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Augusto. De revolucionario a emperador PDF

786 Pages·2018·5.694 MB·Spanish
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Idus de marzo del año 44 a. C., Julio César fue asesinado a los pies de la estatua de Pompeyo. En ese momento, Octavio no era más que un oscuro adolescente recién adoptado por el primer hombre de Roma. Ante el magnicidio, dio un paso al frente y se proclamó su legítimo heredero y sucesor. Nadie le tomó en serio, sin embargo, en pocos meses formó un ejército y consiguió alzarse como uno de los tres hombres más poderosos del momento con Marco Antonio y Lépido. Durante la década siguiente se fue consolidando mientras Marco Antonio fracasaba en Oriente y caía en los brazos de Cleopatra. Octavio, confiado en sus fuerzas, atacó a su viejo aliado y le venció. En el 31 a. C., ya sin rivales, se convirtió en el primer emperador acabando para siempre con la República. Y así, Octavio pasó a llamarse Augusto y Roma se transformó en un imperio. Consumado manipulador, propagandista y con gran dominio de la teatralidad, Augusto podía ser impulsivo y emocional, despiadado y generoso. De la familia y los amigos esperaba que representaran los papeles que les había asignado, por eso exilió a su hija y su nieto cuando no se ajustaron al guion. Fue el suyo un gobierno repleto de contradicciones por lo que su personalidad resulta difícil de aprehender. En esta nueva biografía, Adrian Goldsworthy como ya hiciese para abordar la figura de Julio César, se apoya exclusivamente en las fuentes antiguas para tratar en detalle la existencia del emperador y dar nueva luz sobre el hombre y su época. 2 Adrian Goldsworthy AUGUSTO De revolucionario a emperador ePub r1.1 quimeras 10.02.18 EDICIÓN DIGITAL 3 Título original: Augustus. From Revolutionary to Emperor Adrian Goldsworthy, 2014 Traducción: José Miguel Parra Editor digital: quimeras ePub base r1.2 Edición digital: epublibre, 2018 Conversión a pdf: 2018 4 LISTA DE MAPAS 1. El Imperio romano en el siglo I a. C. 2. El centro de Roma en torno al 63 a. C. 3. Italia 4. Grecia, Macedonia y las batallas de Filipo 5. Las campañas de Augusto en el Ilírico, 35-33 a. C. 6. La batalla de Accio 7. Las provincias occidentales, incluidas Hispania y Galia 8. Plano del barrio del Palatinado desarrollado por Augusto 9. Las catorce divisiones administrativas de Roma 10. El Foro de Augusto 11. El Campo de Marte 12. Las fronteras del Rin y el Danubio 13. El centro de Roma en el 14 d. C. 5 AGRADECIMIENTOS Gran parte de las ideas de este libro se han ido desarrollando a lo largo de muchos años. Al final de mi primer año en Oxford, allá por 1988, cursé una asignatura sobre la Roma augustea maravillosamente impartida por mi tutor, Nicholas Purcell, que fue el primero en ponerme en contacto con el voluminoso A topographical dictionary of ancient Rome (1929), de Platner y Ashby. En los años siguientes hubo conferencias, seminarios y tutorías impartidas por gente como Alan Bowman, Miriam Griffin, Fergus Millar, Barbara Lewick, Andrew Lintott y David Stockton, todos los cuales ayudaron a dar forma a mi conocimiento del mundo antiguo y de Augusto y su época en particular. Las obras de estos autores aparecen en las notas finales de este libro, y también debo reconocer mi deuda con otros muchos especialistas cuyos libros y artículos he consultado. De una forma más concreta, debo agradecer a quienes me han ayudado durante la escritura de esta biografía. Philip Matyszak es un amigo de aquellos años en Oxford cuyas ideas sobre los entresijos del Senado romano siempre han resultado inspiradoras. Una vez más le ha robado tiempo a sus propios escritos para leerse el manuscrito y ofrecerme muchos comentarios útiles. Del mismo modo, Ian Hughes le echó un vistazo a una gran parte del libro y me proporcionó comentarios donde se entremezclaban su conocimiento de la historia con el atento ojo del corrector de pruebas. Kevin Powell se leyó todo el libro con su habitual cuidado para el detalle y su habilidad para no perder de vista el conjunto. Otra gran amiga, Dorothy King, escuchó muchas de mis ideas según se fueron desarrollando, realizando siempre comentarios profundos e ingeniosos, además de ayudarme 6 proporcionándome algunas de las ilustraciones. También debo darle las gracias a mi madre, por sus habilidades como correctora de pruebas, y a mi esposa por echarle un vistazo a algunas secciones. Tanto ellos como el resto de la familia y amigos han tenido que compartir sus vidas con Augusto durante los últimos años, y me siento muy agradecido por su apoyo. Como siempre, he de agradecerle a mi agente, Georgina Capel, el haber creado las circunstancias propicias que me permitieron tomarme el tiempo necesario para escribir este libro de forma adecuada, además de por su infatigable entusiasmo por el proyecto. También debo darles las gracias a mis editores, Alan Samson en el Reino Unido y Christopher Rogers en los Estados Unidos, y a sus equipos, por crear un libro tan atractivo. Por último, tengo contraída una gran deuda con David Breeze por crear los árboles genealógicos del libro. Inspirándose en los cuadros que aparecen en M. Cooley (ed.), The age of Augustus. Lactor 17 (2003), no solo sugirió la idea de incluir genealogías más específicas referidas a la familia en diferentes momentos, sino que se tomó grandes molestias en crearlas para mí. Las relaciones familiares de los parientes de Augusto y sus coetáneos son complejas en extremo, pero estos diagramas casi consiguen que parezcan sencillas. 7 INTRODUCCIÓN Se dio el caso de que en aquellos días salió un edicto de César Augusto para que se empadronara todo el orbe. Este empadronamiento fue el primero durante el mandato de Quirinio en Siria. Todos se encaminaban para empadronarse, cada cual en su ciudad. SAN LUCAS, Evangelio, finales del siglo I d. C.[1] Esta breve mención en la historia de la Navidad debió de ser la primera vez que escuché hablar de Augusto y, por más que resulte difícil ser preciso con unos recuerdos tan lejanos, yo debía de ser muy joven. Como la mayoría de la gente que escucha o lee esas palabras, dudo que pensara mucho en ellas, solo posteriormente creció mi amor por la historia y desarrollé una peculiar fascinación por todo lo relacionado con la antigua Roma. No se puede estudiar la historia de Roma sin encontrarse con Augusto y su legado. Fue el primer emperador, el hombre que finalmente reemplazó una República que había perdurado durante casi medio milenio por una velada monarquía. El sistema por él creado le dio al Imperio cerca de doscientos cincuenta años de estabilidad, durante los cuales fue más grande y próspero que en ningún otro momento de su historia. En el siglo III d. C. se enfrentó a décadas de crisis y solo sobrevivió tras una amplia reforma; pero, incluso entonces, los emperadores «romanos» que gobernaron desde Constantinopla hasta el siglo XV se consideraron los legítimos sucesores del poder y la autoridad de Augusto. Incuestionablemente importante, su historia resulta a la vez intensamente dramática. Cuando le hablo a mis alumnos 8 sobre Augusto siempre me detengo para recordarles que todavía no tenía diecinueve años cuando se lanzó a la extremadamente violenta política de Roma, de modo que casi siempre era el más joven de la clase. A menudo no resulta sencillo acordarse de esto cuando se narra lo que hizo, abriéndose camino de forma hábil y carente de escrúpulos por entre las cambiantes alianzas de esos años de guerra civil. Sobrino nieto del asesinado Julio César, quien en su testamento lo convirtió en su principal heredero y le dio su nombre, que Augusto adoptó para señalar su adopción completa. En Roma se suponía que el poder no se heredaba, pero armado con este nombre reunió a los seguidores del fallecido dictador y proclamó su intención de asumir todos los cargos y estatus de su padre. Y eso es lo que seguidamente consiguió, con todas las probabilidades en contra y enfrentándose a rivales mucho más experimentados. Marco Antonio fue el último de ellos, y ya estaba derrotado y muerto en el 30 a. C. El joven y mortífero caudillo de las guerras civiles consiguió a continuación reinventarse a sí mismo como el amado guardián del Estado, adoptó el nombre de Augusto con sus connotaciones religiosas y terminó siendo apodado «padre de la patria», una figura inclusiva más que divisora. Ostentó el poder supremo durante cuarenta y cuatro años —un período de tiempo muy largo para cualquier monarca— y, cuando falleció de viejo, no cupieron dudas de que sería su sucesor designado quien lo seguiría en el cargo. Sin embargo, a pesar de su notable biografía y su profunda influencia en la historia de un imperio que dio forma a la cultura del mundo occidental, César Augusto ha desaparecido de la conciencia general. Para la mayoría de la gente es un nombre mencionado en las misas navideñas o las 9 funciones de Navidad en los colegios, y nada más que eso. Casi nadie se para a pensar que el mes de julio recibe su nombre de Julio César, pero sospecho que todavía son menos aquellos conscientes de que agosto se llama así por Augusto. Julio César es famoso, al igual que Antonio y Cleopatra, Nerón y Alejandro Magno, Aníbal, quizá Adriano y unos pocos filósofos; pero Augusto no. Uno de los motivos es que Shakespeare nunca escribió una obra de teatro sobre él, quizá porque hay poca tragedia en un hombre que vive hasta edad provecta y muere en su cama. Aparece como Octavio en Julio César y como César en Antonio y Cleopatra; pero en ninguna de estas obras su personaje resulta especialmente atractivo, al contrario que Bruto, Antonio… e incluso protagonistas menores como Ehenobarbo. Su destino es actuar principalmente como antítesis de Antonio, de modo que aparece como alguien débil e incluso cobarde, pero al mismo tiempo frío y manipulador, cuando aquel es valiente, intensamente físico, sencillo y apasionado. El contraste ya se aprecia en las fuentes clásicas y hunde sus raíces en la guerra propagandística que tuvo lugar en esa época, el cual no ha hecho sino volverse más pronunciado en los modernos tratamientos de la historia —no hay más que pensar en la glacial interpretación, con apenas unos toques de sadismo, de Roddy McDowall en la famosa superproducción de 1963 Cleopatra.[2] Calculador, astuto y completamente despiadado, un Augusto así hace que la audiencia simpatice con Antonio y Cleopatra, consiguiendo de este modo que sus muertes sean más trágicas, porque en el fondo esas historias tratan de ellos. Ninguna obra de teatro, película o novela en la que aparezca Augusto como elemento central ha capturado nunca la imaginación popular. En la novela de Robert Graves Yo, 10

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