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Apenas un delincuente : crimen, castigo y cultura en la Argentina, 1880-1955 PDF

296 Pages·2004·5.916 MB·Spanish
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Historia y cultura Dirigida por: Luis Alberto Romero APENAS UN DELINCUENTE Crimen, castigo y cultura en la Argentina, 1880-1955 por Lila Cairnari m Siglo veintiuno editores Argentina 2 ® Siglo veintiuno editores Argentina s. a. TUCUMÁN 1621 V N (C1050AAG), BUENOS AIRES, BEPUBI IDA AHI II NtlNA Siglo veintiuno editores, s.a. de c.v. CERRO DEL AGUA 248, DELEGACIÓN COYOAt AN 04:110. Ml'XICO, D F. (¿timari, Lila Apenas un delincuente: crimen, castigo y cultura en la Argentina, 1880-1955. - 1* ed. - Buenos Aires: Siglo XXI Editores Argentina, 2<KM 312 p. ; 21x14 cm. - (Historia y cultura, H) ISBN 987-1105-800 1. Historia Argentina I I (tillo CDD 940.53 Portada: I’eu-r Tjebbcx Imagen de portada: Penados en Ushuma, gentileza de Zagier & Urruty Publiration» y Museo Marítimo de Ushuaia © 2004, Lila Caimari D 2004, Siglo XXI Editores Ar^riitiiiíi S A (SBN 987-1105-80-0 Impreso en Artes (>ráli( as IM mu \lte. Sohci 2450. Avellaneda, ii el mes de agosto de ¡¿004 Hecho el deposito <|iie marca la ley 11.72S Impreso en Argentina - Madc in Argentina índice Agradecimientos 9 Introducción 15 PRIMERA PARTE: El castigo de una sociedad moderna 29 1. Castigar civilizadamente 31 Castigar mejorando 31 Dos panópticos argentinos 50 a) La Penitenciaría Nacional 50 b) Ushuaia, el panóptico del desierto 62 2. La fábrica y el laboratorio 75 Los nuevos delincuentes, y sus estudiosos 75 Los criminólogos en la fábrica de buenos trabajadores 99 3. Pantanos punitivos: el gris castigo de las grandes mayorías 109 Panópticos y pantanos 109 Prisión política y reformismo carcelario 124 4. Cuando criminales y criminólogos se encuentran 137 Psicópatas y psicopatógrafos: usos institucionales de una clasificación científica 138 Biografías científicas de delincuentes, o cómo armar un identikit de mil piezas 151 SEGUNDA PARTE: Pasiones punitivas y denuncias justicieras 163 5. Malhechores ocultos y perseguidores modernos (1880-1910) 169 8 LILA CAI MAR] El arte de la sangre detallada 169 Retratos del ladrón manso y el perseguidor moderno 177 Lombroso para el desayuno 187 La nobleza del delincuente 195 6. Ladrones y policías, 1920-1930 199 Crítica, o las extravagancias de la justicia popular 199 Escenas de humanismo policial 218 7. La imaginación del castigo 231 Crónicas de la prisión 231 El descubrimiento del preso 238 La Siberia criolla y la imaginación punitiva 245 8. Que la revolución llegue a las cárceles 249 “Nos hemos formado junto al recluso" 250 La prisión familiar y deportiva 258 El peronismo, visto desde la celda 261 Notas 271 Bibliografía 303 Agradecimientos Este libro es el resultado de una investigación que comenzó, casualmente, hace varios años. Como ocurre cuando cerramos ci­ clos tan largos, las deudas acumuladas son muchas. Sería imposi­ ble nombrar aquí a todos los que merecen mi agradecimiento. Pude dedicar tiempo a mis curiosidades de historiadora gra­ cias a algunos subsidios de investigación. Agradezco al CONICET, que aprobó el proyecto que culminó en este libro, a la Fundación Antorchas, a la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tec­ nológica, a los subsidios de viaje otorgados por Mercy College (en Nueva York), a la Olson Research Grant, y a dos subsidios de in­ vestigación del Departamento de Humanidades de la Universidad de San Andrés/William and Flora Hewlett Foundation. La intensa investigación de archivo que subyace a este traba­ jo nunca hubiera podido ser realizada por mí sola. Gracias a la co­ laboración de Livia Broitman y Federico Llórente en la fase perio­ dística de la pesquisa. No sé qué hubiera hecho sin los talentos detectivescos de Gabriel Ferro, quien me asistió en los últimos tra­ mos de este proyecto y aportó tanto material valioso. Agradezco también la buena voluntad del personal del Instituto de Crimino­ logía del Servicio Penitenciario Federal, sin el cual no hubiera ac­ cedido a material clave para esta investigación. Las eficientes bi- bliotecarias de Mercy College —Heather Blenkisopp— y de la Universidad de San Andrés —Irene Münster, Moira Guppy, Marie­ ta Frías, Andrea Saladino— me ayudaron a ubicar libros raros y ar­ tículos más raros aún. Los inicios de esta pesquisa se remontan a mi estadía en los Fstados Unidos, que coincidió con una renovación de los estudios históricos sobre el crimen y el castigo en América latina. Junto a ilgunos de los investigadores y amigos que conocí en aquellos 10 LILA CAIMARI años, aprendí maneras de pensar el delito y entendí algunas sin­ gularidades del caso argentino. Gracias a Robcrt ¡Uif fington, Kris Ruggiero, Ricardo Salvatore, Pablo Piccato, Carlos Aguirre, Don- na Guy, Julia Rodríguez, Juan Manuel Palacio Osvaldo Barrene- y che. En Buenos Aires, algunos fragmentos de este libro hicieron su camino por ese notable tejido de paneles, conferencias, revis­ tas simposios que hoy nutren el intercambio constante entre in­ y vestigadores. Gracias a quienes contribuyeron con sus comenta­ rios en el Departamento de Humanidades de la Universidad de San Andrés, en el seminario coordinado por Luis Alberto UBACyT Romero y Lilia Ana Bertoni, en el Instituto de Historia del Dere­ cho, en las Jornadas sobre Ciencia Estado de la en las y uncpra, Jornadas sobre Estado de la en el Seminario de invitados del UNQ, Posgrado en Historia de la Universidad T. Di Telia* otros que y aquí no menciono. Mi afinidad con el clima intelectual del Semi­ nario de Historia de las Ideas la Cultura del Instituto Ravignani y está en muchos pasajes de este libro. Amigos y colegas leyeron segmentos de mis borradores y me acercaron muchos datos: Gabriela Nou/eilles, Sandra Gayol, Chris- tian Ferrer, Rogelio Paredes. Donna Guy, Mariano Plotkin, Carlos Cansanello, Judith Farberman, Alejandro Cattaruz/.a, Ernesto Bo- hoslavsky, Isabella Cosse, Sylvia Saítta, Ernesto Domenech, Mark Healey, Marcela Gené, Darío Roldan, Hugo Vezzetti. En el mundo de los juristas, el Dr. Alberto David Leiva dio útiles indicaciones a esta profana. Ernesto Domenech, penalista y fotógrafo, me ayudó a entender algunas complejidades de la ley y a pensar la imagen del delincuente. Amiga de la disciplina amiga, Sylvia Saítta se so­ metió con sonrisa benévola a mis entusiasmos literarios. Horacio Tarcus me orientó, en su momento, hacia algunos testimonios de la prisión guardados en la maravillosa colección del CeDInCI. Li­ la López Oleaga me enseñó, hace muchos años, a disfrutar de las delicias del aljibe total, y participó en esta empresa haciendo una lectura cuidadosa del borrador. Esta investigación que no termina­ ba nunca fue rescatada de su multiplicación infinita por Luis Al­ berto Romero: en poquísimo tiempo, me dio un plazo y la confian­ za que necesitaba para transformar mis borradores en un libro que APENAS UN DELINCUENTE 11 tenía un principio y un fin. A unos y otros, gracias. Si no siempre he seguido sus buenos consejos, la responsabilidad es toda mía. Al revisar este texto para su edición, noto cuántas referencias hace al proceso mismo de la investigación: caminos tomados, ca­ minos desechados, comentarios sobre los documentos, alusiones a posibles investigaciones futuras. Son las huellas de mi trabajo en el taller de investigación del Posgrado en Historia de la Universi­ dad de San Andrés. En un ámbito recoleto, junto a estudiantes tan comprometidos como yo con el quehacer del historiador, pude se­ guir de cerca la génesis y evolución de muchas investigaciones. En esas reuniones semanales, aprendí con ellos muchas cosas sobre nuestro apasionante oficio. Richard Shindell, compañero de pluma breve y poética, me instruyó (sin saberlo) sobre algunas ridiculeces de la escritura aca­ démica. Martin y Ana, que tantas veces hicieron la vertical junto a la mesa en la que escribí este trabajo, me indicaron cotidiana­ mente la justa importancia de mis obsesiones históricas. Este li­ bro está dedicado a ellos tres, mi gran tesoro. Y también, a la me­ moria de Daniel Martínez. Porque aquella tarde en su vieja casa platense se entusiasmó conmigo cuando le comenté mi interés en los delincuentes. King Lion said to the council: “So, it was the mosquito who annoyed the iguana, who frightened the python, who scared the rabbit, who slartled the crow, who alarmed the monkey, who kilted the owlet - and now Mother Owl won ’t wake the sun so ihat the day can come. " “Punish the mosquito! Punish the mosquito!, ” cried the animals. When Mother Owl heard thal, she ivas satisfied. She turned tier head toward the east and hooted: “Hoo! Hooooo! Hoooooo!" And the sun carne up. * * El Rey León dijo al consejo: / “De modo que fue el mosquito/quien molestó a la iguana, /quien asustó a la víbora,/quien aterró al conejo,/quien sobresaltó al cuervo,/quien alarmó al mono, /quien mató al lechucin -/y ahora, Madre lechuza se niega a despertar al sol/para que el día pueda comenzar. ” “•Castiguen al mosquito! ¡Castiguen al mosquito!”, gritaron todos los animales./Cuando Madre lechuza oyó eso, se sintió satisfecha./Giró su cabeza hacia el Este y ululó: “Hoo! Hooooo! Hooooooo!"/Y el sol salió. LEYENDA DE ÁFRICA OCCIDENTAL Relatada por Verna Aardema en Wlty Mosquitoes Buzz in People's Ears. Introducción Apenas un delincuente fue la primera película de una serie ne­ gra, estrenada en Buenos Aires en 1949.1 “Esta es una historia de la ciudad”, anuncia una voz en off, “la ciudad de los nervios exci­ tados, de la impaciencia por tenerlo todo, aunque sea saltando la valla”. Sobre un fondo de multitudes, embotellamientos y tranvías atestados, cuenta la estafa concebida por un oscuro oficinista, cu­ yo plan incluía el castigo en prisión. Esos seis años de encierro, calculaba al enterarse durante un viaje en subte de la sanción pe­ nal prevista para el delito que empezaba a imaginar, bien valían la pena comparados con los ciento sesenta y seis que llevaría reunir la misma suma ahorrando sus sueldos. Así pues, José Morán (in­ terpretado por Jorge Salcedo) decidía cambiar seis años de su vi­ da por medio millón de pesos, y se sometía deliberadamente al castigo de estado. “Los estaba esperando”, dice a los policías que lo atrapan. Sin ser un drama carcelario, Apenas un delincuente situa­ ba buena parte de su acción en la Penitenciaría Nacional. Con ac­ titud desafiante, orgulloso de su logro, el flamante penado se in­ ternaba en la ciudadela disciplinaria tras las murallas almenadas. En pocos minutos, lo vemos sometido a todos los rituales de insti- tucionalización: el recluso 618 no tiene bigote de compadrito, ni traje elegante, ni pelo abundante. Con su uniforme a rayas, cami­ na empequeñecido por los imponentes pabellones, trabaja en los talleres industriales, habla con su madre a través del enrejado del locutorio, se obsesiona en silencio en las celdas de paredes blan­ cas. El orden y la limpieza penitenciarios contrastan con el ver­ tiginoso caos de la urbe (caos que, dice la misma voz en off es el caldo en el que proliferaban pequeños criminales como éste). Ki Imada en la prisión que por entonces ya era mítica, la película ponía ante los ojos de miles de espectadores lo que habían leído

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