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Aires De Familia PDF

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1 ¿ Aires de familia Cultura y sociedad en América Latina XXVIII Premio Anagrama de Ensayo ANAGRAMA Colección Argumentos Carlos Monsiváis Aires de familia Cultura y sociedad en América Latina EDITORIAL ANAGRAMA BARCELONA Diseño de la colección: Julio Vivas Ilustración: escena del «Grito», vista por Abel Quczada (detalle) Primera edición: mayo 2000 Segunda edición: junio 2000 Tercera edición: septiembre 2006 © Carlos Monsiváis, 2000 © EDITORIAL ANAGRAMA, S. A., 2000 Pedro de la Creu, 58 08034 Barcelona ISBN: 84-339-0597-X Depósito Legal: B. 43358-2006 Printed in Spain Liberdúplex, S. L. U., ctra. BV 2249, km 7,4 - Polígono Torrentfondo 08791 Sant Llorenc; d’Hortons El día 28 de marzo de 2000, el jurado compuesto por Salvador Clotas, Román Gubern, Xavier Rubert de Ventos, Fernando Savater, Vicente Verdú y el editor Jorge Herralde, concedió, por unanimidad, el XXVIII Premio Anagrama de Ensayo a Aires de familia, de Carlos Monsiváis. Resultó finalista José Martínez: la epopeya de Ruedo ibéri­ co, de Albert Forment. A Lilia Rossbach y José María Pérez Gay ADVERTENCIA PRELIMINAR En la primera mitad del siglo XX, hablar de cultura en América Latina es afirmar el corpus de la civilización occi­ dental más las aportaciones nacionales e iberoamericanas. No obstante el antiintelectualismo prevaleciente, la devoción por el conocimiento es muy grande, y el lema de la Universi­ dad Nacional Autónoma de México, «Por mi raza hablará el espíritu», creado por José Vasconcelos, admite y exige la si­ guiente traducción: los únicos autorizados para hablar en nombre de la raza (el pueblo) son los depositarios del Espíri­ tu, los universitarios, la gente letrada. Guiados por esta fe en los poderes de la minoría selecta, los grupos de intelectua­ les y artistas producen obras de consideración, y defienden, crean, investigan. En la segunda mitad del siglo XX la modernidad lo es todo, y se aprecia en grado sumo la cercanía con el tiempo cultural de las metrópolis, el romper el círculo del atraso señalado por la frase de Alfonso Reyes: «Hemos llegado tar­ de al banquete de la civilización occidental.» De modo inevitable, el crecimiento de la enseñanza me­ dia y superior hace de las universidades, durante el auge de las dictaduras y los regímenes autoritarios no militarizados, un espacio natural de resistencia. La cultura deja de ser lo que separa a las élites de las masas y se vuelve, en teoría, el 11 derecho de todos. Y se niega la marginalidad cultural de América Latina, o por lo menos se niega el carácter eterno de tal condición. Una minoría muy activa revaloriza los esfuer­ zos pasados y presentes, y acepta que es posible estar al día con actitud francamente internacional. Cesan o disminuyen considerablemente las sensaciones de inferioridad con res­ pecto a los centros del conocimiento. Eso no provee au­ tomáticamente de bibliotecas ni dota de infraestructura a la investigación científica, pero sí corta de raíz las sensaciones del aislacionismo. También, el surgimiento de la gran indus­ tria cultural y del espectáculo modifica el panorama, con re­ sultados de toda índole. Por el lado positivo, un sector enor­ me, antes carente de información mínima, hace uso de las ofertas de los clásicos de la literatura, de Bach y Beethoven y Mozart, de las exposiciones de Picasso o de Diego Rivera. Se lee más, se divulga la música clásica, y el arte clásico y el con­ temporáneo consiguen espectadores numerosos. Son vastos los sectores que, a su manera, disfrutan de obras maestras de Occidente y, con frecuencia creciente, de productos de otras culturas. Y gracias en muy buena medida a sus grandes crea­ dores en órdenes muy diversos, los latinoamericanos son parte ya del proceso internacional. Este proceso es el tema del libro. 12 DE LAS VERSIONES DE LO POPULAR Al fragor de las guerras de independencia, aparecen o se promueven las nuevas identidades (lo peruano, lo boliviano, lo argentino, lo paraguayo, lo guatemalteco, lo mexicano), a las que urge colmar de referencias y significados. Si a los tex­ tos de historia se les encomienda el aprovisionamiento de símbolos, leyendas, mitos y realidades, a los escritores se les encarga las descripciones de costumbres y la creación de per­ sonajes y atmósferas reconocibles e irreconocibles; se les en­ comienda, en suma, los estímulos que anticipen la fluidez del destino nacional, y si se puede del propósito civilizador. Y los escritores proceden, a sabiendas de que les rodean el atraso, la inhumanidad de los caudillos, la indiferencia de la sociedad. Afirma a fines del siglo el poeta Amado Ñervo: XIX En general, en México se escribe para los que escriben. El literato cuenta con un cenáculo de escogidos que lo leen y acaba por hacer de ellos su único público. El gros public, como dicen los franceses, ni lo paga ni lo comprende, por sencillo que sea lo que escribe. ¿Qué cosa más natural que escriba para los que si no lo pagan lo leen al menos? Al precisar el carácter de quienes no los leen, los escrito­ res suelen identificar tres núcleos fundamentales: sus seme­ 13 jantes (que otros llaman la élite), el Pueblo (en el siglo XIX, lo que hoy sería sinónimo de clases medias) y la gleba, «el gran obstáculo para el Progreso», en su versión de indígenas remotos o de parias urbanos. El Pueblo, de modo lejano, pertenece a ]a nación; la gleba no, está siempre a las afueras, es la horda anónima, desbordante de voces y rostros pinto­ rescos y amenazadores y, por tanto, hondamente alegóricos. Si la Barbarie con mayúsculas es asunto del campo (bien lo dijo Sarmiento) y de ese trato íntimo con la selva y el lla­ no que incorpora a los hombres a la Naturaleza, la impiedad urbana se descarga sobre quienes, al no pertenecer a las «ca­ tegorías del respeto» social, sólo tienen derecho, en su cali­ dad de sombras, a la impresión costumbrista. ¿A qué más po­ drían aspirar los carentes de toda información y, casi por lo mismo, de todo poder? Al dibujo alegórico, a las frases como epitafios, a los adjetivos estremecedores, a las anotaciones de- solladoras o conmiserativas. No es tanto asunto de autores como de literaturas. ¿Quién evita culturalmente durante siglo y medio el despre­ cio a la masa irredenta, movida por impulsos primarios, aje­ na a los cambios? Las revueltas incesantes, los caudillos que emblematizan el gobierno posible, las tiranías efímeras o per­ manentes, la empleomanía, la falta de editoriales y librerías, la sujeción agotadora al periodismo, todo lo identificado con el atraso nacional o las limitaciones de los países periféricos agrava el odio contra esa condición inerme de la barbarie, la pobreza. Por eso, el adiestrado en los privilegios abunda en diatribas antipopulares. Está al tanto: el límite de sus preten­ siones es la falta de público, y el sitio marginal de su nación destruye las pretensiones de lanzamiento universal. Al no ser europeos, los escritores carecen de mercado interno y (si se les antoja) prevén con detalle las reacciones de cada uno de sus lectores. Ergo: el culpable del aislamiento es el vulgo. Francisco Bulnes, un intelectual de la dictadura de Porfirio Díaz, detesta a la canalla: «... no la canalla, baja, de la calle, 14

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