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Cartago PDF

434 Pages·1994·34.778 MB·Spanish
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SERGE LANCEL CARTAGO Traducción castellana de M.' JOSÉ AUBET CRÍTICA GRUPO GRIJALBO-MONDADORI BARCELONA Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copyright. bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribu ción de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos. Título original: CARTHAGE Disei'io de la colección y cubierta: Enric Satué © 1992: Librairic Arthemc Fayard, París © 1994 de la traducción castellana para España y América: CRÍTICA (Grijalbo Comercial, S.A.), Aragó, 385, 08013 Barcelona ISBN, 84-7423-633-9 Depósito legal: B. 3.766-1994 Impreso en España 1994.-HUROPE, S.A., Recaredo, 2, 08005 Barcelona Este libro estádedicado ala memoria de aquellos arqueó logos altruistas -muy especialmente Louis Cartan, Franr;ois [cardy Charles Saumagne- que, en laprimera mitadde este siglo, contribuyeron con sinceridad, generosidad y pasión al conocimiento y salvaguarda de la Cartago púnica. PRÓLOGO El viajero que se dirige a Carlago por marse hunde de madrugada en una nasa cuyos extremos se cierran lentamente. Desde estribor habrá divisado, al pasar, la isla Plana, y más adelante la punta acerada del Ras-el-Djebel, el anti guo promontorium Apollinis, antes de percibir, entre las aguas turbias que lo bordean, el confuso estuario del Medjerda, el antiguo Bagrada. Desde babor, yen dIos claros, se habrá perfilado, sobre la superficie del agua, la silueta de unos centinelas en la entrada del golfo, Zembra y Zembretta, las islasAegimu res. Más allá, la elevada y temible proa del cabo Bon cierra el horizonle por eleste, luego desciendey vuelve a elevarse en las cercanlas de Túnez con la do ble protuberancia del Bou Kornine, que caracteriza a estepaisaje como lo ha rra el Vesubio en la bah/a de Nápoles. Llegado a esta altura, nuestro viajero, volviendo ahora su mirada a la derecha, ve desfilar, muy cerca, elperfil de las colinas queforman elsitio de Cartago: elpromontorio de Sidi-bou-Saidy más adelante las escotaduras que conducen aByrsa. Recordaráque hace mucho tiem po una reina llegada de Oriente cerró en este paraje un extraño trato con los indlgenas; que bastante más tarde un rey cruzado murió en este lugar y le dio su nombre duranlealgún tiempo; y que un cardenalprimado de África, mucho más cercano a nosotros, construyó aqu{una catedral cuyas cúpulas seyerguen todavla como un slmbolo: tres momentos de significado desigual referidos a un destino excepcional. Pues la Historia se encariña con aquellos lugares que un dIo eligió. Éstafue, afinales del siglo IX a.n.e. -si hay que dar crédito a la leyenda-, la rutafinal de los inmigrantesfenicios. Hoy el viajero desembarca en La Gole ta, a medio camino del cordón arenoso que separa el mar de lo que queda to davla del lago de Túnez. ¿Dóndefondearon sus primeras naves los compañe ros de Elisa? Tal vez, como luego veremos, en laplaya de Salambó -¡recuerdo de Flaubert!-, donde en aquella época todavla no existlan cuencas de las la gunas actuales; o en una pequeña bah/a colmatada tiempo atrás, donde se le vantan ahora los restos de las termasdeAntonino; o acaso en laplaya de arena rojiza de la «hondonada de Amt7can>, donde, trece siglos más tarde, eljoven Agustín, todavía atraídopor las glorias terrenales. se embarcaría rumbo aRoma. Inclinado sobre la playa, elpueblo de Sidi-bou-Said ofrece en sus diversos 10 CARTAGO niveles el candor de sus casas que resplandecen con el azul de suspuertas, ven tanasy celosías. Desde aquinuestro viajero percibirá mejo!; al igual que anta ño los compañeros de Dido, la realidad del lugar, más marítimo aún de lo que parec{a tras esta primera aproximación por mar. Hacia elsury haciaponiente -y ayer más que hoy, cuando el hombre rellena sin escrúpulos los equilibrios naturales para poder edificar-, las aguas del lago de Túnez azotan la costa surdel istmo que une lapenínsula alcontinente. Alnoroeste, Sebkha er-Riana, un pantano salobre encostrado de sal durante la es/ación seca, extiende su si lueta glauca y rememora los siglos en que el mar cubrió ampliamente el golfo de Útica. Desde las elevaciones de Sidi-bou-Said, el sitio de Cartago aparece tal como era, una punta deflecha dirigida hacia Oriente, que un día quedaría quebradapor unafortificación que bloquearía el istmo, convirtiendo de nuevo la península en la isla que había sido en los albores de los tiempos humanos. No es de extrañar que una situación asísedujera a los marinosfenicios que acompañaron aDido-Elisa. Esa Cartago quefundarían aquíuna vezsuperada la barrera del cabo Ron -iterrible eufemismo!-, sería en tierras de África la primera gran fundación colonial de los pueblos llegados de Oriente, semitas o griegos; en tierras de África, o más bien en las márgenes costeras de África: Carthago ad Africam, lo mismo que se decía de Alejandría, que estaba en las márgenes de Egipto: Alexandria ad Aegyptum. Marginal sin llegar a serprecaria. Cartago vivió asídurante mucho tiempo orientada hacia el exterior, la imagen máslograda de aquellas ciudades maníi mas que Cicerón describe en un célebre texto: «sus habitantes no se aferran asu residencia, sino quese alejan desus casas movidosporesperanzasy deseos queies dan alas». Más tarde vendría el tiempo en que los conciudadanos de Hannón elNavegante se convertirían en los de Magón elAgrónomo y darían a la vieja ciudadpúnica una sólida base de apoyo para controlar los campos del hinterland, hasta elpunto de que, suprema paradoja, sería un producto de esta tierra, el higo enarbolado por Catón en el Senado de Roma, el que daría al enemigo de siempre laseñal de rebato. Pero elpoderío de Cartago fue, ante todo. el de un «imperio del man>. Frutos de esta constante apertura al exterior serían: la sorprendente plasticidad de esta ciudad que permaneció semita en lo más profundo -sobre todo religioso- de ella misma, pero que también fue griega. ibérica. italiana yola larga. naturalmente. africana; su capacidad. en compensación, para exportar a todos los confines del Mediterráneo occidental susproductosy creencias; pero también su incapacidad. menos benéfica -salvo en los días terribles de su larga agonía-, deformar en su seno la base del pa triotismo contra el que nada pudieron los asaltos de Aníbal en Italia. Alatardecer, ante estegolfo cuyo añilse vuelve negro, el viajero habrácom prendido que gran parte de la historia de Cartago ya estaba grabada de ante mano en este paisaje.

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