Índice I II III IV V VI VII VIII IX X XI XII XIII XIV XV XVI XVII XVIII XIX XX XXI XXII XXIII XXIV XXV XXVI XXVII XXVIII Agradecimientos Acerca del autor Créditos MARISELA ALMAZÁN, A LA MEMORIA DE EL RECUERDO MÁS AMOROSO EN MI VIDA Para mi María principal: MARÍA DOLORES MUÑOZ A MÓNICA ALMAZÁN, una hermana doble A MIGUEL GARCIACUADRADO, por supuesto A mis otras Marías: MARÍA DEL SOCORRO (†) MARÍA ISABEL MARÍA ELENA Ningún mito se sostiene sólo de verdades. –CARLOS MONSIVÁIS Si tú mueres primero, yo te prometo / escribiré la historia de nuestro amor. –BENITO DE JESÚS, bolero Nuestro juramento I 23:00 hrs. E L PASADO Y EL PRESENTE SE ENCUENTRAN La muerte llega en el momento en que el pasado y el presente se encuentran, cuando los aros de fuego se unen en el firmamento. Es como si el reloj de la vida marcara las doce en punto, la hora cero, cuando las manecillas se unen después de dar toda la vuelta. La hora cero está por llegarme, lo sé porque mi cuerpo comienza su transformación; me voy desintegrando poco a poco y los anillos luminosos de la muerte se han convertido en mis centinelas, trazando mi paso a la otra orilla de la vida. No podré irme sin antes ajustar mi vestido, el velo y la tiara a mi cabello. Mi Serpiente debe guiarme, brillar en la oscuridad de ese abismo donde caeré. ¿Serán los péndulos los que me indiquen que debo partir? El cielo avisa cuándo me encontraré con mi destino. Así me lo enseñó Jana, mi nana yaqui, que sabía muchas cosas de magia. La abuela le había heredado su sabiduría y ella me la heredó a mí. Porque la magia te salva, pero también te revela secretos que a veces no quisieras conocer. Hoy se revela mi momento. Quiero decir mis secretos, salen de mí, serán bolas de fuego que choquen, que quemen y al final me dejen libre. Serán cenizas, seré un puñado de tierra. Un fuego extinto. No debo olvidar que habré de quemar todos mis recuerdos para poder irme. Dejar mi alma libre de memoria. También sé que debo conservar un solo momento, el que suspendió mi vida: el recuerdo de Pablo quedará intacto para que cuando cruce esa puerta pueda verlo y reconocerlo. ¿Traerá herida la cabeza, tendré que limpiar la sangre? Debo recuperar el movimiento de mis dedos carcomidos, sacar fuerzas de todo mi cuerpo. Yo te quitaré la bala, el dolor clavado. Yo te curaré mi Gato, como lo hicimos mi madre y Jana cuando mi padre marcó con saña tu espalda. Para eso sirve saber de magia. Los menjurjes de la yaqui bruja te aliviaron. Los poderes del desierto te curaron y hoy me serán útiles para irme sin dejar nada aquí. El pasado vendrá a liberarme, a sacarme de este cuerpo, el que tomé prestado para vivir. Me iré, será mi hora cero, el fuego del cielo que quema como hierro al rojo vivo recibirá mi cuerpo, mis recuerdos. Se quemará el firmamento como en el desierto de Sonora. Es la muerte, el desierto del alma. Arderá mi cuerpo, sacaré todo el rencor que se acumuló desde que mi padre nos separó, quemaré el dolor que clavaste con tu muerte, Pablo. En el instante en que las manecillas se vuelvan una sola, mi cuerpo se partirá en dos y el abismo abierto de esta carne se llenará de todos los recuerdos que se hicieron piel en mi memoria, y no será sino hasta que todo mi pasado termine de cruzar por esa brecha cuando el aliento del último recuerdo me libere; no será antes, no puedo irme dejando recuerdos. Entonces ya nada de lo que está de este lado importará, perderá sentido y sólo quedará para los demás un cuerpo inerte, sin vida; un cuerpo frío, sin nada. Un cuerpo para llorar, para expulsar las culpas. El cuerpo difunto puede ser una manera de aferrarse a la vida; al meterlo en un ataúd, al sepultarlo, los vivos saben que existió una persona. Estoy a punto de morir, los relojes comienzan para mí su cuenta regresiva, la hora definitiva. Ayer toda la servidumbre me ayudó a dar cuerda a los relojes de casa. Luego se fueron, me dejaron sola con el ruido del tiempo. Hacía quince años que no se ajustaban las horas en esta casa. Volvieron a cantar sus maquinarias. No fue por capricho: desde hace mucho odio ese sonido pendular, no soporto las manecillas que van marcando el tiempo. Pero sabía que era mi hora y quise ser yo testigo de mi momento. Y ahora que suenan me veo llena de miedo, enjutos mis dedos, que se rehúsan a entregar cuentas. La muerte me envía señales; aún no sé qué quiere de mí, cómo quiere que nos presentemos. Lo cierto es que ya está por llegar, eso se presiente. Siento como si una parvada de memorias se fuera conmigo; son los recuerdos que revolotean como aves de rapiña. Decía mi nana Jana: “Cuando oigas el revoloteo y no veas ningún pájaro a tu alrededor, mi niña, llegó la hora de tu vuelo”. India yaqui, siempre fuiste sabia; lo tuyo era el misterio, lo del otro mundo. Mi nana buena, comienzo a oír el golpeteo del viento entre las alas; no veo ningún ave, el aleteo me tortura. Mi nana, ¿estás conmigo? Mira cómo se retuercen mis manos, cómo se niegan a extenderse para sujetarme a esta cama, a esta vida. Digo que me agarro a esta vida, aunque en realidad quiero decir que me voy soltando. No puedo sostenerme, mis dedos no responden; están hechos un nudo, son la duda clavada desde hace más de sesenta años. No me puedo agarrar a nada, ni siquiera a mis miedos. Nunca tuve miedo de ser vieja, sino de quedarme sin fuerzas para estar aquí. Hoy perderé todas mis guerras, las batallas que peleé por ser otra, por habitar en otra máscara. Esta noche, a la muerte sólo se le llega con un rostro: con el mío. Y hace tanto que no lo miro que no sé si podré reconocerme. Yo bajé muchas veces al infierno, pero jamás a la muerte, a la que se desciende una sola vez sin regreso. Pues bien, hoy me toca ir a la muerte, hablar con ella, encararla. Aunque quiero fingir fuerza, mi cuerpo tiembla, las piernas no me soportan y las manos no dejan de anudárseme. Sé que al final me rendiré, seré un cuerpo sin vida, no podré ni siquiera volver a abrir los ojos. Seré María muerta. Dejaré de oír el compás de los relojes cuando las manecillas marquen mi hora cero. Me habré partido por la mitad y aquí, entre estas sábanas, en esta cama, en el reflejo de la luna de mi boudoir de la emperatriz Eugenia de Montijo, veré mi cuerpo inmóvil, la fragilidad de la vida que cede ante la muerte. No me salvarán ni mis recuerdos, ni los blackamoors que hay en los rincones de esta la habitación. No volveré a leer tus cartas, que guardo calladamente en el secretaire, donde ya no pude escribirte ayer. ¿Viste mis dedos? Están encogidos, no responden a mi voluntad; ya no puedo ni rozar los dibujos de flores de los cajones de mi secretaire. Hace días que ni el nácar de la cubierta logro tocar. Mis ojos ciegos y mis manos contraídas desobedecen mis órdenes. Es la muerte, Pablo; es la muerte que llegó antes de que tú vinieras. Me iré sin volver a vernos. Así es la vida, una lucha por sus sueños y en un instante todo se esfuma y no siempre se hacen realidad. Yo me cumplí muchos deseos; y muchos no los busqué, me los dio la vida. Pero el sueño más deseado no se materializó. Me marcharé sin reencontrarnos, Pablo, sin estar juntos, sin tu aroma. En un respiro la vida nos