República Oriental del Uruguay ANALES DE LA UNIVERSIDAD Entrega N.o 122 Administrador: MANUEL BABÍO SUMARIO: «Apuntes para un curso de Meteorología», por Luis MORANDI, profesor de Me teorología en la Facultad de Agronomía de Montevideo. — Contribución al estu dio de la Geología y de la Paleontología de la República O. del Uruguay. Región de Colonia, por Augusto Teisseire. — Las plantas uruguayas de Ernesto Gibert. Nomenclátor gibertianus, por Guillermo Herter- AÑO 1928 MONTEVIDEO IMPRENTA NACIONAL 1928 ANALES DE LA UNIVERSIDAD AÑO XXXVII MONTEVIDEO 1927 ENTREGA N.o 122 APUNTES PARA UN CURSO DE METEOROLOGÍA POR KL PROFESOR LUIS MORANDI PRÓLOGO No deseo extenderme en una innecesaria presentación de í la obra, bien modesta por cierto. En el lugar debido detallo | el orden que he seguido para el desarroño de la materia. La " nómina bibliográfica indicará al lector las principales fuen- I tes a que he acudido, % En mi exposición he procurado, hasta donde me fué posi- í ble, tener presentes las características de nuestra meteoro- | logia. Con tal propósito hice caudal de muchas observado- V nes practicadas en el país en épocas distintas y, sobre todo, ' r de las obtenidas directamente por mí o bajo mi inmediata I dirección, con iguales métodos y criterios, durante más de ,| 35 años consagrados al estudio de las condiciones climato- í lógicas del Uruguay. > Valgia lo que valga, es ésita, probablemente, md última con- % tribución a la ciencia que durante tantos años cultivé con : amor, lamentando que circunstancias amargas no me per- í mitán cosechar con libertad en los resultados de tan larga '^ jomada. * i La publicación de estos Apuntes en los Anales de la Uni- ,; Tersidad, resuelta por el H. Consejo Superior, mientras me ; dispensa una honra que hoy como nunca estimo y agradezco, * Anales de la Universidad dará facilidad a los alumnos para el estudio de la materia cuyo programa desarrollo, y ofrecerá a los interesados una síntesis de las condiciones fundamentales de nuestro clima. Agosto 1926. Luis Morandi. LA METEOROLOGÍA EN EL TTRTJGITAY DESDE LA ÉPOCA COLONIAL HASTA PRINCIPIOS DEL SIGLO XX La Meteorología en el Uruguay desde la época colonial hasta principios del Siglo XX t Conferencia dada en los salones del Instituto Nacional Fisico-Climatológico por su Director, Luis Morandi). Señores: En la conferencia del jueves pasado nos ocupamos de los orígenes y evolución de la Meteorología desde las épocas más remotas de los consorcios humanos; asistimos- al nacimiento de la meteorología científica desde el siglo XVII; a fines del siglo XVIII y en la primera mitad del siglo XIX vimos for malizarse su primera etapa: la estadística meteorológica^ por medio de vastas organizaciones de redes climatológicas, con procedimientos bien definidos, con instrumentos, horarios, métodos y tendencias uniformes. Constatamos la iniciación de la segunda etapa en 1855, al fundar Le Verrier el l.er Ser vicio Internacional europeo de Previsión del Tiempo a base de observaciones simultáneas, comunicadas telegráficamente a una oficina central encargada del pronóstico; servicio que, a poco andar, debía adquirir extraordinaria perfección y tomar un poderoso incremento extendiéndose a todos los países civilizados. La tercera etapa, la última en orden de tiempo, es la que corresponde a la laerología, que por nuevos y muy eficaces medios de observación, extiende el campo de estudio a las altas capas de la atmósfera. Hoy nos corresponde, señores, resefíar el esfuerzo, más o menos fecundo, más o menos alentado por dirigentes y diri gidos, en favor de la ciencia meteorológica en la República Anales de la Universidad del Uruguay, llevando nuestras investigaciones poco más allá de los orígenes de nuestra nacionalidad, ya que es práctica mente inútil recorrer anales en busca de indicaciones con cretas y, menos, de observaciones metódieas en la época co lonial. Aunque no sea mucho el provecho que de esta rápida ex cursión a través de anales pobres en iniciativas científicas de esta índole, más pobres todavía en resultados prácticos que resistan a una crítica científica, a hacerlo nos obliga, pri mero, un acto de justicia con los que a pesar del ambiente poco propicio, de la indiferencia pública, del escaso apoyo durante años y años recibido de parte de los que estaban en el deber de prestarlo generoso y sin reserva, recordando que l'état doit voir dans la science un de ses elements de forcé et de prosperité, como dijo en un célebre discurso el píncipe Alberto de Monaco, o intentaron promover la explotación sistemática del clima, que llenara el vacío de nuestras esta dísticas y pusiera los fundamentos de una explotación más racional del suelo y bases a la ciencia de la salud; o com prendiendo que todavía los tiempos no estaban maduros para iniciativas de esta índole, se consagraron aisladamente, iño- ners casi ignorados del progreso, a la observación de los fe nómenos dentro de sus posibilidades y medios. A ellos, a ese manípulo de hombres de buena voluntad, casi diría olvi dados a lo largo de una centuria; a ellos, los luchadores, los tesoneros, los valientes precursores de nuestra actual y prós pera condición meteorológica; que, insistiendo hoy y maña na, guerreando incansables contra la ignorancia y la indife rencia, convencidos y tratando de convencer de la utilidad del estudio de la atmósfera, han hecho germinar al fin la buena semilla cuyos frutos nosotros empezamos a cosechar; a ellos, mi reverente saludo y aplauso: la nación uruguaya agradecida recuerda hoy su obra y sobre todo no olvida sus levantados propósitos. En segundo lugar, a eso nos lleva la conveniencia de saber, una vez por .todas, aunque sea en forma suscinta y padecien do lagunas inevitables en trabajos de esta naturaleza, qué se ha hecho al respecto, cómo se ha hecho, y cuáles elementos Anales de la universidad pueden considerarse útiles de los que nos lian dejado lan iui. ciativas metereológicas públicas o privadas de una centuria. Pocas e incomp'letas son las indicaciones que nos ofrece, eñ las descripciones de sus viajes, el español Félix Azara, coro nel de ingenieros y miembro de la comisión de límites, que llega al Río de la Plata por el año 1778 y vu:dve a España en 1804. Son generalidades sobre condiciones climatéricas que a nada concreto conducen, que no responden a observaciones levantadas con criterio científico; y aún así, escasas las que tengan especial referencia a nuestro clima. El doctor José Manuel Pérez Castellanos, el ilustre fun dador de la Biblioteca Nacional (1743-1814), en sus Obser vaciones sobre Agricultura (obra escrita poco antes de su fallecimiento y recién publicada en 1848), dedica también algunas referencias al clima y, sobre todo, a la condición de adaptabilidad de ciertos cultivos; pero, por desgracia, entiendo no se trata más que de generalidades no concretadas en cifras. El doctor Dámaso Larrañaga fué hombre de alta inteli gencia, naturalista docto* y genial a quien el ambiente y la época no permitieron desplegar completamente las alas y al canzar la altura a que sin duda le habrían llevado sus con diciones sobresalientes de observador y pensador. Posee, inéditos todavía y actualmente incompletos por el abandono incomprensible e imperdonable en que han que dado durante tantos años sus manuscritos, nutridos diarios de anotaciones, que abarcan desde el 1." de En^ro de 1898 hasta 1823, y entre esas notas una serie de observaciones meteorológicas. Repetidas veces, la primera hará cosa de unos veinte años, <íuando los siete cajones de manuscritos de nuestro graii sabio, sus geniales elucubraciones y notas estaban apilados en la portería de una Facultad en Buenos Aires, sirviendd de sostén a los útiles de limpieza, intenté llegar hasta ellos, con el deseo de sacar de la sombra elementos valiosos para nuestros estudios, en momentos en que tal vez los originales estaban todavía completos. De ningún modo lo conseguí. 10 Anales de la Universidad Recién hace un año pude tener en mis manos los restos á'i aquel tesoro y os confieso que recorrí esas páginas con pro funda veneración, fijo el corazón y la mente en aquel hom bre extraordinario, cuya inteligencia sólo era comparable con su virtud y patriotismo. Sufrí profunda desilusión; del lai^o período de observaciones mencionado por los historiadores, apenas encontré, y muy incompletas, las correspondientes a los años 1819 al 1823. Nada, en ningún lado, que detalle los aparatos empleados, las horas de observación, la índole de las instalaciones, ni si el autor sintetizó (como es muy probable) los datos barométricos y termométricos, y otros, en cuadros numéricos de los cuales, por lo demás, no queda rastro. En ninguna página tampoco de los originales en mi poder en cuentro indicadas las precauciones que seguramente tomaría Larrañaga para asegurar la exactitud de los aparatos em pleados y su contralor, si bien, por la descripción detallada de su ingenioso pluviómetro que más abajo reproduzco de la obra de don Mariano Berro, puede colegirse que esos detalles no debían faltar en los apuntes de su diario. Citaré un ejemplo del diario de observaciones y gastos de su quinta: ENERO 4 DE 1820 Barómetro, 27.11. Termómetro, 73°. Higrómetro, 35. — Día claro. El signo positivo del Higrómetro denota sequedad; el ne- a-ativo humedad. Se han acabado de enristrar las cehollas con cuatro negros y llegaron a 9.000 fuera de las vueltas que serán lO.OOO. Por la comida de los negros 4 reís. El año anterior, el 23 de Agosto de 1819, había completa do sus instalaciones meteorológicas con un pluviómetro, se guramente el primero (así opina también Mariano Berro) raie funcionó en Montevideo; con esta particularidad de que, quizá en la imposibilidad de conseguir uno de fabricación estéticamente más esmerada, se lo fabricó en la forma y
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