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Arte y arquitectura moderna. 1851-1933 PDF

198 Pages·2004·1.08 MB·Spanish
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ARQUITEXT 3 Arte y arquitectura moderna. 1851-1933 ARQUITEXT Antonio Pizza Arte y arquitectura moderna. 1851-1933 Del Crystal Palace de Joseph Paxton a la clausura de la Bauhaus EDICIONS UPC Primera edición: marzo de 1999 Reimpresión: febrero de 2001 Con la colaboración del Servei d’Informació, Imatge i Publicacions de la UPC Diseño de la cubierta: Manuel Andreu Dibujo de la cubierta: Elaboración gráfica a partir de una litografía de George Grosz, “Casas de arrabal”, Pequeña carpeta de Grosz. 20 litografías originales, Berlín 1917. © Antonio Pizza, 1999 © Edicions UPC, 1999 Edicions de la Universitat Politècnica de Catalunya, SL Jordi Girona Salgado 31, 08034 Barcelona Tel.: 934 016 883 Fax: 934 015 885 Edicions Virtuals: www.edicionsupc.es E-mail: [email protected] Producción: CPDA Av. Diagonal 647, ETSEIB, 08028 Barcelona Depósito legal: B-4.297-2001 ISBN: 84-8301-289-8 Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos. Índice general 7 Índice general Historia del arte y de la arquitectura: ............................... 9 Teoría, Arte y Arquitectura en la ciudad moderna. 1851-1933 Bibliografía general ............................................. 25 Temario....................................................... 35 Desarrollo de las lecciones y bibliografía relativa .................... 40 Parte 1: Las disciplinas artístico-arquitectónicas frente a las transforma- ciones del mundo de la producción ........................... 41 Parte 2: La transformación de las grandes ciudades de fin de siglo en metrópolis .............................................. 65 Parte 3: Las vanguardias y la construcción del futuro .................. 140 Parte 4: Figuras del orden y arquitectura sin vanguardia ................ 164 Parte 5: De la ciudad funcional hacia la ciudad de los signos ............ 189 Historia del arte y de la arquitectura 9 Historia del arte y de la arquitectura: Teoría, Arte y Arquitectura en la ciudad moderna. 1851-1933. El programa aquí presentado marca ciertos itinerarios y procede a una deliberada parcelación temática, ofreciendo agrupaciones de argumentos que se valoran necesariamente a la luz de una controlada arbitrariedad. Para introducir las líneas maestras de nuestro temario, adelantamos que el concepto de historia, útil como referente de dicha elección, no es otro que el de "historia crítica": por tanto, nuestra historia quiere ser el desarrollo de una versión del mundo, potencialmente en condiciones de desembrollar los capciosos engranajes de lo real. Una historia, pues, destinada a des-velar problemas, no a pacificarlos; apta para desacralizar los ídolos convencionales, sin aferrarse a falaces pretensiones de verdades exclusivas. La historia, en la carrera de Arquitectura, debería servir para reconocer el campo de las ideas proyectuales que han llevado y llevan a la transformación de nuestro contexto ambiental, más que para ensartar las piezas en una reconstrucción de los hechos polarizada linealmente hacia las positividades del presente. La clase de narración histórica que proponemos, en resumen, no justifica nada; no puede ser garantía de legitimidad de ninguna intervención contemporánea, ni otorgar un sempiterno visto bueno. Sencillamente, configura un territorio de conocimiento en el que la inteligencia crítica construye su versión de los hechos, empleando métodos verificables con criterios de verosimilitud, sin aspirar, a pesar de ello, a imponer una univocidad interpretativa. Nada más alejado de una historia operativa (en el sentido de que la conciencia del pasado no debe sugerir las razones teóricas y formales de un proyecto de futuro), ni, obviamente, de una historia académica, si por ello entendemos la sucesión lineal de acontecimientos descritos como eslabones -ordenados progresiva- mente- de un destino hacia el cual la realidad se dirige teleológicamente. Únicamente la problematización, las inquietudes surgidas de las cuestiones enunciadas, los estímulos provocados por la confrontación de los factores en juego, el uso activo y decidido de un intelecto que se ocupe de descifrar y componer hipótesis de lectura de la realidad, puede constituir el auténtico valor didáctico de tal asignatura. Conviene proveer al alumno del mayor número de potencialidades cognoscitivas, de modo que él mismo pueda desmontar los eventos examinados según sus componentes estructurales, reconociendo lo aleatorio de la historia frente a la presunción de una validez incuestionada, normalmente sostenida por los espiritualismos trascendentales. Debería abrirse, en fin, la proficua perspectiva de 10 Arte y arquitectura moderna discernir y juzgar entre la malla tupida de los acontecimientos, más allá, entonces, de la aceptación pasiva de una descripción inerte. Por otra parte, la "Historia del Arte y de la Arquitectura", considerada como cerrada especialización temática, en nuestra opinión, no tiene razón de ser. De hecho, si resulta cierto que existen producciones arquitectónicas -tal como se dan realizaciones literarias, artísticas, teatrales-, el campo de gestación de dichos productos (cuanto más acá queda del universo de las reificaciones) pertenece a un ámbito necesariamente interactivo y difícilmente disciplinable. Allí donde las ideas se forjan, se entrelazan, se oponen dialécticamente, no puede subsistir una discriminación sectorial. Un artista que pinta su propia visión de la ciudad y un arquitecto que proyecta una parte de la misma para edificarla, pese a las diferencias verificables entre los estatutos de sus respectivas actuaciones, están recomponiendo un pensamiento crítico que pasa a formar parte de elaboraciones ideales perfectamen- te relacionables entre ellas. Las opiniones que los mismos expresan respecto al fenómeno "ciudad", constituyen así un lugar efectivo de investigación y enfrenta- miento, signo tangible de una comunión de objetivos intelectuales. Muchas veces se ha subrayado que el arte es una actividad marcadamente urbana; no sólo porque en algunas de sus manifestaciones aparece vinculada a aquella burguesía culta y liberal que en la historia ha sido una realidad social intrínsecamente ligada a la aparición de núcleos ciudadanos, sino porque la misma ciudad en algunos momentos históricos se ha destacado, literalmente, como una obra de arte. Y por “ciudad” entendemos una entidad cuyo ámbito de influencia es difícilmente cuantificable, más aún si nos remitimos a las características asumidas por este fenómeno de organización de la vida comunitaria hacia el final del siglo XIX. Por otra parte, la consistencia de sus condicionamientos no es representada sólo por cuanto se percibe físicamente: “Por ciudad no debe entenderse sólo un trazado regular dentro de un recinto, una distribución ordenada de funciones públicas y privadas, un conjunto de edificios representativos y utilitarios. Igual que el espacio arquitectónico, con el cual por otra parte se identifica, el espacio urbano tiene sus interiores; son espacio urbano el pórtico de la basílica, el patio y los soportales del palacio público, el interior de la iglesia. También son espacio urbano los ambientes de las casas privadas, el retablo del altar de la iglesia, el amoblamiento del dormitorio o del comedor, y los vestidos o los adornos con que las personas se mueven e interpretan su papel en la dimensión escénica de la ciudad. Son espacio urbano, no menos visual por ser mnemónico-imaginario, también las extensiones de la influencia de la ciudad más allá de sus muros...”(Argan, 1984, tr.cast.: p.44) Historia del arte y de la arquitectura 11 En concreto, la ciudad de fin de siglo se encuentra en una fase de irreversible metropolización, y encontramos en ella todas las ambigüedades prolíficas que caracterizan los momentos de transición: en ambientes urbanos como los de Londres, París, Viena, Berlín, San Petersburgo, Moscú, Chicago, Nueva York, sujetos a imponentes metamorfosis urbanístico-arquitectónicas, destaca la riqueza de las relaciones entre lo nuevo y lo viejo, en un contexto en el que los signos del pasado conviven con proyecciones, a veces temerarias, hacia el futuro. En efecto, es en las grandes ciudades del siglo XIX y XX donde influirán de manera contundente los vertiginosos procesos de cambio en curso: los descubrimien- tos de la física, la industrialización de los procesos productivos, el deterioro de la naturaleza, las nuevas formas de la lucha de clases, los repentinos incrementos demográficos con el correlativo fenómeno de la urbanización, el desarrollo de medios de comunicación de masas provocan en el hombre tradicional una situación de imaginable desorientación, a causa del profundo sentido de extrañamiento generado por un mundo en que -retomando la famosa afirmación de Marx, citada por M.Berman (Berman, 1985; tr.cast. [26])- “...all that is solid melts into air”. Se trata, en síntesis, del dibujarse del paisaje propio de aquella que, en términos genéricos, puede ser definida como la experiencia moderna: “...un paisaje constelado de máquinas a vapor, fábricas automatiza- das, vías de ferrocarriles, nuevas y amplias zonas industriales; de hormigueantes ciudades surgidas en el espacio de una noche, a menudo con consecuencias terribles para el hombre; de periódicos, telégrafos y otros medios de comunicación de masas (...); de un mercado mundial en continua expansión, que engloba todo, capaz del crecimiento más espectacular, mas capaz también de aportar ruina y devastaciones terribles.” (Berman, 1985; tr.cast.: p.25) Un panorama en el cual la única cosa cierta parece ser... la incertidumbre; una suerte de caos totalizante, en el cual el esfuerzo de inteligibilidad constituido por la empresa artístico-arquitectónica permanecerá indisolublemente ligado a una matriz urbana. Estudios recientes han insistido en esta versión, haciendo evidente el nexo semántico entre el peculiar contexto metropolitano y los específicos productos del mundo de la representación: desde los trabajos de T.J.Clark sobre Manet y el París del Segundo Imperio y los de C.E.Schorske sobre la Viena fin de siècle, hasta aquellos más generales de E.Timms y D.Kelley (1985), o de D.J.Olsen (1986). En definitiva, aquello que parece ya un signo ineludible de la actualidad es el cumplimiento de los destinos, individuales o colectivos, en la ciudad; una ciudad que (como Berlín, por ejemplo) violenta prácticamente al Franz Biberkopf de 12 Arte y arquitectura moderna A.Döblin -Berlin Alexanderplatz; 1929-, lo tiraniza, determina inequívocamente su existencia, cual nueva divinidad omnipotente; y que es luego la misma ciudad admirablemente descrita por R.Musil en el incipit de su Der Man ohne Eigenschaften (1923-1931), la cual, si bien representa a Viena en una jornada de agosto de 1913, puede también asumirse como arquetipo urbano de la época: "No se debe rendir tributo al simple nombre de la ciudad. Como toda metrópoli, estaba sometida a riesgos y contingencias, a progresos, avances y retrocesos, a inmensos letargos, a colisión de cosas y asuntos, a grandes movimientos rítmicos y al eterno desequilibrio y dislocación de todo ritmo, y semejaba una burbuja que bulle en un recipiente con edificios, leyes, decretos y tradiciones históricas."(Musil 1923-1931; tr.cast: p.12) En tal ambiente existencial se afianzará una compartida experiencia de escepticismo con respecto a los modos tradicionales de organización del saber y de las mismas formas de vida. Estas ciudades, por lo tanto, se convertirán en el crisol de intelectuales que, desde diferentes ámbitos, promoverán la llamada “cultura de la crisis” y, sobre todo, constituirán el lugar privilegiado de origen de las propuestas de las vanguardias históricas, con todo su patrimonio de lucha y ruptura respecto a las normas comúnmente aceptadas.Y será precisamente en los años del cambio de siglo cuando se constate por muchas partes un agotamiento de las viejas modalidades expresivas que, antes que generar renovadas formulaciones, condenará a la afasia a muchos autores, como ilustra emblemáticamente la conocida Ein Brief de H.von Hofmannsthal (1902), o la propia actividad profesional de un arquitecto altamente representativo de tal clima, como A.Loos. La crítica radical de las estructuras tradicionales, sin embargo, constituirá el punto de arranque de experiencias artísticas completamente originales: las propuestas de A.Rimbaud o St.Mallarmé -mas también las de M.Duchamp, V.Tatlin, o G.Rietveld- serán esmerados y solícitos testimonios del nuevo papel asumido por el artista, visto ya no como actor conformista ligado a la perpetuación de valores indiscutidos, sino como fundamental innovador lingüístico. La obra deviene así el momento neurálgico de aplicación de un principio constructivo (ocasión precipua en la cual un sistema expresivo explicita sus propias razones), mientras el usuario se transforma en activo intérprete de la semántica de tales empresas. En efecto, muchas de las realizaciones de este período, desde la literatura hasta el arte, desde la poesía hasta la arquitectura, hablan de una necesidad: aquella de la subversión de los códigos preexistentes, de la urgencia por parte del mundo de la representación de Historia del arte y de la arquitectura 13 registrar el fruto de la disolución de los viejos valores en un mundo en el cual han entrado en profunda crisis los anteriores estatutos del conocimiento, mientras al arte se le exige responder a tales conmociones mediante lógicas totalmente nuevas. Por otro lado, que la arquitectura moderna sea el fruto de una gradual e inarrestable urbanización de las condiciones de vida nos parece un discurso casi, diríamos, objetivo; cualquier aproximación a temas como el “estilo internacional”, la “machine à habiter”, la estandarización de requisitos funcionales, y así sucesivamente, no puede ser leído más que como consecuencia de razones estructurales que sobredeterminan el contexto ineludiblemente urbano de tales manifestaciones: la primera de todas, la industrialización que, en los últimos dos siglos, ha ligado su desarrollo al nacimiento y crecimiento, a veces hipertrófico, de los centros habitados, sobre todo en Europa y en los Estados Unidos. Un mundo, pues, sujeto a grandes cambios que influyen sobre la percepción de dos parámetros esenciales para la organización de la vida como son el tiempo y el espacio, favoreciendo enlaces o sugestiones recíprocas. Joyce intentaba simular una técnica cinematográfica -el montaje- en su Ulysses (1922), los futuristas, desde F.T.Marinetti hasta Boccioni y A.Sant’Elia, celebraban las técnicas modernas e intentaban incorporar empáticamente en su trabajo el estremecimiento de la modernidad, mientras muchos poetas y pintores se dejaban guiar por la “simultanei- dad” como respuesta a la contemporaneidad de las experiencias favorecidas por los nuevos medios de comunicación. Y, entre éstos, basta sólo pensar en la decisiva invención del teléfono, tan apto para demoler el abismo de las distancias: “Los teléfonos penetran en todos los lugares y los tornan profanos: por esto de ninguna manera se encuentran en las iglesias”. (Kern, 1983; tr.it.:p.402) Así, mientras el aeroplano perforaba la bóveda del cielo al mismo tiempo que infringía las barreras espacio-temporales, modificando el concepto de fronteras nacionales, los cubistas hacían estallar el objeto, multiplicando sus perspectivas y analizando su existencia temporal en un espacio tendente a sobrepasar su congénita naturaleza estática, anulando la convencional jerarquía entre primer plano y fondo. Y ¿cómo referirse a la utilización, por parte de Le Corbusier, de la notoria promenade architecturale en sus villas de los años veinte, si no remitiéndose a la voluntad de experimentar una original interacción espacio-temporal en el interior de un enclave arquitectónico? La complejidad de las cuestiones afrontadas, y su inevitable conexión mutua, nos induce por tanto a emplear una definición más pertinente: la de espacio histórico; es decir, nos referimos aquí a una formación cultural delimitada (creación del historiador, por supuesto), que reconoce su propia semántica precisamente en la 14 Arte y arquitectura moderna recíproca y fáctica relación entre las diferentes variables citadas, distinguiendo un sector de experiencias en el que se confunden las más diversas ascendencias. Esta conceptualización del espacio histórico necesariamente traspasa los límites estrechos de las disciplinas para indagar en los significados que una determinada época produce a partir de sus instancias más apremiantes. Sin embargo, tal estrategia de contaminación no implica en absoluto el desconocimiento de las propiedades de las técnicas operativas: constituye únicamente la ratificación del ineludible intercambio de conocimientos, previo a la cristalización de las peculiares posturas conceptuales; un terreno de contactos e influencias activas que hallarán luego un carácter específico en cada recorrido disciplinar. De este modo, la historia del arte y de la arquitectura no puede desvincularse de una historia general del pensamiento artístico-arquitectónico, que llega a formalizarse al amparo de ciertas condiciones generales que le otorgan sentido: “La obra de arte no está nunca sola, es siempre una relación. Para comenzar: al menos una relación con otra obra de arte. Una obra sola en el mundo no sería ni siquiera entendida como producción humana, sino mirada con reverencia u horror, como magia, como tabú, como obra de Dios o de un brujo, no del hombre. Y hemos padecido ya mucho el mito de los artistas divinos, y divinísimos, en lugar de simplemente humanos. Es, pues, el sentido de apertura que da necesidad a la respuesta crítica. Respuesta que no implica solamente el nexo entre obra y obras, sino entre obra y mundo, sociedad, economía, religión, política y todo cuanto ocurra.”(Longhi en Boschetto, 1973; p.16) Realizar una obra de arte no significa en absoluto aislarse en una hipotética actitud contemplativa, sino participar activamente de la vida social, en los específicos momentos de la producción, de la distribución y de la fruición; por otra parte, comprender que el factor estético es sólo uno de los detonantes del arte -al cual es necesario añadir otras variables que, en su conjunto, constituyen su historicidad-, significa aproximarse especulativamente a la genealogía de la obra, a su destino y a sus complejas funciones. Los cruces, las influencias mutuas, los intercambios -conscientes e inconscientes- crean una casuística realmente amplia de episodios reseñables: es evidente, por ejemplo, cómo las teorías de H.Van de Velde y todo lo que solemos denominar Art Nouveau (un arte moderno que unificó en cierto sentido las capitales europeas de fin de siglo, de Bruselas a París, de Viena a Glasgow) quedaron profundamente marcadas por el pensamiento socialista de W.Morris y, al mismo tiempo, por las teorías de la Einfühlung; así como las interpretaciones que A.Breton hace de S.Freud son básicas para contextualizar las teorías de la producción automática y del surrealismo.

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Historia del arte y de la arquitectura. 9. Historia del arte y de la arquitectura: Teoría, Arte y Arquitectura en la ciudad moderna. 1851-1933. El programa
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