El cazador observa a su presa al amparo de una copa de Bourbon. Ella se contonea, atrayendo las miradas de otros como él. No está preocupado... En absoluto. Sabe que al final de la noche él será el vencedor.
Se acerca despacio, con cuidado de no espantarla, y acopla sus caderas a las de la mujer. Ella sonríe, coqueta, y una caída de ojos seductora es el aviso de que ya ha ganado la batalla.
-¿Quieres jugar, preciosa?
-Solo si es contigo.
-Vayamos a mi santuario... Allí podré devorarte a mi manera.
Un escalofrío recorre el cuerpo de la joven cuando descubre que ha sido cazada.