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123 Pages·1994·5.444 MB·Spanish
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Jean-Paul Saríre: Baudelaire Prólogo de Michel Leiris El Libro de Bolsillo Editorial Losada Alianza Editorial Buenos Aires Madrid Escaneado con CamScanner Título original: Baiulelaire Traductor: Aurora Bernárdez Revisión de Concepción García Lomas Primera edición en "El Libro de Bolsillo": 1984 Primera reimpresión en "El Libro de Bolsillo": 1994 Reservados todos los derechos. De conformidad con lo dispuesto en el art. 534-bis del Código Penal vigente, podrán ser castigados con penas / de multa y privación de libertad quienes reprodujeren o plagiaren, en L todo o en parte, una obra literaria, artística o científica fijada en J U cualquier tipo de soporte sin la preceptiva autorización. / 9 © Editions Gallimard, París, 1947 y © Editorial Losada, S. A., Buenos Aires, 1949 f* © Alianza Editorial, S. A., Madrid, 1984, 1994 m i Calle Juan Ignacio Lúea de Tena, 15; 28027 Madrid; teléf. 741 66 00 - ISBN: 84-206-0043-1 * Depósito legal: M. 33.570-1994 v i Impreso en Lavel, S. A., Pol. Ind. Los Llanos • J. C/Gran Canaria, 12. Humanes (Madrid) ' e Printed in Spain L Escaneado con CamScanner ? s 5 7 Prólogo Determinar cuál fue la vocación (destino elegido, llamado, o al menos consentido, y no destino pasivamente soportado) de Charles Baudelaire,y, si la poesía es vehículo de un mensaje, precisar cuál es, en el caso considerado, el contenido más ampliamente humano de ese mensaje. La intervención del filósofo se revela aquí distinta "L tanto de la del crítico como de la del psicólogo (médico o no) y de ^ la del soáólogo. Pues no se tratará, para él, de poner en el pesillo Z la poesía haudelairiana (emitiendo sobre ella un juicio de valor o ^ esforzándose en exponer su clave) ni de analizar, como se haría . con un fenómeno del mundo físico, la persona del poeta de Las y, flores del mal. Por el contrario, intentar revivir desde dentro, v en lugar de considerar sólo las apariencias (es decir: uno mismo \ examinándola desde fuera), lo que fue la experiencia de Baude- ^ ¿aire, prototipo casi legendario del «poeta maldito», admitiendo para ello, como base esencial, las confidencias que él nos hizo sobre ~ su persona, al margen de su obra propiamente dicha, asi como los * datos que proporciona la correspondencia con sus allegados: tal es \ L tarea que se propuso, en su carácter de filósofo, el autor de la \ presente obra, dentro de los límites sufiáentemente establecidos por \ d hecho de que el texto hoy reeditado sólo se consideraba, al pre- i 7 % Escaneado con CamScat irrjjrsf por primera irz. como rtníroducnm» a w.a serJf ¿f ffm en ¡as íntimos. lexto dedicado (también cmvtene adternrlo) a j fuirn en quien se ha p^tdido reseñar ósea iual sea la opinom que se tenga de él y dP sus escritos) que su patnmenso ha sido, fn realidad, hasta el presente, la jactancia de ser culpable al mismf. tiempo que f**ta, y a quien la sr/aedad. efectivamente, ha tenido entre rejas durante vanos años. Usté estudio, cuyas partes se ordenan según la manera sintética de una perstxctua caballera, no pretende en m<>dn alguno expli­ car lo que hay de único en las prosas y en ¡os p<xmiis baudelai - ríanos; ni intenta, lo cual estaría condenado de antemano al fraca so, reducir a una medida común aquello que precisamente vale />or ser irreductible; deliberadamente el autor de esta introducción se detiene en el umbral cuando se arriesga en las ultimas páginas, y a título de prueba de ¡a exactitud de su procedimiento, a un examen, no por cierto de la poesía, sino de lo que él llama, esta­ bleciendo de este modo explícitamente su limite, el «/techo ptxtico» baudelai ri ano. No hay tampoco tentativa presuntuosa de demostrar unos en­ granajes mentales —y aun fisiológicos—, relajando al que sopor­ ta semejante operación al rango de cosa, de «pi>re» cosa que el espectador mira dándoselas, st es preciso, de compasivo para de­ mostrar que no es del todo insensible, el si como para el ferióme- nólogo de Kl ser y la natía no seria cuestión de escribir el capi­ tulo *Baudelaire» de un ideal manual literario, en un estilo docto o lírico, tampoco lo seria, en esta ocasión, meter las narices hipó­ critamente en una vida ejemplar de poeta, agregando una expli­ cación de su cosecha a otras —a m es de lo más bajas— explica­ ciones. Para Sartre, que eligió como fin tangible de su actividad construir una filosofía de la libertad, se trata esencialmente de extraer de lo que se conoce del personaje Baudelaire su significa­ do: la elección que hrgp de si mismo (ser esto, no ser aquello), como lo hace todo hombre, originariamente y en cada momento, cuando se encuentra entre la espada y la pared históricamente de­ finida de «su situación». Éste no se rendirá ni siquiera en los condiciones más duras, aquél se dará por vencido en circunstancias fáciles; y en cuanto a Baudelaire, si la imagen que nos legó es la de un reprobo, abrumado injustamente por la mala suerte, no fue sin que mediara complicidad entre la mala fortuna y él. Estamos Escaneado CamScai Prólogo 9 lejos, en consecuencia, del Baudelaire victima, bueno para biógra­ fos piadosos o condescendientes, y tampoco se nos está presentando una vida de santo, ni la descripción de un caso clínico, sino más bien la aventura de una libertad, descrita en la medida necesaria­ mente conjetural en que puede conocerla otra libertad. Aventura que se revela como la búsqueda de una imposible cuadratura del círculo (fusión ser-existencia, a la cual se consagra todo poeta se­ gún la vía que le es propia). Aventura sin episodios sangrientos, que, sin embargo, puede considerarse propia de lo trágico, por­ que extrae precisamente su fuerza de la dualidad insuperable de dos polos, fuente para nosotros —sin remisión posible— de Confusión y desgarramiento. Aventura donde —según los términos de la conclusión— «la elección libre que el hombre hace de sí mis­ ino se identifica absolutamente con lo que llamamos su destino» y en la que el papel del azar parece inexistente. Prescindiendo de lo que algunos podrían censurar en cuanto a la tesis misma (que admite como principal postulado las ideas del autor respecto a lo que él llama la «elección original»), ¿no habría cierto abuso en este esfuerzo de reconstrucción racional al tomar por objeto a un poeta tan difícil de insertar en un esquema como lo fue Baudelaire* Aún más: semejante manera de introducirse con efracción (si tal cosa es concebible) en dicha conciencia, ¿no se­ ría en exceso impertinente, si es que no raya simplemente en lo sacrilego* Sería poco menos que (firmar que todos los grandes poetas tie­ nen su morada en un cielo aparte, más allá de la humanidad, y escapan como por milagro a la condición humana, en lugar de ser los selectos espejos donde esta condición humana puede reflejarse mejor que en cualquier otro. Si existe una gran poesía, siempre será acertado interrogar a aquellos que quisieron ser sus portavo­ ces, e intentar penetrar en lo más secreto de ellos mismos para conseguir formarse una idea más clara de lo que sonaban como hombres. Y cuando se busca esto, ¿qué otro medio puede haber que no sea abordarlos sin angustia ni balbuceo de religiosidad (con las armas del máximo rigor lógico) y comportarse al mismo tiempo con ellos (por celosos que puedan estar de su singularidad) como si fueran «prójimos» con quienes se está al mismo niveít La empresa de Sartre —con seguridad muy osada— no de­ muestra, sin embargo, irreverencia alguna con respecto al genio de Escaneado CamScanner 10 M»chcl l<tm fíaudelatre, ni tampoco desconocimiento (a pesar de lo que haya podido decirse) de lo que en él representa de soberano la poesía. Poniendo aparte ese terreno vedado (el de la poesía como tal, don­ de el racionalismo nada tiene que hacer), sigue en pie el hecho de que esta poesía ha llegado hasta nosotros como producto de una pluma que guiaba e impulsaba, mediante la escritura, el esfuerzo de un hombre dirigido hacia cierto objetivo. A todo individuo que sabe leer y para quien lo que lee es motivo de reflexión, debe con­ cedérseley evidentemente, una total libertad para dedicar los re­ cursos de su inteligencia a la elucidación de ese objetivo. Tales tentativas —que tienden, como último análisis, a esclarecemos los fines que perseguimos, mediante un entendimiento más exacto de lo que persiguieron ciertos seres privilegiados— no son intrusio­ nes insultantes. Salvo a los ojos de quien sólo se fijara en unos dé­ biles misterios incapaces de resistir una luz más viva, ninguna salpicadura corrosiva podría caer en la poesía verdadera, cuya resonancia se vuelve más profunda mediante una nueva, aunque inevitablemente aproximada visión del ser humano que fue su so­ porte. Debe decirse aquí\ en favor de Sartre —tan ajeno a la poesía (como él mismo confiesa) y a veces de una singular rigidez, y para replicar a los apasionados defensores de ese arte (según da fe, por ejemplo, la ejecución sumaria del surrealismo que figura en su ensayo ¿Qué es Literatura?—, que no solamente ha sabido extraer ciertos sonidos armónicos, aún desconocidos, de la obra baudelairiana, sino que ha demostrado, además, que sería falso ver sólo «mala suerte» en una vida que, en resumidas cuentas, re­ vela participar del mito en el sentido más elevado, si es cierto que el héroe mítico es un ser en quien la fatalidad se conjuga con la voluntad y que parece obligar al destino a modelar su estatua. M ich el L eiris Escaneado CamScanner A Jean Genet «No tuvo la vida que merecía.» De esta máxima consolado­ ra, la vida de Baudelaire parece una magnífica ilustración. No merecía, ciertamente, aquella madre, aquella perpetua escasez, aquel consejo de familia, aquella amante avariciosa, ni aquella sífilis; iy hubo algo más injusto que su fin prematuro? Sin em­ bargo, con la reflexión surge la duda: si se considera al hom­ bre mismo, no carece de fallos y, en apariencia, de contra­ dicciones: aquel perverso adopta de una vez por todas la moral más vulgar y rigurosa, aquel refinado frecuenta las prostitutas más miserables, el gusto por la miseria lo retiene junto al flaco cuerpo de Louchette, y su amor a «la horrorosa judía» es como una prefiguración del que más tarde le inspira­ rá Jeanne Duval; aquel solitario tiene un miedo horrible a la soledad, nunca sale sin compañía, aspira a un hogar, a una vida familiar; aquel apologista del esfuerzo es un «abúlico» in­ capaz de someterse a un trabajo regular; invitaba a viajar, re­ clamaba cambios de ambiente, soñaba con países desconoci­ dos, pero vacilaba seis meses antes de marcharse a Honflcur y el único viaje que hizo le pareció un largo suplicio; pregonaba su desprecio e incluso su odio por los graves personajes en- 11 Escaneado CamScanner 12 Jean-Paul Sartre cargados de su tutela y, sin embargo, jamás trató de liberarse de ellos ni perdió ocasión de sufrir sus paternales amonesta­ ciones. Por lo tanto, ¿es acaso Baudelaire tan diferente de la existencia que llevó? ¿Y si hubiera merecido su vida? ¿Y si, contrariamente a unas ideas preconcebidas, los hombres sólo tuvieran Ja vida que merecen? Es preciso examinar esto con más atención. Cuando murió su padre, Baudelaire tenía seis años, y vivía adorando a su madre; fascinado, rodeado de consideraciones y cuidados, aún ignoraba que existía como persona, ya que se sentía unido al cuerpo y al corazón de su madre por una espe­ cie de participación primitiva y mística; se perdía en la dulce tibieza del amor recíproco; aquello era un hogar, una familia, una pareja incestuosa. «Yo permanecía siempre vivo en ti, le escribirá más tarde, tú eras únicamente mía. Eras un ídolo y un camarada a la vez.» No podría expresarse mejor el carácter sagrado de esta unión: la madre es el ídolo, el hijo está consagrado por el afecto que ella le profesa; y aquél, lejos de sentirse una existencia errante, vaga y superflua, se imagina como hijo de derecho divino. Permanece siempre vivo en ella: esto significa que se ha pues­ to al abrigo en un santuario; no es, no quiere ser sino una emanación de la divinidad, un pequeño pensamiento constan­ te de su alma. Y precisamente porque se absorbe por entero en un ser que, según él, existe por necesidad y por derecho, está protegido contra toda inquietud, y se funde con lo abso­ luto: está justificado. En noviembre de 1828 aquella mujer tan querida vuelve a casarse con un militar y envía a Baudelaire a un internado. De esta época data su famosa «grieta». Crépet cita a este respecto una nota significativa de Buisson: «Baudelaire era un alma muy delicada, muy fina, original y tierna, que se agrietó al pri­ mer choque con la vida.» Hubo en su existencia un aconteci­ miento que no pudo soportar: el segundo matrimonio de su madre. Sobre este tema era inagotable y su terrible lógica siempre se resumía así: «Cuando se tiene un hijo como yo —el como yo quedaba sobreentendido— uno no vuelve a casarse.» Esta brusca ruptura y la pena consiguiente lo lanzaron sin transición a la existencia personal. Poco antes, aún estaba em- Escaneado con CamScanner Baudelaire 13 bebido en la vida acorde y religiosa de la pareja que formaba con su madre. Al retirarse esa vida como la marea dejándolo solo y seco, pierde sus justificaciones y descubre con vergüen­ za que es uno y que ha recibido la existencia para nada. Al furor de verse expulsado se mezcla un sentimiento de profundo decaimiento. Escribirá en Mi corazón al desnudo, pen­ sando en esta época: «Sentimiento de soledad desde la infancia. A pesar de la familia —y en medio de mis camaradas, sobre todo—, sentimiento de destino eternamente solitario.» Ya imagina este aislamiento como un destino. Esto significa que no se limita a soportarlo pasivamente concibiendo el deseo de que sea temporal: por el contrario, se precipita en él con ra­ bia, en él se encierra y, ya que lo han condenado, quiere que, al menos, la condena sea definitiva. Llegamos aquí a la elec­ ción original que Baudelaire hizo de sí mismo, a ese compro­ miso absoluto por el cual cada uno de nosotros decide en una situación particular lo que será y lo que es. Abandonado, re­ chazado, Baudelaire quiso asumir la responsabilidad de ese ais­ lamiento. Reivindicó su soledad para que por lo menos le vi­ niera de sí mismo, para no tener que sufrirla. Experimentó que era otro por el brusco descubrimiento de su existencia indivi­ dual, pero al mismo tiempo afirmó y asumió esta alteridad con humillación, rencor y orgullo. Desde entonces, con una vio­ lencia terca y desolada, se hizo otro: otro distinto de su madre, con quien sólo era uno y que lo había rechazado, otro distinto de sus camaradas despreocupados y groseros; se siente y quie­ re sentirse único hasta el extremo goce solitario, único hasta el terror. Pero esta experiencia del abandono y la separación no tiene como contrapartida positiva el descubrimiento de alguna vir­ tud particularísima que lo ponga en seguida en una situación sin igual. Por lo menos el mirlo blanco, vilipendiado por to­ dos los mirlos negros, puede consolarse contemplando con el rabillo del ojo la blancura de sus alas. Los hombres nunca son mirlos blancos. Ese niño abandonado abriga el sentimien­ to de una alteridad totalmente formal: ni siquiera esta expe­ riencia podría distinguirlo de los demás. Todos hemos podido observar en nuestra infancia la aparición fortuita y turbadora de la conciencia de sí. Gide la mencionó en Si el grano no muere; Escaneado con CamScanner

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