Table Of ContentTOMÁS JIMÉNEZ JULIÁ
APROXIMACIÓN AL ESTUDIO DE
LAS
FUNCIONES INFORMATIVAS
EDITORIAL LIBRERÍA ÁGORA, S.A.
Málaga, 1986
CUADERNOS DE LINGÜÍSTICA
Director: José Andrés de Molina
Tomás Jiménez Juliá
Editorial Librería Agora, S.A. 1986
Carretería, 92; Tlf.: 22 86 99
Málaga
ISBN.: 84-85698-25-8
Depósito Legal: MA-1.293-1986
Cubierta: Jorge Lindell
Imprime: T. Gráficos Arte, S.A.
Camino de la Torrecilla, s/n.
Maracena (Granada)
1. INTRODUCCIÓN.
Si queremos expresar en español la situación en la que un individuo
(Juan) se encuentra a otro (su hermano) en un momento concreto (el día
anterior al que se expresa el mensaje) y en un cierto lugar (el parque), po
demos utilizar adecuadamente una secuencia como la siguiente:
(1) Juan encontró a su hermano ayer en el parque.
No cabe duda de que (1) recoge todos los datos relevantes para la
transmisión de una información como la señalada antes. En este sentido,
puede decirse que esta secuencia contiene los elementos necesarios y sufi
cientes para la expresión lingüística de esa porción de realidad. No quiere
esto decir, naturalmente, que (1) sea el único modo de expresar en español
esa (y solo esa) porción de realidad; el hablante puede introducir ciertas
modificaciones con respecto a (1) sin que por ello se vea afectada la sus
tancia del significado transmitida por este mensaje. Dicho de otro modo,
existen variantes de expresión para cada mensaje de entre las cuales el ha
blante elige, inducido, en mayor o menor grado, por factores contextúales
y situacionales. Así recogiendo el ejemplo anterior, parece claro que (1) po
drá observar diferencias apreciables según sea emitido oralmente como
respuesta a (2), (3), (4), (5) o (6):
(2) ¿Dónde encontró Juan a su hermano ayer?
(3) ¿Cuándo encontró Juan a su hermano en el parque?
(4) ¿A quién encontró Juan ayer en el parque?
(5) ¿Encontró Juan ayer a su hermano en la calle?
(6) ¿Qué pasó (ayer)?
En principio, el recurso más habitual mediante el cual (1) puede ser
diferenciado como respuesta a cada una de las preguntas anteriores es la
entonación. Sin entrar ahora en detalles, podemos decir que la forma más
común de expresar (1) en cada caso sería, aproximadamente, como sigue:
(2’)//Juan encontró a/ su hermano/ ayer en el/ parque//
(3’)//Juan encontró a/ su hermano/ ayer en el parque//
(4’)//Juan encontró a/ su hermano/ayer en el parque//
(5), en caso de tener como respuesta (1), y (6) recibirían normalmente una
respuesta cuya entonación se asemejaría a (3’).
Parece evidente que la distinta entonación y, muy concretamente, el
cambio de situación del énfasis entonativo en cada una de las respuestas
anteriores es una consecuencia de la diferente actitud del hablante hacia
los elementos de su mensaje: según cuál sea la pregunta a la que responde,
el hablante tratará de destacar una u otra información como ‘más impor
tante’ para su interlocutor o, en su caso, para sí mismo. Dicho de otra for
ma, los elementos del mensaje lingüístico podrán ser presentados como
‘información relevante, más importante’ o, según el término más utilizado,
‘nueva’, frente a otros que serán tratados como ‘información conocida’ o
‘dada’ por alguna circunstancia (situación, mención o contexto previo,
etc.). Naturalmente no es necesario que exista una pregunta previa explíci
ta para la distribución de los elementos en ‘conocidos’ y ‘nuevos’; el ha
blante puede -y, de hecho, así lo hace- considerar en cada momento que
ciertos elementos de su mensaje son ‘informativamente’ más importantes
que los demás por muy diversas razones que, incluso, pueden ser descono
cidas por sus interlocutores (y contrarias a los intereses informativos de és
tos). Normalmente, sin embargo, se tenderá a hacer coincidir la jerarquía
informativa de los elementos del mensaje con los intereses comunicativos
de los interlocutores, máxime cuando aquéllos han sido explícitamente ex
presados mediante una pregunta. De este modo, en los casos anteriores,
(2’), (3’) y (4’) tendrán como elemento enfatizado, en principio, parque,
ayer y su hermano, respectivamente, siendo el resto del mensaje (tratado
como) ‘conocido’. La literatura relativa a este tema ha bautizado con dife
rentes términos los constituyentes (tratados como) ‘conocidos’ y ‘nuevos’:
tema-rema, tópico-comentario e, incluso, presuposición-foco han sido al
gunos de los más utilizados. De momento consideraremos la cuestión ter
minológica como secundaria. Lo importante es que el hablante, por cues
tiones contextúales, situacionales (o, simplemente, subjetivas) divide su
mensaje en unidades informativas de las cuales unas aportan -a su juicio-
mayor ‘novedad informativa’ que otras. Nótese que insisto una y otra vez
en que la información es tratada como nueva o como conocida por el ha
blante, ya que en la perspectiva que aquí adoptaré la asignación del valor
‘conocido’ o ‘nuevo’ a los elementos es una opción del hablante inducida,
pero no obligada, por el contexto o situación. Dicho rápidamente, el ser
‘nuevo’ (no mencionado previamente) o ‘conocido’ (ya mencionado) real
mente es irrelevante en la medida en que no influya en la decisión del ha
blante. Volveré sobre este aspecto dentro de un momento.
Además del grado de información contenido en los elementos del
mensaje (y, normalmente, polarizado en la dicotomía ‘conocido/nuevo’),
se ha destacado un segundo aspecto en ocasiones estrechamente relaciona
do con aquél. Se trata de la perspectiva desde la cual se cuentan los he
chos, o modo de organizar el mensaje según el cual en todo acto comuni
cativo suele existir un ‘tema’ o punto de partida para el discurso ulterior (o
aquello de lo cual se habla), y un desarrollo de este ‘tema’ (o lo que se dice
de éste). La definición de ‘tema’, asumida por todos en su sentido origina
rio de ‘aquello acerca de lo cual versa el mensaje’, se ha diversificado nota
blemente a la hora de concretar el modo en que dicho rasgo podía mani
festarse lingüísticamente. Dos han sido los criterios más utilizados para
llevar a cabo esta tarea: el de la posición (el ‘tema’ es el constituyente ini
cial) y el de la asimilación del concepto de ‘tema’ con el valor ‘conocido’.
Si seguimos el primero de los criterios mencionados, las secuencias (1), (7),
(8) y (9), aunque idénticas en lo relativo a la sustancia del significado con
formada, se diferenciarían por tener en cada caso un ‘tema’ distinto:
(1) Juan encontró a su hermano ayer en el parque
(7) A su hermano, Juan (lo) encontró ayer en el parque
(8) Ayer Juan encontró a su hermano en el parque
(9) En el parque Juan encontró a su hermano ayer.
Según el segundo de los criterios, el tema quedaría asociado siempre a
lo (más) conocido y, dada la tendencia de cierto tipo de lenguas a iniciar
los mensajes con ‘lo conocido’ y, consecuentemente, a relegar ‘lo nuevo’ al
final, el ‘tema’ se situaría en un gran número de casos en posición inicial,
pero sin que dicha posición pudiera ser considerada como rasgo definitorio
de este concepto. Lo importante en este momento es que la organización
secuencial del mensaje (o, más bien, la organización temática, en general)
es una opción que tiene el hablante, dentro de las posibilidades gramatica
les de su lengua, y que utiliza, al igual que en el caso de la distribución del
grado de información, de acuerdo con su actitud comunicativa. Constituye
éste, por tanto, un nuevo aspecto (identificable o no con el primero) de lo
que genéricamente denominamos valores informativos.
Hasta aquí me he limitado a presentar los aspectos más generales de
las ‘funciones informativas’ como valores adquiridos por los elementos en
virtud de la actitud mostrada por el hablante hacia ellos. Aunque mi in
tento ha sido el de dar una visión rápida y objetiva de dichos valores, no
he podido evitar introducir ya distintos posibles modos de concebirlos e,
incluso, tomar partido más o menos claramente por alguna de las alterna
tivas mostradas. Trataré ahora de presentar de un modo abierto y sistemá
tico las divergencias más destacables entre los distintos autores en lo relati
vo a la naturaleza de estos valores informativos, divergencias que, natural
mente, determinan las diferentes visiones existentes actualmente sobre este
tema.
Dejando a un lado cuestiones puramente terminológicas1 (aunque, a
veces, no poco reveladoras), podemos sintetizar los problemas fundamen
tales que han enfrentado a los diferentes autores en el estudio de los valo
res informativos en torno a las tres cuestiones siguientes:
(a) El valor informativo adquirido por los elementos del discurso ¿es una
consecuencia de su estructura gramatical y/o de la situación exterior (con
textuad situacional) en la que se emite el mensaje y, por tanto, una impo
sición al hablante? ¿o más bien se trata de una opción del hablante teórica
mente independiente de condicionamientos externos obligatorios? En
otros términos ¿las funciones informativas vienen impuestas por factores
ajenos a la libre voluntad del hablante o deben ser estudiados como, preci
samente, un modo de manifestar aquélla?
(b) El valor ‘informativo’ en sí ¿es de naturaleza semántica o tiene un ca
rácter pragmático? Dicho de otro modo, el contenido ‘informativo’ (i.e. in
1. Sólo como ilustración podemos decir que el componente informativo ha recibido, entre
otras, las siguientes denominaciones: Nivel de la organización de la expresión (Danés, 1964),
nivel textual (Halliday, 1967b), estructura foco-presuposición (Chomsky, 1970), estructura
‘información conocida-nueva (Chafe, 1976), nivel pragmático (Dik, 1978). Si descendemos a
la denominación de las funciones integrantes de estos niveles, entonces los desacuerdos, inclu
so en distintas obras de un mismo autor, complican considerablemente el panorama. Para
una visión detallada de un caso concreto dentro del problema terminológico general Cfr. nota
8 del cap. 2).
formación ‘nueva’, información ‘conocida’, ‘tema’, etc.) ¿puede ser incor
porado al valor semántico global del elemento en cuestión junto con los
demás contenidos (léxico y gramatical), o es de naturaleza cualitativamen
te distinta y, por consiguiente, debe ser considerado de un modo distinto?
(c) Por último ¿lo que denominamos ‘funciones informativas’ pueden ser
explicadas como valores pertenecientes a un único sistema, dentro del
componente informativo, o, por el contrario, es necesario distinguir más
de un subsistema en el mismo?
Podemos decir que, al menos en las dos primeras cuestiones, la segun
da alternativa es, en cada caso, la que ha justificado de un modo más claro
el estudio del componente informativo de modo autónomo (aunque, natu
ralmente, como interdependiente con los demás componentes). Por razo
nes evidentes es esta opción también la generalmente adoptada por los au
tores funcionalistas (i.e. los que ven en la lengua un instrumento al servi
cio de los intereses comunicativos del hombre), lo cual no impide que po
damos encontrar con cierta frecuencia incoherencias y pasos en falso en el
tratamiento de estos temas desde posiciones funcionales. La primera op
ción, por su parte, es típica de planteamientos teóricos en los que la fun
ción comunicativa de la lengua carece de importancia para la descripción
lingüística, como podremos ver dentro de un momento a través de una rá
pida presentación de los marcos teóricos que han adoptado una u otra al
ternativa en cada una de las tres cuestiones mencionadas.
(a) Desde los primeros acercamientos al tema de los valores que de
nominamos ‘informativos’, centrados en el orden de palabras, ha existido
una clara tendencia a hacer de aquellos algo impuesto a los elementos no
por el hablante, sino por circunstancias ajenas a su voluntad o control, sin
que, salvo en casos especiales señalados como tales, pudiera aquél modifi
car el carácter de dichos valores. Esta tendencia es visible en diferentes au
tores que, sin embargo, se muestran a veces alejados entre sí en cuanto a
planteamientos generales. Así, por una parte, la encontramos entre los pri
meros que se preocuparon directamente de este tema (H. Weil, V. Mathe-
sius) quienes, siguiendo un viejo y arraigado prejuicio en gramática, el
‘psicologista’, aceptan una organización de las ideas distinta de la organi
zación lingüística y, con ello, una ‘importancia relativa’ de los elementos
del mensaje determinada a priori por las leyes generales del pensamiento
(vid. infra & 2.1). Por otra parte, la misma dirección, aunque no por el
mismo camino, se observa en algunos importantes autores de la escuela de
Praga, para quienes los valores informativos aparecen a veces como el re
sultado automático de una condición externa. Con un ejemplo rápido, en
una secuencia como (10):
(10) Pedro es mi primo
Pedro será informativamente ‘lo conocido’ si (10) es una respuesta a
¿Quién es Pedro!, y será ‘lo nuevo’ si la pregunta a la cual responde es
IQuién es tu primo!, y ello con carácter obligatorio. Esto quiere decir que
el carácter ‘conocido’ o ‘nuevo’ de los elementos del mensaje viene deter
minado por la situación o contexto previo (i. e. que el elemento en cues
tión sea realmente conocido o nuevo), y, por tanto, que no es algo que el
hablante pueda variar por intereses comunicativos específicos (Cfr. infra.
&& 2.5 y 3.5).
Un último caso, quizá el más claro, en el que las nociones informati
vas son tratadas como imposiciones externas al hablante (al modo en que
puede hablarse de imposición en el caso de las reglas gramaticales) es el de
ciertos autores transformacionalistas. Como es sabido, para la gramática
transformacional la teoría de la competencia tenía como meta la explica
ción del conocimiento lingüístico del hablante/oyente (ideal), con exclu
sión de todos aquellos factores que, por pertenecer a la ‘actuación’, no po
dían ser generalizados en la gramática. El único modo de incluir aspectos
informativos en dicha teoría era tratándolos (de una u otra forma) como
fenómenos gramaticales en sentido estricto. De otro modo habría que ex
cluirlos totalmente de dicha teoría y relegarlos a una futura teoría de la ac
tuación. Hay que decir que esta última (y, dadas las circunstancias, sensa
ta) solución fue adoptada en no pocas ocasiones por los transformaciona
listas, preferentemente por los ortodoxos chomskianos (Cfr., por ej., Bever,
Katz & Langendoen, 1977), pero también hubo intentos de integrar los va
lores ‘información conocida’ e ‘información nueva’ (bajo términos como,
respectivamente, presuposición y foco) en las reglas de la gramática, como
parte de las posibles interpretaciones de las cadenas resultantes de los me
canismos generativos. Quizá el caso más claro, aunque no el único, fuera
el de Akmajan (1968), para quien el ‘foco’ no era sino aquel constituyente
de la estructura profunda que respondía a ciertas características sintácticas
(dentro de un determinado tipo de estructura).
Frente a estas visiones de carácter psicologista (i. e. los valores infor
mativos vienen impuestos por las leyes generales del pensamiento) o for-
malista (la imposición proviene de las reglas gramaticales o de algún as
pecto relacionado con ellas) se sitúa el punto de vista funcionalista, según
el cual el valor informativo de un elemento depende únicamente de la vo
luntad del hablante, quien en ningún momento puede ser obligado (aun
que sí inducido) a otorgar uno u otro valor a los elementos de su mensaje.
El fundamento de esta visión reside en el reconocimiento de la existencia
de dos grandes funciones en la lengua: una que podemos denominar repre
sentativa (‘comunicativa’, para algunos), y otra expresiva/apelativa (o
‘pragmática’). Según la primera, la lengua sirve para recrear la realidad,
objetiva o subjetiva, de acuerdo con ciertos criterios y a través de un siste
ma de identificaciones determinado. La segunda función, por su parte,
permite al hablante introducir su punto de vista en la presentación lingüís
tica de la realidad. Dicho de otro modo, según esta segunda función, de ca
rácter ‘pragmático’, el hablante presenta su mensaje según su propia visión
del mismo, sin que las variaciones derivadas de las diferentes posibles pre
sentaciones modifiquen en lo más mínimo el carácter de lo ‘representado’.
Naturalmente esto implica que en toda realización lingüística hay un as
pecto directamente condicionado por (y sólo por) la función comunicativa
del lenguaje, de ahí que podamos considerar el punto de vista expuesto
ahora como propio de una concepción (exclusivamente) funcionalista de
la lengua. Esta doble vertiente en la función de los elementos de la lengua
había sido ya claramente expuesta por K. Bühler en su célebre modelo del
órganon del lenguaje (Cfr. Bühler, 1934, 43 y ss.). En efecto, según este mo
delo (que, por conocido, no hace falta detallar aquí) de los tres conceptos
semánticos empleados en cada una de sus funciones (representación, ex
presión y apelación), la representación era el fenómeno mediante el cual la
lengua ‘simbolizaba’ la realidad a través de la abstracción de ciertos rasgos
declarados pertinentes por la comunidad por pura convención {Cfr. id., 61
y ss.); en la representación se constituía todo un sistema de identificaciones
con el mundo real, con sus ‘objetos y relaciones’ (Gegenstande und Sach-
verhalte) cuyo valor convencional, una vez sancionado por la comunidad,
se independizaba de la realidad misma constituyendo un sistema sustituto
rio de ella (Cfr. id., 50). Las funciones expresiva y apelativa, por su parte,
eran ‘variables independientes’ de la función representativa {Cfr. ibíd.), in
terviniendo en aspectos relacionados con el emisor y el receptor, pero sin
alterar en ningún caso lo que podríamos denominar la sustancia confor
mada por los mecanismos representativos.
Esta -en la práctica- doble división de la función de los elementos lin
güísticos, a saber, ‘representativa’ y ‘expresiva/apelativa’ (o, simplemente,
‘sintomática’) permitió deslindar, en la descripción funcional de la lengua,
aquellos elementos impuestos por una lengua para la satisfacción de nece
sidades representativas concretas, de la suma de variantes que para cada
invariante representativa tenía el hablante a su disposición, y cuya elec
ción estaría ligada a factores relacionados con él (no con ‘lo representado’).
Esta diferencia fue la que ya en 1939 permitió a Trubetzkoi distinguir la
llamada ‘fonología representativa’ de la que se ocupaba de rasgos con fun
ción ‘expresiva’ y/o ‘apelativa’, denominada ‘estilística fonológica’. La
misma distinción fue considerada por Zawadowski (1956) para separar
cuidadosamente la función (del texto) de establecer una correspondencia
con un fragmento de la realidad extralingüística2, de aquella otra según la
cual el texto contiene ‘síntomas’ (symptoms) de rasgos del hablante, razón
por lo cual puede hablarse de una ‘función sintomática del texto en rela
ción con el hablante’ {Cfr. id. 33). De nuevo encontramos esta diferencia
ción, aunque con matizaciones, en el modelo de descripción lingüística
propuesto en Danés (1964), en el cual se separa la función representativa
(‘comunicativa’, para el autor), llevada a cabo por los niveles gramatical
y semántico, y una función expresiva, propia fundamentalmente del nivel
de la ‘organización de la expresión’ {level of the organization of the utte-
rance)3. Finalmente, por citar un caso más reciente, hace relativamente
poco se publicó un interesantísimo trabajo, la Gramática funcional de S.C.
Dik (1978), a la que siguieron otros muchos trabajos en la misma línea, en
el que una vez más se hace hincapié en la necesidad de separar metodoló
gicamente aquellos componentes lingüísticos cuya función es la de repre
sentar la realidad extralingüística, de aquél otro componente destinado a
manifestar aspectos actitudinales del hablante. En concreto, Dik distingue
2. “We proceed to the function of which the communicative function is but a consequence:
it is the representative function. We have stated that there is a regular conventional corres-
pondence between text elements and extratextual elements: objects, their features, types, rela-
tions between any of these, etc. A consequence of this is that a text is a correlate of an extra-
textual complex, a ícind of transposition (‘mapping’) of an extratextual complex; we say that
the text fulfills the representative function with respect to this extratextual fragment” (Zawa
dowski, 1956, 31-32; subrayados del autor).
3. Es cierto que Danés no especifica con demasiada claridad la relación entre cada nivel y
las funciones bühlerianas (más bien se refiere a los niveles gramatical y semántico como ‘está
ticos’ y al de la organización de la expresión como ‘dinámico’), pero deja claro en todo momento
to la necesidad de no mezclar las unidades con función ‘comunicativa’ y las que poseen algu
na otra función, por ejemplo, expresiva; así, en un trabajo distinto al que ahora hacemos
mención, y en relación con los rasgos entonativos, el autor precisa:
“it is necessary to differentiate between the features that fulfill communicative func-
tions and those that have other functions, especially expressive ones. Even though the
expressive, including the emotional elements of intonations are quantitatively predo-
minant (...) the features pertaining to the two kinds of functions need to be, and can be,
diíferentiated for methodological reasons” (Danés, 1960, 35-36).