1660, Méjico, 1982; y Ricardo García Cárcel,La leyenda negra.Madrid, 1992. Sobre el papel que ocupa el juicio moral del carác- ter de Felipe II en esta polémica, vid.J. C. Rule y J. Te Paske, The character of Philip II. The problem of moral judgement in History, Boston, 1963; F. Bouza, «La fortuna histo- riográfica de Felipe II entre los siglos XVIyXX»,apud El Escorial. Biografia de una época. La historia, Madrid, 1986, págs. 31-346; C. J. Cadoux, Philip II of Spain and the Netherlands. An essay on moral judgements in History, London, 1947; y la introducción de Alfredo Alvar a las Relaciones y cartas de Antonio Pérez, Madrid, 1986. 8 la reivindicación decimonónica de Felipe II hiciera de la construcción del «lado amable de un rey severo» uno de sus puntos predilectos7. Para esta recuperación pocas fechas pueden considerarse tan importantes como la de 1884, pues éste fue el año de la aparición en París de las Lettres de Philippe II à ses filles les Infantes Isabelle et Catherinesiguiendo la edición de Gachard, que había sido su descu- bridor en los archivos piamonteses8. A partir de este momento cual- quier historiador interesado en rebatir las condenas de la Leyenda Negra, que como hemos dicho eran, ante todo, morales, dispondrá de una baza también personal para probar el carácter no infame, sino benéfico, del rey, de modo que estas cartasautógrafas se convertirán rápidamente en la principal arma dialéctica de la antileyenda de Felipe II, porque, como escribe Ludwig Pfandl, ellas solas «aventan como un viento de tempestad el montón de escorias, de calumnias y odiosas leyendas acumuladas a lo largo de tres siglos sobre aquel féretro y aquel nombre»9. A las treinta y cuatro cartas publicadas entonces por Gachard –las escritas a las dos infantas en torno a los años de la JornadaReal dePortugal(1581-1583)– hay que sumar las noventa y dos remitidas ya a Catalina Micaela en exclusiva, datadas entre 1585 y 1596, que Erika Spivakovsky editó en 1975 y que hasta ese momento sólo eran conocidas gracias a la noticia que el citado historiador belga había dado de ellas ya en 188410. Siete nuevas cartas hológrafas, prove- nientes también del Archivio di Stato de Turín, fueron publicadas en 198811. De todas ellas, las que han ejercido mayor atracción sobre generaciones de historiadores han sido, evidentemente, las misivas 7 No es otra la intención de Juan Pérez de Guzmán en su «El lado amable de un rey severo», en Revista Contemporánea,Madrid, 1876, págs. 76-91. Es importante destacar que al mismo tiempo que aparecía este artículo veía la luz la edición completa de la Historia de Felipe II, Rey de Españade Luis Cabrera de Córdoba, buena prueba del interés que despertaba la figura del Rey Católico, y que en 1883 se publicaba en Madrid la mili- tanteNueva luz y juicio verdadero sobre Felipe IIde José Fernández Montaña. 8 Lettres de Philippe II à ses filles les Infantes Isabelle et Catherine écrites pendant son voyage en Portugal 1581-1583, Paris, 1884. Gachard encontró las cartas en Turín, donde todavía hoy se conservan en el Archivio di Stato. Estas primeras cartas fueron ree- ditadas por Luisa Elena del Portillo en 1943 (Cartas de Felipe II a sus hijas, Madrid). 9 L. Pfandl, Felipe II. Bosquejo de una vida y de una época, Madrid, 1942, págs. 560- 561. 10 Erika Spivakovsky (ed.), Epistolario familiar. Cartas a su hija la infanta doña Catalina (1585-1596), Madrid. 11 Con ellas, el número de las piezas del epistolario de Felipe II y sus hijas que se nos han conservado asciende a ciento treinta y tres, Las cartas que fueron publicadas por pri- mera vez en aquella ocasión son las correspondientes a los números XXXV, XXXVI, XXXVII, XXXVIII, LIII, LXXXVI y CXVIII. La correspondencia entre las cartas edita- das por Gachard y por Spivakovsky aparece en la tabla de correspondencias aneja a esta Introducción. 9

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