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Anatomia De La Tercera Persona PDF

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Guy Le Gaufey Anatomía de la Tercera Persona Portada: MAGRITTH. La obra maestra, 1955, colección particular. Guy Le Gaufey Anatomía de la Tercera Persona Traducción de Silvia Pasternac école lacanienne de psychanalyse (^PÍle Consejo Editorial Josafat Cuevas Patricia Garrido Gloria Leff Marcelo Pasternac (director) Lucía Rangel école lacartienne de psychanalyse Versión en español de la obra titulada Anatomie de la troisiémepersonne de Guy Le Gaufey. La edición en francés fue publicada por EPEL (Éditions et publications de la école lacanienne), 29 rué Madame, 75006 París. 1998. Este libro, publicado en el marco del programa de participación en las publicaciones, ha recibido el apoyo del Ministére des Affaires Etrangéres de Francia y de la embajada de Francia en México Edición al cuidado de Marcelo Pasternac Copyright por Editorial Psicoanalítica de la Letra, A.C. Bahía de Chachalacas 28 Col. Verónica Anzures C.P. 11300 México, D.E Miembro de la Cámara Nacional de la Industria Editorial ISBN 968-6982-08-6 Primera edición en español: 2000 Impreso en México Printed in México / Indice Introducción................................................................ 9 Capítulo I La duplicidad del analista....................................... 19 1. La falsa sorpresa freudiana................................... 21 1.1. “Meine Person"............................................. 25 1.2. “Mi Capitán” .................................................. 26 1.3. La martingala infalible de la asociación libre.................................................................... 28 1.4. Una regla metodológica.............................. 32 2. El desarrollo de la transferencia.......................... 34 2.1. La contratransferencia................................. 37 2.2. Maurice Bouvet y su cura-tipo.................. 39 2.3. Sobre algunas variantes............................... 43 2.4. La “ambigüedad irreductible” de la transferencia.................................................... 49 3. Los dos tiempos del sujeto supuesto saber.... 54 3.1. Descartes ví.Hegel............................................ 57 3.2. Últimos destellos de la intersubjetividad . 64 3.3. Analista y sujeto supuesto saber: ¿el mismo o no?.................................................................. 66 3.4. Lectura del “algoritmo” de la transferencia. 69 4. ¿Dónde está el problema?..................................... 73 4.1. La neutralidad................................................ 73 4.2. Últimas precisiones freudianas.................. 75 Capítulo II La duplicidad del soberano..................................... 79 1. Una ficción jurídica curiosa: los dos cuerpos del rey......................................................................... 81 1.1. Aliud est distinctio, aliud separado......... 87 1.2. La caída del segundo cuerpo..................... 91 1.3. La imposible separación............................. 96 2. La noción de “persona ficticia” en Hobbes .... 101 2.1. Pequeña historia léxica de la “representación” ............................................ 101 2.2. Elementos de filosofía primaria................ 105 2.3. “Es una persona...” ....................................... 110 2.4. El contrato....................................................... 116 3. De la triplicidad de la tercera persona................ 122 3.1. Las aportas de la “autorización” ................ 126 3.2. La escisión íntima cuyo efecto es el “autor”. 130 Capítulo III La pertenencia a sí mismo...................................... 135 1. Un acontecimiento discursivo: el magnetismo.. 135 1.1. Las amalgamas del imán............................. 136 1.2. Magnetismo y gravitación: ¿el mismo combate?.......................................................... 140 2. Mesmer el incierto.................................................. 145 2.1. La tesis y su plagio........................................ 146 2.2. La invención del magnetismo animal.... 150 3. La oleada mesmerista............................................. 155 3.1. La ciencia y sus locuras............................... 155 3.2. Reveses y éxitos parisienses....................... 158 3.3. Nicolás Bergasse: Mesmerismo y agitación revolucionaria................................................. 167 4. La desigual división................................................ 172 4.1. Bajo el pavimento: el Huido....................... 173 4.2.E1 nuevo Jano: individuo/ciudadano......... 174 4.3. El Terror como solución al clivaje......... 179 Capítulo IV Retorno a la transferencia...................................... 185 1. Los tortuosos caminos de la hipnosis................ 185 1.1. Las metamorfosis del fluido....................... 189 1.2. El hipnotizador fagocitado......................... 192 2. Una pareja motriz.................................................... 195 2.1. Freud y el “Eigenmachtigkeit” .................. 195 2.2. En los límites de la hipnosis....................... 198 2.3. ¿Quién transfiere qué?................................. 202 3. La exclusión freudiana del tercero..................... 205 3.1. El caso Reik.................................................... 207 3.2. ¿Charlatán?..................................................... 209 4. El suspenso de la finalidad................................... 213 4.1. La representación meta como tercero.... 215 4.2. Lo “ilimitado” de la transferencia............. 217 4.3. Rigores de la equivocación........................ 220 5. El sujeto representado............................................ 223 5.1. ¿Pero entonces quién es “alguien”?......... 226 5.2. “...aquél por quien el significante vira al signo” ................................................................ 231 Conclusión.................................................................... 237 Indice alfabético......................................................... 247 Introducción Pero, ¿qué hay en él que me es tan rebelde, tan lejano? ¿Por qué, en el momento de hablarme, la sombra de esta tercera persona (que él dejaría tras de sí al hacerlo) vendrá a desacreditar lo que él podría decir al respecto ? ¡Y es que él es un misterio para mí! Por más que yo tienda las trampas más ingeniosas para llevarlo a revelar finalmente lo que, llegado el caso, lo vuelve tercero, apenas abre la boca, inexo­ rablemente se evapora lo esencial de lo que, quizás, él me iba a revelar sobre él, sobre esa proximidad con respecto a ello, que yo no conozco. No bien. No como él. ¡ Y quiera el cielo que yo sólo me entere a través de las historias! Cuando me dan ganas de darle voz libre en mí a esa tercera persona -la cual me toca más seguido de lo que quisiera, como a cualquiera-, una ligera mordedura en el labio inferior me lo recuer­ da: esta vez tampoco será. Cuando se trata de él, se excava una reser­ va. Ni tú ni yo la venceremos. ¿ Y entonces, si ni siquiera nosotros, quien más? ¿Ellos? Más vale no contar con eso. Como cualquiera de nosotros, cada uno de ellos sólo tendrá una preocupación: decir "yo ”, arrojarse sobre esa primera persona por medio de la cual la palabra se abre un camino, y dejar en un eterno stand by a la que, por defini­ ción, sólo será invitada a los ágapes de la palabra por preterición. El... ¡nunca será uno de los nuestros! Si se empeña en serlo, si viene con nosotros a Sevilla... ¡pierde su silla! Regresa de allí -halla un mastín. En este siglo que se acaba, ese perro se llamó muchas veces “incons­ ciente”. Al menos, con ese nombre, Freud despejó las tierras vírgenes donde su lch era presionado para advenir: “Woes war, solí Ich werden". En el corazón del sujeto hablante, se abría una nueva zona, al mismo tiempo neutra (en el sentido gramatical del término: ninguna primera persona la habita), y sin embargo siempre en condiciones de invadir y obstaculizar las avenidas subjetivas que Descartes había trazado para su ego, bien prendido a la existencia, ciertamente, pero al precio de encontrarse abandonado sobre su propio pensamiento. Una vez que despegó de tan minuciosa y constante coincidencia con ese pensamien­ to, el Ich freudiano podía soportar que se cavara de otro modo el espa­ cio de la tercera persona. Con él, el neutro y el no neutro, con los que los gramáticos se las habían arreglado hasta entonces para calibrar a esa persona, aguantaban que un tercer término se introdujera en su mi­ tad: a esas representaciones reprimidas que no puedo considerar como mías en tales o cuales ocasiones, ya no me estará permitido considerar­ las solamente ajenas. Lo que en mí paga tributo a lo que él recuerda entonces vagamente haber sido, genera un trastorno específico. Toda una zona intermedia de la personación se encontró abierta de este modo, con suficiente vivacidad como para adoptar a veces aspecto de sismo. Sin embargo, si inscribíamos este acontecimiento dentro de un contex­ to epistémico mucho más amplio, se podía adivinar una relación insos­ pechada: que al proponer de ese modo su hipótesis del inconsciente, el psicoanálisis se inscribió en la lenta y sorda evolución de una personación del sujeto que se encontraba en las rupturas y meandros de la constitución de los Estados modernos. Si la intimidad aparentemente más tabicada, la de la transferencia que está enjuego en la cura, revela­ ba en el mejor de los casos la complejización del juego concerniente a la tercera persona, se volvía turbador seguir paralelamente cómo -pri­ mero con Hobbes, su Leviatán, y su muy poderoso concepto de “perso­ na ficticia”- la introducción de la representación en política había veni­ do a echar abajo la estructura de esa misma tercera persona. Con otras premisas y otras conclusiones, ciertamente, pero instalando allí tam­ bién entre “persona” y “no persona” esas “cosas personificadas” (como las llamó desde el comienzo Hobbes), que tenían la siguiente especifi­ cidad: eran sujetos del derecho, pero en ningún caso podían decir “yo”, si no era por interposición de algún otro, debidamente designado para tal efecto. Entre el “él” de “él me ama...” y el “él” [tácito en español] de “llueve”, toda una población de “actores” se alzaba así en busca de ese nuevo concepto de representación, al llamado de un “él me autoriza...”. ¡Nada de eso es muy nuevo!, se dirá quizás. ¿No era esa la condición del curador, que el derecho romano ya destinaba a los menores jurídi­ cos? ¿No era eso también lo propio de esa invención medieval: la teoría de los dos cuerpos del rey? Dos cuerpos heterogéneos indisociablemente mezclados se requerían para sostener una concep­ ción jurídica de la realeza que no se confundiera con una propiedad individual. El rey no era un señor propietario de los bienes de la Coro­ na, como lo era de sus propios bienes señoriales: ¿entonces qué relacio­ nes jurídicas mantenía en calidad de rey con la Corona, una e indivisi­ ble? Gracias a E. Kantorowicz, podemos saber que las respuestas no se contentaban con ser de orden religioso, sino que ya daban testimonio de un tráfico sutil con la tercera persona: detrás del rey vivo, que puede enfermarse, volverse loco, que morirá un día, otro cuerpo con propie­ dades miríficas se perfilaba. Así, el rey fue concebido como doble: a su cuerpo vivo y mortal se le adjuntaba, se le adosaba un cuerpo indefini­ damente perenne, que todavía no se confundía con lo que hoy se llama Estado. Nos acercaremos a esa invención jurídica, que debía derrum­ barse a comienzos del siglo XVII. Cuando, más tarde, otro tipo de rey se eclipsó, y más aún cuando lo hizo bajo la cuchilla de la guillotina, una inversión iniciada hacía mucho tiempo se completó: mientras que el cuerpo de ese rey resultaba estar finalmente, en su vivisección mis­ ma, reducido solamente a la unidad fúnebre del cadáver, aquél que fue durante tanto tiempo su sujeto de una sola pieza se mostraba, curiosa­ mente, duplicado a su vez. El signo de esta duplicidad nueva, a la vez discreto y atronador, se lee ya en el título de la declaración de los Derechos del hombre Y del ciu­ dadano. Incluso si hoy, por costumbre, y también por algunas otras razones más profundas, nos remitimos al apelativo de los “Derechos del hombre”, conviene no olvidar que en el momento de asentar su novísima legitimidad, en ese fin de agosto de 1789, después de su tabla rasa de la noche del 4 de agosto, los Constituyentes no pudieron evitar ese doblete: los Derechos sólo del hombre hubieran sido una aberra­ ción política, los Derechos sólo del ciudadano habrían anticipado la constitución que se trataba de realizar. La citada declaración no podía entonces hacerse más que en esa mitad completamente nueva que dis­ tinguía y conectaba al “hombre” con el “ciudadano”. Es imposible confundirlos, es imposible separarlos: el ciudadano pertenecía, de en­ trada, plenamente a su nuevo soberano -el pueblo, o la nación-, era una parcela inalienable de su “voluntad general”, mientras que el “hombre” parecía no estar ahí más que con el fin de evitar una sujeción aún más implacable que la que había vinculado al antiguo súbdito a su rey de derecho divino. Ese “hombre” se volvía entonces un nombre para de­ signar lo que no pasa por la representación política capaz de articular a partir de ese momento al ciudadano con su representante, que debía poner en práctica la voluntad general. Y así, en ese escenario complejo -que iremos visitando en algunos de sus arcanos-, se alzó una cuestión de siempre, pero tomada a partir de entonces dentro de coordenadas completamente nuevas: la de la pertenencia a sí mismo. Se acabaron las cazas de brujas, la predominancia de lo religioso y de lo demoniaco, y se vieron muy reducidos los auxilios inmemoriales de la sapiencia; se alzaba, en cambio, la vocecita del magnetismo, a partir del momento en que se trataba de saber a quién, a qué le correspondía lo que, en el hom­ bre revolucionario “regenerado”, presa de su nueva soberanía, no era reductible únicamente al ciudadano.

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