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América Latina entre colonia y nación PDF

337 Pages·2001·11.348 MB·Spanish
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IT IOIINI IN MONDIONUIDA NACIÓN Crítica JoHn LYNCH AMÉRICA LATINA, ENTRE COLONIA Y NACIÓN CRÍTICA BARCELONA Traducción castellana de ENRIQUE TORNER Fotocomposición: Pacmer, 5. A. Cubierta: Joan Batallé O 2001, John Lynch O 2001 de ha traducción castellana para España y América: Epriror1aL Crírica, S. L., Provenga. 260, 08008 Barcelona ISBN: 84-8432-168-1 Depósito legal: B. 2797-2001 Impreso en España 2001 —A £ M Gráfic. S.L., Santa Perpetua de la Mogoda (Barcelona) PREFACIO Los ensayos aquí publicados se concentran fundamentalmente en dos periodos consecutivos de la historia de Latinoamérica: la época colonial tardía y la de los primeros nacionalismos. Ésta es una fase de transición en que las colonias se convirtieron lentamente en naciones y las naciones conservaron una herencia colonial. La época entre 1750 y 1850 me ha atraído por considerarla un marco cronológico útil tanto para incorporar la secuencia tradicional de los orígenes, el desarrollo y las consecuencias de la Independencia como para acomodar caracte- rísticas significativas de la historia imperial, de la formación de los es- tados y de la política religiosa durante la época de la revolución de- mocrática. Más allá de estos límites, el libro empieza y termina con ejemplos de sometimiento y de reacción en el mundo americano. Un capítulo inicial vuelve a considerar el tema de la conquista y de los conquistadores en busca de respuestas a la eterna pregunta: ¿Cómo pudieron tan pocos derrotar a tantos? El libro acaba con un ensayo so- bre el concepto de la religión popular y de su manifestación en los cul- tos milenarios. Estos ensayos tienen su origen en ocasiones y motivos comunes para la mayoría de los historiadores: conferencias aisladas, trabajos presentados en congresos, artículos en revistas especializadas, capítu- los en obras de varios autores y secciones de libros en espera de publi- cación. La iniciativa de reunirlos en un volumen procede de otros. Agradezco a James Dunkerley su oportuna invitación a publicarlos en 8 LATINOAMÉRICA, ENTRE COLONIA Y NACIÓN la serie editada por el Institute of Latin American Studies en asocia- ción con Macmillan. También doy las gracias a John Maher y Melanie Jones por haber seguido minuciosamente el libro a través de sus varias fases editoriales. También debo mi agradecimiento a Gonzalo Pontón y a Carmen Esteban de la Editorial Crítica, por haber organizado ex- pertamente la publicación de la edición española. 1 PASAJE A AMÉRICA* ¿Deseo de novedad, preocupación moral o simple casualidad? Al historiador extranjero de Latinoamérica se le pregunta con frecuencia: ¿Por qué estudia historia de Latinoamérica? ¿Qué le hizo convertirse en un latinoamericanista? Estas preguntas contienen suposiciones ocultas. ¿Por qué estudiar lo exótico, lo remoto o incluso —en la mente de al- gunos— lo menos importante? Hay una creencia latente de que la his- toria de Latinoamérica carece del contenido intelectual que posee la historia de Europa, de que es más importante saber lo que se decidía en las cortes de la Mustración que lo que ocurría en las orillas del Orinoco, He compartido durante mucho tiempo la convicción del joven Ar- nold Toynbee, quien, cuando alguien le preguntó por qué pasaba su tiempo en Oxford enseñando la historia de Grecia y Roma, respondió: «Mi trabajo al enseñar historia es hacer que la gente conozca una vida y una civilización diferentes de la nuestra, de una forma profunda y que les dé diferentes oportunidades para mejorarse».' Latinoamérica era un territorio desconocido para mí, y empecé a estudiar esta otra * Passage to America, Universidad de Sevilla, Acto Solemne de Investidura como «Doctor Honoris Causa», 1 de octubre de 1990, Discurso del Doctorando Dr. D. John Lynch, pp. 21-34. Revisado por el autor para su publicación en esta obra. 1. Citado en William H. McNeill, Arnold J. Toynbee: A Life, Nueva York, 1989, p. 45. 10 LATINOAMÉRICA, ENTRE COLONIA Y NACIÓN vida y civilización por ignorancia y curiosidad. Era suficiente que los latinoamericanos tuvieran una historia distinta de la nuestra y que ésta pudiera descubrirse. ¿Quiénes fueron los habitantes de Latinoaméri- ca? ¿Cuáles fueron las primeras directrices públicas que gobernaron su vida? ¿Cómo reaccionaron al control imperial? ¿Cuándo consiguie- ron su independencia? ¿Cómo identificaron sus naciones y cómo or- ganizaron sus estados? En Estados Unidos había historiadores que ya habían empezado a explorar los archivos del subcontinente y habían también presentado las investigaciones de los propios eruditos de La- tinoamérica a un mundo más amplio. En Gran Bretaña había igual- mente un cierto interés que se remontaba a sir Clements Markham, Cunninghame Graham y F. A. Kirkpatrick. Sin embargo, era un interés minoritario, y las obvias preguntas que los estudiantes se hacían acer- ca del pasado británico y norteamericano todavía no se habían plantea- do acerca de Latinoamérica. Lo mismo podía afirmarse, por supuesto, de África y Asia, aunque, en estos casos, su conocimiento pasaba a la conciencia británica por medio de la conexión imperial. Latinoaméri- ca, por otro lado, era el punto flaco de los ingleses, la última frontera del historiador. La atracción radicaba en el misterio. Los departamentos de historia de las universidades británicas de entonces —alrededor de 1950— enseñaban la historia de América, pero esto quería decir Norteamérica, y los cursos sobre la expansión de Europa no solían aventurarse demasiado en el interior de otros con- tinentes. No obstante, la historia que aprendí en la Universidad de Edim- burgo me preparó adecuadamente para mis posteriores estudios, ya que estuvo basada en los mejores ejemplos de la literatura histórica. Me gradué con conocimientos de historia medieval, historia británica mo- derna, historia de la Europa moderna e ideas políticas; el sistema es- cocés de materias complementarias me permitió añadir filosofía y eco- nomía política. Ya en la escuela, mis jóvenes maestros jesuitas James O'Higgins y Deryck Hanshell me habían presentado a historiadores y eruditos (Namier, Feiling, Butterfield, Leavis) cuya influencia per- maneció omnipresente y cuyos métodos fueron aplicables a unos cam- pos más amplios de lo que sus autores quizá nunca predijeron. En la universidad, varios historiadores me causaron un impacto perdurable. PASAJE A AMÉRICA 11 Mis medievalistas favoritos fueron J. E. A. Jollifíe, cuya Constitutio- nal History of Medieval England desafiaría a cualquier lector a encon- trar un sentido en su rara erudición y refinada prosa, y G. Mollat, cuya obra Les Papes D'Avignon demostró que ya había vida entre los historiadores franceses antes de los Annales. La historia británica mo- derna ya generaba una bibliografía abundante y en aumento, pero, para mí, la estrella era G. M. Young, cuya obra Victorian England, Portrait of an Age yo consideraba una cumbre de la historiografía y un modelo del que debían sentir envidia todos los estudiantes de historia que tra- taban de combinar el estilo con el aprendizaje. En lo que respecta a his- toria económica, me convertí en un admirador de John U. Nef, cuya War and Human Progress seguía siendo una lección ejemplar de cómo combinar la investigación y la generalización y de cómo tender puen- tes entre el pasado y el presente. Los modelos de erudición y de estilo de los historiadores británicos y norteamericanos de mediados del siglo xx eran influencias perdu- rables y valiosos puntos de contraste con las obras sobre Latinoamérica que ahora empezaba a leer. Varias diferencias me sorprendieron. Los latinoamericanistas no eran inferiores en la calidad de su investi- gación, sino en su estilo y argumentación. Éste no era un campo que había sido cultivado por generaciones de historiadores que habían adquirido una identidad colectiva y una tradición de juicio y estilo, Tam- bién había un desequilibrio respecto al interés y a los logros: la his- toriografía de la Latinoamérica colonial era superior a la del periodo moderno. En efecto, para los historiadores españoles, la «Historia de América» significaba sólo historia colonial. Descubrí, además, que los historiadores latinoamericanos eran reacios a estudiar la historia de países distintos del suyo: un mexicano casi nunca escribía sobre Vene- zuela, del mismo modo que un chileno no lo hacía acerca de Argenti- na. Asimismo, pocos de ellos escribían historias generales de todo el continente, si es que lo hacía alguno. Los extranjeros no observaron es- tas reglas: los norteamericanos y unos pocos europeos llevaron a cabo valientemente empresas que los latinoamericanos dudaban en realizar. Mi propia introducción en el tema se hizo a través de la época co- lonial y la emprendí por mí mismo. ¿Podía un imperio universal ser in- 1 12 LATINOAMÉRICA, ENTRE COLONIA Y NACIÓN digno de estudio o resistirse a la investigación? Un joven miembro del Departamento de Historia, Donald Nicholl, dirigió mi atención hacia la obra de C. H. Haring The Spanish Empire in America, que poseía la misma calidad erudita que cualquier libro que hubiese leído en otras disciplinas y que era un manual excelente sobre la obra de España en América. Haring pronto me llevó hacia Lewis Hanke; Hanke, hacia Charles Boxer y John Parry, y yo ya estaba bien encarrilado. Así que el joven latinoamericanista no se perdió en Edimburgo en 1952, Te- nía libros y consejeros a su lado. El siguiente consejo que recibí fue decisivo. El jefe del Departamento de Historia era Richard Pares, uno de los historiadores del siglo xx de mayor renombre, admirado por sus estudiantes, no sólo por la brillantez de sus conferencias, sino tam- bién por su vigor y valentía. Sus magníficas obras sobre las guerras coloniales entre España e Inglaterra y acerca de otros aspectos de la historia de las Indias occidentales me ayudaron mucho, así como su apoyo a mis planes. Cuando le expliqué mi interés por la historia la- tinoamericana, mi deseo de embarcarme en su investigación y mi esperanza de convertir esto en una carrera académica, me dio tres consejos. El primero era que me preparara para la adversidad: hay en torno a cuarenta solicitantes para cada oportunidad de empleo en historia, la mayoría de ellos igualmente cualificados. «Sin embargo —añiadió—, si no estás dispuesto a emprender riesgos para obtener lo que deseas, no vale la pena vivir.» El segundo consejo que me dio fue que empezara mi investigación leyendo el Aandbook of La- tin American Studies, pues me proporcionaría una idea general de la disciplina. Lo podía encontrar en la Biblioteca Nacional de Es- cocia. En último lugar, siempre es aconsejable buscar el director más apropiado para tu tema específico. Para la historia latinoame- ricana, el mejor es el profesor R. A. Humphreys del University Co- llege de Londres. «No te preocupes. Creo que te aceptará: es mi cu- fiado.» Después de los exámenes finales, reanudé mis lecturas acerca de la historia colonial de Hispanoamérica y me preparé para ira Londres. PASAJE A AMÉRICA 13 Robin Humphreys ocupó la primera cátedra (la única, de hecho, en ese momento) de historia latinoamericana en el Reino Unido, en un colegio cuyos fundadores habían tenido mucho que ver con el surgi- miento de la Latinoamérica moderna, y en un Departamento de Histo- ria que se distinguía, no sólo por su calidad, sino también por su ini- ciativa en promover materias y campos de especialización.? Aunque muy lejos de Latinoamérica, me sentía en pleno centro de la discipli- na y de los recursos, y el ambiente del departamento era tal que hasta Latinoamérica parecía normal. Robin Humphreys era excepcional, no sólo como historiador de Latinoamérica y pionero moderno en este campo desde los años treinta, sino también como supervisor de estu- diantes y director de tesis. En una época en que la supervisión de es- tudiantes de doctorado en las universidades británicas era como míni- mo superficial, él dedicaba más tiempo y atención a sus estudiantes de lo que sus responsabilidades requerían. Él ofrecía regularmente un seminario sobre historia latinoamericana en que los especialistas vi- sitantes pronunciaban conferencias, los estudiantes presentaban sus capítulos y trabajos de investigación y los futuros maestros de esta ma- teria aprendían su oficio. Él insistía en que los estudiantes escribieran trabajos e informes regularmente, los cuales leía y anotaba metódica- mente y devolvía a cada estudiante individualmente. Todo esto ocurrió a principios de los años cincuenta. En mi caso, él me animó a que asistiera al seminario del profesor Gerald Graham so- bre historia imperial británica y al del profesor J. G. (más tarde, sir Goronwy) Edwards, entonces el director del Institute of Historical Re- search, sobre métodos históricos. De este último siempre he recorda- do la sesión titulada «Cómo escribir una tesis doctoral», que incluyó el siguiente consejo táctico: «No empiecen su tesis (o artículo o libro) con un anuncio provocativo o radical, porque los lectores van a exa- minar cada una de las páginas siguientes para ver si ustedes justifican su afirmación y, durante el proceso, descubrirán todos los defectos de su trabajo. En vez de eso, comiencen modestamente; así, los lectores no 2. R.A. Humphreys, «The Study of Latin American History», en Tradition and Revolt in Latin America, Londres, 1969, pp. 229-244,

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