Aventuras por el ser humano Gavin Francis Traducción de Jorge Rizzo 2 Título original: Adventures in Human Being, originalmente publicado en inglés, en 2015, por Profile Books Ltd in association with Wellcome Collection, Londres The translation of this title was made possible with the support of Publishing Scotland’s Translation Fund. Primera edición en esta colección: octubre de 2016 © Gavin Francis, 2015 © de la traducción, Jorge Rizzo Tortuero, 2016 © de la presente edición: Plataforma Editorial, 2016 Plataforma Editorial c/ Muntaner, 269, entlo. 1ª – 08021 Barcelona Tel.: (+34) 93 494 79 99 – Fax: (+34) 93 419 23 14 www.plataformaeditorial.com [email protected] ISBN: 978-84-16820-45-0 Realización de cubierta: Grafime y Ariadna Oliver Adaptación de cubierta y fotocomposición: Grafime Reservados todos los derechos. Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos. Si necesita fotocopiar o reproducir algún fragmento de esta obra, diríjase al editor o a CEDRO (www.cedro.org). 3 El dignísimo Mercurio llama al hombre «gran milagro», «criatura similar al Creador», «embajador de los dioses». Pitágoras, «medida de todas las cosas». Platón, «maravilla de las maravillas»… Todos los hombres coinciden en llamarlo «microcosmos» o «el pequeño mundo». Porque su cuerpo es, por así decirlo, como un almacén de todas las virtudes y eficacias de todos los cuerpos, y su alma es el poder y la fuerza de todas las cosas vivas y con sentido. HELKIAH CROOKE, introducción a Microcosmographia (1615) 4 Para los que viven la vida con entusiasmo 5 Índice Un apunte sobre la confidencialidad Prólogo CEREBRO 1. Neurocirugía del alma 2. Ataques epilépticos, sacralidad y psiquiatría CABEZA 3. Ojo: el renacimiento de la visión 4. Rostro: la belleza de la parálisis 5. Oído interno: vudú y vértigo PECHO 6. Pulmones: el aliento de la vida 7. Corazón: el oleaje y el graznido de las gaviotas 8. Senos: dos visiones sobre la curación MIEMBROS SUPERIORES 9. Hombro: arma y armadura 10. Muñeca y mano: golpeado, herido y crucificado ABDOMEN 6 11. Riñón: no hay mejor regalo 12. Hígado: un final de cuento de hadas 13. Intestino grueso y recto: una obra de arte magnífica PELVIS 14. Genitales: cómo se hacen los niños 15. Útero: umbral entre la vida y la muerte 16. Placenta: cómetela, quémala, entiérrala bajo un árbol EXTREMIDADES INFERIORES 17. Cadera: Jacob y el ángel 18. Pies y dedos: pisadas en el sótano Epílogo Agradecimientos Notas sobre las fuentes Listado de imágenes 7 Un apunte sobre la confidencialidad Este libro es un compendio de historias sobre el cuerpo, en la enfermedad y en la salud, en la vida y en la muerte. Los médicos, además de hacer honor al privilegio que supone el acceso que tienen a nuestros cuerpos, deben honrar la confianza con que compartimos nuestras historias con ellos. Hace ya dos mil quinientos años que se reconoció esta obligación: el juramento hipocrático dicta que «todo lo que vea y oiga en el ejercicio de mi profesión, y todo lo que supiere acerca de la vida de alguien, si es cosa que no debe ser divulgada, lo callaré y lo guardaré con secreto inviolable». Como médico y escritor a la vez, he dedicado mucho tiempo a pensar en esa obligación, planteándome qué se puede decir y qué no sin traicionar la confianza de mis pacientes. Las reflexiones que siguen se basan en mi experiencia clínica, pero los pacientes aparecen disfrazados de modo que resulten irreconocibles: cualquier parecido que quede es fortuito. Proteger los secretos de la gente es parte esencial de mi trabajo: «confianza» significa «con fe», y antes o después todos nos convertimos en pacientes; todos queremos confiar en que se nos escuchará, y en que se respetará nuestra intimidad. 8 Prólogo Si el hombre está compuesto de tierra, agua, aire y fuego, este cuerpo es análogo al mundo; lo mismo que el hombre tiene en su interior un lago de sangre […], el cuerpo de la Tierra tiene su océano, que como él sube y baja. LEONARDO DA VINCI CUANDO ERA NIÑO no quería ser médico; quería ser geógrafo. Los mapas y los atlas eran un modo de explorar el mundo a través de imágenes que revelaban lo que estaba oculto en el paisaje, y resultaban muy prácticos. No quería pasarme la vida trabajando en un laboratorio ni en una biblioteca: quería usar los mapas para explorar la vida y sus posibilidades. Imaginaba que, comprendiendo cómo estaba hecho el mundo, llegaría a entender mucho mejor el lugar que ocupaba en él la humanidad, además de disponer de un oficio que me diera de comer. Al crecer, ese impulso fue cambiando, y de querer estudiar el mundo que nos rodea pasé a fijarme en el mundo que llevamos dentro; cambié mi atlas geográfico por un atlas de anatomía. Al principio los dos atlas no parecían tan diferentes; los diagramas de venas azules, arterias rojas y nervios amarillos me recordaban los ríos de colores, las carreteras principales y las secundarias de mi primer atlas. Había otros parecidos: ambos libros reducían la fabulosa complejidad del mundo natural a algo comprensible, a algo que podía llegar a dominarse. Los primeros anatomistas veían una correlación natural entre el cuerpo humano y el planeta que nos da sustento; el cuerpo era un microcosmos, un reflejo en miniatura del cosmos. La estructura del cuerpo reflejaba la estructura de la Tierra; los cuatro humores del cuerpo reflejaban los cuatro elementos de la materia. Eso tiene sentido: el esqueleto 9 que nos soporta está hecho de sales de calcio, parecidas en términos químicos al yeso y la piedra caliza. Ríos de sangre riegan los amplios deltas de nuestros corazones. La superficie de la piel recuerda las suaves curvas del terreno. Nunca perdí la afición por la geografía; en cuanto las exigencias de la formación médica fueron menores empecé a explorar. En ocasiones encontré trabajo como médico en mis viajes, pero por lo general viajaba solo para ver cada nuevo lugar en primera persona, para experimentar la variedad de paisajes y de gentes, y para establecer contacto con la mayor proporción posible del planeta. Al escribir después sobre esos viajes en otros libros, he intentado transmitir en parte lo que he visto en ellos, pero mi trabajo siempre me ha devuelto al cuerpo humano, como medio de vida y como lugar de donde todo parte y donde todo acaba. Aprender cosas del cuerpo humano es muy diferente de aprender de cualquier otra cosa: nosotros somos el objeto de estudio, y trabajar con el cuerpo te da un poder inmediato y transformacional único. Al salir de la Facultad de Medicina tenía intención de hacer prácticas en urgencias, pero la brutalidad de las guardias nocturnas y lo fugaz del contacto con los pacientes acabaron por erosionar mi sensación de satisfacción en el trabajo. He trabajado como pediatra, como obstetra y como médico en un pabellón geriátrico para pacientes de larga duración. He hecho prácticas de cirugía ortopédica y de neurocirugía. He participado como médico en expediciones por el Ártico y el Antártico, y en África y en la India he trabajado en sencillas clínicas comunitarias. Todos estos puestos han influido en mi visión del cuerpo humano, con situaciones de emergencia extrema y unas circunstancias que hacen que uno tome conciencia de la vida humana allá donde es más vulnerable, pero con el paso de los años algunas de las reflexiones más profundas y reconfortantes que me ha proporcionado la medicina han surgido de encuentros más tranquilos, del día a día. Últimamente he trabajado como médico de familia en una pequeña clínica de ciudad. La cultura modifica sin cesar la forma que tenemos de imaginarnos nuestro cuerpo y de vivir en él, aunque seas médico. En los encuentros con mis pacientes, a menudo observo la relevancia –y la influencia– que tienen algunas de las mejores historias y obras de arte de la humanidad en la práctica médica moderna. En los capítulos que siguen profundizaremos más en algunas de estas conexiones. Varios ejemplos: al reconocer a alguien con parálisis facial, he recordado no solo la frustración que supone no poder expresarse, sino la dificultad ancestral que han tenido 10