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Bergson PDF

150 Pages·3.682 MB·Spanish
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Bergson La intuición como método de conocimiento A P R E N D E R A P E N S A R Bergson es el filósofo de la intuición, concebida como un método de cono­ cimiento que permite comprender todo lo vital, que se le escapa a una inte­ ligencia hecha para pensar la materia. Gracias a la intuición el ser humano puede conocer adecuadamente, por medio de pensamientos e imágenes, todo lo vivo, sin necesidad de diseccionarlo. La filosofía de Bergson remite así a la vida y a problemas concretos como la libertad, la relación entre la mente y el cerebro, el tiempo o la actividad creadora, tan actuales en tiem­ pos del filósofo como hoy día. A P R E N D E R A P E N S A R Bergson La intuición como método de conocimiento RBA © Juan Padilla Moreno por el texto. © RBA Contenidos Editoriales y Audiovisuales, S.A.U. © 2015, RBA Coleccionables, S.A. Realización: EDITEC Diseño cubierta: Llorenç Martí Diseño interior e infografías: tactilestudio Fotografías: Art Archive: 24-25; Album: 33, 53,99,109, 131, 147; Bridgeman: 39; Archivo RBA: 80-81, 121,136-137 Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o transmitida por ningún medio sin permiso del editor. ISBN (O.C.): 978-84473-8198-2 ISBN: 978-84473-8964-3 Depósito legal: B-15691-2017 Impreso en Unigraf Impreso en España - Printed in Spain Introducción, ................................... 7 Capítulo 1 Definir la libertad es negarla..........................19 Capítulo 2 Conciencia y materia se encuentran en la percepción , . . ; .......................... .49 Capítulo 3 ¿Hacia dónde va la evolución?.............. 73 Capítulo 4 La intuición, método de la filosofía ..............103 Capítulo 5 El místico como impulso creador de la sociedad...................... 125 Glosario ......................................................................... 151 Lecturas recomendadas...................................................................................155 Índice 157 Introducción Cuando Henri Bergson ingresó en el mundo de la filosofía, en el último cuarto del siglo XIX, el pensamiento dominante era el positivismo, que suponía la renuncia a toda metafísica y, en cierto modo, a la filosofía. El positivismo había impues­ to, no solo a la filosofía, sino a la cultura en general y a la vida misma, una férrea censura, que obligaba a no considerar nada más que los denominados «hechos» o «datos científi­ cos», dejando fuera la mayor parte de la realidad. Rehabilitar la filosofía en toda su radicalidad era una tarea vital urgente. En ese contexto, la ciencia, que se había erigido en el modelo al que debía ajustarse todo verdadero conocimiento, estaba en crisis, en buena medida por la imposibilidad de explicar el funcionamiento del modelo mecanicista, que entendía el mundo como un gran mecano y se mostraba inadecuado para explicar los fenómenos electromagnéticos. El auge de la biología y el evolucionismo llamaban la atención sobre lo es­ pecífico de la vida orgánica. En la construcción newtoniana del universo, que había parecido antes un modelo cerrado, definitivo y perfecto, empezaban a abrirse algunas grietas. Comenzaba a insinuarse la idea de que también la ciencia estaba basada en hipótesis, y era por tanto algo provisional e inseguro. En este trasfondo de crisis del conocimiento se le presentó a la filosofía una nueva oportunidad, un nuevo reto: trabajar afirmándose a sí misma, pero en colaboración con la ciencia. Y en eso consistió en buena medida el proyecto filosófico de Bergson. Su influjo fue enorme durante los primeros decenios del si­ glo xx, no solo en Francia sino también en otros países euro­ peos y en América. En torno a la Primera Guerra Mundial la suya pudo ser considerada la filosofía vigente más impor­ tante. Y aunque la notoriedad de Bergson decayera ya en los años treinta, su pensamiento ha seguido despertando interés y siendo fuente de inspiración hasta la actualidad, entre filó­ sofos y no filósofos. En él se originó de hecho una corriente de pensamiento conocida como «bergsonismo», que ha in­ fluido también poderosamente en la literatura y en las cien­ cias, oponiéndose en líneas generales al racionalismo. Son muchas las razones para conocer a Bergson. En primer lugar, el suyo fue un pensamiento que apelaba a lo inmediato y a las realidades concretas, que respondía perfectamente a lo que todavía es en cierto modo la consigna de la filosofía actual: «a las cosas mismas»; un pensamiento que no se mo­ vía entre abstracciones, sino que se servía de ellas solo en la medida necesaria para aprehender lo real; un pensamiento que desconfiaba de los sistemas racionales que pretenden de­ ducir la realidad íntegra a partir de unos pocos principios y dejan pasar entre sus mallas conceptuales todo lo vital; un pensamiento que no se consideraba un fin en sí mismo, sino una mera herramienta de trabajo. Por eso, leer a Bergson no es perderse en teorías, sino bregar con cosas concretas y a mano, haciendo el esfuerzo, eso sí, de mirarlas bajo una nue­ va luz. En segundo lugar, Bergson acudía siempre a problemas candentes: la libertad, la relación entre la mente y el cerebro, la actividad creadora, la realidad del inconsciente y su rela­ ción con la conciencia, el tiempo, los modos del conocimien­ to, el sentido de la religión... No se demoraba interminable­ mente en cuestiones preparatorias o de método. Se ocupaba de ellas, pero sobre la marcha, haciendo el camino al andar, lo que daba a su lectura cierto aire de aventura. Bergson desempeñó un papel de primera magnitud en la superación del positivismo reduccionista que dominaba la se­ gunda mitad del siglo xix, no para volver a las posiciones ro­ mánticas y espiritualistas anteriores, sino tratando precisamen­ te de superarlo desde dentro, poniendo aún más empeño que los positivistas en determinar con rigor los hechos, lo verda­ deramente dado. Para ello recurría al análisis y la intuición. Porque Bergson fue el filósofo de la intuición. Pero no una intuición vaga y subjetiva, coartada para todas las arbitrarie­ dades, sino una intuición metódica que, como la duda metó­ dica de René Descartes (1596-1650), padre del pensamiento moderno, y en oposición a ella, buscaba poner en contacto con una realidad absoluta, que era menester cotejar con los resultados de la ciencia. Bergson era en este sentido la alter­ nativa a Descartes; y se oponía también a Edmund Husserl (1859-1938), el padre de la fenomenología —gran proyecto de renovación de la filosofía a partir de los fenómenos, es de­ cir, de las cosas tal como se dan a la conciencia—, quien por las mismas fechas hacía en Alemania esfuerzos denodados por refundar el racionalismo cartesiano. Por eso, el filósofo de la intuición ha podido pasar por defensor del irraciona­ lismo. Pero en el fondo Bergson no se dejaba reducir a nin­ guno de los dos extremos. Es también el filósofo de la vida. Su pensamiento se en­ cuadra inequívocamente en el vitalismo, movimiento que Introducción reivindicaba desde finales del siglo XIX el carácter irreducti­ ble de todas las manifestaciones vitales frente a los abusos de la inteligencia, es decir, frente al intelectualismo, tan caracte­ rístico de la mayor parte de la tradición filosófica occidental. Se inscribía así en la línea minoritaria a la que pertenecen Heráclito o Pascal, que recorre de manera subterránea la historia de la filosofía, reapareciendo de cuando en cuando con nuevos planteamientos y nueva fuerza. Bergson es siem­ pre claro, hasta donde se puede ser. Siempre se le entiende. Y sin embargo su relectura suele reservar sorpresas. Fue, sin lugar a dudas, un excelente escritor, no en vano obtuvo el premio Nobel de literatura en 1928; era un escritor que ma­ nejaba el lenguaje con precisión y mesura, y con un encanto y una magia indefinibles que, según dicen, envolvían tam­ bién sus cursos y conferencias. En la lectura de sus textos se aúnan por ello el interés intelectual y el placer estético. Bergson pretendió empezar por el principio, esto es, por lo inmediato, por lo que está más a mano y es más evidente; por lo que es más seguro y puede servir de punto de parti­ da. Pero esto, que es claro, no resulta fácil. Porque aun lo inmediato y evidente, cuando se pretende apresarlo, se revela huidizo. Por eso la filosofía primera o metafísica es siempre, como decía Aristóteles, una «ciencia buscada». A la búsque­ da de esa ciencia, base de toda filosofía, dedicó Bergson bue­ na parte de sus esfuerzos ya desde su primer libro, su tesis doctoral: Ensayo sobre los datos inmediatos de la conciencia. Entre esos datos, punto de partida de todo lo demás, encuen­ tra los puros contenidos cualitativos de la conciencia, la idea de duración y la libertad. Rápidamente, casi sin perder impulso, se atrevió Bergson a abordar uno de los problemas más espinosos de la filosofía y la ciencia: el de la relación entre el cuerpo y la menté. Y lo hizo con un método original. Estudió exhaustivamente todo 10 lo que se sabía sobre la memoria (todo lo que la fisiología y la psicología habían descubierto hasta entonces) y se ocu­ pó de determinar sus formas e implicaciones. El resultado fue sorprendente y ejemplar. Sorprendente porque fue capaz de extraer de unos cuantos hechos, bien observados, mucho más de lo que cabía imaginar. Y ejemplar porque mostró de manera concreta cómo pueden y deben colaborar ciencia y filosofía, independientemente de que se puedan hoy aceptar o no sus resultados. Tras el estudio de la conciencia y su relación con la mate­ ria en el individuo, se imponía el estudio de la vida biológica en toda su amplitud, elaborando una teoría de la evolución. No se trataba de aportar nuevos datos o hipótesis científicas al respecto, sino de interpretar, desde sus hallazgos anterio­ res y estableciendo múltiples conexiones inéditas, lo que de la evolución de la vida se sabía. Llegó así a la conclusión de que la evolución de las especies era resultado de un único im­ pulso vital que se abría en dos direcciones fundamentales, la del instinto y la de la inteligencia, que tenían en las hormigas o abejas, por un lado, y el hombre, por otro, sus más per­ fectos representantes. ¿Serían estos dos productos finales, el instinto de los himenópteros y la inteligencia del hombre, la última palabra de la evolución? La respuesta a esta pregunta solo la daría Bergson al fi­ nal de su vida. Antes de llegar a ella tuvo que ocuparse de otros problemas, que iban desde la risa y los sueños hasta la teoría general de la relatividad. Muchos de ellos estaban relacionados con la psicología. La época de Bergson fue la época en que se constituyó (o empezó a constituirse) la psi­ cología como ciencia. Todavía no estaba claro cuál había de ser su método, ni siquiera cuál debía ser en rigor su objeto de estudio. Se debatía entonces la relación entre conciencia e inconsciencia. Baste pensar que Sigmund Freud (1856- Introducción

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