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50 Años De Filosofia Vistos Desde Dentro PDF

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H ilary Putnam ,y. .V - V - V -.y. -V- -y, .y , .y. ,y , .y, .y, W W w W w W w w w w w w 5o años de filosofía vistos desde dentro PaidósAsterisco* Título original: «A Half Century of Philosophy, Viewed From Within» Artículo reimpreso con permiso de Daedalus, revista de la American Academy of Arts and Sciences, publicado en inglés en el número titulado «American Academic Culture and Transformation: Fifty Years, Four Disciplines», invierno de 1997, vol. 126, n° 1 Traducción de Carme Castells Auleda Diseño de colección Mario Eskenazi y Diego Feijóo Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos. © 2001 de la traducción, Carme Castells Auleda © 2001 de todas las ediciones en castellano, Ediciones Paidós Ibérica, S.A., Mariano Cubí, 92 - 08021 Barcelona y Editorial Paidós, SAICF, Defensa, 599 - Buenos Aires. http://www.paidos.com ISBN: 84-493-1107-1 Depósito legal: B-28.513/2001 Impreso en Gráfiques 92, S.A. Av. Can Sucarrats, 91 - 08191 Rubí (Barcelona) Impreso en España - Printed in Spain ************************************************************************ Sumario 1953-1960 13 «Realismo científico» 19 Oxford en 1960 23 El auge del pancientismo 26 Quine 28 Rawls 31 Wittgenstein en Harvard 35 «El significado de “significado”» 41 Referencia y teoría de modelos 43 El retorno de la historia de la filosofía 48 La (no) recepción de la filosofía continental 50 ¿Debe continuar la filosofía analítica? 51 Notas *54 A**********************************************************************. # En este país, los departamentos que forman a la mayor parte de los doctores en filosofía que com- w % pondrán la próxima generación de profesores de la materia están dominados por un único tipo de filo­ sofía: la filosofía analítica. La idea que un estudiante me­ dio de posgrado puede tener de la historia de los últimos cincuenta años es más o menos la siguiente: hasta algún momento de la década de los treinta, la filosofía nortea­ mericana carecía de forma y contenido. Entonces llega­ ron los positivistas lógicos, y hace unos cincuenta años la mayoría de los filósofos estadounidenses se hicieron positivistas. Esta evolución tuvo la virtud de aportar «ma­ yores niveles de precisión» a la materia; la filosofía se fue haciendo más «clara» y todo el mundo tuvo que apren­ der algunas nociones de lógica moderna. Sin embargo, también tuvo otras consecuencias. Los (supuestos) prin­ cipios centrales de los positivistas lógicos1 eran falsos: según el estereotipo, los positivistas lógicos sostenían que todas las proposiciones con sentido eran 1) propo­ siciones verificables sobre los datos de los sentidos o 2) proposiciones «analíticas», como las de la lógica y las matemáticas. Creían en una clara distinción entre jui- 9 Hilary Putnam 'k'k'k'k'k'k'k'k'k'k'k'k'k'k'k'k'k'k'k'k'fck'fí'k'k'ick'íi'k'k'íí'k'fc'k'Hit'k'k'k'k'k'k'k'k'k'k'k'ft'k'k'k'kit'ít'it'k'k'kit'k'k'k'kit'k'k'k'k'k'k'fck cios sintéticos (es decir, juicios empíricos, que equipa­ raban con juicios sobre los datos de los sentidos)2 y pro­ posiciones analíticas; no comprendían que los conceptos tienen carga teórica3 o que existen cosas tales como las re­ voluciones científicas.4 Pensaban que la filosofía de la ciencia se podía hacer de manera totalmente ahistórica. A finales de la década de los cuarenta, W. V. Quine demos­ tró que las cuestiones ontológicas, del tipo si los números existen realmente o no, tienen sentido5 —contrariamente a lo que afirmaban los positivistas lógicos, para quienes todas las cuestiones metafísicas carecían de sentido—, contribuyendo así a la recuperación de la metafísica rea­ lista en Estados Unidos, aun cuando —lamentablemen­ te— el propio Quine siguiera conservando algunos pre­ juicios positivistas. Poco después, Quine sostuvo que la distinción analítico/sintético es insostenible.6 Posterior­ mente, Quine demostró que la epistemología puede ser una parte de la ciencia natural7 y además contribuyó a la demolición del positivismo lógico demostrando que la di­ cotomía positivista entre los «términos observacionales» y los «términos teóricos»8 era insostenible. Esto preparó el terreno para un robusto realismo metafísico, el cual (lamentablemente) abandoné a mediados de la década de los setenta. Aunque la historia anterior contiene algunos elementos de verdad, uno de los aspectos que la distorsionan es la descripción que en ella se da de lo que los positivistas lógi­ cos creían. El movimiento era diverso; los positivistas no pensaban que la filosofía pudiera hacerse con independen­ cia de los resultados de la ciencia.9 Budolf Carnap acogió fa- 10 50 años de filosofía vistos desde dentro ************************************************************************ vorablemente la obra de Thomas Kuhn La estructura de las revoluciones científicas (que-plantea una ardiente defensa de la indispensabilidadde la historia de la ciencia para la filo­ sofía), y se sabe que contribuyó a que el libro fuese publica- lIo^TSstasTcue^^ en la bibliogra­ fía, aun cuando la «tradición oral» las haya recogido de otro modo. Pero en esta descripción hay aún otra falsificación más sutil, la que afirma que hace cuarenta o cincuenta años el positivismo era la tendencia dominante. Cierto es que, si uno está interesado simplemente en el desarrollo interno de la filosofía analítica, el hecho de que los profesores positi­ vistas lógicos fueran pocos resulta irrelevante, puesto que las perspectivas de muchos de los filósofos analíticos con­ temporáneos se desarrollaron a partir de las críticas a las posturas de aquellos pocos. Sin embargo, si no nos confor­ mamos con una historia de la filosofía estadounidense par­ cialmente ficticia, es importante señalar que en aquella época, en la que, supuestamente, el positivismo lógico era dominante, los positivistas lógicos eran muy pocos y pasa­ ban bastante desapercibidos. Estaban Rudolf Carnap (que no produjo ni un solo estudiante de doctorado en los últimos diez años que pasó en la Universidad de Chicago), Herbert Feigl en Minnesota, Hans Reichenbach en la UCLA y quizás algunos más. Sin embargo, estas personas estaban bastante aisladas: Carnap no tenía aliados intelectuales en Chicago, como tampoco los tenía Reichenbach en la UCLA. Sólo en Minnesota, donde Feigl creó el Minnesota Center for the Philosophy of Science, existía un poco de masa crítica. Ni si­ quiera el propio Quine, en Harvard, tuvo aliados permanen­ tes en la facultad hasta 1948, cuando Morton White11 se in- 11 Hilary Putnam ************************************************************************ corporó al departamento. Ni tampoco eran los filósofos con­ siderados más importantes en los años cuarenta. Afínales de esa década, la mayoría de los filósofos hubieran contado su historia de una manera que pocos de los filósofos analíticos de la actualidad serían capaces de reconocer. Hubieran expli­ cado el auge y el declive del pragmatismo; hubieran habla­ do de los nuevos realistas, del realismo crítico (cuyo máxi­ mo representante era Roy Wood Sellars, cuyo hijo, Wilfrid Sellars, se convirtió en uno de los principales filósofos ana­ líticos estadounidenses); se hubieran referido también al idealismo absoluto, que estaba en declive, aunque aún con­ taba con distinguidos representantes, pero hubieran consi­ derado el positivismo como algo de poca trascendencia. No quiero decir con ello que comparta este juicio: el po­ sitivismo lógico fue un movimiento que no sólo produjo errores, sino también aciertos, y que merecía con creces la atención que posteriormente se le prestó. Pero también en la obra de los pragmatistas había verdaderos aciertos y erro­ res, así como en la de los idealistas como Josiah Royce y en los escritos de los nuevos realistas y de los realistas críticos. A fin de contrarrestar esta historia ficticia, permítanme citar mi propia experiencia como estudiante de licenciatura y de doctorado. En la Universidad de Pennsylvania, entre 1944 y 1948, no tuve noticia de una sola clase (si dejamos al margen un curso impartido por Sydney Morgenbesser, a la sazón estudiante de doctorado) en la que simplemente se le­ yeran los escritos de los positivistas lógicos. El departamen­ to contaba con un pragmatista atípico (West Churchman) pero, por lo demás, nadie estaba vinculado a ningún «movi­ miento» filosófico. En Harvard, entre 1948 y 1949, tampoco 12 50 años de filosofía vistos desde dentro ************************************************************************ puedo recordar ningún curso en el que se leyera a los positi­ vistas lógicos, aunque doy por supuesto que Quine y White debieron comentarlos. En la UCLA, de 1949 a 1951, Reichen- bach era el único profesor que representaba el positivismo lógico (¡aunque él rechazaba la etiqueta!) y hablaba del mis­ mo en sus clases. En Harvard, había un pragmatista atípico, C. I. Lewis, y en la UCLA, un deweyano, Donald Piatt. La filo­ sofía estadounidense, no sólo durante los años cuarenta, si­ no también durante los cincuenta, carecía decididamente de ideología. Si en los departamentos concretos había algún «movimiento», éste estaba representado por una o dos per­ sonas. La situación actual, en la que la filosofía estadouni­ dense está dominada por un movimiento —un movimiento que se enorgullece de la forma en que difiere de lo que le pre­ cedió y de lo que ahora considera la tendencia opuesta (la «fi­ losofía continental»)—, es totalmente distinta de la que im­ peraba en el ámbito de la filosofía cuando yo me inicié en él. 1953-1960 Cualquier explicación de lo que ha sucedido en un campo durante un período de cincuenta años debe basarse en una perspectiva individual, por lo que seguiré recurriendo a mi propia experiencia para trazar el panorama de las sucesivas transformaciones. Cuando llegué a Princeton, en 1953, el de­ partamento tenía tres profesores titulares. Ledger Wood era el catedrático, y al cabo de unos años incorporó al departa­ mento a Gregory Vlastos y a C. G. Hempel. Su primera me­ dida para transformar el departamento y librarlo del sopor 13 Hilary Putnam ************************************************************************ en el que estaba sumido fue contratar a cuatro hombres jó­ venes: a mí y a tres recién doctorados en Harvard. Aunque cinco años antes pasé un año en esa universi­ dad, los tres hombres que venían de Harvard procedían de un entorno que me resultaba totalmente desconocido. En unos pocos años, un grupo de estudiantes de doctorado de Harvard había adquirido algo parecido a una orientación filosófica común. El cambio parecía haberse debido, en gran medida, a la influencia de Morton White, quien, además de presentar a Strawson y a Austin en sus cursos, persuadió a unos cuantos estudiantes de doctorado para que pasasen un año en Oxford. El efecto fue que la filosofía oxoniense llegó a Harvard, y que estos jóvenes profesores trabajasen en algo a lo que denominaban «filosofía del lenguaje ordinario». El meollo de esa filosofía tal como ellos la entendían, a partir de la lectura de Austin especialmente, era que el desastre se produce cuando los filósofos —incluso los que se reivindi­ can como «filósofos científicos»— se permiten un uso inco­ rrecto del lenguaje ordinario y, especialmente, introducir en los argumentos filosóficos lo que en realidad son «términos técnicos» explicados de manera muy confusa. Las cuestio­ nes del método filosófico pasaron a primer plano y eran el tema de la mayor parte de nuestras discusiones. Al principio mi reacción fue burlarme de la «filosofía del lenguaje ordinario» y defender lo que denominaba «re­ construcción racional», es decir, la idea de que el método adecuado en filosofía era construir lenguajes formales. Ba­ jo la influencia de Carnap, especialmente, sostenía que los términos filosóficamente interesantes del lenguaje ordina­ rio se formulan de manera demasiado imprecisa y que la ta­ 14 50 años de filosofía vistos desde dentro ************************************************************************ rea de la filosofía consiste en «explicarlos», en encontrarles sustitutos formales. Sin embargo, ésta es una postura que pronto abandoné porque (para decir la verdad) me vi inca­ paz de dar más de dos o tres ejemplos satisfactorios de «re­ construcciones racionales». Prácticamente puedo recordar las palabras exactas que me pasaron por la cabeza en aque­ lla época: «Si Carnap tiene razón, entonces la tarea a la que la filosofía debe dedicarse a realizar esta cosa llamada “ex­ plicación”. ¿Pero qué razón hay para pensar que esta “expli­ cación” es posible? Además, aunque pudiéramos presentar explicaciones satisfactorias, ¿quién, excepto Carnap, piensa que los científicos aceptarían estas explicaciones, o adopta­ rían este lenguaje artificial para resolver controversias y to­ do lo demás?». Por otra parte, rechacé la idea de que fuera preciso esco­ ger entre la «reconstrucción racional» y la «filosofía del len­ guaje ordinario». Sentí que aun pudiendo aprender mucho de la lectura de Reichenbach y Carnap, por una parte, y de la de Wittgenstein y Austin, por otra, las metodologías filo­ sóficas holistas que estaban siendo promulgadas en su nom­ bre no eran realistas. Mis razones para pensar que la versión de la filosofía del lenguaje ordinario que estaba siendo presentada en Es­ tados Unidos no era realista (cuando visité Oxford con una beca Guggenheim en 1960, llegué a apreciar cuánto más ri­ ca era la «cosa real») eran tan claras y concisas como mis razones para pensar que la «reconstrucción racional» era también irreal. La lectura de Austin me hizo ver la cues­ tión antes mencionada: que cuando los filósofos hacen un mal uso del lenguaje ordinario la confusión puede llegar a 15

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