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1917. Antes y después (La revolución rusa) PDF

205 Pages·1985·8.65 MB·Spanish
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EDWARD HALLETT CARR 1917. Antes y después (La revolución rusa) Edward Hallett Carr 1917. Antes y después sarpe Título original: Before and After 1917. Traducción: José Cano Tembleque. © E. H. Carr. © Editorial Anagrama. © Por la presente edición: SARPE, 1985. Pedro Teixeira, 8. 28020 Madrid. Traducción cedida por Editorial Anagrama. Depósito legal: M - 225% - 1985. ISBN: 84 - 7291 - 877 - 7 (tomo 31.°). ISBN: 84-7291-736-6 (obra completa). Impreso en España - Printed in Spain. Imprime: Gráficas Futura. En portada: Cuadro de propaganda soviético conmemorando los primeros años de Lenin como activista revolucionario. Edward Hallett Carr Edward Hallett Carr nació en Inglaterra en el año 1892, y se educó en el célebre Trinity College de Cambridge. Al terminar sus estudios universitarios ingresó en la can-era diplomática en plena Primera Guerra Mundial, en el año 1916, ocupando puestos en París y en la capital letona, Riga. Junto con su compatriota y tam­ bién historiador Arnold J. Toynbee, participó en el Congreso de la Paz celebrado en Versalles al final de las hostilidades. Más tar­ de formaría parte de la asesoría de la empresa pacifista que fue la fracasada Sociedad de Naciones. En 1936 ocuparía la cátedra de Relaciones Internacionales de la Universidad galesa de Cardiff. A partir de este momento comienza a hacer público su pensamiento filosófico-histórico con una radi­ cal crítica del utopismo que había determinado la política interna­ cional de su país en los últimos años. Gran realista, Carr conside­ rará a la política como una permanente actuación en función del poder de que se disponga en cada caso. En el año 1939, al térmi­ no de la guerra civil española y al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, el historiador británico observará nuestro conflicto in­ terno como una verdadera guerra civil europea, librada entre fas­ cismo y liberalismo sobre territorio español. Durante la Segunda Guerra Mundial —entre 1941 y 1946— ocupará el privilegiado puesto de subdirector del prestigioso dia­ rio londinense «The Times», desde donde lanzará aceradas críti­ cas contra el idealismo mostrado por los Estados Unidos a la con­ clusión del conflicto, y su creencia en la posibilidad de que la re­ cién creada organización de las Naciones Unidas podría servir co­ mo efectivo instrumento de prevención de futuros conflictos. Cuando se encontraba próximo a la sesentena, el historiador británico se dedicó en exclusividad a la elaboración de su monu­ mental Historia de la Rusia Soviética, tarea que le ocuparía ínte­ gramente los últimos tres decenios de su vida hasta el momento de su muerte, acaecida en el año 1982. E. H. Carr «1917. Antes y después» descritos quinte- _____________________i______________ gran este volumen se escribieron en diversas ocasiones a partir de 1958, fecha de publi­ cación de Studies in Revolution (traducción castellana, Estudios sobre la revolución, Madrid, Alianza. 1968). El primero constitu­ ye una versión ampliada de varias conferencias y emisiones dadas por E. H. Carr en Inglaterra y los Estados Unidos en 1967. para conmemorar el cincuenta aniversario de la revolución de 1917: el segundo se escribió como prólogo a la traducción de la novela ¿Quehacer?, de Chernichevski (Vintage Books. New York. 1964). El tercer escrito es una fusión de dos artículos sobre Rosa Lu- xemburgo. publicados en «The Times Literary Supplement» en los años 1951 y 1966. El cuarto es una versión un tanto abreviada del prólogo escrito para la edición inglesa de El ABC del Comu­ nismo, de Bujarin y Preobajenski. publicado por la Editorial Pen- guin. El quinto es el texto, ligeramente retocado, de una emisión de la BBC, aparecido en «The Listener» el 4 de agosto de 1955. El sexto y el séptimo se escribieron como colaboraciones a dos volúmenes de ensayos en homenaje a Herbert Marcuse (The Criti­ ca/ Spirit. Beacon Press, Boston. Mass. 1967) y a Maurice Dobb (Socialism. Capitalism and Economic Growth, Cambridge, Uni- versity Press, 1967). Por último, «Los sindicatos soviéticos», «La tragedia de Trotsky» y «La revolución inconclusa» son comenta­ rios publicados en diversas fechas en «The Times Literary Supple­ ment». El autor es bien conocido por las recientes traducciones al castellano de ¿Qué es historia?, Estudios sobre la revolución y Los exiliados románticos (Bakunin, Herzen. Ogarev), obra ya pu­ blicada en esta colección. Los temas abordados, que giran en torno a la Revolución de Octubre, son de un gran interés para interpretar la historia con­ temporánea: el leninismo como adecuación del marxismo al con­ texto histórico de la Rusia zarista; a propósito del El ABC del Co­ munismo, de Bujarin y Preobajenski. una reconsideración de la utopía bolchevique; Rosa Luxemburgo y el movimiento esparta- quista alemán; los problemas de la industrialización y la colectivi­ zación en gran escala; las características del sindicalismo soviéti­ co; Rusia cincuenta años después de 1917, o la revolución incon­ 19/7. Ames y después clusa; la tragedia de Trotsky, el profeta derrotado por la intransi­ gencia de¡ futuro dictador, Stalin... Cierra el volumen un sobrio y emocionado In memoriam. escrito en ocasión del fallecimiento de otro gran historiador: Isaac Deutshcer. Todo ello siguiendo de alguna manera el modo habitual de historiar del autor, desperso­ nalizado y riguroso. La obra se ensambla de esta forma perfecta­ mente con el resto de la producción del historiador británico, que se alza como el más efectivo estudioso y tratadista de la historia de Rusia a partir del triunfo revolucionario. Pero Carr. en otras de sus obras —que se incluyen en la bi­ bliografía que sigue—, no sólo trata cuestiones estrictamente ru­ sas. Por el contrario, observa con atención y agudeza temas como el de la Europa de entreguerras. la historia de Rusia, el judaismo, figuras políticas de especial significación o aspectos diversos del socialismo y del comunismo. Con la misma lucidez de siempre, Carr vuelve aquí a manifestarse como el mejor estudioso de la pro­ blemática del socialismo teórico y aplicado. Lo que otorga, sin embargo, al historiador británico su verda­ dera significación en el plano bibliográfico es una gran historia de la Rusia soviética. Dotado de la gran capacidad de síntesis car­ gada de elementos informativos que constituye el rasgo más acu­ sado de las escuelas historiográficas británicas, Carr ha elevado una ordenada y vasta construcción que reúne perfectamente en­ samblados tanto planteamientos teóricos como realizaciones prác­ ticas plasmadas en la realidad contemporánea. La mera relación de cada uno de los cuatro sectores que com­ ponen esta obra, a la que dedicó una labor de treinta años, sirve para expresar por sí misma el alcance de sus objetivos y la cober­ tura de su tratamiento. Entre los años 1917 y 1929 establece con profundidad los apartados referentes a la realización práctica de la revolución, el período denominado «de interregno» que contem­ pla el ascenso de Stalin. la puesta en vigor de la política de un obligado «socialismo en un solo país», para pasar finalmente a tra­ tar con gran minuciosidad el tema de las bases de la economía planificada en la Unión Soviética. Adoptando las posiciones más objetivas posibles para todo his­ toriador que trata de observar el pasado con rigor. Can* consigue vencer toda negativa posibilidad de fácil maniqueísmo, dominan­ te de forma tan señalada en su tiempo con respecto a la tan mitifi­ cada y, a la vez, denostada revolución bolchevique. Si en el mun­ do tuvo una fuerte repercusión la aparición de esta obra a partir del año 1950, en España, su publicación, veintidós años más tar­ de, vino a representar la presencia de un material dotado de una alta calidad en todos los sentidos, que superaba ya de forma defi­ nitiva a la mayor parte de la literatura histórica accesible en nues­ tro país acerca del fenómeno que ha determinado la evolución del mundo durante todo este agitado y convulso siglo. La revolución rusa Los antecedentes E,n octubre de 1916-Europa entra' __________________________ al parecer inevitablemente, en un tercer invierno en guerra. El conflicto se prolonga interminable­ mente, y muchos europeos sienten haber llegado al límite de sus fuerzas. A las pérdidas humanas en los campos de batalla se su­ man las degradadas condiciones de vida de amplias capas de la población civil y el cansancio de los ejércitos. En ambos bandos, nadie cree ya en una victoria relámpago. El hastío, sin embargo, no siempre provoca la rebeldía como respuesta. Y los asalariados del capital han venido soportando hasta entonces, sin grandes réplicas, los costes sociopolíticos de la puesta en marcha de más o menos fuertes economías de guerra; parte del proletariado, es cierto, ha obtenido de la coyuntura bélica de­ terminadas mejoras laborales que. a pesar del riesgo de lo provi­ sional, vendrán a menudo a reforzar la tendencia reformista, o ya débilmente revolucionaria, de una parte importante de la social- democracia europea. Así, a lo largo de 1915 la mayor parte de los medios laborales de los países en guerra se ven desgarrados por una profunda fisura, abierta entre aquellos a quienes favore­ cen las mejoras y aquellos otros que, por el contrario, han experi­ mentado con el conflicto bélico un importante deterioro en su ni­ vel de vida, ya de por sí deprimido. Las huelgas promovidas por estos últimos serán un paso más en la ruptura crispada de la socialdemocracia europea, hecho real al final de la guerra. Sólo los más radicales, los más conscientes de la cruda oportunidad que ofrecía la guerra imperialista, osaron entonces lanzarse a la subversión del orden burgués. En ninguno de los países contendientes el cansancio de la gue­ rra, el descontento con la dirección de la misma y del país, y la escasez fueron tan perceptibles como en la Rusia de los zares. Y ello vino a coincidir con una potente reflexión teórica de muchos revolucionarios durante largas temporadas en el exilio. La expe- E. H. Carr riencia de 1905, que tan fecundas enseñanzas teóricas generara en la izquierda rusa del momento, volvía ahora a recuperarse, tra­ tando de obtener fruto del momento presente. En septiembre de 1914 había escrito Lenin sus Tesis sobre la guerra, uno de los textos del marxismo más difundidos antes de 1917. También a finales de 1914. Trotsky encontraría en la gue­ rra el lugar oportuno para hacer estallar la acción de masas (La guerra y la Internacional). No se trataba de la novedad de unas condiciones sólo entonces conformadas, sino, por el contrario, de algo más esperanzador para el proyecto revolucionario: de la de­ seada aceleración de las tensiones que habrían de llevar a la so­ ciedad occidental, agotada y capitalista, hacia su conversión en un mundo sin explotadores. LOS h e c h o s febrero ^917. Estalla la revolución más _________________ violenta de todos los tiempos. En unas sema­ nas la sociedad se deshace de todos sus dirigentes: el monarca y sus hombres de leyes, la policía y los sacedotes, los propietarios y los funcionarios, los oficiales y los amos. No hay ciudadano que no se sienta libre de decidir en cada momento su conducta y su porvenir. Surge entonces, de lo más profundo de Rusia, un inmenso grito de esperanza: en él se mezcla la voz de todos los desdicha­ dos, de todos los humillados. En Moscú, los trabajadores obligan a sus dueños a aprender las bases del futuro Derecho obrero, en Odesa, los estudiantes dictan a su profesor un nuevo programa de historia de las civilizaciones; en el ejército, los soldados dejan de obedecer a sus superiores. Nadie había soñado jamás con una revolución así. Ni siquiera los propios bolcheviques. El desorden indujo a Stalin a lanzar, en marzo, un llamamiento a la disciplina militar; y a Kropotkin a pedir, en junio, ponderación. A Lenin ese caos le satisfacía; era preciso acabar con la antigua sociedad. En sus Tesis de abril fue uno de los pocos en alentarlo. Hubo de con­ vencer entonces a los miembros de su propio partido de la necesi­ dad de aprovechar el desorden para colocarse a la cabeza de las masas y crear unas nuevas instituciones socio-económicas. Pero transcurrieron ocho meses de revolución antes de que 1917. Antes y después Lenin convenciera a sus compañeros de la validez de esta ense­ ñanza de Marx; para que la acción del partido no quedara rezaga­ da de la sociedad: para que Octubre aceptara el reto de Febrero. En efecto, tras los «cinco días» de febrero, las masas, impacien­ tes, multiplicaron las huelgas, ocuparon fábricas y confiscaron las tierras de los latifundistas; se estaba realizando una verdadera re­ volución social, paralelamente al poder que se creó —el de los soviets—, mucho más moderado a la hora de introducir reformas en el ordenamiento del país. El fenómeno de ahondamiento de la revolución empezó a per­ cibirse en otoño, al plantearse el problema de la guerra. El Go­ bierno de Kerenski no quería firmar la paz a cualquier precio y por separado de las potencias aliadas. El propio Lenin considera­ ba que una paz así sería una vergüenza para unos, un error para otros, y que a la larga significaría favorecer el triunfo del imperia­ lismo alemán. Sin embargo, el pueblo ruso no estaba de acuerdo con sus líderes. Así, en julio, la rebeldía de los soldados que rehú­ san marchar al frente desborda hasta a los líderes bolcheviques, que se ven obligados a unirse a la causa de los soldados subleva­ dos. El Gobierno de Kerenski hizo recaer la responsabilidad de estos incidentes en los bolcheviques y ordenó arrestar a sus líde­ res. Lenin tuvo que huir a Finlandia. En el mes de septiembre, sin embargo, los bolcheviques se­ guían teniendo mucha fuerza. Desde su escondrijo finlandés, donde vivía oculto bajo disfraz, Lenin empezó a presionar al Comité Cen­ tral del partido para que dejase de colaborar con Kerenski y to­ mase el poder, dado que contaba con mayoría en los soviets de Petersburgo y Moscú. Los demás miembros del Comité Central no comprendían la prisa de Lenin por provocar una insurrección popular y hacerse con el poder. Sin embargo, Lenin acabó con­ venciéndoles. El llamamiento a la insurrección fue hecho por el importante y prestigioso Soviet de Petersburgo, «para detener a las fuerzas contrarrevolucionarias». Los regimientos de la capital, la Guardia Roja y los marinos de Kronstadt se rebelaron a sus superiores, de ideología reaciona- ria: se ocuparon las oficinas de Correos, las estaciones y los puen­ tes. Así, los puntos estratégicos cambiaron de manos sin efusión

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