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Historia De La Guerra Del Peloponeso PDF

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Tucídides Historia de la Guerra del Peloponeso Θουκυδίδης Ἱστοριῶν βίβλοι ηʹ Francisco Romero Cruz Edición de Traducción de Francisco Romero Cruz Texto griego y addenda: http://www.hs-augsburg.de/~harsch/graeca/Chronologia/S_ante05/Thukydides/thu_pel0.html http://clio.rediris.es/clionet/fichas/peloponeso.htm http://clio.rediris.es/clionet/fichas/tucidides.htm Los mapas introductorios a cada libro corresponden a la edición de Antonio Guzmán Guerra. INTRODUCCIÓN Vida Terminación de su obra La cuestión tucidídea Características de la historia de Tucídides Lengua y estilo Tucídides en España BIBLIOGRAFÍA HISTORIA DE LA GUERRA DEL PELOPONESO Libro I Libro II Libro III Libro IV Libro V Libro VI Libro VII Libro VIII INTRODUCCIÓN VIDA SON escasos los datos que poseemos sobre Tucídides y los más fidedignos proceden del propio autor, ya que el resto de las informaciones con que contamos, aunque extensas, son poco fiables y proporcionadas en su mayoría por fuentes secundarias, basadas a lo sumo en los filólogos alejandrinos. Prueba de nuestra inseguridad es que respecto a su nombre la calificación más precisa que tenemos es la de «ateniense» que se da él mismo en I I, ya que el nombre de Oloro que aparece en IV 104 para indicar el de su padre plantea dudas respecto a si es una glosa o una corruptela, como pretende por ejemplo Prentice1. Su pertenencia al demo de Halimunte está atestiguada por una inscripción sepulcral2 de la que informa Polemón el Periegeta, un autor que vive entre los siglos III y II a.C. Según cuenta Marcelino, (Vita 17 y 5 5), Polemón en su escrito Peri Acropoleos dice que en la inscripción se cita a Tucídides hijo de Oloro, del demo de Halimunte, cuya identificación con el historiador no deja de estar discutida. Aun dentro de la inseguridad en que nos movemos, parece que perteneció a la familia de los Filaidas, de la que formaron parte entre otros Cimón, el dirigente ateniense sometido al destierro por ostracismo en 461-460 a.C., y los distintos Milcíades que aparecen en la historia ateniense, y de los que quizá el más renombrado sea el vencedor de Maratón. Su adscripción a esta familia se fundamenta en el análisis de algunas coincidencias: 1. El nombre del reyezuelo tracio, suegro del Milcíades vencedor de Maratón y además abuelo del citado Cimón, es idéntico al que se nos ha transmitido para el del padre de Tucídides, Oloro. 2. Los biógrafos alejandrinos, en los que se basa también Marcelino, autor de una de las vidas del historiador, aducen como dato importante para establecer su parentesco con la familia de los Filaidas la circunstancia de que poseyera nuestro autor grandes intereses y posesiones en Tracia según cuenta él mismo en el libro IV (cap. 105). Sin embargo, la fuerza del argumento resulta un tanto débil cuando se presta atención a la circunstancia de que el suegro de Milcíades era rey de los doloncos en Tracia oriental, mientras que las concesiones mineras de Tucídides estaban en la zona de Tracia próxima al río Estrimón y frente a la isla de Tasos. 3. Otra prueba es la aportada por Marcelino, (Vita 17), y que también se remonta a Polemón. Según nos dicen, delante de las puertas Melitias atenienses, en los llamados Monumentos de Cimón, se exhibían las tumbas de Tucídides y Heródoto. No se sabe con certeza quién estaba enterrado aparte de Cimón, pero cabe suponer que también estuvieran allí los caballos con los que obtuvo tres victorias olímpicas, haciendo honor al nombre de «Monumentos de Cimón». El mismo Heródoto parece haber visto los monumentos, ya que en VI 103.3 escribe: «Cimón está enterrado delante de la ciudad, al otro lado del camino que cruza lo que se denomina la Vaguada. Junto a él también están enterrados los caballos que obtuvieron tres victorias olímpicas». En este contexto Polemón, —siempre a través de la cita indirecta de Marcelino 17— cita a Timoteo como hijo de Tucídides, aunque la noticia es dudosa, ya que es una restitución fundamentada en informaciones 1 «Th. and the Cimonian Monuments», Osterr. Jahresh 31 (1939), páginas 36-41. 2 Cfr. Deichgräber, R. E. XXI, col. 1291. de la Suda. Si podemos confiar en Polemón, el argumento de la tumba común y la similitud de nombres entre el del padre de Tucídides y el del suegro de Milcíades confirmarían las relaciones de parentesco mencionadas. Nuestro interés por la procedencia familiar de Tucídides no es gratuito, ya que ello ayuda a comprender la obra del historiador: de resultar cierta su pertenencia a la familia de los Filaidas, se educaría en el seno de una familia caracterizada por el conservadurismo, así como por su enfrentamiento a las directrices políticas de Pericles, el líder popular, circunstancia que plantea difíciles problemas respecto a la interpretación de la actitud política del historiador. Respecto a la cronología de su vida los únicos fundamentos para establecer el marco de su actuación son dos testimonios del propio Tucídides: En V 26.5 dice: «Viví durante toda la guerra con edad suficiente para darme cuenta de toda ella y poniendo interés en informarme con exactitud; también se dio el caso de que estuve desterrado de mi patria durante veinte años después de actuar como general en Anfípolis, y por asistir a los acontecimientos políticos de ambos bandos, no menos a los de los peloponesios en virtud de mi destierro, con calma pude darme mejor cuenta de ello.» Al comienzo de la obra, en I I.I, dice: «Tucídides el ateniense escribió la guerra entre los peloponesios y los atenienses nada más empezar porque suponía que sería grande y la más importante de las sucedidas hasta entonces.» Cuando estalló la guerra en el año 431 Tucídides debía ser un hombre relativamente joven, aunque de acuerdo con los criterios atenienses de la época, lo suficientemente adulto como para darse cuenta de la importancia de los acontecimientos que se estaban produciendo. Aristóteles en el capítulo 42 de su Constitución de Atenas nos indica que la ley reconocía la plena capacidad del ciudadano una vez que había cumplido con los deberes de la «efebia» al cumplir veintiún años, lo que hace suponer que estos debían ser los criterios generales de la época para considerar la madurez de una persona. Coinciden con estos cálculos los que se hacen tomando como base las informaciones que nos da el propio Tucídides en IV 104.4 referentes al desempeño del cargo_de «estratego» durante el 424/423. Cuando Brásidas toma Anfípolis en el otoño del 424, Tucídides era uno de los dos generales de la zona de Tracia, cargo para el que se exigía, en opinión de la mayor parte de los investigadores, una edad mínima de treinta años. Aristóteles, en el capítulo IV de su Constitución de Atenas dice que de acuerdo con las leyes de Dracón eran requisitos imprescindibles para ser general poseer una hacienda que no fuese inferior a cien minas, mujer legítima y —lo que más nos interesa en este caso hijos legítimos de más de diez años. En todo caso, recuérdese que en la misma obra, VI 12.2., se dice de Alcibíades que «era demasiado joven aún para ejercer el cargo». Sin embargo, este último pasaje no debería ser tenido en cuenta por responder más bien a un deseo de exponer el enfrentamiento joven/viejo, ya que Alcibíades podría tener en el momento de la partida de la expedición contra Sicilia, unos treinta y siete años. En general, se está de acuerdo en que la fecha de su nacimiento debe situarse entre el 460 y el 454 a.C., y con esto coincide la expresión de la Vita de Marcelino; por el contrario, el intento de establecer un sincronismo entre Helánico, Heródoto y Tucídides, no tiene otro fundamento que lucubraciones y cálculos sobre lo que nos dice el propio Tucídides, aplicando en este caso la teoría de que el mejor momento en la obra de un autor, su «florecimiento», suele darse a los cuarenta años. De su muerte no se nos ha transmitido noticia alguna aparte de lo ya dicho por Marcelino de que vivió algo más de cincuenta años. Dato post quem para su muerte podría ser la alabanza que se hace en II 100 de Arquelao de Macedonia, rey que fue asesinado en el año 399 a.C. Sin embargo cabe la posibilidad de que la alabanza fuera escrita en vida del monarca. Un terminus post quem más seguro puede ser la información que encontramos en Pausanias I 23.9 y que al parecer se remonta a Polemón. Esta se refiere a una proposición presentada por Enobio, ateniense que había sido estratega en el 410, para solicitar su vuelta del destierro, como si no hubiera estado incluido en la amnistía general posterior a la guerra y hubiese necesitado de una ley «ad hominem». Es también la existencia de una amnistía particular lo que presupone la información de Pausanias respecto a que fue asesinado a la vuelta del destierro. Si su muerte hubiera coincidido con la vuelta general de los desterrados al finalizar la guerra, no cabría la posibilidad de que Tucídides hubiese trabajado durante algún tiempo en su obra como parece deducirse de V 26.4-5. Adcock3 se inclina por su muerte en el mar como la más probable de entre las que cita Marcelino (párr. 31 y 55), ya que según este investigador sería la mejor explicación de que no conservemos completa la Historia de la guerra del Peloponeso, e insiste sobre la posibilidad de que la mencionada tumba de Tucídides fuera un cenotafio tal como parece apuntar Marcelino, indicando así la ausencia de la habitual fórmula «aquí yace», según el testimonio del mismo biógrafo. Datos igualmente interesantes aunque no menos inciertos de la biografía del historiador son los relacionados con sus intereses en Tracia. Tucídides menciona estas minas de Tracia en IV 105.1, pasaje en el que expone los cálculos que sobre su probable actuación como general, hace su enemigo el espartano Brásidas. Más que de posesiones o de bienes personales parece tratarse de concesiones de explotación de las minas de oro en la zona de Tracia frente a la isla de Tasos, minas que según apunta Schmid4 debieron pasar a poder de los atenienses después que estos ocuparon la mencionada isla. No se debe descartar por supuesto que todas estas actividades se desarrollaran con el consentimiento de los jefecillos locales, tal como hace suponer por ejemplo aquel pasaje (IV 107), en el que se nos dice que la muerte de Pítaco, rey de los edones, facilita el que varias poblaciones de la zona se pasen al lado de Brásidas abandonando a los atenienses. Es igualmente una suposición verosímil la de que su elección para general de esa zona estuviese justificada por razones de influencia personal o familiar, como suele suceder en el caso de otras personalidades de la época, elegidas para diversas misiones precisamente en razón de su ascendencia personal o familiar. Más no se puede decir con alguna certidumbre de sus relaciones con Tracia, pues lo que se nos cuenta en las biografías tardías5 respecto a su retiro a Escapta Hila, falla hasta en la falta de mención de este lugar. El nombre de esta localidad aparece en Heródoto VI 46 en relación con los ingresos que sus minas de metal proporcionaban a los tasios. Como otros posibles lugares de destierro se ha pensado en Mantinea o Siracusa, dado lo detallado de sus descripciones en estos casos y la mención expresa que el historiador hace de que no fue menos testigo de las actividades peloponesias gracias a su destierro (V 26), pero tales posibilidades han sido ampliamente sometidas a discusión sin lograrse, a nuestro entender, resultados definitivos. Poco más sabemos de sus circunstancias personales, y buena parte de ello son deducciones más o menos verosímiles. Destaca la información que de sí mismo da en II 48 respecto a su padecimiento de la peste, por lo que cabe suponer que en esa fecha (430-429) se encontrara en Atenas. TERMINACIÓN DE SU OBRA Problema ya clásico en relación con Tucídides es el de la terminación de su obra, si realmente la llevó a cabo o quedó incompleta. 3 Thurydides and his history. Cambridge 1963. Especialmente págs. 103 y ss. y 138, y ss. 4 Geschichte der griechischen Literatur V, págs. 7, 12 y 14. 5 Marcelino, Vita 14, 19, 25 y 47; Plutarco, De exil. 14, pág. 605. Müller-Strübing6 afirmaba que el historiador completó la totalidad de la obra, y para ello se apoyaba en el uso de los perfectos «gégraphe» (V 26.1), «gégraptai» (II 1), «eíretai» (I 22) o «xjtikeitai» (I 22.4). Adcock7 apoya la misma idea aunque no hace referencia a las palabras de Tucídides en V 26. Tucídides de regreso del destierro abandonó de nuevo Atenas bajo el régimen de los Treinta confiando su obra a alguno de sus leales (Adcock apunta que hubiera podido ser el padre de Jenofonte). Una vez derrocado el régimen oligárquico de los Treinta intentó volver de nuevo a Atenas, pero su barco naufragó y murió. Importante sustento de esta tesis eran las palabras que se añadían al final de su obra (VIII 109): «Cuando acabe el invierno posterior a ese verano se completa el año veintiuno». Concretamente, Adcock opina (pág. 136) que si fueran la adición de un redactor, posiblemente el padre de Jenofonte o algún otro amigo, tendrían por objeto engarzar el fin del libro tal como lo conservamos con el resto del material que continuaría la obra, de modo que cuando este se consiguiera pudiera ser añadido en el sitio justo; esperanza que no se cumplió, quizá por culpa de esa muerte violenta de que hablan los biógrafos tardíos. Sin embargo, la adición puede que no se remonte más allá del siglo XIII8. Aparte del hecho de que viviera para ver terminada la guerra del Peloponeso, tal como exponemos en el apartado dedicado a la vida del historiador, lo cierto es que su obra presenta algunas irregularidades, las suficientes como para que la mayoría de los estudiosos hayan pensado que la obra no está completa o, al menos, que no ha recibido la redacción final, que por una u otra razón quedó pendiente. La discusión afecta incluso a la autenticidad del libro VIII, y es puesta de manifiesto ya en la Vida de Marcelino y en la otra anónima que se nos ha transmitido. En el párrafo 43 de la obra de Marcelino aparece: «Algunos dicen que el libro octavo es espurio, ya que no es de él sino que unos dicen que es de su hija y otros que de Jenofonte. Contra ellos afirmamos que está claro que no es de su hija, pues no es propio de una naturaleza femenina emular tal habilidad y arte. Además, si ella hubiera poseído tales cualidades no se hubiera afanado por pasar inadvertida ni hubiera escrito sólo el libro octavo, sino que hubiera dejado muchos otros haciendo gala de sus cualidades personales. Que no es de Jenofonte, tan sólo falta que el estilo lo diga a voces... Y desde luego tampoco es de Teopompo como algunos pensaron...». Aunque acaba afirmando la autoría de Tucídides (párr. 44), piensa del libro que sólo está esbozado, sin rematar y débil estilísticamente porque en ese momento el historiador se encontraría enfermo. La Vida Anónima, párr. 9 s., dice: «Murió de enfermedad tras acabar el octavo libro. Se equivocan quienes dicen que no es de Tucídides sino de otro historiador.» Dionisio de Halicarnaso9 observa, tras una comparación entre los libros VIII y I, que no han sido escritos con el mismo fundamento (hypóthesis) ni con la misma capacidad (dynamis). Los posibles indicios que justifican la tesis de obra inacabada o, al menos, de obra no rematada para la Historia de la Guerra del Peloponeso son los siguientes: 1. Falta de discursos directos en el libro VIII y en gran parte del libro V (capítulos 27-83). De haber podido acabar su obra, estas partes hubieran mostrado una mayor homogeneidad con el resto. 2. Los documentos sin elaborar se encuentran especialmente en los libros IV, V y VIII, no siguiéndose el mismo principio que en el resto de la obra. 3. Se dan numerosas incongruencias de exposición, ya que no siempre se asigna, por ejemplo, el mismo espacio al relato de un año de guerra, a la descripción de ciudades, o se relatan unos hechos de guerra mientras se omiten otros sin encontrar un claro fundamento para ello. 6 Th. Forschtingen. Viena 1881, págs. 73-76. 7 Op. Cit., págs. 96-106 y 136 ss. 8 Cfr. O. Luschnat, R. E. Sup. XII, art. cit., col. 1113. 9 De Thucydide, cap. 16, pág. 349 de la edición Usener-Radermacher. 4. Irregularidades en la lengua y en las informaciones. Sin embargo, si se comparan las cifras del reparto del material resulta discutible ese afán homogeneizador, ya que incluso en las partes tenidas por elaboradas —como puede ser el caso de la expedición a Sicilia la distribución de los discursos es un tanto desigual, y confirma que la búsqueda de la homogeneidad no es desde luego el objetivo del historiador. La cuestión de la uniformidad está directamente relacionada con la de la unidad estilística de la obra, ya que, por ejemplo, discursos, documentos y otras partes de la obra no siempre reciben igual tratamiento. Ivo Bruns ya observaba10 que, aunque la lengua de los discursos es en general tucidídea, es perceptible la caracterización de algunos personajes. Pero por supuesto, no se llega nunca a una caracterización como la que lleva a cabo Lisias, sino que a lo sumo se limita a pequeños toques o a alguna que otra frase suelta. Respecto a los discursos se podría decir que de las dos fuerzas en tensión, autenticidad del discurso pronunciado/homogeneidad estilística de este con el resto de la obra, obtiene ventaja la segunda. Donde se agudiza el problema de la oposición autenticidad/homogeneidad estilística es en el caso de lis documentos. De estos, unos los encontramos en estilo directo (IV 118-119; V 18-19, 23-24, 47, 77, 79; VIII 18, 37, 58), lo que para Schwartz11, ferviente defensor de la teoría sobre partes no elaboradas o inacabadas, sería un claro testimonio a favor de esta teoría que vería en aquellos documentos integrados en el relato merced al estilo indirecto, el resultado de un perfecto acabado. Quizá sea más acertada la interpretación de C. Meyer12, quien ve como criterio para escribir los documentos en estilo directo o indirecto la importancia de la ocasión política: mientras los documentos que atañen a las relaciones interestatales y en especial a la totalidad del mundo griego aparecen en estilo directo, los de carácter local y secundario se transmiten en estilo indirecto. La verdad es que, como dice Luschnat13, Tucídides pone de manifiesto, no sólo con la utilización del término «logos» sino también con su modo de informar, que estos documentos son tratados no como argumentos jurídicos ni como actas documentales, sino como factores políticos y principios dinámicos de la Historia misma. Prueba de ello es el uso habitual de «légein» o «eíretai» mientras es raro el empleo de «gráphein» y similares. En todo caso, aparte de los documentos, aún quedarían pendientes de elaboración ciertas partes que según Kurt von Fritz, por ejemplo, carecen del vigor propio de Tucídides. El catálogo de esas partes inacabadas sería14: a) La segunda parte de la Arqueología (I 12 ss.). b) Exposición de los hechos que provocan la ruptura bélica. c) La descripción de los sucesos posteriores a la paz de Nicias y sus consecuencias hasta la expedición contra Melos (V 17 ss.). d) La descripción de los hechos previos a la expedición de Sicilia. e) Todo el libro VIII. LA CUESTIÓN TUCIDÍDEA Aunque la suposición de la obra de Tucídides como algo inacabado, sea sólo el libro VIII, sean algunas otras partes de la obra, sugiere de por sí el problema de cuándo y qué partes fueron 10 Das literarische Porträt der Griechen im 5. Und 6 Jhdt. vor Chr. Geb. Berlín 1896. 11 Das Geschichtswerk des Th. Bonn 1919, espec., pág. 30. 12 Die Urkunden in Geschichtswerk des Th. Zetemata 10. Múnich 1955. 13 R. E. Sup. XII, col. 1128. 14 Die griechischen Geschichtsschreibung. Berlín 1967, 1 a 786. redactadas antes y cuáles después, la llamada «cuestión tucidídea» es una polémica que no desmerece de la otra famosa «cuestión», la homérica, y se inicia en 1846 con la obra de F. W. Ullrich Beitrage zur £rklárung des Thukydides. Ante el problema de si la obra entera de Tucídides fue compuesta de una sola vez tras acabar la guerra del Peloponeso en el 404 o si empezó a escribir la primera parte de la guerra (431-421) después de la paz de Nicias (421), Ullrich se inclina a pensar que aunque el historiador al principio de la guerra hubiera comprendido su importancia, en el 421 no podía prever que continuaría tras un breve intervalo, y por tanto fue entonces cuando comenzó a escribir los tres primeros libros y casi la mitad del cuarto, de acuerdo con la división de la obra que hoy conservamos. Posteriormente, cuando se reanudaron las operaciones bélicas y él no había terminado de redactar aún la parte correspondiente a los diez primeros años de la guerra arquidámica, interrumpió el relato de los hechos por pensar que esta segunda parte no era sino la continuación de los diez años anteriores de guerra. Luego, finalizada la guerra, continuó con la redacción de la obra hasta que le sorprendió la muerte. Entre otras razones porque hay dos pasajes (II 65 y II 100) que, según Ullrich, es imposible que los haya escrito antes del 404 y, por tanto, serían adiciones hechas con posterioridad a lo ya redactado. A partir de ese momento, y al igual que sucedió con la llamada cuestión homérica, buena parte de la erudición sobre Tucídides se ha dedicado a esta polémica entre analistas, continuadores en mayor o menor grado de las teorías de Ullrich, y unitaristas, cuya postura extrema podría estar representada por los que sustentan la teoría de que sólo después del 404 Tucídides se dedicó a redactar y elaborar las notas que había ido tomando en años anteriores. Entre estas dos tendencias, la de quienes sustentan la existencia de dos Tucídides (el que después del 421 tuvo que continuar la guerra arquidámica y el que resultó afectado en sus ideas tras el fin de la guerra) y la de quienes piensan en un solo Tucídides, el del 404, se va imponiendo la idea de un solo Tucídides, cuya forma de pensar no cambia apreciablemente durante los veintisiete años de guerra, pero que por razones no siempre claras, aunque sí circunstanciales muchas veces (posesión de datos, tiempo, interés personal por personas o lugares, etc.), trata de manera y en tiempos distintos diversas partes de su obra. En general, hoy parece imponerse la tesis de que en la obra de Tucídides existen diversos estratos de composición, a los que salvo raras excepciones no siempre es fácil atribuirles fecha o procedencia, aunque sí un mayor o menor grado de elaboración. CARACTERÍSTICAS DE LA HISTORIA DE TUCÍDIDES Creemos que es imprescindible partir de los llamados capítulos metodológicos 20-22) para comprender qué es lo que pretendía Tucídides al escribir su obra y las virtudes que debía poseer en opinión del historiador. De la simple lectura de esos capítulos destaca como premisa fundamental la búsqueda de la verdad, misión que, como él mismo expone reiteradamente, no es fácil realizar. En estos capítulos se contraponen los esfuerzos llevados a cabo por él frente a la despreocupación de que hacen o han hecho gala el resto de la gente «ya que aceptan unos de otros, de modo indiscriminado y sin comprobación, las noticias sobre sucesos anteriores a ellos, aunque se refieran a su propio país... Así de negligente es para muchos la investigación de la verdad.» Pero la verdad no queda empañada sólo por la despreocupación y la negligencia, sino porque cabe la posibilidad de que ella no sea el fin al que se aspira, como puede ser el caso de poetas y logógrafos: los poetas porque tienden a exagerar los hechos para embellecerlos; los otros por el afán de deleitar al auditorio. Y aun pretendiendo alcanzar la verdad, esta no es siempre asequible, especialmente cuando no se trata de hechos, érga, sino de discursos y opiniones, lógoi, en cuyo caso a lo más que se puede aspirar es a una cierta precisión o exactitud, akríbeia, en la reproducción de lo que realmente se dijo. Del capítulo 22 se desprende claramente que ambos, érga y lógoi, reciben un tratamiento distinto. En los primeros es posible —aunque no fácil— hallar la verdad. En cambio es imposible reproducir los segundos con fidelidad y el historiador se conforma con reproducir el sentido general de lo que realmente se dijo: aspira como mucho a la verosimilitud. Puesta de relieve la necesidad del esfuerzo para la consecución de la verdad, la crítica contra aquellos que la investigan de modo negligente no parece estar dirigida especialmente contra Heródoto, quizá porque este ilustre predecesor se enfrentaba con dos problemas que no se daban en la obra de Tucídides y estaban específicamente originados por la materia tratada, las Guerras Médicas, ya que ni los sucesos que narraba eran contemporáneos ni la enorme extensión del espacio en que se desarrollaron permitía una información precisa y detallada de sus circunstancias. Efectivamente, la actitud reprobatoria de Tucídides respecto a Heródoto no es tan crítica como se podría pensar de su diferente concepción de la historia. En principio tan sólo le reprocha, aunque sin citarle, dos errores (I 20): creer que cada rey espartano contaba con dos votos y que existiese una compañía de Pitana. De un modo más indirecto cabe pensar que la crítica hecha a los logógrafos, a saber, que atienden más a lo agradable de la audición que a lo verídico, puede también referirse a Heródoto, quien había alcanzado notoriedad con las lecturas públicas de su obra. Con todo, a pesar de esos reproches a la aceptación indiscriminada de los datos transmitidos por la tradición, a la diferencia de objetivos (agrado/verdad), a la negligencia en general con que se investigan los hechos, Tucídides considera suficiente la exposición que de ellos hizo Heródoto y aparece como su continuador al iniciar su Historia con la Pentecontecia, el período aproximado de cincuenta años que media entre el final de las Guerras Médicas y el comienzo de la del Peloponeso. Si con ello prestigia a Heródoto, en cambio descalifica a Helánico de Mitilene, citado de modo explícito por Tucídides: «Escribí eso y me aparté del relato por esto: porque a todos los anteriores a mí les faltaba ese espacio cronológico y trataban lo anterior a las Guerras Médicas o las mismas Guerras Médicas; el que precisamente trató ese tema en su Historia del Ática, Helánico, lo hizo con brevedad y sin exactitud en la cronología» (I 97). Helánico, que merecía mucho más esas críticas por el excesivo contenido mitológico de su obra, había intentado establecer un puente entre el pasado mítico y el presente histórico, basándose en la lista de reyes y arcontes atenienses. Será precisamente la cronología uno de los puntos en los que de manera destacada se observa el afán de precisión del historiador, ya que establece un cómputo del tiempo, cuya invención no es obra de Tucídides, pues Heródoto lo había utilizado de vez en cuanto (I 77.3, VI 31.1, VII 37.1, VIII 113.1, etc.), pero sí le corresponde el mérito de haberlo empleado de modo sistemático. En realidad es uno más de los casos en que Tucídides aprovecha los recursos especiales de otras técnicas. El hecho de que para el establecimiento de una cronología haya empleado el cálculo por estaciones, ya existente en Los Trabajos de Hesíodo al igual que en los tratados del Corpus Hippocraticum, patentiza ese afán de precisión del que parece enorgullecerse cuando en V 20 critica el cálculo de los años basado exclusivamente en los magistrados epónimos: «Examínese de acuerdo con las épocas del año, sin prestar mayor atención al cómputo de los nombres de los magistrados o de los otros cargos que en cada sitio marcan el tiempo de los sucesos del pasado, pues ese método no es exacto cuando un suceso acaece al comienzo de una magistratura, a mediados o en cualquier otro momento.» Es también ese prurito de precisión, del que hace gala en el uso de la cronología o en el riguroso escrúpulo con que examina los datos aportados por logógrafos y poetas, y que en última instancia no es sino una manifestación de la búsqueda de la verdad el que explica su interés por dar hasta los mínimos detalles que intervienen en los hechos, la toponimia y descripción geográfica de los lugares, la reproducción de los documentos —en estilo directo o indirecto—, la enumeración de los síntomas de la peste recurriendo incluso a terminología médica especializada, etc. Dentro de ese interés por la exactitud cabe señalar su actitud diferente según se trate de hechos importantes o secundarios. En el caso de los primeros Tucídides suele dar sólo una versión de los hechos, aquella que conoció por sí o que, como resultado de sus investigaciones, puede asegurar que sucedió de esa manera. En cambio, cuando los hechos son menos seguros, su investigación difícil o la importancia escasa dentro del desarrollo general de la guerra, suele dar las diferentes versiones, actitud en la que se ha de ver más la imparcialidad que la despreocupación. La actitud de impar- cialidad y objetividad es manifestada expresamente en V 26: «También se dio el caso de que estuve desterrado de mi patria veinte años, después de haber sido general en Anfípolis; y por haber asistido a las actividades políticas de ambos bandos, no menos a la de los peloponesios en virtud de mi destierro, sin premuras pude darme mejor cuenta de ellas.» Con todo, su imparcialidad queda empañada por ciertas subjetividades, especialmente cuando habla de sus personajes favoritos, sean compatriotas como Pendes y Temístocles, sean enemigos, como Arquidamo, Brásidas, Hermócrates, o cuando nos presenta un tanto peyorativamente la actuación de los «demagogos» atenienses Cleón e Hipérbolo o la del dirigente popular siracusano Atenágoras. Personajes de tendencias conservadoras como Antifonte o Frínico reciben el elogio del historiador, sin que por ello este haya de ser considerado correligionario de ellos, pues pensamos que son las personas y no las tendencias las que provocan estas posibles «parcialidades» en Tucídides. Es difícil y, sobre todo, hipotético explicar la actitud adoptada por Tucídides respecto a Pericles. En cualquier caso la admiración que el historiador sentía por el estadista se manifiesta no sólo por la importancia que en el conjunto de la obra tiene el papel de Pericles, quien interviene en cuatro discursos —tres de ellos en estilo directo—, sino por la declaración expresa del propio autor en II 65. Si son ciertas las relaciones familiares que hemos establecido al hablar de su vida, Tucídides debía estar más inclinado a seguir las directrices políticas de Cimón, Nicias, Antifonte o Frínico, es decir la ideología conservadora, antes que coincidir con los planteamientos de Pericles, continuador de Efialtes y principal impulsor del viraje que dio el sistema político hacia la democracia radical, basada fundamentalmente en las ventajas que procuraba la política expansionista del imperio ateniense. Aunque no deja de ser una simple hipótesis, no es probable que el cambio ideológico de Tucídides se produjera en los años en que Pendes estuvo al frente de la política ateniense, sino que se diera en el historiador un autoconvencimiento posterior, producto del análisis y reflexión sobre la larga experiencia de la guerra, que mostraría de un modo evidente el acierto de los planes propuestos por el estadista y la ruina en que cayó Atenas por no haber perseverado en ellos. Insistimos en la característica de la precisión y del rigor, algo que le acerca a nosotros es la utilización y cita de los documentos, de cuya exactitud puede dar fe de modo ejemplificador las cláusulas del tratado reproducido en V 47, cuyo texto también conservamos parcialmente por una inscripción que sólo presenta ligeras modificaciones respecto al texto ofrecido por Tucídides15. Con el mismo propósito hace una descripción de los síntomas de la peste de Atenas, descripción de la que quisiéramos poner de relieve dos cualidades. La primera es la utilización de términos exclusivos de la medicina, algo que refuerza la tesis del influjo hipocrático en la obra del historiador16. La segunda es la similitud con lo expuesto en 22 en lo referente a metodología y fines de su obra: «Yo me limitaré a decir cómo se desarrolló y aquello con cuyo examen, caso de sobrevenir en otra ocasión, pueda conocérsela mucho mejor al tener información previa». Patentemente una paráfrasis de I 22, y es que Tucídides —con ello aludimos a otra cualidad destacada de su obra— considera que uno de los fines de la historia es la utilidad. 15 I. G. 12 86. 16 K. Weidauer, Th. und die Hippokrat. Schriften. Heidelberg 1954.

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