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Las Etapas Del Pensamiento Sociologico II PDF

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RAYMOND ARON LAS ETAPAS DEL PENSAMIENTO SOCIOLOGICO ii Durkheim - Pareto - Weber EDICIONES SIGLO VEINTE BUENOS AIRES Título del original francés LES ETAPES DE LA PENSÉE SOCIOLOGIQUE Gallimard - Paris Traducción de ANIBAL LEAL Obra: N° 950.516.064.1 ISBN: 950.516.066.8 (Tomo II”) LIBRO DE EDICIÓN ARGENTINA Queda hecho el depósito que previene la ley 11.723 Copyright by EDICIONES SIGLO VEINTE Maza 177 . Buenos Aires IMPRESO EN LA ARGENTINA PBLNTED IN ARGENTINA Secunda Paute LA GENERACIÓN DE FIN DE SIGLO INTRODUCCIÓN Esta segunda parte está consagrada al estudio de las ideas fundamentales de tres sociólogos: Émile Durkheim, Vilfredo Pareto y Max Weber. Para precisar el método que utilizaré en este análisis de autores, recordaré rápidamente como pro­ cedí en la interpretación del pensamiento de Augusto Comte, Marx y Tocqueville. Augusto Comte, Marx y Tocqueville formaron su pensamien­ to en la primera mitad del siglo xix. Adoptaron como objeto de su meditación la situación de las sociedades europeas des­ pués del drama de la Revolución y del Imperio, y se esfor­ zaron por dilucidar el significado de la crisis que acababa de sobrevenir y la naturaleza de la sociedad que estaba na­ ciendo. Pero esta sociedad moderna fue definida de distinto modo por los tres autores: a los ojos de Augusto Comte, la sociedad moderna era industrial; a los de Marx, era capita­ lista; para Tocqueville, era democrática. La elección del ad­ jetivo revelaba el ángulo desde el cual cada uno de ellos consideraba la realidad de su tiempo. Para Augusto Comte, la sociedad moderna o industrial se caracterizaba por la desaparición de las estructuras feudales y teológicas. El problema fundamental de la reforma social era el problema del consenso. Se trataba de restablecer la homogeneidad de las convicciones religiosas y morales, sin la cual ninguna sociedad puede vivir en condiciones de es­ tabilidad. En cambio, para Marx el dato fundamental de la sociedad de su tiempo estaba constituido por las contradicciones inter­ nas de la sociedad capitalista, y del orden social vinculad» con el capitalismo. Estas contradicciones eran por lo menos dos: contradicción entre las fuerzas y las relaciones de pro­ ducción; contradicción entre las clases sociales, que debían ser mutuamente hostiles mientras no hubiese desaparecido la propiedad privada de los instrumentos de producción. Finalmente, a los ojos de Tocqueville, el carácter democrá­ tico definía a la sociedad moderna, y esto último significaba a sus ojos la atenuación de las distinciones de clases o de estado, la tendencia a la igualdad progresiva de la condición social, y aún, a su' tiempo, la igualdad de la condición económica. Pero esta sociedad ¿f-mocritica. cuya vocación era igualita­ ria. podía ser. --'zún la? diferentes circunstancias, una socie­ dad liberal —es decir, gobernada por instituciones representa­ tivas. con-ervadoras de las libertades intelectuales— o por el contrario, si las causas secundarias eran desfavorables, una sociedad despótica. El nuevo despotismo se aplicaría a indi­ viduos que vivían de manera análoga, pero confundidos en la igualdad de la impotencia y la servidumbre. Según el punto de partida elegido por cada autor, la repre­ sentación de la sociedad moderna adopta distinto sesgo, y tam­ bién es diferente la visión de la evolución social. Augusto Comte, que parte de la idea de la sociedad industrial, y des­ taca la necesidad del consenso, del restablecimiento de la unidad de las creencias religiosas y morales, ve en el por­ venir la realización progresiva de un tipo social cuyas primi­ cias observa, y a cuya realización quiere contribuir. Por el contrario, Marx cree que las contradicciones del capitalismo son los factores esenciales, y anticipa una revolución ca­ tastrófica al mismo tiempo que bienhechora, que será el efec­ to necesario de estas contradicciones y cuya función será su­ perarlas. La revolución socialista, realizada por la mayoría en beneficio de la mayoría, señalará el fin de la prehistoria. La filosofía histórica de Tocqueville no es progresista, como la de Augusto Comte, ni optimista y catastrófica simultáneamen­ te, como la de Marx. Es una filosofía histórica abierta, que destaca ciertos rasgos, considerados inevitables, de las socie­ dades futuras, pero también afirma que otros rasgos, igual­ mente importantes desde el punto de vista humano, son im­ previsibles. En la visión de Tocqueville el futuro no está de­ terminado totalmente, y permite la existencia de cierto mar­ gen de libertad. Para utilizar el vocabulario que hoy está de moda. Tocqueville habría reconocido que hay un sentido, uti­ lizando esta última palabra en la acepción de dirección, hacia la cual se orienta necesariamente la historia —es decir, la historia evoluciona hacia lac =ociedades democráticas— pero habría afirmado que no hay un sentido histórico predetermi­ nado, si la palabra ‘‘sentido” impiiea la realización de la vocación humana. Las sociedades democráticas, la dirección del devenir, pueden ser, en función de causas múltiples, li< berales o despóticas. En otros términos, el método que he utilizado en la pri­ mera parte consistía en dilucidar los temas fundamentales de cada uno de los autores, mostrar de qué modo cada uno de estos temas se, desprendía de la interpretación personal de una misma realidad social, que los tres procuraban cómpren­ der. Estas interpretaciones no eran arbitrarias, sino perso­ nales: el temperamento del autor, su sistema de valores y su modo de percepción se expresan en la interpretación que ofre­ ce de una realidad que, en ciertos aspectos, es la misma para todos. En esta segunda parte seguiré el mismo método, por otra parte con mayor facilidad, porque É. Durkheim, V. Pareto y M. Weber pertenecen más estrictamente a la misma genera­ ción que lo que era el caso en Augusto Comte, Carlos Marx y Alexis de Tocqueville. Pareto nació en 1848, Durkheim en 1858 y Max Weber en 1864. Durkheim murió en 1917, Max Weber en 1920 y Pa­ reto en 1923. Los tres pertenecen al mismo momento histó­ rico, y su pensamiento, formado en el último tercio del siglo xix pudo aplicarse a la realidad histórica de la Eu­ ropa de principios de ese siglo. Los tres ya habían publi­ cado la mayor parte de su obra * cuando estalló la guerra de 1914. Por consiguiente, vivieron en el período considerado retros­ pectivamente como el más positivo de la historia europea. Es verdad que hoy los asiáticos o los africanos quizá conside­ ren que esta fase tuvo las características de una época mal­ dita. Pero en la época en que vivían estos tres autores Eu­ ropa estaba relativamente en paz. Las guerras del siglo xix, entre 1815 y 1914, fueron breves y limitadas; no modifica­ ron inmediatamente el curso de la historia europea. De ello podría deducirse que estos autores tenían una vi­ sión optimista de la historia en que participaban. Pero de ningún modo fue así. Aunque de distinta manera, los tres sentían que la sociedad europea estaba en crisis. Este senti­ miento no es original; pocas generaciones no han tenido la impresión de vivir una “crisis” o aún de encontrarse en un momento “crítico”, a partir del siglo xvi es muy difícil hallar una generación en un período estable. La impresión de estabilidad es casi siempre retrospectiva. Sea como fuere, a pesar de la paz aparente, los tres creían que las sociedades atravesaban una fase de mutación profunda. Creo que el tema fundamental de su reflexión era el de las relaciones entre la religión y la ciencia. Esta interpretación • Notas 6 y 7. Con la salvedad de que Wirtschaft und Ge- sellschaft (Economía y sociedad) de Max Weber fue publica­ do después de su muerte. de conjunto que aquí sugiero no es corriente, y aún puede afirmarse que en c:?rto sentido es paradójica. Sólo el estudio preciso de cada uno de estos autores podrá justificarla, pero ya en esta introducción general quiero indicar qué sentido atribuyo a dicha afirmación. Durkheim, Pareto y Weber tienen en común su vocación de sabios. En su época, tanto más que en la nuestra, las cien­ cias eran a los ojos de los profesores el modelo del pensa­ miento riguroso y eficaz: es decir, el modelo único del pen­ samiento válido. Los tres eran sociólogos, y deseaban ser sa­ bios. Pero en tanto que sociólogos, y aunque por caminos di­ ferentes, los tres volvían a tropezar con la idea de Comte, de acuerdo con la cual las sociedades pueden mantener su cohe­ rencia sólo apelando a creencias comunes de orden trascen­ dente, herencia de la tradición, se veían conmovidas por el desarrollo del pensamiento científico. Nada más superficial, a fines del siglo xix, que la idea de una contradicción insu­ perable entre la fe religiosa y la ciencia; hasta cierto punto, los tres estaban persuadidos de esta contradicción, pero pre­ cisamente porque eran sabios y sociólogos, reconocían que desde el punto de vista de la estabilidad social era necesario contar con estas creencias religiosas, que ahora se veían des­ gastadas por los progresos de la ciencia. En su condición de sociólogos, se sentían tentados de creer que la religión tradi­ cional estaba agotándose; también en su condición de soció­ logos, se inclinaban a creer que la sociedad no podía conservar su estructura y su coherencia sin una fe común que reuniese a los miembros de la colectividad. Este problema, a mi juicio fundamental, encuentra diferente expresión en cada uno de ellos. En el caso de Durkheim la expresión es simple, porque este pensador era un profesor francés de filosofía, que per­ tenecía a la tradición laica, y cuyo pensamiento se integraba sin dificultad en el diálogo, que no me atrevería a calificar de eterno, pero que ciertamente es duradero —pues ocupa va­ rios siglos de la historia de Francia— entre la Iglesia Cató­ lica y el pensamiento laico. El sociólogo Durkheim creía com­ probar que la religión tradicional ya no respondía a las exigen­ cias de lo que él denominaba el espíritu científico. Por otra parte, como buen discípulo de Augusto Comte, pensaba que una sociedad necesita del consenso, y que éste sólo puede obtenerse mediante creencias absolutas. De todo ello con­ cluía, con lo que a mi juicio es una ingenuidad de profesor, que era necesario instaurar una moral inspirada por el espí­ ritu científico. A su entender, la crisis de la sociedad moder­ na se originaba en el hecho de que no se habian procedido a reemplazar las concepciones morales tradicionales fundadas en las religiones. La sociología debía servir para fundar y re­ constituir una moral que respondiese a las exigencias del espí­ ritu científico. Una contradicción análoga aparece en la obra de Pareto. Este último está obsesionado por el deseo de ser un sabio, y aún fatiga a su lector con la afirmación, repetida tantas veces, de que únicamente las proposiciones obtenidas con la ayuda del método lógico-experimental son proposiciones cien­ tíficas, y que todas las demás, sobre todo las de orden moral, metafísico o religioso, carecen de valor de verdad. Pero, al mismo tiempo que vuelca una ironía infinita sobre la preten­ dida religión o moral científica, Pareto tiene cabal conciencia de que los hombres no actúan movidos por razones científicas. Y aún afirma que, si creyera que sus obras serían leídas por muchos lectores, no las publicaría, pues no puede explicarse qué es realmente el orden social, de acuerdo con el método lógico-experimental, sin arruinar los fundamentos de este or­ den. La sociedad, afirmaba Pareto, se sostiene únicamente gracias a los sentimientos, que no son verdaderos pero son eficaces. Si un sociólogo revela a los hombres el reverso del decorado o da vuelta las cartas, arriesga destruir ilusiones indispensables. Hay una contradicción entre los sentimientos necesarios para el consenso y la ciencia, y dicha contradicción revela la no-verdad de estos sentimientos. Pareto habría afir­ mado que la moral supuestamente científica de Durkheim de ningún modo era más científica que la moral del catecismo; y de buena gana, llevando la idea a sus últimas consecuencias, habría afirmado que era bastante menos científica, pues co­ metía el insigne error de creer que era científica cuando no lo era, sin hablar del error suplementario de creer que los hombres podrían verse determinados alguna vez a actuar mo­ vidos por consideraciones de carácter racional. Por consiguiente, para el sociólogo hay una contradicción entre la exigencia del rigor científico en el análisis de la so­ ciedad y la convicción de que las proposiciones científicas no bastan para unir a los hombres, pues toda sociedad conserva siempre su coherencia y su orden gracias a creencias ultra, ¡nfra o suprarracionales. En Max Weber aparece un tema análogo, expresado en términos y con sentimientos diferentes. En el caso de Durk­ heim, el sentimiento que inspira el análisis de la oposición entre la religión y la ciencia es el deseo de crear una moral científica. En el caso de Pareto este sentimiento es el de una contradicción insoluble, pues la ciencia como tal, no sólo no crea un onden soc^-L sino que rn la medida en que es una ciencia vá..<_!a. aún amenaza destruirlo. E: -mtimifriio de Max Weber es diferente. La sociedad moi rna. -cjúa é! la describe, se orienta hacia una organiza­ ción cada vez más burocrática y racional. Con conceptos dife­ rí - !a descripción de Max Weber se asemeja un poco a la d-* Tocqueville. Cuanto más se impone el carácter moder­ no. más se amplía el papel de la organización anónima, buro­ crática, racional. Esta organización racional es una fatalidad de las sociedades modernas, y Max Weber la acepta. Pero como pertenece a una familia profundamente religiosa, aun­ que él mi'ino estuviese desprovisto de ese tipo de sensibilidad, conserva la nostalgia de la fe que era posible en el pasado, y contempla con sentimientos contradictorios la transforma­ ción racionalizante de las sociedades modernas. Le horroriza el rechazo de lo que es necesario para la sociedad en que vivi­ mos, le horrorizan las quejas contra el mundo o la historia tales como son. Pero al mismo tiempo, no le entusiasma el tipo de sociedad que se desarrolla ante nuestro ojos. Cuando compara la situación del hombre moderno con la situación de los puritanos que representaron un papel importante en la formación del capitalismo moderno, ofrece la fórmula citada tan a menudo para caracterizar su actitud: ‘‘Los puritanos querían ser hombres de oficio. Nosotros estamos condenados a serlo’’. El hombre de oficio, en alemán Berujsmfnsch, e-tá con­ denado a cumplir una función social estrecha en el seno de conjuntos vastos y anónimos, sin esa posibilidad de desarro­ llo total de la personalidad que era concebible en otras épocas. Weber temía que la sociedad moderna, que es y será buro­ crática y racional, contribuyese a sofocar lo que, a sus ojos, determinaba que la existencia fuese digna de ser vivida, es decir la elección personal, la conciencia de la responsabilidad, la 'acción, la fe. * El alemán no sueña con una moral científica, como el fran­ cés: ni cubre de sarcasmos los sentimientos tradicionales o las religiones =eudocien tíficas, como lo hace el italiano. Vive en la sociedad racional, y quiere pensar científicamente en la naturaleza de e^a sociedad: pero cree que lo más vital o lo mi' válido en la existencia humana se sitúa más allá de esta iriSf-rción de cada uno en la actividad profesional, y se define por lo que hoy denominamos el compromiso. En efeelo, si nos arrogamos el derecho de aplicarle concep­ tos que no se utilizaban en su época, Max Weber pertenecía, como filósofo, a la corriente existcncial. Y por otra parte, uno de los más célebres filósofos de la existencia, Karl Jas­ pers, su amigo y discípulo, le asigna hoy la jerarquía de maestro. Por consiguiente, podemos afirmar que en estos tres auto­ res hay una reflexión acerca de las relaciones entre la cien­ cia y la religión, o entre el pensamiento racional y el senti­ miento, en función tanto de la exigencia de pensamiento cien­ tífico como de la exigencia social de estabilidad o de con­ senso. Este tema, que a mi juicio es simultáneamente fundamental y común a los tres autores, explica algunas de las ideas en las que confluyen. Es imaginable así que, en su concepción de la explicación sociológica y en su interpretación de la conducta humana, hayan superado simultáneamente el conductismo, la psicología del comportamiento y las motivaciones estrictamente económicas. En efecto, la convicción común a los tres de que las sociedades se mantienen gracias a las creencias colectivas les impide satisfacerse con una explicación de las coductas “a partir de lo exterior”, haciendo abstracción de lo que ocurre en la conciencia. Asimismo, el reconocimiento del hecho religioso como el he­ cho fundamental que rige el orden de todas las colectividades, contradice para los tres la explicación mediante la racionalidad egoísta, utilizada por los economistas cuando pretenden hallar el origen de los actos de los sujetos en los cálculos interesados. Durkheim. Pareto y Weber tienen en común que no aceptan las explicaciones naturalistas o materialistas exteriores, y las explicaciones racionalizantes y económicas de la conducta hu­ mana. Talcott Parsons ha escrito acerca de estos tres autores un libro importante: The Siriicture of Social Action, cuyo fin único es destacar el parentesco de los tres sistemas de inter­ pretación conceptual de la conducta humana. Parsons procura demostrar que, con un lenguaje diferente, estos tres sociólogos en definitiva concibieron de manera muy parecida la estructura formal de la explicación de la conducta. El origen de esta similitud formal es, a mi juicio, el proble­ ma común en los tres, que he formulado al principio de esta exposición. Ésta es por lo menos una razón, pues quizá pueda mencionarse otra: el hecho de que los tres hayan descubierto todo o parte del sistema verdadero de explicación de la con­ ducta. Cuando los pensadores confluyen en la verdad, esta coin­ cidencia no necesita otra explicación. Como decía Spinoza, lo que necesita explicarse es el error, y no el descubrimiento de la verdad.

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