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Ausentes del universo: reflexiones sobre el pensamiento poítico hispanoamericano en la era de la reconstrucción nacional, 1821-1850 PDF

229 Pages·2016·1.719 MB·Spanish
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Ausentes del universo Reflexiones sobre el pensamiento político hispanoamericano en la era de la construcción nacional, 1821-1850 José Antonio Aguilar Rivera Primera edición, 2012 Primera edición electrónica, 2013 Fotografía: Alegoría de América libre, litografía de Ducarmé del siglo XIX,tomada de Imágenes de la patria a través de los siglos, de Enrique Florescano (Santillana-Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara, México, 2005) D. R. © 2012, Centro de Investigación y Docencia Económicas, A. C. Carretera México-Toluca, 3655 (km 16.5), Lomas de Santa Fe, 01210 México, D. F. D. R. © 2012, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F. Empresa certificada ISO 9001:2008 Comentarios: [email protected] Tel. (55) 5227-4672 Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc. son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicana e internacionales del copyright o derecho de autor. ISBN 978-607-16-1332-5 Hecho en México - Made in Mexico ÍNDICE Introducción ¿AUSENTES DEL UNIVERSO? Primera Parte. RECEPCIONES I. OMISIONES DEL CORAZÓN: LA RECEPCIÓN DE ALEXIS DE TOCQUEVILLE EN MÉXICO Tocqueville, el poder judicial y el control constitucional El federalismo La escolástica democrática Conclusión: omisiones del corazón Segunda Parte. LA CONSTRUCCIÓN NACIONAL II. VICENTE ROCAFUERTE Y LA INVENCIÓN DE LA REPÚBLICA HISPANOAMERICANA República vs. monarquía Ideas necesarias a todo pueblo americano que quiera ser libre La democracia en América De Washington a Bogotá Conclusión III. VIDAURRE Y LA IMAGINACIÓN POLÍTICA El genio eléctrico Del autonomismo al republicanismo El político y su discípulo “Demócratas racionales”: el igualitarismo precoz “No amo a Hobbes, pero conozco que dice muchas verdades” IV. ¿HOMBRES O CIUDADANOS? LA PATRIA DE BOLÍVAR ¿Forjando pueblos o ciudadanos? Colores por números Conclusión Tercera Parte. TRES ENSAYOS SOBRE LA FRUSTRACIÓN V. ALAMÁN Y LA CONSTITUCIÓN La administración Alamán El constitucionalista liberal No imparcial, pero sí excepcional ¿Hello, Mr. Burke? El crítico constitucional VI. EL OTRO CAMINO: LA DIALÉCTICA DE LA FRUSTRACIÓN Y EL GOBIERNO REPRESENTATIVO El orden político y las elecciones La convocatoria y el congreso extraordinario de 1846 ¿Clases o individuos? En pos de la quimera Conclusión VII. GUERREROS DE LA PERIFERIA Los derechos naturales y el origen de las sociedades Los errores de la soberanía popular La recepción de Donoso Cortés en México Conclusión CONCLUSIONES BIBLIOGRAFÍA Entendimiento claro y sana razón se encuentra en los españoles, mas no se busque en sus libros. Véase una de sus bibliotecas; novelas a un lado y escolásticos al otro: cualquiera diría que un enemigo secreto de la raza humana ha hecho ambas partes y reunido el todo. El único buen libro que tienen es el que ha hecho ver lo ridículos que eran todos los demás. MONTESQUIEU, Cartas persas (78) estábamos… abstraídos, y digámoslo así, ausentes del universo en cuanto era relativo a la ciencia de gobierno y administración del Estado. SIMÓN BOLÍVAR, Carta de Jamaica Introducción ¿AUSENTES DEL UNIVERSO? ¡Jóvenes chilenos! Aprended a juzgar por vosotros mismos; aspirad a la independencia del pensamiento.[1] ANDRÉS BELLO En 1979 Leopoldo Zea, padre fundador de la historia de las ideas en América Latina, criticaba la idea de Hegel de que la historia de América no era sino “eco y sombra” de la de Europa. Los latinoamericanos no habían calcado fielmente las ideas importadas; al transcribirlas las transformaron: si bien, formalmente se han tomado ideas que tienen su origen en la cultura europea, éstas han sido adaptadas a la realidad, y esta realidad es la que ha originado su adopción, de forma tal que quienes han calificado dicha adopción la han visto como mala copia de las originales. Mala copia […] que no es sino expresión de la presencia de la ineludible realidad latinoamericana. Al imitar y repetir se hace “expresa una filosofía que no está en el material adoptado”.[2] Zea trataba de responder la pregunta “¿cuál es el sentido y el objeto de analizar la obra de pensadores que, según se admite, no realizaron ninguna contribución a la historia de las ideas en general?”[3] En su respuesta concedía la ausencia de contribuciones sustantivas, mas buscaba restarle importancia al hecho. Si los mexicanos hubiesen realizado aportaciones importantes, ello “no pasaría de ser un mero incidente. Estas aportaciones muy bien pudieron haberlas hecho hombres de otros países”.[4] En El positivismo en México advirtió que si lo que nos importa es el pensamiento occidental, entonces “salen sobrando México y todos los positivistas mexicanos, los cuales no vendrían a ser sino pobres intérpretes de una doctrina a la cual no han hecho aportaciones dignas de la atención universal”.[5] Como premio de consolación ofrecía una interpretación alternativa. De este modo, como apunta Elías J. Palti, la historia de las ideas en América Latina “tomaba su sentido no de su relación con la historia del pensamiento en general sino de su relación con las circunstancias nacionales”. Lo relevante no serían las aportaciones latinoamericanas al pensamiento occidental, “sino, por el contrario, sus ‘yerros’; en fin, el tipo de refracciones que sufrieron las ideas europeas cuando fueron transplantadas a esta región”.[6] Lo que había que estudiar eran las “desviaciones” de las ideas importadas. El énfasis estaba en el viaje de ida de las ideas políticas a América Latina. Se daba por descontado que no habría viaje de regreso. Este libro propone otro tipo de historia de las ideas. Es falso que no haya contribuciones originales en el siglo XIX. Hemos sido invisibles para aquellos observadores que creen que esta parte del mundo es un erial para la teoría política. No es así, por lo menos algunas ideas provenientes de América Latina son importantes para dar cuenta del pensamiento político occidental. Esto último es lo que me ocupa. No me interesan las “refracciones”, sino aquellas ideas que fueron formuladas en esta parte del mundo, cuya relevancia trasciende a América Latina: ideas abstractas o universales sobre la representación, el constitucionalismo, el derecho natural, la democracia y la construcción nacional. Por ello, aunque muy originales, no me ocupo de las elaboraciones míticas del patriotismo criollo de Servando Teresa de Mier y Carlos María de Bustamante.[7] En realidad, lo sorprendente es que no haya más aportaciones de esta parte del mundo al pensamiento político. Después de todo, dada la magnitud y la duración del experimento constitucional atlántico en el siglo XIX, era de esperarse que más argumentos de carácter general hubieran sido articulados en la región. Ahí se ensayaron diversos modelos institucionales con resultados disímiles. Sin embargo, es verdad que la imitación ha sido el modo prevaleciente de apropiación intelectual. Explicar la razón de la escasez de ideas originales escapa al propósito de este libro, aunque sin duda es un fenómeno que no ha recibido una explicación satisfactoria. Aquí me concentraré en algunas ideas originales; sin embargo, también daré cuenta del fenómeno de la importación, pero sin el toque apologético. En casos como la recepción de Tocqueville en México vemos una “refracción”. Creo que la incapacidad para poner en tela de juicio ideas hegemónicas, o bien establecidas, es un fenómeno común en esta parte del mundo; un déficit de la imaginación para ver —y juzgar— con ojos propios los “primeros principios”. Hay una vocación —qué duda cabe— por seguir los pasos de aquellos que, como Tocqueville, se consideran más adelantados o civilizados. Es un mal que nos persigue hasta el día de hoy. En este libro no me ocupo de todos los pensadores originales de América Latina, tan sólo de un puñado de ellos. Están ausentes figuras importantes como Andrés Bello, Juan Bautista Alberdi, José Victorino Lastarria y otros.[8] El caso más conspicuo y estudiado es el de Simón Bolívar, quien tenía ideas políticas propias.[9] Mi propósito aquí es concentrarme sólo en algunos casos: Vicente Rocafuerte, Simón Bolívar, Lorenzo de Vidaurre y Lucas Alamán. Todos, propongo, formularon ideas importantes para el pensamiento político occidental. Debo aclarar que el énfasis de mi trabajo está puesto en la originalidad intelectual en un contexto comparado. ¿Qué significa originalidad aquí? No la entiendo “como la creación de algo único, especial, ajeno, irrepetible. No se busca lo distintivo para enfrentarlo a algo, sino para colaborar con algo. Se busca la diversidad, pero en función con un todo del que es parte. Este todo lo es la cultura occidental”.[10] Sin embargo, a menudo la originalidad se encuentra imbricada —como en el caso de Zea— con la búsqueda de la autenticidad.[11] Esa búsqueda promete llevarnos a los manantiales abundantes en los que abreva la identidad. Así, Zea afirma sobre la independencia: “se quiso romper con la relación de dependencia impuesta por la colonización ibera, aceptando libremente la dependencia respecto a los pueblos que se consideraba habían ya alcanzado el progreso anhelado”. Ello implicó “renunciar, simplemente a la única posibilidad de identidad”.[12] Sin embargo, esa odisea identitaria distorsiona nuestro entendimiento porque promete algo que no puede cumplir a cabalidad: restaurar nuestra dignidad ofendida. Pienso, por el contrario, que la autenticidad es una quimera romántica que busca tomar de rehén nuestro sentido acerca de quiénes somos. La independencia espiritual a la que aspira es sólo un sueño. No hay una sola posibilidad de identidad, sino muchas. Por eso creo que las ideas originales surgidas en esta parte del mundo no son claves de identidad latinoamericana, pero tampoco son “meros incidentes” en la historia del pensamiento político. El problema, creo, no fue importar instituciones, sino la falta de espíritu crítico. En su estudio sobre la política y la imitación, Wade Jacoby señala que, en principio, no hay nada malo en la imitación institucional.[13] Por doquier se trata de una fuente importante de cambio político. No creo que hubiera otro camino mejor ni más deseable para los hispanoamericanos del siglo XIX que la adopción (imitación, si se quiere) del sistema representativo de gobierno y el constitucionalismo liberal. No creo tampoco que el verdadero constitucionalismo sea, en lugar de un modelo institucional, un tipo de política “que respeta a la ley y que codifica las tradiciones locales”.[14] Sin embargo, existen diferentes formas de imitar. La transferencia institucional exitosa es un proceso complejo. Los modelos cambian, y para cuando los imitadores logran transplantar las instituciones a sus países, el modelo mismo pudo haber cambiado, por diversos motivos, en su lugar de origen. Por ésa y otras razones a menudo este tipo de transferencias tiene resultados inesperados. La pregunta clave —que es una interrogante tanto de la filosofía política como de la política práctica— que no se formularon los constituyentes hispanoamericanos con el espíritu crítico necesario es: ¿cuándo se pueden transferir las instituciones?[15] UNA NOTA SOBRE EL MÉTODO De forma reciente, la historia política de América Latina ha experimentado un renovado interés. Como parte de este fenómeno se han abierto nuevas rutas de análisis.[16] Una de ellas involucra un enfoque inspirado en la llamada escuela de Cambridge. En efecto, en las décadas de 1970 y 1980 la crítica de Quentin Skinner y J. G. A. Pocock a la historia intelectual, y sus recomendaciones sobre cómo debería hacerse, determinaron la dirección de la disciplina en la academia anglosajona. Hacia fines de la década de 1960 y principios de la de 1970 tanto antropólogos como historiadores empezaron a reconocer cada vez más la importancia cognoscitiva e ideológica de las formas narrativas y de las estrategias retóricas. Así, el objeto de estudio comenzó a moverse de la historia de las ideas a lo que terminó por llamarse la historia del discurso.[17] Los historiadores dejaron de interesarse en las ideas en sí mismas y se preocuparon más por comprender los contextos discursivos en los que éstas se conciben. De tal forma, los historiadores participaron en algunos de los debates más interesantes de las humanidades de ese momento. El lenguaje se volvió central, pues fue concebido como una fuerza constitutiva, una manera dinámica de estructurar la percepción y las formas de asociación, en lugar de un medio de expresión pasivo y esencialmente invisible. Esto llevó a explorar las tradiciones retóricas y discursivas que dotaban a las expresiones ordinarias de un gran peso semántico. Desde hace años, los historiadores intelectuales a ambos lados del Atlántico se ocupan — como quería Pocock— de investigar lenguajes políticos completos y la forma en que interactúan unos con otros. A pesar de ello, el enfoque tiene problemas constitutivos muy significativos. El problema central es que tiende a oscurecer las contribuciones de los pensadores individuales.[18] Así, algunos de los gigantes del pensamiento político inglés, como Hobbes y Locke, terminaron por ser relegados a un “limbo” conceptual. La historia “de los discursos” redujo a los pensadores históricos a “poco más que señalizaciones en una profusión de discursos”.[19] Sin embargo, ésa no era la intención de los historiadores de Cambridge. Con todo, como acertadamente señala David Harlan, “por su propio objeto de estudio, por su preocupación inevitable con las transformaciones abruptas y súbitas irrupciones que marcan la vida de los discursos, y por su énfasis en la longue durée, la historia de los discursos dispersa al agente histórico”.[20] Una historia de este tipo tiene enormes problemas para mantenerse como una historia que preserve la integridad del sujeto, como el registro de “hombres y mujeres pensando”.[21] Es imposible reconciliar dos imperativos antagónicos: el dominio de la estructura lingüística y la primacía de la intención autoral. En la práctica, gana el primero. El segundo problema es semejante. Por un lado, los cultores de los lenguajes políticos le adscriben un peso fundamental al elemento lingüístico, una fuerza capaz de moldear y limitar la forma en la que los pensadores del pasado pueden entender los problemas y las posibilidades de sus sociedades; pero, por el otro, siguen insistiendo en que los historiadores actuales pueden, de alguna manera, escapar de las cadenas de su propio lenguaje para adquirir un conocimiento objetivo, distante del ajeno. En las últimas dos décadas los proponentes de la escuela de Cambridge fueron rebasados, por así decirlo, por quienes deseaban independizar del todo al lenguaje y al texto de los autores: los posestructuralistas. ¿Por qué, para bien y para mal, la mayoría de los historiadores intelectuales de América Latina durante tres décadas se mantuvo al margen de la revolución lingüística del mundo anglosajón? Casi todos siguieron, y siguen, practicando una historia de las ideas de viejo cuño, supuestamente obsoleta. Esto se debió tal vez a la insularidad intelectual (un cínico podría decir que ese aislamiento incluso nos ha protegido de las modas académicas). Sin embargo, también es cierto que muchos historiadores no están convencidos, de ninguna manera, de la supuesta obsolescencia de la historia de las ideas. Tampoco parecen dispuestos a abrazar una historia teorizante. De forma paradójica, esta nueva corriente podría no revigorizar la historia intelectual, como se pretende. Lo cierto es que la propuesta no dialoga con la historia de las ideas, la descalifica: increpa a sus practicantes a abandonar sus obsoletos bártulos, como si fueran instrumentos de la astronomía ptolomeica, para dedicarse a otra cosa. Así, Elías J. Palti, siguiendo a Pocock, afirma que existen “limitaciones inherentes a la historia de ideas”.[22] Propone que “el proyecto mismo de ‘historizar’ las ‘ideas’ genera contradicciones insalvables”.[23] Para él, “reconstruir un lenguaje político supone no sólo observar cómo el significado de los conceptos cambió a lo largo del tiempo, sino también, y fundamentalmente, qué impedía a éstos alcanzar su plenitud semántica”. Sin embargo, algunos historiadores creen que esa otra cosa, la historia de los lenguajes políticos, tiene poco que decir respecto a sus preocupaciones sustantivas, pues no dialoga con ellos sobre los temas torales de la historia del pensamiento político. Sin duda, la falta de

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