satisfacer las necesidades humanas, su ausencia gene¬ raba el aislamiento y la consecuente pobreza. Un distin¬ to nivel de contribución de energía humana la ponía a disposición de los curacas para sembrar y cosechar a distancias variables de su residencia, o en ámbitos don¬ de la población no podía establecerse permanente¬ mente por ser poco saludables (un buen ejemplo serían las tierras cálidas al este de los Andes, productoras de coca, plumas, etc.). Tales tareas eran denominadas mi¬ ta, y se turnaban entre la población; los bienes produ¬ cidos por las mitas eran redistribuidos por los curacas entre la misma gente que colaboraba a su producción. Fue un error atribuir estas tareas a una exacción tribu¬ taria, cuando en realidad formaban parte de la redis¬ tribución. La mita podía movilizar grupos muy grandes de trabajadores, y de hecho las autoridades españolas tuvieron noticias en el siglo xvi de que el Inca Huayna Cápac había alcanzado a mover hasta 14000 hombres (o sea 28000 personas, pues se trataba de parejas), para laborar en el sembrío de tierras de maíz en el espacioso valle de Cochabamba. Allí también, como en todos los lugares importantes, el Inca construyó unas dos mil coi¬ cas o depósitos, desde donde se distribuía el maíz en una amplia región. Una versión oral, modernamente recogida, informa, en términos similares que cuando el Inca visitó la re¬ gión de Cabana Conde (en Collaguas, en el sur del Perú actual): ...Cuando el Inca Mayta Cápac, según la tradición, vino hasta este lugar con su gran ejército, en esa época sólo se cultivaba, por extensión, papas y quínua, y el Inca, posible- 18 mente muy inteligente, se dio cuenta de la bondad de las tierras de este valle y mandó traer siete granitos de maíz, y estos siete granitos cultivaron durante siete años sin tocar ningún granito, hasta que el maíz se propaló durante este tiempo. Cuando a los siete años volvió a venir el Inca Mayta Cápac, hicieron la primera cosecha... Ciertamente se trata de una mita, donde el informante confunde soldados con mitanis, llevados tanto para sem¬ brar como para cosechar. La reciprocidad puede tener dimensiones simétricas, pero también las tiene asimétricas; lo último se explica porque la “retribución” no es realizada estrictamente en forma de equivalente de energía humana. Una serie de productos “cocidos”, es decir, elaborados, pueden ser parte de una reciprocidad: textiles, conchas marinas para utilización ritual (por ejemplo el Spondylus o mullu), aun el maíz. Pero también son recíprocas muchas acti¬ vidades, como la dirección de los rituales, que se ubican en un nivel de asimetría, de igual modo que otras ta¬ reas: organización de casamientos, de fiestas comunes, de construcción de casas, y muchas otras cosas más. En general, puede aceptarse que toda participación en una tarea colectiva entraña algún nivel de reciprocidad. Documentos del siglo xvi producen la mejor informa¬ ción acerca de las formas de la mita andina. Un exce¬ lente ejemplo es el proporcionado por una visita admi¬ nistrativa llevada a cabo en 1567 por Garci Diez de San Miguel en la ribera suroeste del lago Titicaca, al grupo étnico Lupaca, lo que se denominó durante la Colonia la provincia de Chucuito. Los Lupaca vivían en el altiplano, sobre los 3 800 me¬ tros de altura sobre el mar, y disponían de una serie de 19 “colonias” ubicadas en ambas vertientes de los Andes, en la costa y en los valles cálidos que miran a la selva amazónica. En su área altiplánica disponían de papas y gramíneas de altura, a más de los camélidos. Mientras al este de los Andes producían madera, maíz, algodón y coca, en los valles costeños podían producir maíz, algodón, etc., mientras que en las orillas marítimas al¬ canzaban algas marinas (cochayuyo), pescados y maris¬ cos. Las “colonias”, fueran marítimas o amazónicas, se encontraban a grandes distancias: entre 15 y 20 días de camino a pie, entre la ida y el retorno. Se administra¬ ban movilizando población para allegarse recursos y, fi¬ nalmente, para su transporte al núcleo altiplánico; esta gente se movilizaba bajo el régimen de la mita. Interesa destacar la periodicidad del movimiento: los mitanis (gente que hacía una mita) iban a sus destinos, ejecutaban su tarea y volvían; solamente quedaban en el lugar productivo grupos reducidos de Lupacas (mit- maccuna, llamados mitimaes en las crónicas), que se ocupaban del mantenimiento de los cultivos, limpieza periódica de los canales de riego, etc. Un aspecto fun¬ damental es que los pobladores Lupacas (y todos los de¬ más grupos andinos) no controlaban extensos territo¬ rios continuos, sino rutas y colonias productivas. Igual ocurrió con el Tahuantinsuyu. Así, las sociedades andi¬ nas trabajaban en un conjunto disperso de estableci¬ mientos. Es por esta razón que los ámbitos productivos donde se hallaban las colonias periféricas indicadas eran muchas veces multiétnicas, y en ellas se registraban ten¬ siones entre distintos grupos que coincidían; general¬ mente, intercambios rituales intensos permitían dismi¬ nuirlas. 20 Los cronistas registraron informaciones que hacen posible entender el funcionamiento del sistema: las autoridades étnicas administraban depósitos, abasteci¬ dos con mitas periódicas en las cuales participaba la po¬ blación de acuerdo a turnos, a ellos se contribuía con productos obtenidos por el mismo grupo en ecologías muy variadas y, a veces, muy distantes, hasta 15 o 20 días a pie; de ellos se redistribuía alimentos, vestidos, etc., pro¬ ducidos en las indicadas mitas. Así se explica que la gente adquiría derechos a la redistribución en tanto cumplía con sus obligaciones de entrega de mano de obra. Como se indicó, determinada gente permanecía “prestando servicio” tiempos mayores a un turno. Algu¬ nos quedaban vinculados permanentemente a la auto¬ ridad; se les llamó yanacuna, y los españoles del siglo xvi los confundieron con esclavos. Hoy se sabe que no lo eran, que su número no era muy grande, y que incluso disponían de privilegios específicos. La mayoría de las informaciones anteriores se rela¬ cionaba con el Inca en las crónicas del siglo xvi. Ello se debía a que los autores de entonces centralizaron en éste toda la información andina; hoy se sabe, en cambio, que las unidades étnicas, administradas por curacas, fueron particularmente fuertes, sobrevivieron al predo¬ minio incaico y a la invasión española, y se mantuvieron en funcionamiento durante buena parte del periodo colonial. En términos generales tal sistema estuvo en vi¬ gencia en los Andes. Su estudio moderno se inició con la propuesta de John V. Murra acerca del “Control ver¬ tical de un máximo de pisos ecológicos en las socieda¬ des andinas”; hoy se aprecia mucho más que antes el peso de las variantes ecológicas en los Aaides, donde 21 una soia unidad étnica puede abarcar ecologías des¬ de el mar hasta los 4 000 metros de altura, desde zonas tórridas hasta espacios donde, por su extrema altura y variación climática diaria, puede decirse que todos los días son verano y todas las noches invierno. Los incas tienen fama de haber extendido sus crite¬ rios económicos hasta establecer una suerte de nivela¬ ción en la región andina empleando, por cierto, aque¬ llos elementos desarrollados en una larga experiencia andina previa a ellos. Así, la mita y la redistribución al¬ canzaron niveles genéricos y amplísimos: ya no se tra¬ taba de mover números limitados de personas, con los incas hubo mitas que tenían decena y media de miles de personas, como las 14000 parejas que iban a trabajar a Cochabamba, procedentes de todo el altiplano perua¬ no-boliviano. Por ello el Tahuantinsuyu extendió hasta el límite la construcción de caminos, así como debió construir “ciu¬ dades”, como Huánuco Pampa, Cajamarca, o Tumi Pam¬ pa, escalonadas a lo largo del capac ñam, el camino in¬ caico; entre las ciudades había tampu, establecimientos menores que incluían depósitos y habitaciones. En ta¬ les ciudades no había “habitantes” como en las nuestras (la población permanente era pequeña), eran centros ceremoniales y de reunión de mitanis, trabajadores du¬ rante una mita, procedentes de sitios muy diversos y originarios de zonas rurales, a veces muy lejanas. Toda aquella gigantesca construcción tenía sentido en térmi¬ nos de la redistribución; pero requería, ciertamente, de grandes cantidades de energía humana que el régi¬ men redistributivo proporcionaba. Así, tomemos un ejemplo muy concreto, cuya información fue recogida 22 en Huánuco, al este de los Andes, en 1549. Allí se indi¬ caban pormenorizadamente todas las formas de entrega de energía humana al poder, a cambio de la redistri¬ bución: 400 “indios e indias” para “hacer paredes”, 400 adicionales sembraban en el Cuzco (a muchos días de marcha), 150 eran “yanaconas de Guaynacava”, otros tantos cuidaban el cuerpo de Tupa Inga después de muerto, 120 sacaban plumas, 60 sacaban miel. La lista, muy larga, explicaba muchas formas de explotación de recursos y producción de objetos; se hallaba en un qui- pu (cuerdas anudadas que registraban únicamente can¬ tidades). La información aludida permite entender los mitos andinos cuando afirman que el Inca tenía poder “para hacer que las piedras se juntaran solas y se con¬ virtieran en paredes”; así, tanto la información docu¬ mental como la proporcionada por la tradición oral, re¬ conoce la capacidad del Inca para organizar mitas. Por cierto, las actividades recogidas en la lista de Huánuco son de factura muy diversa; las hay continuas u ocasio¬ nales, de diverso tipo de dedicación; pero lo importan¬ te es ver la dimensión del sistema, si se piensa que el mismo se aplicaba en todo el Tahuantinsuyu. La sociedad y los derechos Una sociedad en la cual funcionaba un régimen eco¬ nómico como el antedicho puede ser fácilmente con¬ fundida —de hecho así sucedió— con una utopía so¬ cialista, aun comunista, ciertamente totalitaria. Es muy difícil aplicar con objetividad y sentido común estas ca¬ lificaciones, toda vez que los únicos datos conocidos 23 proceden de la información de tesdgos provenientes de otra cultura, que adecuaron lo que vieron a lo que se hallaban en capacidad de explicar o lo que más les convenía decir. El mundo occidental ha elaborado diversas imáge¬ nes de las sociedades antiguas. En ellas, se ha presumi¬ do siempre que tales sociedades son necesariamente “menos desarrolladas” y, obviamente, en este menor des¬ arrollo se encuentra la poca aplicabilidad de la noción de libertad. Pero también se ha presumido que era po¬ sible alcanzar esquemas casi ideales en algunos casos: las ciudades-Estado griegas sirvieron para ello, hasta que se discutió ampliamente en la historiografía si las condi¬ ciones de los hombres libres eran aplicables a todos (o muchos); finalmente, se vieron las cosas con más clari¬ dad cuando investigaciones más recientes (Moses Fin- ley, Jean-Pierre Vernant, Marcel Detienne) dieron nue¬ vas versiones acerca de la sociedad helénica, que la historia europea había elevado a la condición de ar¬ quetipo. Los cronistas dibujaron la sociedad andina como si fuera europea o, al menos, una de las sociedades de in¬ fieles que mejor conocían; por ello Francisco López de Gomara podía decir que los habitantes de la costa al sur del Ecuador hablaban “de papo, como moros”, otros podían definir las acllacuna (tejedoras, dedicadas al culto, o también las mujeres del Inca) como un “harén” norafricano resguardado por eunucos. Era muy difícil interpretar las informaciones acerca del dualismo en la organización social; a pesar de ello, los cronistas y la información administrativa conservaron rastros muy cla¬ ros de su presencia, después explicada a la luz de la et- 24 nografía. Los ayllus, es decir los grupos de parentesco, se dividían en sectores (los españoles los llamaron “parcia¬ lidades”), hanan-urin, alaasa-masaa, allauca-ichoc, uma- urcu, que representaban como alto-bajo, derecha-izquier¬ da, masculino-femenino, dentro-fuera, incluso cerca-lejos y delante-detrás. Servían estas categorías para explicar las ubicaciones y las jerarquías dentro de un sistema de opuestos y complementarios ejemplificados por los dos Incas. Sin embargo, aún es muy difícil explicar las múl¬ tiples funciones que la organización dual abarcaba; sᬠbese que presidía los matrimonios, pues en su esquema más rudimentario establecía los límites del incesto. Las organizaciones políticas que encontraron los es¬ pañoles eran, asimismo, duales. Por ejemplo, Chucuito, al lado del lago Titicaca, tenía dos curacas, pertenecien¬ tes a la misma generación (nombrados a la vez); y el régimen de “mitades” se reproduce hacia abajo en la es¬ cala de la organización social, hasta llegar a los matri¬ monios. Por ello, para mantener los vínculos “tributa¬ rios” dentro de las obligaciones del parentesco, el Inca debía casarse con mujeres de ambos sectores en cada grupo étnico. El Cuzco se dividía, igualmente, en dos sectores que, a su vez, se subdividían. Cada uno de los cuatro secto¬ res (un suyu) se proyectaba al mundo entero. Por eso la dualidad era un sistema organizativo. Había sido dis¬ puesto, relataban los mitos de origen, por las divinida¬ des iniciales que ordenaron —no crearon— el mundo. Establecían jerarquías, los sectores hanan eran más im¬ portantes que los urin; un cronista como Felipe Huamán Poma de Ayala podía dar a entender que los primeros valían “el doble” que los segundos. 25 Aunque el Inca fue presentado en el siglo xvi como un rey a la europea, los cronistas se demoraron hasta 1542, por lo menos, en descubrir que Inca podía signi¬ ficar rey. José María Arguedas anotó alguna vez que “Inca” quería decir “modelo originante de todo ser”, es decir, un arquetipo, un principio generador y vital. Por ello el Inca aparece en la tradición oral andina como el divulgador o el donante del maíz, como quien dispo¬ nía que las piedras se organizaran solas en paredes; el Inca era el generoso otorgador de la tecnología, produ¬ cía el agua, daba ganado, ropa y maíz. El Inca era re¬ distribuidor. La élite apareció en las crónicas como una nobleza emparentada con el Inca. Hoy se sabe que las panacas, los ayllus “reales” cuzqueños, se vinculaban con uno de los incas, no con la “dinastía”. La confusión se origi¬ nó cuando los cronistas organizaron las panacas como si fueran “demos” griegos y dividieron la “nobleza” en una de sangre y otra de privilegio. No hubo una gran administración incaica, como so¬ ñaron los cronistas. La documentación del siglo xvi no avala tal aserto; sábese de algunos cargos generales, como Tocricoc (gobernador incaico), en realidad un alto funcionario, pues había tocricoc para administrar los caminos incaicos; Michic (identificado como su “te¬ niente”, en realidad su contraparte dentro del sistema dual); Tucuyricuc (una suerte de informante del Inca); destaca entre todos el quipucamayoc (aquel que sabía organizar los quipus que conservaban información es¬ tadística) . Se anotó, acertadamente, una diferencia en¬ tre los miembros de las panacas cuzqueñas, que los cro¬ nistas denominaron “orejones”, siguiendo modelos 26