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Alejandro Magno en la casa de la muerte PDF

267 Pages·2010·1 MB·Spanish
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Alejandro Magno en la casa de la muerte Sobrecubierta None Tags: General Interest Alejandro Magno en la casa de la muerte Paul Doherty Para el capitán Frank y Phyllis McKenzie de Arlington, Virginia Amantes de Grecia «Él llevó a cabo más asombrosas empresas que cualquiera de los reyes que vivieron antes que él y que cualquiera de los que siguieron tras él hasta nuestro propio tiempo.» Diodoro Sículo, Biblioteca histórica, libro 17, capítulo 117 PERSONAJES HISTÓRICOS MENCIONADOS EN ELTEXTO La Casa de Macedonia FILIPO Rey de Macedonia hasta su asesinato en el año 336 a.C. Padre de Alejandro. OLIMPIA DE MOLOSSUS (Nacida en Mirtale). Esposa de Filipo, madre de Alejandro. Corregente de Macedonia durante la conquista de Persia por Alejandro. ALEJANDRO Hijo de Filipo y Olimpia. EURÍDICE Esposa de Filipo después de que él se divorciara de Olimpia. Era sobrina del general favorito del rey, Attalo. Eurídice, su bebé y Attalo fueron ejecutados después de la muerte de Filipo. ARRIDEO Hijo de Filipo y una de sus concubinas, envenenado por Olimpia. Sobrevivió, pero discapacitado psíquico durante el resto de su vida. La corte de Macedonia CLEITO EL NEGRO Hermano del ama de cría de Alejandro. Guardaespaldas personal de Alejandro. HEFESTIÓN Compañero inseparable de Alejandro. ARISTANDRO Nigromante de la corte y consejero de Alejandro. ARISTÓTELES Tutor de Alejandro en los olivares de Mieza; filósofo griego. SÓCRATES Filósofo ateniense. Acusado de «impiedad», fue obligado a beber veneno. PAUSANIAS Asesino de Filipo de Macedonia. Los generales de Alejandro PARMENIO, PTOLOMEO, SELEUCO, AMINTAS, ANTÍPATRO (nombrado corregente en Macedonia) y NEARCO. La corte de Persia DARÍO III Rey de Reyes. ARSITES Sátrapa de Frigia. Comandante en jefe del ejército persa en el río Gránico. MITRÍDATES Y NIFRATES Comandantes persas. MEMNÓN DE RODAS Un mercenario griego al servicio de Persia, uno de los pocos generales que derrotó a las tropas macedonias. CIRO Y JERJES Antiguos grandes emperadores persas. Los escritores ESQUILO, ARISTÓFANES, EURÍPIDES Y SÓFOCLES. Dramaturgos griegos. HOMERO Celebérrimo autor de la Ilíada y la Odisea. DEMÓSTENES Demagogo griego, ardiente opositor de Alejandro. HIPÓCRATES DE COS Médico y escritor griego, considerado el padre de la medicina. La mitología griega ZEUS Dios supremo. HERA Su esposa. APOLO Dios del Sol. ARTEMISA Diosa de la Caza. ATENEA Diosa de la Guerra. HÉRCULES Semidiós. Uno de los famosos antepasados de Alejandro. ESCULAPIO Semidiós. Un gran sanador. EDIPO Trágico héroe y rey de Tebas. DIONISIO Dios del vino. ENYALIOS Antiguo dios de la Guerra macedonio. La guerra de Troya PRÍAMO Rey de Troya. HÉCTOR Hijo de Príamo y gran general troyano. PARÍS Hermano de Héctor que provocó la guerra de Troya al secuestrar a la bella Helena. AGAMENÓN Líder de los griegos en la guerra de Troya. AQUILES Héroe griego y guerrero en la guerra de Troya que mató a Héctor. Murió al ser alcanzado por una flecha disparada por Paris. Alejandro lo consideraba un antepasado directo. PATROCLO Amante de Aquiles; su muerte en la guerra de Troya causó la furia asesina de Aquiles. U LISES Rey de Ítaca; luchó contra Troya y su viaje de regreso se convirtió en el tema del poema homérico. AYAX Comandante griego en la guerra de Troya; su violación de la sacerdotisa y profetisa Casandra lo llevó a la muerte. PREFACIO En el año 336 A.C, Filipo de Macedonia murió bruscamente en su momento de máxima gloria, asesinado por un antiguo amante cuando iba a recibir las aclamaciones de los Estados clientes. Grecia y Persia se complacieron con ello; había que frenar la creciente supremacía de Macedonia. El dedo de la sospecha por el asesinato de Filipo señaló directamente a su artera esposa -Olimpia, la «Reina Bruja»- y a su único hijo, el joven Alejandro, a quien Demóstenes de Atenas despreció por «mocoso». Los enemigos de Macedonia se ilusionaban con la perspectiva de una guerra civil que destruiría a Alejandro y a su madre y acabaría con cualquier amenaza a los Estados griegos y con la expansión del imperio persa de Darío III. Alejandro no tardaría en desengañar a todos. Alejandro, que resultó un actor Consumado, un astuto político, un despiadado guerrero y un brillante general, en el plazo de dos años aplastó cualquier oposición en su reino, venció a las tribus salvajes del norte y se autoproclamó capitán general de Grecia. Sería el líder de una nueva cruzada contra Persia, un justo castigo por los ataques a Grecia por parte de Ciro el Grande y sus sucesores un siglo antes. Alejandro demostró, con la total destrucción de la gran ciudad de Tebas, el hogar de Edipo, que no toleraría ninguna oposición. Luego se volvió hacia el este. Asumió la misión de vengar las afrentas sufridas por los griegos. En secreto, Alejandro deseaba satisfacer sus ansias de conquista, de marchar hasta el fin del mundo, de demostrar que era más hombre que Filipo, de ganar el favor divino y, también, de confirmar los susurros de su madre: que su concepción se debía a la intervención divina. En la primavera del año 334 A.C, Alejandro reunió a su ejército en Sestos mientras, al otro lado del Helesponto, Darío III, su siniestro jefe de espías Mitra y sus generales planeaban la destrucción total de este advenedizo macedonio. Alejandro, sin embargo, estaba dispuesto a una guerra total, a llevar a sus tropas a través del Helesponto, a conquistar Persia y a marchar hasta el fin del mundo. PRÓLOGO I «Darío se convirtió en rey antes de la muerte de Filipo […] pero cuando Filipo murió, Darío se libró de su ansiedad y despreció la juventud de Alejandro.» Diodoro Sículo, Biblioteca histórica, libro 17, capítulo 7 Antaño había sido una solitaria llanura, envuelta en silencio, limitada por las montañas y cubierta de campos de hierba y álamos brumosos. Un lugar donde en verano se agitaban los remolinos de polvo, la guarida de los gatos monteses y los lobos salvajes. Ciro el Grande había cambiado todo esto. Lo había convertido en el santuario del Fuego Sagrado, el Tesoro del Cielo, el Santuario y la Gloria de Ahura-Mazda, el dios de la luz, el Señor de la Llama Oculta, del Disco Solar, el Ojo Omnipotente que cabalgaba en las alas de las águilas. Persépolis, la casa del representante de dios en la tierra, Darío III; Rey de Reyes, Señor de Señores, propietario de la vida de los hombres. Persépolis, una ciudad dispuesta como el centro de una inmensa rueda, el centro del imperio, se levantaba sobre terrazas artificiales generosamente bañadas entre la montaña de la Misericordia y el río Araxes [Aras]. Los muros de adobe de los palacios tenían una altura de más de seis metros y estaban recubiertos con oro. Las galerías y los pórticos se vanagloriaban de sus columnas de mármol y las vigas de maderas preciosas para soportar los techos de cedro del Líbano. En el corazón del palacio real, rodeada por tres enormes muros y defendida por puertas revestidas con planchas de bronces y flanqueadas por mástiles, estaba la Apanda, la Casa de la Adoración en la Sala de las Columnas. El más sagrado entre los sagrados era vigilado por los inmortales, la guardia personal del Rey de Reyes, vestidos con corazas tachonadas en bronce sobre faldas de tela roja y polainas a rayas: se cubrían la cabeza con gorros que tenían unos largos protectores faciales; éstos se podían anudar sobre la boca y la nariz para proteger al usuario cuando marchaba y se tragaba el polvo del Señor de Señores. Los inmortales permanecían en silencioso despliegue en los pórticos, a lo largo de las columnatas, en los patios y los jardines. Inmóviles como estatuas, sostenían en sus manos las rodelas y las largas lanzas, valiéndoles como contrapeso las manzanas doradas que habían dado origen a su apodo: los «imperiales portadores de manzanas». Había anochecido. La corte persa, los oficiales y los chambelanes, el portador del abanico y el matamoscas imperial, los medos y los magos, todos sabían que, esta noche, su Señor de Señores mostraría su rostro: había accedido a conceder una audiencia a su favorito, el renegado griego, el general Memnón de Rodas. Habían estado murmurando al respecto durante todo el día. Se habían congregado en las salas para saborear la noticia. Algunos más precavidos de la legión de espías de su amo se reunieron en los perfumados huertos de los fértiles paraísos, los elegantes jardines donde cada flor y cada planta del imperio crecían en la ubérrima tierra negra importada especialmente desde Canaán. Todos y cada uno de los que susurraban coincidían en una cosa: el Rey de Reyes estaba preocupado. Una sombra oscura había aparecido en los confines de su imperio. La noticia estaba en boca de todos: ¡venía Alejandro de Macedonia! Alejandro, hijo de Filipo el Tirano y Olimpia la Reina Bruja. Alejandro, a quien Demóstenes de Atenas había despreciado por ser un «mozalbete», «un niñato». Alejandro parecía contar con todo el apoyo del mundo subterráneo. Se había abierto paso hasta la cumbre, había aplastado a los conspiradores, había crucificado a los rebeldes y había extendido su dominio sobre aquellas tribus salvajes que Darío había sobornado generosamente para que asaltaran las fronteras de Macedonia. Ahora estos mismos bárbaros habían agachado la cabeza, habían aceptado el pan y la sal, y habían hecho grandes y solemnes juramentos de lealtad a Alejandro de Macedonia. Todo el mundo le había dado por muerto en los sombríos y helados bosques de Tesalia, pero había vuelto como un lobo hambriento para destrozar a sus enemigos. Atenas había sido aplastada. Sus principales ciudadanos, a quienes el Rey de Reyes había sostenido con daraicas de oro, se escondían en lugares desiertos o se refugiaban como perros apaleados en cualquier aldea que aceptara acogerlos. Incluso Tebas, la ciudad de Edipo, no era más que una ruina devastada, un lugar sangriento donde cazaban los carroñeros y las nubes de moscas negras zumbaban alrededor de los cadáveres insepultos. Ahora Alejandro de Macedonia había dirigido su mirada al este. Capitán general de Grecia, había hecho sagrados juramentos de librar una guerra eterna, con el fuego y la espada, por mar y tierra, contra el Rey de Reyes. Los espías ya habían llegado a todo galope. Alejandro había dejado Pella y marchaba hacia el este. Alejandro estaba en el Helesponto y miraba hambriento a través de las rápidas y azules aguas a las glorías de Persépolis. Algunos decían que marchaba a la cabeza de un gran ejército. Personas más sensatas sostenían que no podían ser más de treinta o cuarenta mil hombres y, sin duda, el gran Rey de Reyes podía derrotar a semejante chusma. Desde luego la armonía de Darío estaba perturbada. Había intentado mantener a raya a Macedonia con oro, pero ahora el lobo olisqueaba delante de su puerta. Darío había mandado a llamar a Memnón de Roda, convencido de que hacía falta un lobo para combatir a otro lobo. Memnón había sido rehén en la corte macedónica; había estudiado las almas de Filipo y su hijo; había visto como las falanges macedónicas, con sus escudos cortos y lanzas largas, destrozaban un ejército griego tras otro. Memnón había logrado escapar de Macedonia y ahora contaba con el favor del Rey de Reyes. Memnón lo sabía todo de aquellos lobos. Había luchado valerosamente contra Parmenio, el veterano general macedónico que había cruzado el Helesponto para establecer una cabeza de puente. Sin embargo, en aquella noche particular, mientras aguardaba en la antecámara al pie de las escaleras que conducían al Apanda, Memnón no se sentía especialmente favorecido. Esperaba con su sirviente mudo Diocles y su

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