CARMELO LISÚN TOLOSANA A ntropología social y f hermenéutica FONDO DE CULTURA ECONOMICA MÉXICO - MADRID * BUENOS AIRES D.R. O 1983, Fondo de Cultura Económica Av. de la Universidad, 975. 03100 México, D.F. Ediciones F.C.E. España, S. A, Vía de los Poblados, s/n. (Indubuilding - Goico, 4.*), Madrid-33 I.S.B.N.: 84-375-0231-4 Depósito legal: M. 5.957-1983 Impreso en España A John Beattie John Campbell Godfrey Lienhardt John Peristiany Emrys Peíers, mentores y amigos PROLOGO El antropólogo, para serlo realmente, tiene que inver tir su tiempo husmeando, con la avidez insaciable del bloodhound, la diversidad del múltiple Otro; para ello, necesita del ojo del águila que todo lo ve y del oído del perro pastor que tan bien escucha. Su misión es seguir el rastro, descubrir, prestar atención y reproducir las muestras de Humanidad que ha cobrado en la aprehen sión inmediata de lo visto (acción), oído (palabra) y vi vido. La experiencia prolongada y directa le hace sentir la dureza y objetividad de personas, objetos, verbalización y actividades, le fuerza a considerarlas no simplemente como manipulaciones, sino en su mismidad, en su dere cho.. naturaleza y esencia propias. Una comunidad, sus gentes y quehaceres, sus ideas y valores no están ahí, sin más, para que nosotros las observemos y entendamos a través de nuestras íepresentaciones mentales y abstrac ciones académicas. Las cosas, los sucesos, los campos y los hombres, el conjuro-oración, las fiestas y la magia, las ermitas, imágenes y procesiones, la comarca y la re gión, aparecen, ocurren, están presentes en sí mismas, se desarrollan y transforman según sus principios, en con sonancia con lo que son y hacen. Experimentar, describir y explicar ese difícil ansich, la ipseidad de las cosas, ac ciones, ideas y personas es la pretensión del etnógrafo- antropólogo. Pero no basta la pasión por la Otreidad o la vivencia intensa de lo ajeno; ni siquiera es suficiente el don de la sucesiva transformación o su capacidad de metamorfo sis. El antropólogo está llamado, además, a culminar el proceso investigador iniciado, es decir, tiene que inter pretar. Y la interpretación antropológica va en movimien to pendular de nuestra cultura a otras culturas, del pre sente al pasado, de una banda primitiva a una comunidad de científicos. Lo que quiere decir que el antropólogo, ese híbrido mitad foráneo, mitad nativo, se apropia la herencia espiritual y los tesoros de acción y creación sim bólica de otras culturas, estando ciertamente en el inte rior, pero siendo de fuera y para fuera. La interpretación es, en definitiva, una obra de arte, realizada desde un aquí y un ahora circunstanciales, y está sujeta, por lo tanto, z la cambiante apropiación del intérprete y a la diferente reconstrucción de lo interpretado. No hay un único punto o modo epistemológico de observar e inter pretar; coexisten formas alternativas y complementarias. No captamos, pues, y a pesar del necesario desiderátum a que antes he aludido, el estado prístino de las cosas en nuestro empeño etnográfico, sino las objetivaciones men tales estructuradas simbólicamente. La interpretación es la cumbre de la Antropología; de la Antropología reposi torio de lo múltiple cultural, de la Antropología hermana de la Poesía e hija de la empírica Filosofía. Este libro consta de tres movimientos y una coda sin- téticá (TTmpromptu tínal que retoma, refórmula y sinte- tiza los temas desarrollados con anterioridad en los tres capítulos precedentes. He abordado problemas antropo lógicos serios, difíciles y complejos para los que no doy, claro está, respuesta satisfactoria. Pero sí que al menos dialogo en voz baja con ellos, hago preguntas y doy res puestas desde mi experiencia personal, y a mi manera y con mi planteamiento invito a la consideración de un problema insoslayable. Es posible y deseable adoptar di ferentes posturas intelectuales e inteligentes frente a la hermeneuticidad de la Antropología, pero hay también una actitud que no cabe: ignorarla y semipracticaria. En manos del lector dejo estas consideraciones finales her menéuticas terminadas de escribir al caer del ángelus en una tarde de verano. C. Lisón Tolosana Puebla de Alfindén, agosto de 1982 I. DE ARTE MAGICO* (El genio creador de ia palabra) M agia es una palabra rara, escasa en el vocabulario y pensamiento español. Cuando San Isidoro (Etimologías, 8, 9) elabora el concepto, lo adjetiva siempre y escribe de artes mágicas, no de magia. En el Tesoro de la Lengua, de Cobarruvias Orozco, no aparece el vocablo; tampoco en el Diccionario de la Lengua Castellana de 1732, que dice expresamente bajo Mago: «El segundo ramo es la Magia: no tiene voz propia nuestro castellano con qué llamarla, hechicería la decimos, y a los Magos llamamos hechiceros»; Francisco de Vitoria intitula en latín su co nocida relección De arte magica, y el jesuíta Martín del Río escribe seis libros sobre Disquisitionum Magicarum. Ni Castañega, ni Ciruelo, ni Valencia, ni Navarro, que es criben en español sobre el tem3, hacen uso real del subs tantivo; sin embargo, entra en el título de las obras que Torreblanca y Perer redactan en latín. El caso de fray R. A. de Ribera y Andrada es atípico: copiando la no menclatura latina nos dejó un volumen, Magia natural y artificial (1632), que no he podido consultar. No obstan te esta aparente dualidad de nomenclatura, todos ellos, escriban en latín o castellano, abordan el problema de la exégesis del concepto desde su forma adjetival; el subs * Artículo publicado en forma abreviada en la Revista de Occidente, n.* 13, 1982, pp. 53-76. tantivo —magia— se evapora, el término sintácticamente marcado es el adjetivo —mágico/a. Ahora bien, en su forma adjetivada adquiere una función cualificante, y va a la caza de acciones, estados, fenómenos, relaciones, su cesos, conexiones, etc., lo que quiere decir que su espec tro referencial es realmente amplio. Si de la dimensión lingüística pasamos al nivel de la praxis, de su uso concreto y circunstancial apreciamos en seguida cómo el adjetivo ha cobrado muchos y diver gentes substantivos: la voz de una persona, el atardecer, ciertas palabras y colores son mágicos; de algunas cue vas, puentes, montañas, castillos, fuentes y aun países se predica también esa cualidad; mágicos son apodados determinados efectos, consecuencias, sucesos, virtudes, creencias, seres, oraciones, ritos, conjuros, fórmulas, agen cias, etc. Magos se ha llamado y llama a algunos artistas (pintores, músicos y escritores), y libros se han escrito sobre los efectos mágicos de sus obras: disponemos en castellano de toda una literatura mágica o comedias de magia que reitera la temática desde eí siglo xvi hasta nuestros días. El mágico prodigioso, Los mágicos encon trados, La cueva de Salamanca, Los mágicos de Tetudn, Mágico en Cataluña, entre otras muchas, pueden valer como muestra de la acción teatral basada en efectos ma ravillosos o extraordinarios. Y todos, sin duda, revivimos automáticamente, sin esfuerzo, todo un flujo de sensacio nes e ideas de sorpresa, asombro agradable, misterio, maravilla y gozo cuando recordamos o hacemos de Reyes Magos. El adjetivo hambrea ciertamente de sujetos, pero éstos son tan heterogéneos —como acabo de indicar— que fuerzan el uso indirecto, ambiguo, metafórico y obli cuo de aquél. Esta imprecisión y promiscuidad confie ren, obviamente, encanto y perfil poético al múltiple con tenido, lo que a la vez poderosamente contribuye a refor zar el líalo místico de su semántica; pero la vaguedad no produce significado científico. Y si pretendemos sobrevo lar el nivel de la conversación ordinaria, de la charla de café o del libro popular, nos vemos forzados a aquilatar el uso áel vocablo, lo que voy a intentar, en primer lu gar, a través de la exégesis crítica de algunos textos rele vantes escritos por hispanos y, excepto el del P. Vitoria, en español. Los de Perer o Pereyra o Pererius y del Rio, juntamente con otros centones o compilaciones que omi to, están escritos en latín y carecen de valor etnográfico hispano local. I Fray Martín de Castañega (Tratado muy sotil y bien fundado de las supersticiones y hechicerías), el maestro Pedro Ciruelo (Tratado en el qual se reprvevan todas las svpersliciones y hechicerías) y el P. Francisco de Vitoria , (De arte magica) se preocupan por el tema y escriben entre 1529 y 1540. Es precisamente en esa década cuando los inquisidores de la Suprema debaten, después de va rias cazas de brujos pirenaicos, la realidad del aquelarre y la veracidad de ciertas afirmaciones contenidas en el Malleus maleficarum y se pronuncian por la inverosimi litud de ambas; aparecen también en esas fechas instruc ciones a seguir en materia de brujas, recomendando no sólo la prudencia, sino la comprobación de los hechos por criterios objetivos y externos. Otro estallido de ra cionalidad, sin par en toda Europa, lo produce el Auto de fe de Logroño, celebrado en otoño de 1610. Efectiva mente: en 1611, el Inquisidor General escribe a personas prominentes para que le den su opinión sobre el proble ma de las brujas. El humanista Pedro de Valencia su plicó «con modestia i sumisión» se le diese licencia para proponer su «parecer i sentimiento»; el Inquisidor no sólo le permitió, sino que le mandó «lo hiziere»; El Dis curso acerca de los quentos de las brujas y cosas tocan tes á magia (1611) es su respuesta, monumento de serie dad y escepticismo. El Tribunal de superstición ladina, de Gaspar Navarro, aparece en Huesca en tomo al mismo momento, en 1613. Todos ellos son producto de la curio sidad intelectual aplicada al pathos de la época; todos ellos quieren precisar, en notación conceptual exacta, la línea que bordea la fantasía y el hecho. Veamos cómo lo hacen. El tratado de fray Martín parece ser el primero que sobre creencias se publica en romance; fue editado en Logroño en 1529. Castañega ve la razón básica de la «ni gromancia y artes mágicas* en el vehemente deseo que el demonio instila en el ánimo de muchas personas de «saber las cosas secretas, ocultas y venideras». Y, natu ralmente, el hombre no se conforma con saber, sino que por medio de «palabras oscuras y ritmadas» y de «ceri- monias no empericas» pretende controlar el mundo de la naturaleza y del espíritu. La observación de lo que pasa a su alrededor le hace descubrir otra razón, muy prosaica, de la permanencia de la práctica y creencia en las artes mágicas: «por experiencia vemos cada día que las mugeres pobres y clérigos necesitados y codiciosos, por oficio toman de ser conjuradores, hechiceros, nigro mánticos y adevinos, por se mantener y tener de comer abundosamente, y tienen con esto las casas llenas de con curso de gente». Si fray Martín hubiera seguido enfo cando el problema desde esta perspectiva de matriz so cial que con tanto acierto y clarividencia inicia, hubiera escrito la primera etnografía de las artes mágicas. La arquitectura de su pensamiento puede resumirse así: «dos son las iglesias de este mundo: la una es cató lica, la otra diabólica»; aquélla está presidida por Jesu cristo, ésta por Satanás. La primera tiene sacramentos, la segunda exscramentos, esto es, «ceremonias», «pala bras feas», polvos, ungüentos, supersticiones y hechice rías. Todas ellas son «vanas invenciones», puesto que «son señales no eficaces, que ni por su naturaleza ni por institución del demonio pueden tener eficacia ni virtud». «Los ministros de estos execramentos diabólicos son to dos los que por pacto expreso o oculto están al demonio consagrados y dedicados.» Fray Martín cree en tal pacto, pues líneas más abajo afirma: «destos yo conocí y vi al