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Antonietta Meo - La sabiduría de los pequeños PDF

24 Pages·2016·0.11 MB·Spanish
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NOTAS Y COMENTARIOS Antonietta Meo - La sabiduría de los pequeños P. JUAN RETAMAR SERVER, CVMD (Perú) INTRODUCCIÓN «Me ha complacido que hace unos momentos hayáis citado a una niña, Antonia Meo, llamada Nennolina. Precisamente hace tres días decreté el reconocimiento de sus virtudes heroicas y espero que pron- to se concluya felizmente su causa de beatificación. ¡Qué ejemplo tan luminoso dejó esta pequeña coetánea vuestra! Nennolina, niña roma- na, en su brevísima vida -sólo seis años y medio- demostró una fe, una esperanza y una caridad especiales, así como las demás virtudes cristianas. Aunque era una niña frágil, logró dar un testimonio fuerte y robusto del Evangelio, y dejó una huella profunda en la comunidad diocesana de Roma. Nennolina pertenecía a la Acción católica. Segu- ramente hoy estaría inscrita en la A.C.R. Por eso podéis considerarla como una amiga vuestra, un modelo en el cual inspiraros. Su vida, tan sencilla y al mismo tiempo tan importante, demuestra que la san- tidad es para todas las edades: para los niños y para los jóvenes, para los adultos y para los ancianos. Cada etapa de nuestra vida puede ser propicia para decidirse a amar en serio a Jesús y para seguirlo fiel- mente. En pocos años Nennolina alcanzó la cumbre de la perfección cristiana que todos estamos llamados a escalar; recorrió velozmente la "autopista" que lleva a Jesús. Más aún, como habéis recordado vo- sotros mismos, Jesús es el verdadero "camino" que nos lleva al Padre y a su casa, a nuestra casa definitiva, que es el Paraíso. Como sabéis, Antonia vive ahora en Dios, y desde el cielo está cerca de vosotros: sentidla presente con vosotros, en vuestros grupos. Aprended a cono- cerla y a seguir sus ejemplos». BENEDICTO XVI REVISTA DE ESPIRITUALIDAD 75 (2016), 277-300 278 JUAN RETAMAR SERVER Al conocer la vida de Antonietta Meo se pasa de admiración en admiración, de conmoción en conmoción… todo en su vida es el cumplimiento de la gran exultación de Jesús: «Yo te bendigo Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes y se las has revelado a los pequeños» (Mt 11,25). En pocos años, dice Benedicto XVI, Antonietta alcanzó la cumbre de la perfección cristiana y le fue revelado el secreto escon- dido a los sabios e inteligentes: el Amor de Nuestro Señor en la Cruz. En este sencillo trabajo, pretendemos recorrer las etapas funda- mentales de sus, no llega, siete años de vida, para descubrir, de la mano de esta pequeña santa, de los acontecimientos que vivió, la en- fermedad que sufrió, las cartas que escribió, los secretos más profun- dos que Dios le quiso revelar y que hacen evidente, no sólo la posibi- lidad sino la realidad, de la santidad desde la más tierna infancia. 1.- INFANCIA Y EDUCACIÓN Antonietta Teresa Gabriella Rosa Meo nace el 15 de diciembre de 1930, en la casa familiar que estaba en frente de la Basílica de la San- ta Croce in Gerusalemme en Roma. Le preceden dos hermanas, Margherita y Carmelina -que murió a los pocos meses- y un hermano, Giovanni, muerto también prematuramente al año de vida. Sus padres -Michele y Maria Meo- esperaban un niño que pudieran ofrecer al Señor como sacerdote o misionero, pero la nueva niña, que fue bauti- zada el 28 de diciembre en la Basílica de la Santa Croce in Gerusa- lemme, pronto se convirtió en la princesa de la casa. Sobre ese día nos cuenta su madre en su diario: «A las tres de la tarde del día 28 en dos coches fuimos toda la fa- milia a la Basílica de la S. Croce, donde el párroco don Ildefonso Gentilucci, de la Orden Cisterciense, le administró el santo bautismo. Cuando casi estaba terminando la ceremonia, se dejó lavar la cabeza en silencio y saboreó con satisfacción el trocito de sal. Lo debió en- contrar sabroso ya que en su breve vida debió soportar mucho más la sal que el azúcar. Le fue puesto el nombre de Antonietta por dos motivos: sobre to- do, porque mi padre se llamaba Antonio y porque estábamos en el centenario antoniano. Su segundo nombre, Teresa, por la devoción que teníamos a S. Teresa del Niño Jesús; Gabriella, como ya he di- ANTONIETTA MEO – LA SABIDURÍA DE LOS PEQUEÑOS 279 cho, para honrar a S. Gabriel de la Addolorata, y Rosa, que le fue im- puesto por la madrina, en honor de S. Rosa de Viterbo»1. Su padre, Michele, estaba muy feliz aquel día, cada nuevo miem- bro en la familia era para él un motivo de bendición del Señor. Con su carácter manso y bueno, ya pensaba en todo el afecto que quería derrochar en su nueva hija. Su hermana, Margherita, se encontraba también muy feliz, estaba determinada a ser su ángel de la guarda, protegerla de todos los peligros y acompañarla en el camino de su vi- da. Su infancia fue una infancia serena. En el ambiente familiar la llamaban Nennolina; a ella no le gustaba demasiado pero Antonietta era demasiado largo. Le molestaba mucho y, a veces, contestaba con fuerza: “¡Yo me llamo Antonietta Meo!”. Creció en un hogar transido por la ternura, la sencillez, la alegría y la piedad. Su familia era una familia normal de la Roma de los años 30. Su padre trabajaba de em- pleado en la presidencia del Consejo de Ministros, su madre, en casa, educaba a sus dos hijas. La familia estaba muy unida pues creció sobre el sólido funda- mento de la fe y de la oración. Sus padres iban a Misa cada día, viví- an según el espíritu del Evangelio y, en cada decisión que se tenía que tomar, buscaban la voluntad de Dios. Su vida familiar se asemejaba a la vida de la familia de Nazaret. Se querían y se demostraban con na- turalidad este cariño. El 24 de enero de 1937, Antonietta escribía esta carta a su padre: «Querido Papá Te escribe la rosa más perfumada de esta familia y te quiero mu- chísimo papá, soy Antonietta. Querido papá rezaré tantísimo para que algún día vayas al paraíso y tu rezarás por mí. Te queremos muchísimo. Querido papá, esta rosa que te escribe quiere ser buenísima contigo para hacerte feliz a ti. Querido papá, te prometo que no seré nunca tan caprichosa y te obedeceré siempre. Querido papá ¡esta rosa quiere sufrir tantísimo por Jesús! Querido papá, esta rosa te quiere muchísimo y su alma se- 1 M. MEO, Nennolina: una mistica di sei anni. Diario della mamma, 28- 29. 280 JUAN RETAMAR SERVER rá un buen perfume. Querido papá, esta rosa te saluda y te manda muchos besos. Antonietta»2. En octubre de 1933 empieza a ir a la guardería por primera vez. Los testimonios la recuerdan como una niña vivaz pero muy educada, sabía controlarse y era muy reservada, aunque siempre dispuesta a la amistad con todos. En el fondo de su ánimo vivía la presencia siempre viva de Jesús y de Dios Padre, con quienes, desde pequeña, vivió una relación siempre cercana, de hecho, cada pocos días pedía hacer una visita a la capilla de la escuelita para hablar con Jesús de quien se sentía cercana compañera. Mons. Domenico Dottarelli, su director espiritual, testificó cómo, «a los tres años no sólo rezaba sino que rezaba con ardor y rezaba meditando»3. Un último dato sobresale en la primera infancia de Antoniet- ta: su amor por la verdad. Todo lo tomaba en serio, la presencia de Jesús iluminaba todo en su vida y no concibe que la mentira sea posible. Todo lo cree y espera. Su maestra cuenta: «Anto- nietta se distinguía de los otros niños en que nunca decía menti- ras, en dos años en la guardería nunca le oí una mentira»4. 2.- LA ENFERMEDAD Los años 1936-1937 son fundamentales para entender la vida de Antonietta. Diversos acontecimientos se suceden rápidamente, como si Jesús tuviera prisa en prepararla para ir al cielo: aparecen los pri- meros síntomas de la enfermedad que le llevará a la muerte, comienza el primer curso de la escuela elemental, entra en la Acción Católica, toma la comunión, recibe la confirmación y empieza a escribirle unas preciosas cartas a Jesús… Veamos poco a poco cada uno de estos acontecimientos y cómo los vivió esta santa niña. 2 Carta 124. Utilizamos la edición de María Rosaria del Genio: M.R.D. GENIO, Carissimo Dio Padre... Antonietta Meo -Nennolina- e le sue lettere, Città del Vaticano (Libreria Editrice Vaticana) 2009. 3 Cf. D. DE CAROLIS, Antonietta Meo. La sapienza dei piccoli del Vangelo, 38. 4 Ibidem, 40. ANTONIETTA MEO – LA SABIDURÍA DE LOS PEQUEÑOS 281 En febrero de 1936 Antonietta comienza a quejarse de fuertes do- lores en la rodilla que le llevan a llorar muchísimo, su familia se asus- ta pero el médico sólo le diagnostica una ligera sinovitis que le tratan con inyecciones de calcio y yodo, éstas segundas mucho más doloro- sas que las primeras. Su madre narra con estas palabras lo que signi- ficó esa cura: «El primer día que le hice la cura de yodo Antonietta lloró muchí- simo. Al día siguiente le puse la inyección de calcio que soportó bas- tante bien. Después, sentándome cerca, le dije: “Mañana toca la de yodo”. Y como comenzaba a protestar, le dije: “Antonietta, es nece- sario hacerlo para curarse, ¡lo ha dicho el médico y no se discute! Si además, tú que amas tanto a Jesús, pensases en aquello que ha sufrido por nosotros cuando le pusieron la corona de espinas, sabrías soportar por amor suyo este dolor y ofrecérselo a Él. Piensa también en los clavos que le traspasaron las manos y los pies…” Nennolina escu- chaba con los ojitos fijos en mí y, casi al final, dijo: “Sí, mama, seré buena y soportaré todo por amor a Jesús” […] Cuando terminé la in- yección de yodo que tocaba ese día la miré a los ojos y los tenía lle- nos de lágrimas. Había sufrido más que si hubiese llorado. Todas las otras inyecciones las aceptó siempre con ánimo, es más, cuando tenía que hacerle la de calcio, que dolía mucho menos, me decía: ¡qué pena que hoy no toque la de yodo para poder sufrir por Jesús”»5. El tratamiento no sirvió de nada y los dolores aumentaban. Se le realizaron unas pruebas que revelaban la verdadera enfermedad: un osteosarcoma que había invadido toda la pierna izquierda; era necesa- ria una intervención para amputarle la pierna. Nennolina fue ingresa- da el 20 de abril para prepararla a la intervención que tendría lugar el 25. Es, otra vez, su madre, la que recoge el testimonio de lo vivido en el hospital los días previos a la operación: «Estaba sentada sola, junto a mi pequeña; la operación en la que le tenían que amputar la pierna se había fijado para dentro de dos días y quería sondear cómo estaba ella. Comencé a hablarle de Jesús, de su amor, de todo lo que había sufrido por nosotros; luego, rápidamente, mientras el corazón me latía con fuerza, le pregunté: “si Jesús te pi- diese todos tus juguetes ¿se los darías?”. “Sí, mamá”, contestó. Yo seguí: “si Jesús te pidiese una de tus manitas, ¿se la darías?”. La pe- queña se miró su mano derecha y me respondió: “Sí, mamá, si Jesús 5 M. MEO, Nennolina: una mistica di sei anni. Diario della mamma, 83- 84. 282 JUAN RETAMAR SERVER quiere le doy también mi mano”. Después, poniéndose seria, me dijo: “¿por qué me lo preguntas?”. Me levanté de un salto, un nudo me apretaba la garganta y me impedía hablar, salí fuera y lloré. Antoniet- ta se dio cuenta de mi tristeza pero no dijo nada más. La espera era tremenda. Por ciertas frases y por el ir y venir de gente, entendió que se preparaba para ir al quirófano el día siguiente»6. A las 7,00 de la mañana tuvo lugar la operación. Durante las dos horas y media que duró la operación, el padre esperó en la clínica y la madre se fue a la iglesia a rezar. Al terminar la operación el doctor se acercó al padre y le dijo: “No hemos podido hacer otra cosa que am- putar la pierna y apenas hemos llegado a tiempo para salvarle la vi- da”. El cáncer, en un tiempo rapidísimo se había extendido por toda la pierna y, aunque los médicos habían mantenido la esperanza hasta el final de salvar la pierna de Antonietta, no pudieron hacer otra cosa que amputarla. Esa misma tarde, Antonietta, al despertar, les dijo a sus padres: “¿qué me han hecho?, ¿dónde está mi rodilla?, ¿dónde es- tá mi pierna?”; después no dijo nada más. El 27 de abril comenzaron con las primeras curas, que le resulta- ban sumamente dolorosas. La madre recuerda cómo se asustaba su hija al ver entrar a las enfermeras y cómo ella le hablaba del amor que le tenía Jesús y de cómo era necesario ofrecer los padecimientos. Por medio de la gracia sobrenatural, Antonietta, a una tiernísima edad, se había formado un altísimo concepto del valor redentor del sufrimien- to, lo cual no puede ser entendido sino como un don especial de la gracia. Un año después de la operación escribía esta carta a Jesús: «Querido Jesús Eucaristía. Hoy, querido Jesús, te vuelvo a ofrecer el sacrificio de mi pierna. Te doy las gracias porque un día me ofre- ciste el medio para estar más cerca de ti. Te doy las gracias porque me has dado paciencia para soportar nuestra Cruz».7 Finalmente llegó el día de abandonar el hospital. Su familia fue a recogerla y, al verla, su abuela, con una mirada llena de compasión, le dijo: “Por desgracia sales de la clínica no como entraste, pues te falta una cosa”. Antonietta le contestó: “No me falta nada abuela”. Des- pués de pensar un poco prosiguió: “Me falta una pierna, pero se la he 6 Ibidem, 94. 7 Carta 159 (25 de abril de 1937). ANTONIETTA MEO – LA SABIDURÍA DE LOS PEQUEÑOS 283 regalado a Jesús”8. Había entendido que, a través del sufrimiento, Je- sús le expresaba su amor y por medio de este sufrimiento podía res- ponder a Jesús con el mismo amor: el sufrimiento no era una tragedia sin esperanza sino una manera de expresar el amor de altísimo valor. Por ello, en los días de la convalecencia de la intervención, cuando su padre le preguntó: “¿Tienes mucho dolor?”, Antonietta le respondió: “Papá, el dolor es como la tela, cuando más fuerte es, más valor tie- ne”9. El P. Garrigou Lagrange, uno de los más grandes teólogos de nuestro tiempo, impactado por la figura de Antonietta Meo, comenta al respecto de esta frase: «Nadie, fuera del Señor, puede sugerir este tipo de respuesta»10. 3.- LAS CARTAS AL CIELO Tres son las fuentes para acercarnos a la figura de Antonietta Meo: el diario de su madre María, que ya hemos citado alguna vez a lo largo de estas primeras páginas, la relación de los procesos infor- mativos y canónicos11 y las cartas, que ella misma escribió, a partir de Septiembre de 1936, y que suman más de 160; son el documento más precioso que tenemos pues reflejan con gran claridad la relación siempre cercana que vivió con Nuestro Señor Jesucristo. Después de la operación para tratar de frenar el cáncer, la familia Meo se trasladó a un pequeño pueblo de la Sabina llamado Montopo- li, donde pasar el verano y descansar de la tensión vivida en las últi- mas semanas de curso. De vuelta a Roma, la familia, recibió la visita del P. Bonaventura Orlandi, franciscano, el cual le preguntó a Anto- nietta: “¿Cómo se ama a Dios?”. Ante esta pregunta Antonietta se quedó en silencio y, después de unos segundos contestó de manera espontánea: “¡Con los sacrificios!”. Impresionado por la respuesta, al cabo de unos días, volvió con un pequeño regalo que encantó a la pe- queña: una pequeña estatua del Niño Jesús. Ésta tenía una particulari- 8 D. DE CAROLIS, Antonietta Meo. La sapienza dei piccoli del Vangelo, 47. 9 Cf. M. MEO, Nennolina: una mistica di sei anni. Diario della mamma, 105ss. 10 R. GARRIGOU-LAGRANGE, Le virtù eroiche nei bambini, 14ss. 11 A. ROSSI, Antonietta Meo (Nennolina). Studio dei documenti del pro- cesso canonico, Piacenza (Tipografia Le.Co.) 1986. 284 JUAN RETAMAR SERVER dad: su cuna era una cruz. El P. Bonaventura propuso a la familia adelantar, de Pascua a Navidad, la primera comunión de Antonietta pues la vio suficientemente preparada. Desde aquella visita, Antonietta, comenzó a escribir algunas car- tas, primero dictándoselas a su madre o a su hermana y, luego, escri- biéndolas de su propio puño y letra, que metía bajo la estatua del Ni- ño Jesús, así, tal y como decía a su hermana, Jesús las leía por la no- che. Al principio eran como poesías que dirigía a algunos de sus fa- miliares: a sus padres, a sus hermanos… después empezó a escribirlas destinadas, directamente, a Jesús, al Padre, al Espíritu Santo, a la Vir- gen María o alguno de sus santos más cercanos (Santa Teresa del Ni- ño Jesús, Santa Inés…) Cada día, al caer la tarde, la madre de Antonietta le quitaba la pierna ortopédica y, después de un tiempo de oración y meditación juntas, dictaba o escribía sus cartas. Los primeros meses escribía casi todos los días, después, al tiempo que la enfermedad avanzaba con fuerza, estas cartas se fueron espaciando más en el tiempo. Su madre transcribió sus palabras sin modificarlas ni corregirlas, aunque, a ve- ces, su forma gramatical no era del todo correcta o la expresión podía resultar un poco infantil. Intuía que, detrás de esta ingenuidad, se es- condían pensamientos y experiencias profundas. Al inicio las enseñó a algunos religiosos para conocer su valor espiritual, pero los juicios recibidos no fueron muy animosos. El único que apreció estas cartas fue Mons. Dottarelli, el director espiritual de Antonietta desde enero de 1937, que intuyendo su valor, insistía a la madre en no cambiar nada de cuanto su hija le dictaba12. 4.- LA PRIMERA COMUNIÓN Después de que el P. Buenaventura hubo indicado el día de Navi- dad para recibir la primera Comunión, comenzaron los preparativos para que la celebración pudiera tener lugar en la capilla de las Her- manas Apostólicas del Sagrado Corazón, que tenían una comunidad cerca de la casa familiar de los Meo. Antonietta se preparaba para el momento y escribía: 12 Cf. M. MEO, Nennolina: una mistica di sei anni. Diario della mamma, 138. ANTONIETTA MEO – LA SABIDURÍA DE LOS PEQUEÑOS 285 «Querido Jesús, espero que pronto llegue la Navidad para poder recibirte por primera vez en mi corazón; será un día precioso y haré muchos sacrificios para hacerte sentir menos dolor. Querido Jesús, te pido tres gracias para este tiempo: la primera que sea cada día más buena para hacer cada vez más mi alma más preciosa, la segunda, que mi corazón esté lleno de luz y de amor para recibirte en la Sagrada Comunión, la tercera, que ayudes a esa persona que tú ya sabes»13. Desde octubre hasta Navidad, al terminar la escuela, Antonietta se quedaba una hora más con una de las hermanas de la Congregación que atendía el colegio, llamada suor Noemi, que le explicaba el cate- cismo, mientras que en casa le ayudaba su madre en la preparación a la primera Comunión. Antonietta llevaba la cuenta de los días que fal- taban para tan esperado acontecimiento. Los tres meses que la sepa- raban de la primera Comunión se caracterizaron por una espera cre- ciente. Las cartas que escribía Antonietta repiten, como un ritornello: “Cuando llegue Navidad…” o frases en las que pide a Jesús: “Que llegue pronto la Navidad” y, en una carta dirigida a Dios Padre, dice: “Dile a Jesús que lo espero y deseo muchísimo”. Durante el tiempo de preparación a la Comunión fue muy impor- tante la búsqueda y el deseo de la confesión. Desde, septiembre, cuenta su madre, Antonietta insistía en que le enseñasen a confesar y le buscasen un confesor, tenía sólo cinco años y medio. La pequeña Antonietta comienza a rezar para tener un confesor: «Querido Jesús ayúdame a encontrar un buen confesor y ayúdame a encontrarlo rá- pido pues me quiero confesar»14. Empezó a prepararse para la confe- sión con gran empeño y espera este momento con ansia. El día antes de la primera confesión daba gracias a Dios por el don del perdón de los pecados: «Querido Dios Padre, estoy contentísima de que mañana me confe- saré por primera vez y Tú me perdonarás. Querido Dios Padre, estoy muy contenta y te doy las gracias»15. 13 Carta 59 (11 de Noviembre de 1936). 14 Carta 55 (7 de Noviembre de 1936). A partir de Enero de 1937, el con- fesor de su madre, mons. Dottarelli, se convertirá en su confesor ordinario y director espiritual.   15 Carta 77 (28 de Noviembre de 1936). 286 JUAN RETAMAR SERVER Un suceso imprevisto amenazaba con alterar los planes y prepara- tivos: el 22 de diciembre, tres días antes de la fecha establecida para recibir la primera Comunión, Antonietta se puso enferma, tenía fiebre altísima y fuertes dolores. Los padres, consternados, mostraban su preocupación, y, preguntándole por qué no dormía, la pequeña les contestó: «estoy rezando al niño Jesús para que pueda curarme y po- der hacer, el día de Navidad, la Comunión»16. Al día siguiente, se le- vantó sin fiebre ni dolor y con la fortaleza necesaria para la gran fies- ta. Inmediatamente escribió una de sus cartas a Jesús: «Querido Jesús Eucaristía, te doy las gracias por haberme curado; si supieras, querido Jesús, cómo estoy de contenta. Falta, solamente, un día y, después, querido Jesús, te recibiré en mi corazón»17. Esperaba que llegase el momento en oración e intimidad con Je- sús. La misma noche del 24 de Diciembre, después de un tiempo de oración, escribía esta carta: «Querido Jesús Eucaristía, estoy contentísima de que, tras unas po- cas horas, Te recibiré en la Sagrada Eucaristía. Querido Jesús, dile a Dios Padre que le doy las gracias a Él, a Ti y al Espíritu Santo porque te recibiré en la Eucaristía y seré muy feliz. Querido Jesús, te amo tanto, tanto, tanto… Querido Jesús, dile a la Virgen que te quiero re- cibir de sus manos, querido Jesús, ayuda a la Iglesia, al Papa, a los sacerdotes, a mis padres, a mi, a todo el mundo… Ven. Ven Jesús mío a tu pequeña Antonietta»18. Llegó el momento esperado y Antonietta estaba tranquila, con- templando el Misterio al que se acercaba sin dejarse distraer por las cosas secundarias. Muchos pensaban que era imposible que pudiese estar tranquila durante las tres Misas que se celebraban en la noche de Navidad. Todo había sido preparado con esmero por la familia y las monjas: la capilla, las flores, el vestido… su hermana Caterina le co- mentó: “¡Qué bonito el vestido que llevas!”. Antonietta se limitó a contestar: “Sí, el vestido es precioso, pero lo esencial es que sea bello 16 M. MEO, Nennolina: una mistica di sei anni. Diario della mamma, 155. 17 Carta 104 (23 de Diciembre de 1936). 18 Carta 105 (24 de Diciembre de 1936).

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Su madre le tomó de la mano y fijó en el rostro adolorado de su hija su mirada; el padre comenzó a decir: “Jesús, José, María, expire en paz con
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