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Los Países Bajos y la cultura europea en el siglo XVII PDF

247 Pages·1968·11.067 MB·Spanish
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Charles Wilson Los Países Bajos y la cultura europea en el siglo XVII Biblioteca para el Hombre Actual Ediciones Guadarrama, S.A. Lope de Rueda, 13 - Madrid Título original de este libro The Dutch Republic and the Civilisation of the seventeenth century © Lo tradujo al español Jorge Molina Quirós Copyright para todos los países de lengua española en EDICIONES GUADARRAMA, S.A. - MADRID. 1968 Fotocomposición: Tecnigraf, S.A - Madrid - España Printed in Italy by Officine Grafiche Amoldo Mondadori, Verona Indice 1 Origen político y cultural de la República 7 2 Desarrollo y rivalidad en la economía 22 3 Una sociedad de clase media 42 4 Hugo Grocio y la Ley de las Naciones 59 5 Una economía mundial en desarrollo 74 6 La era de la observación: la Ciencia 92 7 La era de la observación: las Artes plásticas y las sociales 118 8 Intercambio de ideas 150 9 Un refugio para filósofos 165 10 Holanda y Escocia 178 11 Las guerras holandesas y el pacifismo holandés 185 12 Un imperio comercial 206 13 Decadencia 230 Bibliografía 245 Notas 249 Nota de agradecimiento 251 Indice analítico 252 Indice de M apas Las Siete provincias en 1648 frontispicio El reino borgoñón en 1555 10 (con las fronteras lingüísticas) Proyectos de diques, regadíos 80-1 y saneamiento Rutas comerciales y descubrimientos 220-1 mundiales 1 Origen político y cultural de la República Cuando el Emperador Carlos V abdicó en 1555, cedió sus posesio­ nes en los Países Bajos a su hijo Felipe II de España. Estas com­ prendían un total de diecisiete provincias, tres de las cuales habían sido anexionadas por el propio Carlos, y las catorce restantes eran herencia de sus predecesores, los duques de Borgoña. De Norte a Sur, se extendían desde las islas Frisonas hasta la frontera con Francia; por el Este llegaban hasta la frontera alemana, y por el Oeste, hasta el mar. Puede decirse que comprendían lo que es hoy el Benelux junto con una parte del norte de Francia, y constituían una de las dos zonas más ricas, activas y densamente pobladas del mundo europeo de mediados del siglo XVI. La segunda de estas zonas —el norte de Italia— había tenido ya su momento de esplen­ dor, y ni su cultura ni su economía podían competir en energía y vitalidad con los florecientes Países Bajos. Constituían éstos el núcleo del Sacro Imperio Romano de Car­ los V. Aquí (en Gante) había nacido él, y de aquí procedían una buena parte de sus consejeros. Aún más, de aquí provenían la ma­ yor parte de los fondos y el crédito necesarios para sus campa­ ñas y los gastos del gobierno. Y sin embargo, a los pocos años de una abdicación solemne, que tuvo lugar entre escenas llenas de emotividad, reflejo del pesar popular, los Países Bajos se rebelaban contra su heredero y contra la dominación española. Un cuarto de siglo más tarde, las provincias septentrionales —Holanda y Zelandia sobre todo— estaban a punto de separarse de las provincias del Sur. Medio siglo más tarde, con la Tregua de 1609 entre España y las provincias del Norte, la secesión era ya un hecho, que se vio legalmente sancionado en 1648 con los grandes tratados que mar­ caron el fin de la Guerra de los Treinta Años. El reino Habsburgo- Borgoñón de los Países Bajos había desaparecido, sustituido por dos Estados independientes: la República Holandesa al Norte y los Países Bajos españoles al Sur, dependientes de la Corona de Espa­ ña. De aquí saldrían las actuales Bélgica y Holanda. Los reveses y giros de la Fortuna, los triunfos y las catástrofes de esta Guerra de Ochenta Años, componen uno de los episodios Placeres de invierno en los Países Bajos, dibujo del siglo xvi. más dramáticos, cruentos y confusos de la historia europea mo­ derna- Sin embargo, no puede hablarse de una carnicería sin objeto, como lo habían sido, en cambio, las guerras que habían asolado poco antes el norte de Italia. Por el contrario, ello significaría la aparición de un nuevo concepto europeo sobre la organización política del Estado, planteándonos dos interrogantes de la mayor importancia. ¿Por qué se rebelaron los Países Bajos contra España? ¿Y por qué habrían de ser únicamente las siete provincias del Norte las que consiguieran la independencia? La respuesta ortodoxa que venía dándose hasta hace bien poco a la primera pregunta era que la rebelión fue parte del destino de un pueblo poseído de una necesidad imperiosa de libertad, inde­ pendencia y protestantismo. De ahí la rebelión contra un gobierno extranjero y clerical, dispuesto a instaurar la Inquisición y a sofo­ car la libertad con armas y tropas españolas. Esta respuesta ha de­ jado de ser satisfactoria. Los estudios recientes sobre el tema insis­ ten en que no se trató de un solo movimiento, sino de un cúmulo de levantamientos a cargo de distintas clases y grupos sociales, con motivos que a menudo estaban en violenta oposición. En un prin­ cipio se trataba de la resistencia que oponían los magnates feudales (católicos en su mayoría) a los intentos de Felipe II de moderni­ zar, centralizar y organizar las formas de gobierno, arcaizantes y sin cohesión, por las que habían venido rigiéndose sus nuevos dominios. Así, mientras que en Francia, Inglaterra y España empe­ zaba a aparecer un “Estado” de corte moderno, los Países Bajos conservaban un sistema medieval, de absoluta atomización política y administrativa. En ningún otro lugar podían encontrarse burgue­ ses más ricos o más obstinados, súbditos más rebeldes, o prínci­ pes en situación más precaria. El Rey tenía que enfrentarse a cada paso con un muro insalvable de “libertades” tradicionales, nobiliarias, eclesiásticas y municipales, que parecían especial­ mente dispuestas para obstaculizar cualquier reforma y poner trabas a la función del “gobierno”. Felipe estaba decidido a su­ primir estos obstáculos, a hacer sentir su dominio sobre estas provincias ricas y anárquicas, a ser un auténtico rey, a gobernar. Ante esta situación, la nobleza se puso a la cabeza del mo­ vimiento revolucionario, apoyada ocasionalmente por algunas je­ rarquías de la Iglesia. En la década de 1560 a 1570, los símbolos de la resistencia a las tropas y gobernadores españoles, a la Inqui­ sición y a la reorganización de la Iglesia de los Países Bajos fueron los condes de Egmont, Hoorn y Guillermo, príncipe de Orange, por entonces, católicos todos ellos. Sin embargo, la rebelión se ex­ tendió y diversificó rápidamente. El movimiento calvinista tomaba fuerza en todas partes, singularmente en los distritos de manufac­ turas textiles de Flandes. El protestantismo tenía entonces mayor fuerza en el Sur que en el Norte. Gante sería durante largo tiempo uno de sus focos más turbulentos. El duque de Alba, comandante de las tropas españolas, emprendió una furiosa campaña de repre­ salia, dirigida principalmente contra los disidentes religiosos. Pero las medidas que tomó hicieron aflorar la oposición latente en otro importante estamento social: los comerciantes ciudadanos. La guerra exigía gastos y el duque se propuso cubrirlos con la crea­ ción de un impuesto sobre consumos, el famoso “décimo penique”. DRENTHE HAINAULT LUXEMBURGO Zona de habla flamenca Zona de habla francesa El reino borgoñón de los Países Bajos al abdicar Carlos V en 1555. Aquí aparecen las diecisiete Provincias al norte y al sur de la frontera lingüística. Esto agudizó la oposición de los comerciantes, que se unieron en un bloque hostil a todo lo español. Los comerciantes y los protestantes formaban ahora un frente común contra el duque. Junto con esto, había indicios claros de que el calvinismo seguía un curso similar al que había tenido en Francia e Inglaterra, haciendo prosélitos entre la nobleza de segunda fila y la clase media, descontentas y oprimidas por la inflación y los impuestos. De aquí saldrían muchos cabecillas de “pordioseros”, movimiento de resistencia que inició en 1572 la captura de los puer­ tos occidentales de Briel y Flushing, de vital importancia. Esto dio a los rebeldes el control marítimo en las costas de Holanda y Ze­ landia. Mientras tanto, la burguesía rebelde de las ciudades se unía a los calvinistas para contrarrestar el cerco de los españoles a ciu­ dades como Haarlem, Leiden y Alkmaar, asedios que a menudo se resolvían en terribles matanzas. Pasarían otros veinte años antes de que los españoles perdieran su superioridad en el Norte. Al Sur, grandes ciudades como Am- beres, Gante, Ypres y otras muchas yacían en ruinas; los diques es­ taban derruidos, los pueblos, abandonados, los campos, devastados. Las pérdidas eran terribles por ambos lados. La Tregua de 1609, pensada en un principio como suspensión momentánea de las hos­ tilidades, sería la fecha clave que marcaría la aparición de un Esta­ do nuevo, diferente y único en su clase: la República Holandesa. Para las gentes de la época aquello constituía una entidad inesta­ ble; lejos de ser un Estado unitario, parecía una alianza de siete provincias bajo la dirección de Holanda, la más rica y poderosa. Y no tenía una sola autoridad máxima, sino dos: el “StacLhouder” o Jefe del Estado era Mauricio, hijo de Guillermo de Orange, pero apenas superaba en influencia al “Landsadvocaat” o primer minis­ tro, van Oldenbameveldt. Mauricio contaba con el apoyo de la Iglesia calvinista, sus ministros y partidarios más exaltados, gene­ ralmente de extracción humilde; van Oldenbameveldt, por su parte, estaba respaldado por las riquezas e influencia de uno de los grupos sociales más decididos y capaces de la federación: los comerciantes

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