Elena Cassin, Jean Bottéro & Jean Vercoutter Los imperios del Antiguo Oriente III La primera mitad del primer milenio Historia Universal Siglo XXI - 4 Título original: Die Altorientalischen Reiche III. Die erste Hälfte des 1. Jahrtausends Elena Cassin, Jean Bottéro & Jean Vercoutter, 1965 Traducción: María Elena Núñez, Antón Dietrich & P. Buckley ADVERTENCIA SOBRE LAS TRANSCRIPCIONES Se transcriben los nombres turcos, sumerios y semitas de acuerdo con las siguientes equivalencias aproximadas: ḍ, ṣ, ṭ: consonantes llamadas enfáticas, pronunciadas con gran esfuerzo articulatorio, que no existe en las lenguas europeas. j, dj (en turco c), ǧ: inglés jungle, italiano gioia, pronunciación africada de la y castellana (un yate). ç, ch: ch castellana. g, gh, ğ: g fricativa de llegar. ḥ: h aspirada fuerte. kh, ḫ: j castellana. sh (en turco ş), š: sh inglesa, ch francesa. z: z inglesa y francesa, s francesa de chose. ā, ē, etc.: vocales largas. ’: Ataque vocálico semejante al que acompaña en alemán a una vocal inicial (’alif árabe, ’āleph hebreo). ‘: Sonido gutural del ‘ayn árabe o ‘ayin hebreo. ṯ: z castellana, th inglesa de thunder. ḏ: d fricativa castellana de medir. Se excluyen de estas normas los nombres que por una u otra causa tengan una forma castellanizada ampliamente consagrada por el uso, en particular los bíblicos. En nombres acadios, etc., se indican también como ā, ē… las vocales largas por contracción (â, ê… en la notación usual). En cuanto a las transcripciones del egipcio, nos atenemos lo más posible a las aproximadas de Drioton y Vandier (Historia de Egipto, trad. cast. de la 3.ª ed., Buenos Aires, EUDEBA, 1964), por ser las más difundidas en nuestros países. Deben leerse de acuerdo con la tabla anterior, teniendo en cuenta además que con â se indica la presencia de una vocal y del sonido ‘, que sólo se representa aislado en el nombre de dios Re‘ (Rē‘) y los compuestos con él; se prescinde por lo general de señalar la cantidad vocálica y de distinguir entre h y ḥ, k y ḳ. Cuando en la lista anterior se reseñan varios signos para la transcripción de un sonido, es el primero de ellos el que usamos preferentemente en el texto. 1.Asiria y los países vecinos (Babilonia, Elam, Irán) desde el 1000 hasta el 617 a. C. El Nuevo Imperio babilónico hasta el 539 a. C. I. LA EXPANSIÓN ARAMEA Y EL RENACIMIENTO DE ASIRIA A principios del primer milenio antes de nuestra era, un hecho domina la historia del Próximo Oriente: la triunfante expansión de los nómadas arameos y su asentamiento en Siria del Norte, el valle del Éufrates y la baja Mesopotamia[1]. Asiria atraviesa entonces un largo período de debilidad y se repliega ante ellos hacia su territorio nacional. Al comenzar el siglo X, los arameos se encuentran ya sólidamente asentados junto a la gran curva que hace el Éufrates al sur de Karkemish. Un siglo antes, Tiglatpileser I había hecho fortificar y guardar los vados, impidiéndoles así atravesar el río durante algún tiempo. Sin embargo, durante el reinado, extenso y sin gloria, de Ashshurrabi (1010-970), estas últimas barreras van desapareciendo una tras otra. Mutkinu, en la orilla oriental del Éufrates, y Pitru, junto a uno de sus afluentes de la derecha, el Sajūr, caen en sus manos. El obstáculo queda así franqueado: sobre ambas orillas del río se extiende a partir de entonces el reino arameo de Bīt-Adini cuya capital será Til Barsip (Tell Aḥmar). En el interior, la horda invasora continúa esparciéndose. Fundan otros dos principados en el valle del Balīkh, y algunos más en el del Khābūr. El más importante es el de Bīt-Bakhiāni, situado junto al alto Khābūr y cuya capital, Guzana (Tell Ḥalaf), ocupa una posición clave en la ruta que une Asiria con el Éufrates. Las excavaciones arqueológicas han desenterrado el palacio de un príncipe arameo que vivió allí probablemente a principios del siglo IX. La poderosa tribu de los temanitas se introduce aún más hacia el este, en dirección al Tigris, fundando allí nuevos estados en torno a las ciudades de Naṣibīna (Nisibis), Khuzirīna y Gidara. La última de estas ciudades cae en sus manos en tiempos de Tiglatpileser II (966-935), siendo entonces rebautizada con el nombre de Radammāte. Al sur de la gran curva del Éufrates, el valle es ocupado paulatinamente por grupos arameos que se establecen en él repartiéndose en principados independientes: Laqē, en la región de la desembocadura a del Khābūr; Khindanu, hacia el recodo del río, y en especial Sukhi, que se extiende entonces desde Anat a Rapiqu. El valle es a menudo estrecho y se encuentra encerrado entre dos zonas desérticas; las ciudades suelen mantener en las islas fuertes posiciones de defensa, obligando a las tribus todavía nómadas del desierto a buscar más al sur lugares de paso y regiones donde establecerse. A la altura del istmo de Akkad, donde el Tigris y el Éufrates aproximan sus cursos, es donde el río puede atravesarse más fácilmente. Toda la región en torno a Sippar y Babilonia, hasta los límites de la actual Bagdad, es invadida por bandas de salteadores arameos. Durante la primera mitad del siglo XI un usurpador arameo, Adadaplaiddin, se había apoderado del trono de Babilonia, y Asiria no había tenido más remedio que reconocerlo. Por consiguiente el reino babilónico se había disgregado, volviéndose a constituir más al este, en las colinas situadas más allá del Tigris, entre Dēr y Arrapkha. Los grandes santuarios de Babilonia, de Borsippa y de Kutha se libran casi de toda vinculación política. Los templos, sus torres y dependencias, el personal y los habitantes son administrados por las autoridades eclesiásticas. Estas tres ciudades no son sólo santuarios nacionales de los reyes babilónicos, sino las ciudades santas de toda la Mesopotamia semítica, hacia las cuales vuelven sus ojos con igual devoción asirios, arameos y caldeos. Más al sur, se extiende hasta el golfo Pérsico la vasta superficie del antiguo país de Sumer. Los caldeos, de la familia de los arameos, se establecen allí y, seminómadas, semisedentarios, forman a mitad del siglo IX seis principados de fronteras mudables: Larak, Bīt-Dakkuri, Bīt-Amukkani, Bīt-Silāni, Bīt-Sa’alli y Bīt-Yakīn. En estas nuevas poblaciones, y en particular en Bīt-Yakīn, es donde Babilonia volverá a cobrar vitalidad. Asimismo, bordeando el curso inferior del Tigris, al sur de la desembocadura del Diyāla (Turnat), se encontraban establecidas otras grandes tribus arameas: litau, puqudu, gambulu y khindanu. Los arameos, que asediaban estrechamente Asiria y Babilonia desde el Khābūr a Elam, se habían extendido igualmente por Siria del Norte, al oeste del Éufrates. En estas regiones, habían topado con la confederación de los estados neohititas, Karkemish, Ḥama, Alepo, Khattina, que les presentaron más o menos resistencia. La región de Alepo y Arpad cayó rápidamente en su poder y constituyó el nuevo reino arameo de Bīt-Agusi, cuyos límites estaban constituidos, al este, por el reino, también arameo, de Bīt-Adini y, al oeste, por el principado hitita de Khattina, en la llanura de Antioquía, mientras que por el norte el río Sajūr lo separaba del estado hitita de Karkemish, que permanecerá independiente hasta el reinado de Sargón II. Durante los siglos X y XI otros grupos arameos habían penetrado hacia el noroeste en el valle del Karasu, y habían fundado allí el reino de Ya‘ūdi o Sam’al, cuya capital era Sam’al (Zincirli). Al final del siglo XI es probablemente cuando Ḥama y su región, en el valle del Orontes, cayeron bajo control arameo. Las excavaciones han revelado, en la ciudad, un estrato arameo inmediatamente encima del hitita. En esta misma época los arameos ocupaban sin duda todo el valle del Orontes y el del Litani. Eran igualmente dueños del sur de Siria, no habiendo encontrado apenas resistencia en estas regiones, que desde hacía ya tiempo carecían de la menor cohesión política. El Antiguo Testamento nos da a conocer los nombres de los estados que allí fundaron en los tiempos en que Saúl, David y Salomón tuvieron que combatir contra ellos: Aram-Sōba, en la llanura de la Beq‘a; Aram-Bēt-Rehōb y Aram-Ma‘kā, en torno al monte Hermón; Geshūr, en el Ḥaurān, y el más poderoso de todos, el reino de Damasco, que ejerció una verdadera hegemonía política sobre el conjunto de esta confederación. En Asiria, los tres soberanos que desde el comienzo del siglo X se sucedieron en el trono, Ashshurrabi II, Ashshurrēsishi II y Tiglatpileser II, no pudieron, sin grandes esfuerzos, contener el irresistible empuje arameo. Bajo el reinado de Ashshurdān II (935-912)[2], la situación general y el equilibrio de las fuerzas parecen cambiar. Al lado de las acciones defensivas que el soberano se ve obligado a dirigir aún, a fin de salvaguardar el territorio nacional, emprende algunas operaciones ofensivas que parecen ser el preludio del despertar de Asiria. Conduce expediciones de castigo contra los pueblos montañeses que violaban sus fronteras, somete la revuelta de los habitantes del monte Muṣri (Jebel Maqlūb), al noroeste de Nínive, y reconquista dos ciudades a los arameos. Sin embargo, estos éxitos no deben hacernos sobrevalorar las renacientes fuerzas del país. La miseria y a menudo el hambre reinan en él y el reclutamiento de tropas pesa profundamente sobre la población activa. De todos modos, el rey se esfuerza, entre campaña y campaña, en mejorar la economía nacional. Así, se preocupa por la irrigación, hace fabricar arados, fomenta la cría de ganado y construye establecimientos públicos; incluso sus fructíferas cazas de leones, toros salvajes y elefantes son, y serán aún para sus sucesores, batidas necesarias tanto como distracciones principescas. Bajo el reinado de su hijo y sucesor, Adadnarāri II (912-891)[3], se afirma de una manera mucho más clara el resurgir político de Asiria. Sus operaciones militares no le vienen impuestas por las circunstancias, como le había ocurrido normalmente a su padre. Él mismo es quien toma desde entonces la iniciativa y sus campañas parecen ya responder a un plan maduro. Al igual que en tiempos de Tiglatpileser I, Asiria vuelve a dirigir su atención hacia las costas mediterráneas. Pero un doble obstáculo que se halla en manos arameas les impide el paso: el macizo montañoso de Ṭūr ‘Abdīn, al norte de Naṣibīna (Nisibis), bastión natural en el que se resguardan varios principados arameos, y más lejos, el Éufrates, cuyos puntos de acceso hacia Siria del norte están sólidamente guardados por los hititas de Karkemish y los arameos de Bīt-Adini. El principal objetivo de Adadnarāri II será reducir el primero de estos obstáculos, liberando la ruta desde el Éufrates hasta el Khābūr y despejando sus alrededores hasta las pendientes montañosas del sur de Armenia. Mientras tanto, lleva a cabo varias incursiones preliminares. De este modo, ataca cuatro veces el país de Nairi, entre el alto Tigris y el alto Éufrates, somete la comarca de Kutmukhi, en la orilla derecha del Tigris superior, y se introduce en las montañas, al este del pequeño Zāb. Aprovecha una pretendida provocación del rey babilonio Shamashmudammiq (hac. 941-901) para imponerle por la fuerza, así como más tarde a su hijo Nabūshumukīn, sus condiciones con respecto a las negociaciones entre Asiria y Babilonia. Anexiona a Asiria una parte del territorio, a la altura de Lakhiru y las dos fortalezas de Arrapkha (Kirkūk) y Lubda. Seguidamente firmaron los dos reyes un acuerdo sobre fronteras, dándose las hijas respectivas en matrimonio y encargándose de mantener una paz duradera entre los dos países. En el curso medio del Éufrates dedicó sus esfuerzos a contener la afluencia de nómadas del desierto en la región del Sukhi, de la cual recibió tributo después de haber sometido algunas de sus ciudades, Ḥīṭ entre ellas. Sin embargo, los más duros y tenaces combates de Adadnarāri II fueron los que libró contra el Khanigalbat, en el noroeste de Asiria. Para abrir el camino de una futura marcha hacia el oeste, era necesario ante todo romper la barrera formada por los estados arameos de la tribu de los tematitas. El más importante de ellos tenía entonces por rey a Nūradad y por capital Naṣibīna (Nisibis). Contra estos estados lanzó dos expediciones consecutivas, que no lograron sino éxitos parciales. Olvidando entonces durante cierto tiempo su primer objetivo, atacó al año siguiente en la misma región a otro principado arameo, Mamblu, que capturó, y conquistó la capital Khuzirīna. Un tercer principado conoció muy pronto una suerte parecida: su capital, Gidara, fue tomada, y su rey, Muquru, hecho prisionero. Debido a estos éxitos, Adadnarāri se vio dueño de la mayor parte del Khanigalbat. Así, pues, la campaña que dirigió contra él al año siguiente de la conquista de Gidara, no tuvo otro objeto que el de afirmar su soberanía y recaudar los tributos impuestos a los vencidos. Fig. 1. Asiria y Babilonia. Mientras tanto, quedaba aún por someter su principal adversario, Nūradad. Adadnarāri descargó contra él todo el peso de una sexta campaña y sitió su capital. Tras un tenaz asedio, Naṣibīna fue finalmente tomada por asalto. Nūradad fue hecho prisionero y conducido junto a todos los suyos a Asiria. Aún envió el asirio una séptima y última campaña al año siguiente, a fin de imponer tributos sobre toda la extensión del Khanigalbat, ya sometido. Así acabó victoriosamente de abrirse paso hacia el Khābūr Adadnarāri, no sin desplegar la tenacidad que atestiguan el número de campañas que consagró a ello y la resolución con que asedió sucesivamente Gidara y Naṣibīna. Desde este momento toda la comarca quedaba abierta para él. Descendió al valle de Khābūr sometiendo sin dificultad a los pequeños estados arameos que allí se habían constituido y, al llegar al Éufrates, recibió los tributos de los estados arameos de Laqē y Khindanu. Fig. 2. Asiria y Urartu. Victorioso en todas sus fronteras, Adadnarāri podía en justicia volver a incluir, entre sus títulos oficiales, los soberanos de «rey de la totalidad», y «rey de las cuatro zonas (del mundo)», a los que desde hacía ciento cincuenta años no había podido aspirar legítimamente ninguno de sus predecesores. Su hijo Tukultininurta II (891-884), que no llevó más que el primero de estos títulos, el más común de los dos, continuó, con menos amplitud quizá, aunque con vigor, las empresas militares de su padre[4]. Hacia el noroeste, se contentó con mantener la presión asiria por medio de una expedición al país de Nairi. Franqueó los montes Kashiari (el Ṭūr ‘Abdīn) y sometió el Bīt-Zamani, cuyos centros principales eran Amedi, la actual Diyarbekir, y Tidu, en los alrededores de la actual Merdin. Marchó incluso hacia el este, donde una campaña victoriosa le permitió consolidar el poderío de Asiria en la región montañosa que se encuentra situada más allá del desfiladero de Kirruri, al este de Arbeles, y se extiende desde Gilzanu, en la orilla oeste del lago de Urmia, hasta los desfiladeros del pequeño Zāb. Sin embargo, donde puso mayor empeño en consolidar las conquistas de su padre fue en los valles del Khābūr y del curso medio del Éufrates. Para llevarlo a cabo, volvió a ocupar de un modo totalmente inesperado las poblaciones que ya había sometido aquél. Obligó por tanto a sus tropas a una larga y penosa marcha a través del desierto mesopotámico, siguiendo hacia el sur el cauce seco del Ṭarṯar. Habiendo llegado a la altura de la confluencia de los ríos ‘Aḏēm y Tigris, se dirigió rápidamente por el Tigris, desde donde atacó por sorpresa a los belicosos arameos utuāte, que se encontraban asentados en esta región. Desde allí atravesando Dūr-Kurigalzu (‘Aqar Qūf) y Sippar, el ejército tomó con igual rapidez el valle del Éufrates. Remontándolo hacia el Khābūr, y después de haber dejado atrás Ḥīṭ, recibió cerca de Anat el tributo de Sukhi, cinco jornadas río arriba el de Khindanu y, más allá, los de Laqē y Sirqu. Al llegar a la desembocadura del Khābūr, las tropas remontaron su curso y sometieron y anexionaron el estado arameo de Kharrān, dirigiéndose después hacia Naṣibīna y Khuzirīna. Desde allí, Tukultininurta lanzó una incursión contra los moscos, regresando después a Asiria. La soberanía de Asiria sobre la comarca del Khābūr se encontraba así lo suficientemente consolidada como para que Tukultininurta se hiciera construir un palacio en Kakhat, la actual Tell Barrī, junto a uno de los afluentes del Khābūr, el Jaġjaġ[5]. No descuidó, sin embargo, su capital Asur; reforzó las defensas e hizo reconstruir totalmente sus murallas, que no se habían restaurado desde el lejano reinado de Ashshuruballiṭ. II. CAMBIOS ÉTNICOS O POLÍTICOS AL ESTE Y AL NORTE DE ASIRIA Hasta entonces, el renacimiento de Asiria se había manifestado sobre todo a expensas de los estados arameos más cercanos, situados al oeste. Pero en lo sucesivo, la renovación de su poder militar no sólo iba a conducirles más allá de estas primeras conquistas occidentales, sino también hacia las comarcas montañosas que la limitaban al este y, cada vez más profundamente, en dirección a la llanura iraní. Desde siempre, estas regiones habían presentado para Asiria un doble interés, estratégico y económico, pero en lo sucesivo iban a atraer tanto más la atención de sus reyes cuanto que en ellas se producían cambios étnicos y políticos que podían suponer para su país peligro de invasión o dificultades de aprovisionamiento. En efecto, a partir del 900 antes de nuestra era, los relatos sobre las campañas del este mencionan muchos nombres de distritos o comarcas que habían sido hasta entonces totalmente desconocidos para los asirios[6], tales como los países de Zamua, Namri, Khabkhu y Ellipi, más tarde el de los maneos, el de Parsuash y el de los medos. El nombre de Zamua se encuentra por primera vez en el relato de una expedición de Adadnarāri II. De hecho, se trata del antiguo país de los lullubi, según dirá Sargón II al comenzar la relación de su octava campaña: «Habiendo salido de Kalakh, hice franquear a mis tropas el Zāb inferior… y penetré en los desfiladeros de los montes Kullar, altas montañas del país de los lullumū al que se denomina país de Zamua». Los montes Kullar son probablemente el moderno Kolara, en el sector del Kurkur Asos, cerca de Darband-i-Ramkan. Desde el desfiladero de Babite, actual paso de Baziān, y el nacimiento del Diyāla, el país de Zamua se extendía hacia el interior de las montañas, donde se hallaban fértiles valles y llanuras como la de Sumbi, que es sin duda la actual llanura de Rania y de Qal‘a Dizeh. Al suroeste, Zamua concluía en el desfiladero del país de Namar o Namri. Hacia el norte, «Zamua interior» alcanzaba sin duda las orillas pantanosas del lago de Urmia, donde lindaba con los países de Muṣaṣir, los ideos y los maneos. Se encuentran repetidas alusiones a «los reyes» de Zamua, lo que parece indicar que la población estaba dividida en clanes independientes. El más importante parece haber sido el de Dagara, al sureste del Karadağ. Cosechas abundantes, plata, oro y bronce, tejidos, ganado y cría de caballos de silla constituían la riqueza del país. Al norte, en la región del Zāb superior, se encontraba el país de Khabkhu, cuyos habitantes se dedicaban a la metalurgia del bronce y a la cría del ganado. Más tarde serán también afamados por su pericia de tejedores y su habilidad para teñir la lana y trabajar la plata. La comarca estaba rodeada de imponentes montañas y se accedía a ella por el desfiladero de Khulun, sin duda el actual paso de Kowanduz. El Khabkhu estaba muy vinculado a sus vecinos, los países de Kirruri y Nairi, tanto en el aspecto político como por afinidades lingüísticas. Se dividía en varios distritos, donde las ciudades eran numerosas y fortificadas. Al sur de Zamua, pasado el desfiladero de Tugliash, se extendía el país de Ellipi. Limitaba al norte por la región de Kharkhar; al noreste, con el distrito de Ambanda, y, al sur, con Elam. Su superficie varió con el transcurso del tiempo, según englobara o no la región de Kharkhar. Su población se dedicaba principalmente a la cría de ganado. Según parece estaba emparentada con lullubis y elamitas, pero sufrió muy pronto infiltraciones iraníes. En el aspecto político, sobre todo, más tarde, con Sargón II, el país supo sacar partido de su situación en una zona en que se enfrentaban las influencias de Asiria y de Elam. Estas diversas descripciones geográficas aparecen en los anales reales a principios del primer milenio. Un poco más tarde, durante el transcurso del siglo IX, los asirios entraron en contacto con otros países y otros pueblos. En el año 829, una expedición asiria se introduce por vez primera en el país de los maneos. Una señal in situ permite localizar con exactitud al menos un punto de este país. Se trata de la inscripción rupestre de Tashtepe, a unos ocho kilómetros de la actual Chillik, cerca de la orilla sur del lago. En ella se conmemora una victoria del rey de Urarṭu Menua sobre los maneos, y la erección de un palacio conmemorativo de este hecho en la ciudad de Meshta. El país comprendía cuatro provincias principales: Surikash, la más cercana a Asiria, contigua, por el noroeste, al país de Karalla, y por el sur, al de Allabria; Missi, donde se encontraba Tashtepe y, más al sur, en la región de Sakkiz, la capital Izirtu (o Zirta); a la orilla oriental del lago se hallan, por un lado, Uishdish, próspera y muy poblada, que se extiende hasta las pendientes del monte Sahend, y, por otro lado, Subi, más allá de las montañas, en la región de Sofión, célebre por su cría de caballos. Hacia el este, en dirección al Caspio, la influencia maneica se extendía sobre las comarcas de Zikirtu y Andia, en las que los reyes maneos gozaban al menos de una soberanía nominal. El país de los maneos obtenía la mayor parte de su riqueza de la cría del ganado y del tráfico de caballos, de sus cultivos de cereales y de sus viñedos, así como de sus talleres para trabajar el bronce, el hierro, el cobre y los metales preciosos. Antes de tener que defenderse contra las acometidas asirias, tuvo que luchar contra las pretensiones territoriales de Urarṭu. Fue probablemente luchando contra este poderoso vecino, como el país de los maneos adquirió en el siglo XIII cierta cohesión política. Sobre la civilización y arte maneicos tenemos algunos datos precisos, gracias a las excavaciones realizadas recientemente en Hasanlu[7]. Este paraje, situado al suroeste del lago de Urmia, domina el valle del Solduz y preside una importante red de caminos. Allí se descubren varios estratos de ocupación, que se encuentran escalonados desde el 2100 al 800 aproximadamente. Las épocas antiguas presentan una cultura de tipo hurrita, que se halla superpuesta a una civilización básica que recuerda a la del Irán central. En el siglo IX, la influencia de la cultura asiria se hace preponderante y permanece hasta que la ciudad fue destruida al finalizar el siglo, sin duda por los urarteos. Después de permanecer abandonada durante cierto tiempo, vuelve a ser ocupada en el curso del siglo siguiente. Por ello la