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Arteche A., José De. Urdaneta [1943] [2020] PDF

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Preview Arteche A., José De. Urdaneta [1943] [2020]

Biografía del militar, cosmógrafo, marino, explorador y religioso agustino guipuzcoano D. Andrés de Urdaneta (30 de noviembre de 1498, Ordizia, Guipúzcoa, España - 3 de junio de 1568, Ciudad de México, México). 2 José de Arteche Aramburu URDANETA ePub r1.0 Titivillus 06.06.2020 EDICIÓN DIGITAL 3 José de Arteche Aramburu, 1943 Editor digital: Titivillus ePub base r2.1 Edición digital: ePubLibre, 2020 Conversión PDF: FS, 2020 4 A don Luis María de Lojendio, don Fausto Arocena y don José Manuel Imaz, amigos y partícipes de aficiones idénticas. 5 NOTA PRELIMINAR A LA SE‐ GUNDA EDICIÓN LA FELIZ CONJUNCIÓN DE LA CIRCUNSTANCIA funda‐ cional de la Sociedad Guipuzcoana de Ediciones y Publicacio‐ nes, S.A., bajo los auspicios de la Real Sociedad Vascongada de los Amigos del País y de la Caja de Ahorros Municipal de San Sebastián, con el cuarto centenario del fallecimiento de Andrés de Urdaneta, ha hecho posible esta segunda edición de mi bio‐ grafía, totalmente agotada hace ya tiempo. Esta nueva edición de un retrato biográfico que hace más de un cuarto de siglo trabajé con ilusión infinita, apenas difiere en lo esencial de la primera, como no sea en la corrección, reiterada, de algún apellido, que, por dócil fidelidad a una in‐ tuición de mi ilustre paisano Don Carmelo de Echegaray, re‐ sultó equivocada en opinión de los técnicos, y en algunos aña‐ didos que juzgo fundamentales para la mejor inteligencia del personaje. A última hora, en el momento de la corrección de las prue‐ bas, he tenido la gran suerte de añadir un descubrimiento de mucha importancia. 6 ELCANO Y URDANETA Cada hora venía entonces preñada de historia. La Edad Moderna comienza realmente cuando, el 6 de septiembre de 1522, Juan Sebastián Elcano, capitán de la nao Victoria, hara‐ piento, demacrado, febril, desembarca cual un espectro en Sanlúcar de Barrameda y se dirige con vacilante andadura a despachar un correo urgente con el aviso de su llegada al emperador Carlos V. El hombre, alcanzando por fin a tajar todos los meridianos factibles, abraza al mundo con esfuerzo coloso. La Victoria viene de atravesar desde el Ecuador hasta las latitudes antár‐ ticas lugares insospechados, apenas presentidos por las más desbordadas imaginaciones. Se han desvanecido las fábulas, los mitos que todavía pueblan las mentes; ya no existen pa‐ rajes inabordables en el globo. Los embajadores acreditados ante la Corte de Carlos V se apresuran a comunicar la noti‐ cia trascendental. La nueva de haber sido rodeado el mundo cruza velozmente a través de los atormentados campos de Europa. Circulan de mano en mano, leídos con avidez increí‐ ble, los primeros relatos impresos del viaje. Caprichosos secretos de la gloria. Un hombre huido de la justicia, enrolado en la expedición de Magallanes para ocu‐ par en ella el puesto subalterno de maestre de una de las naos, es elevado en un momento al pináculo de la populari‐ dad. Divisa más orgullosa que la del escudo de armas que el Emperador le concede en premio a su proeza no puede ima‐ ginarse: Primus circundedisti me. Pero Elcano es un marino de raza. La mar atrae a un ver‐ dadero marino de manera fatal. En plena apoteosis popular, sin tiempo siquiera de reponerse de las terribles penalidades sufridas en el casi increíble viaje. Elcano organiza ya la se‐ 7 gunda expedición a las islas de las Especias. Contagiados por la poderosa sugestión de su renombre, nutrido grupo de guizpuzcoanos le acompaña; casi todos sus hermanos y otros parientes suyos formarán en la anunciada expedición. Aquel guipuzcoano surgido desde el cabo del mundo en brazos de la Fama conmocionó profundamente su tierra. Como tantos otros guipuzcoanos, Andrés de Urdaneta y Cerain[1] nace a la lucha por el honor y la gloria del propio nombre bajo el signo y la protección de Elcano. Urdaneta cuenta diecisiete años solamente cuando el inmortal nave‐ gante le admite a sus órdenes inmediatas. Los afectos que acompañan al hombre a esos años modelan su espíritu para siempre. Las almas juveniles están dispuestas a esa edad, como nunca lo estarán más a punto, para recibir la marca de cualquier impresión. Una compañía, una amistad, o simple‐ mente una presencia, son entonces suficientes para imprimir en ellas sello indeleble. ¿Dónde se vieron el navegante y el muchacho con voca‐ ción de navegabundo? ¿Dónde quedó convenido que Urda‐ neta acompañara a Elcano como edecán, como ayudante? ¿Quién presentó al joven Urdaneta ante uno de los hombres más famosos de su tiempo? No existe, por desgracia, dato ni indicio alguno siquiera; al llegar este punto sólo son posibles algunas vagas conjeturas. Urdaneta nace en Villafranca de Oria[2] el año de 1508, en uno de los más interesantes períodos de la historio del mundo. El talento y la decisión de que muy pronto dará pruebas bien patentes, denuncian en él uno de esos mucha‐ chos que imponen a sus padres el deber ineludible de encon‐ trar cauce adecuado a su lúcida precocidad. No a todos los padres es esto posible. Parece que lo fue en el caso de Urda‐ neta. 8 Don Juan Ochoa de Urdaneta, padre de Andrés de Urda‐ neta, ocupa durante largos años el cargo de alcalde de la villa de Villafranca de Oria. Villafranca de Guipúzcoa apare‐ ce fundada por razones puramente militares. Villafranca es, viniendo de Navarra, el punto donde convergen los caminos naturales de invasión del territorio guipuzcoano. Unos y otros, guipuzcoanos y navarros, se han invadido mutuamen‐ te innúmeras veces. La situación de bastantes de las villas de ambas provincias en su parte fronteriza obedece a designios meramente defensivos. Sobre todo, desde que Guipúzcoa se‐ parándose del reino de Navarra se incorpora a Castilla, no tienen fin las depredaciones que guipuzcoanos y navarros se causan recíprocamente. La frontera está en permanente pie de guerra. Si, como es muy posible, las compañías guipuzcoanas con‐ ducidas por los hermanos Martín e Iñigo de Loyola en auxi‐ lio de las tropas imperiales sitiadas en Pamplona por Andrés de Foix en la primavera de 1521 pasaron por Villafranca, el niño Urdaneta las vio pasar, y asimismo el clamor entusiasta acompañando su regreso victorioso. Este mismo año, el padre de Urdaneta aparece en las cuentas municipales de Villafranca de Oria, cobrando como cesionario de Julián de Urdaneta 14.625 maravedís, importe de 13 coseletes con sus brazaletes y guarniciones, vendidos al Concejo con destino a los soldados desplazados por la villa a la ciudad de Fuenterrabía sitiada por los franceses. El Urdaneta de nuestra biografía cuenta a la sazón trece años. Trabajadas por influencias distintas, las generaciones tie‐ nen su propio e inconfundible estilo. Cada época imprime su marca en los hombres. Las cosas que de niños vemos nos modelan para toda la vida. Difícil era no sentir la llamada de lo heroico, cuando cada día llegaba a todos los lugares noti‐ 9 cia de alguna nueva epopeya. Otras veces oíase bien distinto el ruido de las armas sin salir de la propia casa. Urdaneta es de su tiempo; nace para la acción. Predominaban en aquella época los hombres de acción sobre los soñadores, y, sin em‐ bargo, entonces quedaron convertidos en realidades muchos bellos sueños. Los Urdaneta aparecen a menudo en los documentos de Villafranca de Oria, ocupando en el siglo XVI los cargos más importantes de la villa. En los pueblos cercanos son frecuen‐ tes también durante esos años gentes del mismo apellido en los puestos responsables. Un cargo oficial produce general‐ mente cierta facilidad de bien relacionarse. Pero aparte esta coyuntura, muy de tener en cuenta, los dos apellidos —El‐ cano, Urdaneta— sugieren la posibilidad de algún parentesco entre ambos personajes. No existe dato alguno en que apoyar esta conjetura, que no pasa de ser, en realidad, sino un atisbo. La casa solar de los Urdaneta, sita en el pueblo de Legorreta, cercano a Villa‐ franca, constituye un dato en contra de esta presunción. Pero dos barriadas bastante cercanas entre sí, llamadas igualmente Elcano la una y Urdaneta la otra, pertenecen al Ayuntamiento del pueblo guipuzcoano de Aya. A quien tenga presente el origen toponímico de los apellidos vascos no le extrañará nuestra suposición. Desde luego, es cosa bas‐ tante segura el origen del apellido Elcano en alguno de los caseríos pertenecientes a la barriada del mismo nombre en Aya[3]. Sea ello como fuere, el destino de Urdaneta queda bien de‐ terminado desde el punto y hora de su agregación al servicio de Elcano. Navegar, navegar incesantemente será en adelan‐ te su sino. Un heroico e insólito rumbo marca el ápice glo‐ rioso de Elcano. Otro rumbo genial constituye la máxima 10

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