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Utilidad, Deseo y Virtud: La formacionde la idea moderna del trabajo PDF

297 Pages·2017·6.236 MB·Spanish
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FERNANDO DÍEZ UTILIDAD, DESEO Y VIRTUD LA FORMACIÓN DE LA IDEA MODERNA DEL TRABAJO Ediciones Península Barcelona Diseño de la cubierta: Albert i Jordi Romero. Primera edición: febrero de 2001. © Fernando Diez Rodríguez, 2001. © de esta edición: Ediciones Península s.a., Peu de la Creu 4, 08001-Barcelona. e-mail: [email protected] internet: http ://www. peninsulaedi.com Fotocompuesto en Víctor Igual s.l., Córsega 237, baixos, 08036-Barcelona. Impreso en Hurope s.l., Lima 3, 08030-Barcekma. depósito legal: b. 1.598-2001. isbn: 84-8307-329-3. PARA CHARO Y JORDI CONTENIDO Prólogo 9 1. TRABAJO PRODUCTIVO Y SOCIEDAD OCUPADA 21 2. LA UTILIDAD DE LA POBREZA 69 3. TRABAJO Y LUJO IO3 4. TRABAJO Y VIRTUD 165 5. CRÍTICA DE LA IDEA DE TRABAJO 2 15 Epílogo 279 Bibliografía 289 Indice onomástico 301 Escribir sobre el trabajo y, todavía más, sobre los lenguajes y las representa­ ciones del trabajo, es terciar en un asunto problemático y polémico. Es difí­ cil obviar la ubicuidad de un debate que proyecta su reflejo en los medios de comunicación, en ensayos más o menos oportunistas y en serias y sesudas in­ vestigaciones. Un problema sobre el que circulan los pronósticos más diver­ sos y dispares, fácilmente velados por una sombra de inquietud. La discusión sobre el trabajo en nuestras sociedades resulta, a la postre, úna mezcla, un tanto confusa, de grandes esperanzas y de ilusiones perdidas. Existe una abundante literatura sobre la peculiar situación del trabajo en las sociedades más industrializadas que alienta la preocupación y la discu­ sión. Mencionemos tres de las posiciones más representativas. Hay quienes defienden la tesis que llamaremos del fin del trabajo, utilizando el título de un libro de impacto. Posiblemente sea la propuesta más divulgada, y tam­ bién la más discutida, sobre los problemas actuales del trabajo. Sostiene que estamos ya en un proceso de brutal y definitiva reducción del trabajo remu­ nerado, la forma de trabajo de referencia en los últimos siglos, precisamen­ te en economías con una capacidad intensa y creciente de generar bienes y servicios. El movimiento destructivo afectaría tanto al sector productivo como al sector terciario, lo que finalmente provocaría la crisis irrecuperable del trabajo, es decir, el fin de una larga época en la que la problemática rela­ ción entre la máquina y el trabajo se saldó siempre a favor de este último: la destrucción creciente de trabajo en algún sector o rama de la producción fue largamente compensada por el aumento de la demanda masiva de trabajo en otros sectores productivos y en un vasto sector de servicios en continua ex­ pansión. El fin del trabajo sería, pues, un fenómeno del todo novedoso: la máquina destruiría el trabajo de manera absoluta y global, sin posibles mo­ vimientos de restitución de parecida importancia. Como consecuencia se produciría la paradoja de unas sociedades con trabajo escaso, con una alta productividad y eficiencia económica y administrativa y con la perentoria ne­ cesidad de un consumo intensivo de bienes y servicios. La segunda tesis sobre la crisis del trabajo también pronostica una desa­ parición, esta vez la de la sociedad del trabajo. El trabajo ha dejado de ser, en su consideración tanto objetiva como subjetiva, un fenómeno decisivo a la hora de estructurar y pensar, de manera efectiva, nuestras sociedades contem­ poráneas. Está afectado, en su conjunto, por un grado tan alto de polarización y de segmentación que, finalmente, se muestra incapaz para ser la referen­ cia, de algún modo universal, sobre la que se pueda configurar y cimentar el conjunto de la estructura social. El trabajo y el no trabajo se presentan, am­ bos, como fenómenos con tal consistencia que nos hacen dudar de que el trabajo sea verdaderamente el referente estable y estabilizador de nuestras sociedades y el no trabajo una mera anomalía, un estado accidental necesa­ riamente transitorio, contra el que debemos y podemos luchar con esperan­ za segura de victoria. Ciertamente, en la medida en que esto pudiera ser así, se trataría de una transformación verdaderamente revolucionaria, pues el trabajo ha desempeñado, a lo largo de los últimos trescientos años, un papel central en la articulación de los discursos sociales y las políticas reales en las sociedades del capitalismo naciente y consolidado, así como en las del socia­ lismo y, en general, en cualquier sociedad industrializada. Pero hay más. El trabajo ve comprometida su posición central e indiscu- tida como dispositivo básico en la motivación de los trabajadores para la realización de sus aspiraciones en las facetas más diversas de la vida. Así, pier­ de su relevancia subjetiva y, con ella, valor para los seres humanos. Se apun­ taría aquí una cierta dislocación de la esfera del trabajo respecto a otras esfe­ ras de la vida, siempre en perjuicio de la primera, de manera que el trabajo perdería importancia subjetiva al tener que compartir su antigua posición dominante con otras actividades no remuneradas y con un ocio redivivo que mostraría, para asombro de nuestros antepasados, una inusitada vitalidad y una desconcertante aceptación social. La crisis de la sociedad del trabajo es el inapelable responso del trabajo como categoría sociológica de primer orden: la crisis del trabajo como con­ cepto epistemológico central, tal y como aparece en las monumentales pro­ puestas de los maestros de la teoría social contemporánea, en Marx, Durk- heim y Weber. En este caso, la crisis del trabajo y de la sociedad del trabajo decretan la incapacidad del trabajo para la construcción intelectual de mo­ delos de estructura social y de socialización válidos para el presente y, sobre todo, para un raturo bien próximo. La última propuesta que vamos a recoger podría denominarse tesis de la crisis del trabajo como valor. En este caso el trabajo, el trabajo tal y como lo hemos disfrutado o padecido en los últimos siglos, deja de tener alguna re­ levancia respecto al objetivo de vivir una buena vida o, si se quiere, una vida que merezca la pena ser vivida. Detrás de esta tesis se sitúan quienes ven, en los graves males que aquejan al trabajo en estos tiempos, el peligro de extin­ ción de un valor importante. Encamaron este, hasta hace bien poco, las as­ piraciones seculares de una ciudadanía que buscaba encontrar, en el propio desempeño de los trabajos productivos y de servicios, la posibilidad de reali­ zación de una vida activa que contribuyese, de manera decisiva, a dar un sen­ tido a toda la vida. Se trata de gentes que ven, en la crisis del trabajo remune­ rado, la crisis del trabajo como profesión y como principio de autonomía personal. Gentes que no se resignan a dejar de pelear por la dignidad del trabajo como empleo —siempre tan buscada, siempre tan frustrada—y se re­ vuelven, bien contra la desesperanza definitiva del trabajo escaso, precario e indigno para una mayoría, bien contra la promesa incierta de una sociedad fe­ liz sin trabajo. Frente a la crisis del trabajo, la pérdida de su centralidad como realidad y como concepto y el adelgazamiento de sus representaciones intelectuales e ideológicas en general, hay quienes desearían preservar el trabajo tan pre­ ñado como fuera posible de significados, de los significados de variado sig­ no de los que el trabajo se ha revestido en los tres últimos siglos. Utilizan­ do una expresión de Dominique Méda, desearían preservar el encantamiento del trabajo, el amplísimo espectro de su patrimonio de referencias, acumu­ lado a lo largo de los tiempos en los que ocupó la posición central, del que apenas escapa alguna faceta de la vida material, social y espiritual del hom­ bre. Otros, más modestos en sus aspiraciones, se deciden por el realismo, por el desencantamiento del trabajo. Denuncian su desmedida ambición de totalidad respecto a la vida de los seres humanos, su desmedido imperialis­ mo. Denuncian el crecimiento ilimitado del trabajo remunerado a costa de cualquier otra actividad humana que permanezca fuera del empleo y del mercado de trabajo. Separan trabajo remunerado de actividad y apoyan la recuperación del significado y el sentido de las actividades, aunque no po­ damos recuperar ya el significado y el sentido de la mayor parte del trabajo remunerado. Y todavía cabría mencionar a aquellos que, desde una posición bien distinta, ni encantada ni desencantada, piensan que el verdadero pro­ blema, el único problema, es la propia consolidación y pervivencia del tra­ bajo remunerado y, en consecuencia, se esfuerzan por descubrir los nuevos yacimientos del empleo abundante, canteras apenas visibles que podrían asegurar, de nuevo, la ocupación para todos. Los problemas del trabajo son la consecuencia de las novedades especta­ culares de la tercera fase del proceso de industrialización, de la globalización de la economía de mercado y de la inusitada importancia que ha alcanzado la mundialización del capital financiero. (Recientemente un prestigioso se­ manario internacional afirmaba: «El capitalismo global arruina la cohesión social, perturba sistemáticamente a las naciones y a las comunidades, arra­ sando lo que alguna vez fue familiar—el trabajo, una tienda, una carrera pro­ fesional—y sustituyéndolo por un conjunto de arreglos sometidos a un cam­ bio incesante»). Son los problemas producidos cuando las transformaciones estructurales contemporáneas y sus manifestaciones reales en las condicio­ nes del trabajo chocan con los conceptos, los argumentos, los lenguajes, las retóricas y los significados de un concepto polimorfo de trabajo elaborado en la rica variedad de las propuestas, contrapropuestas y reconceptualizacio- nes forjadas en los tiempos modernos. Difícilmente podremos saber lo que hoy nos ocurre con el trabajo si no tenemos una imagen, suficientemente clara y distinta, de la prolijidad de significados que históricamente han con­ formado nuestra actual idea del trabajo. Las transformaciones de nuestros días comprometen nuestro concepto de trabajo remunerado—el trabajo como dispositivo primario de percepción y distribución de renta—mientras que este es, sin embargo, el concepto básico de trabajo sobre el que se le­ vanta la idea plural de trabajo desde los comienzos de su formación moder­ na. La crisis del trabajo remunerado—incluyendo las serias repercusiones en la seguridad y estabilidad de los puestos de trabajo y sus efectos sobre el pa­ quete de derechos aparejados históricamente al trabajo remunerado esta­ ble—compromete las múltiples representaciones del trabajo, conservadoras o críticas, que, en última instancia, siempre se configuraron referidas al fe­ nómeno del trabajo como instancia prioritaria y universal para el acceso a los bienes que hacen posible y deseable la vida. Pero, a su vez, estas múltiples re­ presentaciones de variado signo han consolidado discursos sobre el trabajo, cargados de significación, que no estamos dispuestos a abandonar o modifi­ car radicalmente sin examen y prevención. No sería muy oportuno, en estas circunstancias, obviar o ignorar todo lo que el trabajo, como discurso y representación, ha hecho por nosotros, para bien y para mal, en los tiempos de la modernidad. El trabajo se revistió, cier­ tamente, con los ropajes más diversos y dispares. El trabajo como único fun­ damento de la riqueza de las naciones y de la felicidad personal de sus ciu­ dadanos; el trabajo como actividad fundadora de la conciencia de uno mismo, de la pertenencia a una sociedad y de la alteridad respecto a la natu­ raleza; el trabajo como trampa de la alienación individual y social, como me­ dio imprescindible para la recuperación de la autenticidad personal y para el desarrollo de la conciencia crítica que abre el camino a la liberación social; el trabajo como expresión de espiritualidad religiosa y como categoría inex­ cusable de la teología de las realidades mundanas; el trabajo como manifes­ tación de la virtud patriótica del ciudadano nacionalizado; el trabajo como dispositivo privilegiado para la configuración del hombre motivado, movido por los deseos e intereses a los que el trabajo promete satisfacción; el traba­ jo como garantía de la autonomía y de la libertad personales; el trabajo como realización de las capacidades creativas, o simplemente habilidosas e indus­ triosas, de unos seres humanos perspicaces e inteligentes, a las que sistemá­ ticamente realimenta; el trabajo como actividad esforzada que satisface mo­ ralmente como deber cumplido; el trabajo como lazo de socialización y de sociabilidad de los que lo comparten y, en general, de los que se necesitan para la realización de una obra o la prestación de un servicio; el trabajo como conformador de léxicos específicos, facilitador de relaciones dialógicas con un alto nivel de implicación de los hablantes; el trabajo como referente bási­ co de la solidaridad social; el trabajo como arma para la liberación de colec­ tivos discriminados u oprimidos. Y podríamos continuar mencionando las variadas significaciones del trabajo, las numerosísimas facetas de su repre­ sentación y, por lo tanto, todo aquello que se conmueve, en mayor o menor grado, cuando hablamos de la crisis del trabajo. Los problemas del trabajo y, en concreto, su manifestación más dramá­ tica, es decir, la extensión y la persistencia de la ausencia de trabajo remunera­ do, así como la progresión alarmante de condiciones de especial precariedad en el ejercicio del trabajo realmente existente, ha propiciado, de momento, que la realidad del paro se haya apoderado, en buena medida, de la idea de trabajo. En la medida en que esto es así, el vacío y la ausencia terminan por esbozar, de manera burda, los perfiles de la propia figura del trabajo. El tra­ bajo, por el apremio de su carencia y de su deterioro, termina por pensarse como mera ausencia de trabajo, como paro o como amenaza sistemática de paro. El mal, la pura negatividad, condiciona cada vez más la representación del trabajo, generaliza, en la opinión pública, la imagen más reduccionista posible del trabajo y dificulta la visión de todo lo que la historia reciente ha hecho por el lenguaje del trabajo, todas las esperanzas, todos los significados que pudo soportar aquel en su peripecia moderna. La historia intelectual del trabajo no sólo deberá informarnos sobre los lenguajes y las imágenes del trabajo propios de cada período histórico y su proceso de formación, también nos dirá mucho sobre la sensibilidad y el tono intelectuales de una época, sobre sus esperanzas, sus frustraciones, sus inquietudes y la particular poética con la que las gentes de pensamiento y de pluma, y todos los que buscaban crear opinión, se imaginaban el pasado, el presente y el futuro. Pero, además, los problemas actuales en torno al traba­ jo sólo podrán formularse, en sus debidos términos, si disponemos de una buena historia de los avatares y peripecias de las representaciones sociales del trabajo de las que somos herederos, de sus tradiciones, de sus argumen­ taciones, de sus formulaciones en los discursos continuistas y rupturistas, científicos e ideológicos. La labor del historiador es de decantación, de dis­ tinción, de explicación. Se tratará de rescatar los lenguajes y las imágenes del trabajo, en el contexto de las realidades históricas y de las tradiciones inte­ lectuales donde se forjaron, para hacerlas visibles, para identificarlas, para tenerlas a mano y alcanzar un grado de consciencia más esclarecido respec­ to a las ideas y a los léxicos del trabajo con los que pensamos y disertamos so­ bre su significación y sus problemas actuales. Este libro propone al lector un examen del discurso moderno del trabajo en los años de su formación. Su autor abrigó, en un principio, la ambición de ha­ cer un recorrido mucho más amplio por la historia del concepto de trabajo, pero pronto comprendió que esta ambición era desmedida y que perdía mu­ cho en precisión, rigor y matices sugestivos cuando batía más terreno. Ade­ más, pudo constatar que si la investigación sobre el concepto de trabajo en los siglos xix y xx contaba, en general, con abundantes y específicas fuentes pri­ marias y secundarias y con estudios parciales, pero de indudable calidad, nada de esto ocurría cuando buscaba hacerse una idea suficientemente perfilada de sus orígenes modernos y de su peripecia formativa. Un vacío sorprendente. Por otra parte, parecía harto difícil alcanzar un conocimiento sistemático y bien fundado de la abigarrada historia intelectual del trabajo en el siglo xix, si carecíamos de una historia de sus orígenes y primeras manifestaciones en los círculos intelectuales del Siglo de las Luces, así como de las reacciones que las propuestas ilustradas desencadenaron. La decisión de limitar el estudio a los años de formación del lenguaje moderno del trabajo se impuso por sí misma, lo que planteó, a su vez, la necesidad de encontrar el corte cronológico más adecuado y operativo para llevar a buen término la empresa. Hay dos novedades decisivas que marcan el arranque del discurso mo­ derno del trabajo. La primera es la aparición, en el último cuarto del siglo

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