Introducción a la filosofía de Kant Luden Goldmann Amorrortu _■ ■■ _ . _ . Introducción a la filosofía de Kant Luden Goldmann Amorrortu editores Buenos Aires Director de la biblioteca de filosofía, antropología y religión, Pedro Geltman Mettsch, Gemeinschafl und Welt in der Pbilosopbie Imma- nuel Kants, Lucien Goldmann © Europa Verlag, 1945 Traducción, José Luis Etcheverry Unica edición en castellano autorizada por Europa Verlag, Zurich, y debidamente protegida en todos los países. Queda hecho el depósito que previene la ley n? 11.723. © Todos los derechos de la edición castellana reservados por Amorrortu editores S. A., Esteban de Lúea 2223, Buenos Aires. La reproducción total o parciai de este libro en forma idéntica o modificada, escrita a máquina por el sistema multigraph, mi- meógrafo, impreso, etc., no autorizada por los editores, viola derechos reservados. Cualquier utilización debe ser previamen te solicitada. Industria argentina. Made in Argentina. «Entre todas las condiciones, ninguna es más inútil que la del sabio en un ambiente de simplicidad natural; pero ninguna es más necesaria en el estado de opresión impuesto por la superstición o por la fuerza». Kant, Cesammelte Scbriften, vol. XX, pág. 10. «Lujo moral: los sentimientos que no son eficaces». Kant, Cesammelte Scbriften, vol. XX, pág. 5. Advertencia a la presente edición Este libro es el primero que escribí. En él inicié una investi gación que, proseguida luego en diferentes estudios, culminó en la elaboración paulatina de un método nuevo de compren sión y de explicación de la creación cultural. Si bien ya en estas páginas establecí las bases de ese tipo de estudios socio lógicos, debe advertirse que no era yo todavía consciente de la evolución futura de mis trabajos. En aquella época, mi in tención fue ante todo escribir una historia del pensamiento dialéctico; hacerlo constituía un elemento indispensable para el desarrollo de este. Hegel y Marx nos enseñaron que el problema de la historia se confunde con la historia del problema, y que es imposible des cribir de manera válida un hecho humano, cualquiera que sea, sin integrar en tal descripción su génesis; ello implica que ha de tenerse en cuenta la evolución de las ideas y también la de la manera en que los hombres se han representado los hechos en estudio, evolución que constituye un elemento importante de la génesis del fenómeno. Sin duda que lo inverso es tam bién verdadero. La historia del jproblema es el problema de la historia; y la historia de las ideas no podría ser positiva si no se ligara de manera intima con la historia de la vida econó mica, social y política de los hombres. Digamos por último que Marx, en un célebre pasaje y refirién dose a Darwin, a quien admiraba profundamente (y a quien, además, quiso dedicar El capital), formuló un principio esen cial de método para las ciencias humanas cuando afirmó que la anatomía del hombre constituye la clave de la anatomía del mono. Estas consideraciones permiten comprender la razón por la cual, proponiéndome escribir un sistema de filosofía dialéctica, co mencé por la historia de ese pensamiento; explican también que, habiendo consagrado mi primer estudio a la filosofía de Kant, haya insistido sobre todo en aquello que, dentro de esa filosofía, anticipaba la evolución ulterior y se orientaba, en es pecial, hacia la dialéctica hegeüana. 9 Confesado esto, creo sin embargo que logré dilucidar entonces ciertos aspectos esenciales del pensamiento kantiano, en espe cial la importancia del período precrítico, la unidad que pre senta la evolución de ese pensamiento y el lugar fundamental que la idea de totalidad ocupa dentro del sistema de la filoso fía crítica. De esa manera pude obtener una imagen bastante novedosa de la filosofía de Kant, lo que me permitió poner de relieve tanto la índole cuanto el origen de la deformación neokantiana. Sin embargo, debo admitir que mi libro, si bien se centró en la idea de totalidad, descuidó por desgracia otra idea dialéctica que reviste particular importancia: la idea de la identidad del sujeto y del objeto, en cuya elaboración la filosofía de Kant constituyó una etapa no desdeñable. Es lo que a menudo se designa —empleando una imagen tomada del propio Kant— bajo el título de «revolución corpenicana». Pero también en este caso, a mi juicio, el sentido y la importancia de esta «re volución» sólo podrían comprenderse en su significación ver dadera a partir de las posiciones hegeliana y marxista. En Kant, la revolución copernicana implica tres ideas cuyo de sarrollo ulterior en el pensamiento filosófico y científico ha si do fecundo en extremo, pero que solo a la luz de ese desarro llo pueden juzgarse y comprenderse, a saber: 1. La oposición entre forma universal y contenido particular, que desempeñó importante papel en la elaboración del análi sis marxista del hombre dentro de la sociedad liberal, así co mo en la distinción (clave para aquel análisis) entre demo cracia formal y estratificación leal, igualdad formal y desigual dad real, etc.; esta línea de pensamiento culminó en la teoría de la reificación. Hasta cierto punto, en la presente obra se estudia ese aspecto del análisis kantiano. 2. La distinción entre dos tipos de conocimiento: el que se funda en la experiencia y el basado en los juicios sintéticos a priori (que no tienen, como cree el positivismo, un carácter analítico y tautológico). Esta distinción presenta en Kant un carácter rígido y universal, válido para todo conocimiento hu mano. Más tarde, ciertos pensadores intentaron fundarla en la realidad empírica y en la situación del hombre con relación al universo; limitémonos a mencionar las dos tentativas más im portantes: la epistemología sociológica de Durkheim y la epis temología genética de Jean Píaget. Por muy distantes que se encuentren la posición de Durkheim, y sobre todo la de Piaget, respecto de la rigidez del análisis trascendental, puede 10 afirmarse que el marco más general dentro del que esas refle xiones se sitúan tiene un carácter kantiano. 3. La idea según la cual el hombre crea (aunque para Kant sólo en parte) el mundo que él percibe y conoce en la expe riencia. Es la célebre subjetividad trascendental del tiempo, del espacio y de las categorías. Pero como es evidentísimo que esa creación no podría atribuirse al individuo empírico, Kant se vio obligado a limitarla a las estructuras formales y a con ferirle un carácter abstracto y trascendental. Conocemos el des tino que tuvo esta concepción en el neokantismo y, en nues tros días, en el pensamiento de Husserl y la fenomenología. La otra rama evolutiva que lleva de Kant hasta Hegel, Marx y Lukács, prolongó también ese aspecto de la revolución coper- nicana, pero lo hizo sobrepasando el análisis trascendental e integrándolo en la ciencia positiva merced al remplazo del su jeto individual por el sujeto colectivo (o, para emplear un tér mino que prefiero: transindividual). Los grupos sociales y la sociedad, que son realidades empíricas, crean realmente (pot medio de la acción técnica) los caracteres concretos del mun do natural y, por intermedio de esta acción sobre la naturale za, todas las estructuras económicas, sociales y políticas, las estructuras psíquicas y las categorías mentales (cuyo carácter genético ha sido demostrado por la etnografía, la sociología, la psicología infantil y la epistemología). También en este punto la filosofía de Kant significó un giro preparatorio de una epistemología científica que ya no nece sita de ego trascendental y que puede situarse íntegramente en el nivel positivo. Aunque en el presente libro no hayamos ignorado del todo esta evolución, la abordamos muy al pasar. Acerca de esto na da mejor que remitir al lector a los capítulos, hoy clásicos, que Georg Lukács consagra a la reificación en Historia y concien cia de clase (1923). Para el pensamiento dialéctico, la reflexión filosófica no cons tituye una realidad por completo autónoma, radicalmente se parada del resto de la vida social. Al par que reconocieron su autonomía relativa y la necesidad de un extremo rigor inte rior, los pensadores dialécticos tuvieron siempre la convicción de que elucidar la significación vivida dentro de la praxis de los sistemas filosóficos es un elemento importante para com prender su significación objetiva y para formular un juicio bien fundado acerca de su validez y de sus límites. En esta perspectiva, precisamente, quiero reconocerme aquí 11 deudor de un pensamiento con el cual jamás estuve de acuer do: el existencialismo. Filosofía propia de un período de cri sis de las sociedades occidentales, el existencialismo hizo de los límites de la existencia individual, la muerte, la angustia y el fracaso sus temas centrales. Y fue en nombre de la tra dición clásica —de Kant, de Hegel y de Marx— como yo le opuse, junto con la mayoría de los pensadores dialécticos, la existencia de un sujeto colectivo, transindividual, y la posibi lidad de una esperanza inmanente e histórica que sobrepasa los límites del individuo. Pero no es menos cierto que hoy, en una época en que el pen samiento filosófico está en vías de regresar a un racionalismo abstracto y formalista, o bien al irracionalismo, retrospectiva mente se advierte que el pujante desarrollo del existencialismo tuvo al menos el mérito de aproximar a la vida real y concreta de los hombres el pensamiento filosófico de su tiempo, inclui do el de quienes no aceptaban sus posiciones. Mediante su influencia explícita —pero también difusa—, contribuyó a que se volviese a interrogar a los escritores y fi lósofos, desde una nueva perspectiva, acerca de lo que podría llamarse el sentido existencial de sus escritos. Asi considerado —y no obstante la distancia que me separa de cualquier pen samiento existencialista—, el presente libro es tributario de un clima intelectual que aún hoy me parece válido y al que no se debería abandonar con demasiada ligereza. En una época en que tantos espíritus brillantes e inteligencias notables abandonan la tradición humanista, negando al sujeto, y se orientan hacia un estructuralismo formalista o hacia la va lorización de lo irracional; en una época en que la crisis de las estructuras económicas y sociales de nuestras sociedades pare ce acompañarse de una crisis no menos radical del pensamiento filosófico y de las ciencias humanas, quiero yo formular la es peranza de que este libro ayude a algunos de sus lectores a nadar contra la corriente. París, mayo de 1967 12 Prólogo a la primera edición Este libro es la traducción de una obra publicada en lengua alemana, en Zurich, hace tres años. En la presente edición in troduje modificaciones de detalle, en especial el agregado —en las páginas 18-19— de un breve pasaje referido a los fundamentos sociales de la visión trágica del mundo en la Francia del siglo xvii, acerca de los cuales nada sabía aún en 1945; además, suprimí un apéndice donde trataba de las re laciones entre el pensamiento de Martin Heidegger y el de Georg Lukács, tema que no tiene relación directa con el pen samiento de Kant ni, por lo tanto, con el asunto propio del libro. No obstante, tengo que mencionar algunos puntos en los cua les, si tuviera que reescribir hoy la obra, introduciría modifi caciones. He aquí el primero: muy a menudo, donde escribí «Kant fue el primero ...» habría podido decir «Blas Pascal...». Pero no creo que ello demande una modificación profunda de mi trabajo. El pensamiento de Kant se desarrolló sin relación al guna con el de Pascal; el análisis de su contenido, de las in fluencias que experimentó, así como de las condiciones socia les que lo favorecieron, no varía pese a tal omisión. Por lo de más, en la actualidad preparo una obra sobre Pascal. En segundo lugar, este libro fue escrito en 1944-1945, baje la impresión directa que me había causado el pensamiento de Georg Lukács, cuyas obras —por completo desconocidas en tonces— había yo descubierto por azar. Hoy el nombre de Lukács empieza a ser conocido. En 1946 participó en Ginebra en los coloquios sobre el espíritu europeo, donde su discu sión con Jaspers eclipsó las otras intervenciones. Además, ha retomado activamente sus publicaciones filosóficas interrum pidas durante casi veinte años; sus últimas obras están siendo traducidas y muy pronto serán publicadas en Francia. En ta les condiciones, ya no es necesario llamar la atención del pú blico filosófico acerca de él, y hoy, pudiendo examinarla en perspectiva, creo ver su obra bajo una luz más clara. Como 13 en 1945, sigo considerando a Lukács como el pensador filosófi co más importante del siglo xx; pienso, sin embargo, que se lo juzga mejor diciendo que es un gran ensayista y no un pen sador sistemático. Ahora bien, ensayista significa —según su propia definición— precursor, el que anuncia un sistema pero no lo construye. Pese a tener plena conciencia de la importan cia de su obra y de la enorme deuda de reconocimiento que tengo hacia él, vacilaría hoy en ponerlo en pie de igualdad con Kant, Hegel y Marx, tal como lo hice a lo largo de este libro. En tercer lugar, debo confesar que mis esperanzas —por lo que se refiere al porvenir inmediato— no se han realizado. En lu gar de un mundo y de una comunidad mejores, amenazadoras nubes cubren el horizonte. La eventualidad de otra guerra mun dial forma parte del orden normal de las cosas. Si un día es talla, nadie se sorprenderá. En medio de esta depresión y de esta inquietud, las condicio nes no son favorables, evidentemente, para una filosofía del optimismo y de la esperanza. Las filosofías nihilistas y deses peradas se difunden cada vez más, y —lo que no es menos inquietante— de todas partes se elevan voces representativas que niegan la herencia del humanismo clásico en nombre de las exigencias del presente y del futuro inmediato. Hay un hecho abrumador, frente al cual ya no se puede cerrar los ojos: el humanismo atraviesa hoy una crisis que amenaza su propia existencia y exige una rigurosa toma de conciencia. ¿Qué gravitación pueden tener todavía las obras de Kant o de Pascal, de Goethe o de Racine en la era de las armas ató micas? ¿Qué pueden darnos todavía, y sobre todo qué pue den impedir? No tenemos el derecho de contentamos con nuestra «buena conciencia». Cuando pierde el contacto con la realidad, la con ciencia pierde al mismo tiempo todo valor real, convirtiéndose en una pusilanimidad o una escapatoria. Frente a la tradición humanista se alzan fuerzas reales que también hablan en nombre de un cierto futuro, de una cierta cultura. Y algunas de esas fuerzas, por virtud de su propia realidad, implican valores. Lo real es racional, según la famo sa expresión de Hegel. Si no obstante reedito mi libro, ello se debe a que considero que esta crisis, pese a su gravedad, es pasajera, convencido de que un día los hombres lograrán conferir un sentido racional a la vida y un sentido humano al universo. Todo lo que es ra cional es real, decía Hegel, y como él sigo creyendo en la victoria final del hombre y de la razón. Y a esa victoria habrán 14