¿Qué quieres decir, Vivian? ¿Acaso piensas cancelar la gira?
—preguntó Malcolm Hayes—. Tienes conciertos pendientes en
Tokio, Hong Kong y Singapur. Todos ellos reclamarán daños y
perjuicios, y lo más probable es que tengamos que resarcirlos.
Vivian Harding dejó de mirar por la ventana y se volvió hacia su
atónito agente.
—Me da igual. No puedo hacer nada para evitarlo, Malcolm —
añadió, tamborileando impaciente con sus uñas de manicura
perfecta sobre el escritorio veneciano de la habitación del hotel—.
Tú preocúpate tan sólo de arreglarlo todo.
Pero ¿por qué a estas alturas, y tan de repente?
—Yo… ahora no puedo explicártelo. Te daré más detalles
cuando haya vuelto a los Estados Unidos.
—¿Qué ocurre? ¿Te has quedado sin nadie que te riegue las
plantas?
—No te pases de listo —contestó Vivian, posando unos
temblorosos dedos sobre los párpados—. Mi intención era cumplir
con mis contratos al cien por cien, Malcolm. Ahora mismo
solamente puedo decirte que esto es lo único que se puede hacer.
—¡Dios Santo! Lo dices en serio, ¿no es así?
Malcolm no era sólo su agente, sino también su amigo, y Vivian
sintió remordimientos al ver lo anonadado que estaba, hundido en
su sillón, al otro lado del escritorio. Tras un breve silencio el
hombre carraspeó y habló de nuevo:
—Yo me encargaré de eso, Viv, te lo prometo.