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Los imperios del Antiguo Oriente 2: El Final del Segundo Milenio PDF

348 Pages·1970·3.9 MB·Spanish
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Esta Historia universal SIGLO XXI, preparada y editada inicialmente por Fischer Verlag (Alemania), sigue un nuevo concepto: exponer la totalidad de los acontecimientos del mundo, dar todo su valor a la historia de los países y pueblos de Asia, África y América. Resalta la cultura y la economía como fuerzas que condicionan la historia. Saca a la luz el despertar de la humanidad a su propia conciencia. En la Historia universal SIGLO XXI han contribuido ochenta destacados especialistas de todo el mundo. Consta de 36 volúmenes, cada uno de ellos independiente, y abarca desde la prehistoria hasta la actualidad. Este tercer volumen incluye: Babilonia bajo los casitas y el imperio asirio medio. Hititas, hurritas y mitanios. Siria y Palestina en la segunda mitad del segundo milenio. El imperio nuevo en Egipto. El mundo egeo. Elena Cassin, Jean Bottéro & Jean Vercoutter Los imperios del Antiguo Oriente II El fin del segundo milenio Historia Universal Siglo XXI - 3 ePub r1.0 jaleareal 16.10.16 Título original: Die Altorientalischen Reiche II. Das Ende des 2 Jahrtausends Elena Cassin, Jean Bottéro & Jean Vercoutter, 1966 Traducción: Mercedes Abad, Arturo Bodelón, Genoveva Dieterich & Jesús Sánchez Maza Editor digital: jaleareal ePub base r1.2 ADVERTENCIA SOBRE LAS TRANSCRIPCIONES Se transcriben los nombres turcos, sumerios y semitas de acuerdo con las siguientes equivalencias aproximadas: ḍ, ṣ, ṭ: consonantes llamadas enfáticas, pronunciadas con gran esfuerzo articulatorio, que no existe en las lenguas europeas. j, dj (en turco c): inglés jungle, italiano gioia, pronunciación africada de la y castellana (un yate). ç, ch: ch castellana. g, gh, ğ: g fricativa de llegar. ḥ: h aspirada fuerte. kh, ḫ: j castellana. sh (en turco ş), š: sh inglesa, ch francesa. z: z inglesa y francesa, s francesa de chose. ā, ē, etc.: vocales largas. ’: Ataque vocálico semejante al que acompaña en alemán a una vocal inicial (’alif árabe, ’āleph hebreo). ‘: Sonido gutural del ‘ayn árabe o ‘ayin hebreo. Se excluyen de estas normas los nombres que por una u otra causa tengan una forma castellanizada ampliamente consagrada por el uso, en particular los bíblicos. En nombres acadios, etc., se indican también como ā, ē… las vocales largas por contracción (â, ê… en la notación usual). En cuanto a las transcripciones del egipcio, nos atenemos lo más posible a las aproximadas de Drioton y Vandier (Historia de Egipto, trad. cast. de la 3.ª ed., Buenos Aires, EUDEBA, 1964), por ser las más difundidas en nuestros países. Deben leerse de acuerdo con la tabla anterior, teniendo en cuenta además que con â se indica la presencia de una vocal y del sonido ‘, que sólo se representa aislado en el nombre de dios Re‘ (Rē‘) y los compuestos con él; se prescinde por lo general de señalar la cantidad vocálica y de distinguir entre h y ḥ, k y ḳ. Cuando en la lista anterior se reseñan varios signos para la transcripción de un sonido, es el primero de ellos el que usamos preferentemente en el texto. 1. Babilonia bajo los casitas y el Imperio Asirio Medio. I. BABILONIA Introducción En 1594, las tropas hititas se apoderaron de Babilonia, poniendo fin así a la vacilante primera dinastía babilónica. Este suceso, que en sí mismo no tiene ningún valor particular (hacía mucho tiempo que Babilonia soportaba ya ataques por diferentes sitios, que cada vez le era más difícil rechazar), marca, sin embargo, el final de una época. Las condiciones políticas que prevalecían en el «Creciente fértil» se habían modificado. Los pueblos «nuevos», hurritas, hititas y casitas, que desde hacía siglos amenazaban aquella región, iban infiltrándose por varios sitios con mayor o menor éxito, constituían pequeños principados en algunos lugares, y conferían a ciertas zonas una «coloración» nueva, han conseguido ya agruparse en entidades políticas y formar estados que desempeñaban primeros papeles en la historia. Una de las consecuencias importantes que de ello deriva es que Babilonia no representa ya el elemento central de la política del «Creciente fértil». Su importancia política sigue siendo, sin duda, considerable, pero sin alcanzar la que tiene como factor de cultura. Pues si el mundo oriental, en efecto, no está ya centrado alrededor de Babilonia, habla, sin embargo, el babilonio, en la medida en que esta lengua es la de la administración y la de las cancillerías. A este propósito se impone una comparación con el latín de la Edad Media, de la misma manera que es evidente el paralelo entre la importancia de las diversas escuelas de escribas y la de los conventos. Sin embargo, el babilonio no es únicamente eso; es también una lengua técnica, una especie de «lengua franca» que dota a lo que se llama la civilización material de una gran parte de su vocabulario. Dentro del nuevo equilibrio de fuerzas que se establece, ciertos estados, como Asiria, sufren un oscurecimiento provisional, ya que se encuentra este país englobado en el reino que han fundado los hurritas desde los Zagros hasta el Mediterráneo. De suerte que se puede decir que, en la segunda mitad del segundo milenio, Mesopotamia se ve sometida a dos influencias preponderantes: la de los casitas, que se ejerce sobre todo en el interior de las fronteras y en los confines del antiguo reino de Hammurabi, y la de los hurritas, que desde el Éufrates medio se extiende hacia el norte y cubre Asiria y las regiones de los Zagros hasta alcanzar el Elam, en donde el elemento hurrita que nos ha revelado la onomástica se superpone a los substratos más antiguos y a elementos casitas. PRIMERA PARTE: LOS ACONTECIMIENTOS a) El afianzamiento de la Dinastía Casita Los casitas, en acadio kashshū, cuya importancia será preponderante en el sur del valle de los dos ríos después de la caída de la primera dinastía babilónica, indudablemente aparecieron en Mesopotamia mucho antes de esta fecha. Probablemente a partir de los primeros siglos del segundo milenio, los casitas debieron comenzar a descender de las montañas del Este, atraídos por las riquezas del país y por las posibilidades de trabajo que ofrecía. Pero la ausencia de nombres propios casitas en los documentos anteriores a la primera dinastía babilónica nos induce a pensar que debía de tratarse de una progresiva y lenta infiltración de elementos dispersos más que de una irrupción de grupos organizados. La primera mención de una fuerza armada casita se encuentra en la denominación del noveno año del rey Samsuiluna de Babilonia (1749-1712), que se designa como «año: ejército de los casitas». En una forma muy abreviada, quería sin duda significar que el hecho memorable del año anterior[1], o del año en curso, había sido el asalto de los invasores casitas, rechazado victoriosamente. Por otro lado, se sabe que uno de los primeros años del reinado del sucesor de Samsuiluna, Abieshukh (1711-1684), está fechado, lo mismo que había hecho su padre, con una derrota del ejército casita. Este mismo Samsuiluna construyó una fortaleza, Dūr-Samsuiluna, cerca de la actual Khafajī, en la confluencia del Diyāla y del Tigris. Ahora bien, es muy posible que los casitas llegaran a Babilonia siguiendo precisamente el curso del Diyāla por su orilla izquierda. Esta hipótesis se hace aún más verosímil por el hecho de que uno de los primeros reyes casitas de Babilonia, Agum II (hacia 1580), lleva en una inscripción el título, entre otros, de rey de Alman y de Padan. Alman debe ser identificada con la actual región de Kholwān, en Irán, región muy cercana al nacimiento del Diyāla. Los casitas descendieron probablemente a Babilonia a lo largo de la ruta Kholwān-Khānaquīn-Samarra. Y es muy posible que el nombre que lleva actualmente toda esta región iraní, Khūzistān, conserve reminiscencias del nombre del pueblo casita que vivía en ella durante el segundo milenio. Hay que tener en cuenta, por otra parte, que para Estrabón los kissioi eran los habitantes de la Susiana. Parece, además, indiscutible que una región llamada «país de los casitas» siguió existiendo durante la dominación de Babilonia por los casitas y después de ella. Rechazados por Samsuiluna, los casitas deben haber intentado abrirse un camino por otro lado, pero ignoramos dónde. El único hecho notable parece ser un documento económico de Terqa, centro del reino de Khana, que nos informa de que el rey del país es probablemente casita, dado su nombre: Kashtiliashu. De todas formas, en el momento en que Murshili se adueña de Babilonia hacia 1594, los casitas habían llegado ya con toda seguridad a constituir una fuerza suficientemente homogénea y poderosa para pretender, después de un periodo intermedio, reemplazar a los hititas, una vez que Murshili había vuelto con sus tropas a su país. No es tampoco muy difícil que algunos grupos casitas se hubieran instalado en Babilonia desde la época de Samsuditana (1625-1597) por diversos motivos (¿funcionarios militares, personal especializado en la cría de caballos?), y que en el momento del avance hitita hayan tomado partido por los invasores y los hayan ayudado mucho en sus ataques, coronados de éxito, para apoderarse de la capital. En Nippur, en los contratos fechados en el año 16 de este rey, entre los que adquieren beneficios sacerdotales, se observa la presencia de individuos que llevan nombres indudablemente casitas, como Enlil-galzu y Damu-galzu. Un dato más en el mismo sentido es la existencia, en la propia Babilonia y hacia finales de la primera dinastía, de un cierto Agum en cuyas casas habitaban los mensajeros que el rey de Alepo envió al rey de Babilonia. El título de «conde» (bukāshum) que tenía, atestigua que este Agum era un personaje importante y sus relaciones con el rey de Alepo, capital de una región fuertemente «hititizada», podrían en rigor constituir otro indicio de que existían contactos entre los elementos casitas instalados en Babilonia y los hititas. Es difícil, sin dejarnos llevar demasiado por la hipótesis, situar históricamente los orígenes de la dinastía casita, que con el rey Agum II (es decir, Agum-kakrime, en casita) se instalará definitivamente, a principios del siglo XVI, en Babilonia, donde se mantendrá durante más de cuatro siglos. Según las listas reales babilónicas, a Agum II le debieron preceder varios reyes. Sumando la duración de los distintos reinados que las listas reales atribuyen a los predecesores de Agum, Gandash, el primer rey casita, aparece como contemporáneo de Samsuiluna. En un documento de época neobabilónica, escrito en un acadio incorrecto, este Gandash se titula rey de las cuatro zonas del mundo, rey de Sumeria y de Akkad, y, finalmente, rey de Babilonia. Sin duda se puede considerar falso este documento y también se puede pensar que se refiere a un rey que no sea Gandash. Sin embargo, algunos especialistas (H. Lewy, S. Smith) lo consideran auténtico y han formulado la hipótesis de que en la época de Samsuiluna los casitas ya habían realizado varias incursiones en Babilonia, al menos una de ellas con éxito, lo que autorizaría a Gandash a adornarse con los mismos títulos que el rey al que había vencido. Una cuarta solución sería pensar que este documento fue redactado por un rey casita posterior con el fin de glorificar al que consideraba como el antepasado de la dinastía. Esta interpretación justificaría los pomposos títulos, puramente honoríficos en este caso, de rey de las cuatro zonas del mundo y de rey de Sumeria y de Akkad, pero no aclara las incorrecciones que se encuentran en el texto. De los sucesores de Gandash, Agum I (¿se trata del Agum que lleva el título de bukāshum?), Kashtiliash I (¿el mismo que es rey de Khana?), Kashtiliash II, Abirattash, UR-zigurumash, Kharbashikhu y Tiptakzi, apenas sabemos más que los nombres. Hay que llegar hasta Agum II, y sobre todo hasta sus sucesores, para estar mejor informados, si no de las conmociones que han precedido a la instalación de una dinastía extranjera en Babilonia, por lo menos de los orígenes de los invasores. En efecto, Agum II declara que «proviene» de «la semilla pura de Shuqamuna», uno de los dioses casitas más importantes, y añade que ha sido llamado por los grandes dioses Anum y Enlil, Ea y Marduk, Sīn y Shamash, lo cual, en cierta manera, constituye una profesión de fe. El título de «llamado» por los dioses aparece como una innovación. El rey, aunque declara su naturaleza de extranjero en tierra babilónica, se presenta como nombrado por los grandes dioses el país, que le proporcionan sus títulos credenciales y su legitimidad, y salda su deuda para con los dioses babilónicos haciendo traer del «lejano país de Khana» las estatuas de Marduk y de Ṣarpanitu, la pareja divina tutelar de Babilonia, e instalándolas de nuevo en su santuario, el Esagil, renovado. Esta alusión al regreso de las estatuas divinas plantea un problema estrechamente relacionado con los sucesos que han precedido a la caída de la primera dinastía babilónica. Es evidente que la captura y el rapto de las estatuas de Marduk y de Ṣarpanitu no fue posible sin una conquista, aunque fuera momentánea, de Babilonia. En este caso, ¿quién es el conquistador extranjero que ha llevado las estatuas de los dioses a Khana? ¿Se trata del mismo Murshili I, el vencedor de Babilonia? (y en este supuesto, ¿por qué Khana?) ¿O bien de un rey casita que fuera soberano de Khana en la época de Samsuiluna, tal como pretende H. Lewy? Esta hipótesis, que daría cuenta de la mención de Khana en la inscripción de Agum II como lugar del que se trajeron las estatuas divinas, nos obliga también a aceptar como válidas un cierto número de hipótesis nuevas. Sea como fuere, el epíteto de «lejano» atribuido al lugar de Khana en relación con Babilonia sigue siendo igualmente enigmático en ambos casos. Los títulos con los que se adorna Agum II merecen ser mencionados. Se declara rey de los casitas y de los acadios y rey de Babilonia; después de vanagloriarse de haber poblado densamente el país de Eshnunna, se titula rey de Alman (que, como acabamos de ver, es quizá la auténtica Casitia), rey de Padan, ciudad situada en la frontera nordeste de Babilonia (véase a continuación), que los elamitas no cesaron de reivindicar, y también rey del país de Gutium, región que en aquella época parece corresponder grosso modo al actual Kurdistán[2]. Sus dominios se debían extender así por el este, y no solamente a lo largo del Diyāla, sino que ocuparían también, además de la Casitia, la región que se extendía hacia el lago Urmia. Naturalmente, hay que aceptar esta enumeración a beneficio de inventario. Puede observarse asimismo que la inscripción no dice nada sobre el sur de la Mesopotamia, que en aquella época debía estar completamente sometido al rey del País del Mar, Gulkishar, o a uno de sus inmediatos sucesores. Es muy probable que este último se aprovechara del avance victorioso de los hititas sobre Babilonia y de la caída de la ciudad para apropiarse de territorios situados más al norte. Así se explica que Gulkishar pudiese hacer donación de tierras en una región tan septentrional como Dēr (actualmente Badra).

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